3
El señor Thompson regresa al cuarto y se coloca a los pies de mi cama con las manos apoyadas en el rail.
Lo miro con suspicacia. Todavía no me he olvidado de su expresión decepcionada al salir y su respuesta seca.
—Su... amigo viene de camino —me informa, contemplándome con cierto recelo.
Es extraño estar ahí tumbada mientras él me observa desde arriba. Me incorporo en los codos, en una posición que alza mi cabeza. Logro que ya no me mire desde tan arriba, pero también me trae a la nariz su perfume.
—Gracias —musito, girando la cabeza y aguantando la respiración hasta que me pitan los oídos por la presión.
Nos quedamos en silencio, y aguardo unos instantes a que anuncie que va a marcharse.
En lugar de eso, pasea la mirada por la habitación.
—¿Necesita alguna cosa?
Niego con la cabeza.
—¿Está segura? Creo que tiene artículos de aseo en el baño y que le traerán un camisón, pero quizá prefiera sus propias cosas. Puedo traérselas.
Lo miro boquiabierta.
—No. Por favor, márchese, ya ha hecho suficiente por mí. Siento haberlo incomodado y haberle hecho perder el tiempo.
Él niega con la cabeza, desechando mis disculpas.
—No es ninguna molestia.
—Por favor, regrese a la oficina. Estoy segura de que tiene cosas importantes de las que ocuparse.
Lo veo dudar por un momento, pareciendo recordar una lista de quehaceres.
—Me quedaré hasta que llegue su amigo.
—¡No es necesario! —Agito los brazos y golpeo el colchón—. Como ve, estoy muy cómoda aquí. De hecho creo que nunca había estado tan cómoda en toda mi vida.
Me mira extrañado por mi vehemente exageración pero hay un brillo divertido en sus ojos.
—De acuerdo, la dejaré tranquila.
Gimo interiormente, al darme cuenta de que cree que me está molestado, cuando lo que quiero es no molestarlo yo a él. Por otro lado, es cierto que su presencia me incomoda, al fin y al cabo es el director general de la empresa y no tiene por qué estar haciendo de acompañante a una de las limpiadoras, a la cual ni conocía hasta hace un par de horas.
—¿Intenta comprarme por esa cosa de Matched? —pregunto cuando la idea trae luz en mi cabeza.
Se queda patidifuso un momento, después estalla en carcajadas.
—Señorita Abernathy, Brenna, ya que vamos a conocernos, y yo soy Christopher... —se detiene cuando yo me muerdo los labios—. ¿Sí? —pregunta con educación.
—Nada —suelto gruñendo.
—Es evidente que te guardas un comentario, Brenna.
Mi nombre en sus labios suena cómo si saboreara un whisky añejo. Trago saliva y alzo el mentón. Noto mi boca seca, pero no me callo.
—No me gusta tu nombre, Christopher.
—¿Perdón?
Sonrío con sorna ante su sorpresa y encojo los hombros.
—No te ves como un Christopher. Te quedaría mejor un Phily dulce, un Chris suave —comento.
—¿Suave? ¿Dulce? Señorita Abernathy, la última persona que usó esos adjetivos para describir mi personalidad fue mi niñera y yo tenía cuatro años.
—Si usted lo dice —le concedo con indiferencia, procurando borrar de mi mente la imagen de un Christopher pequeño, de ojos oscuros, sonrisa traviesa y rodillas manchadas de barro.
De repente, su rostro se suaviza y una sonrisa larga descubre sus dientes.
—Entiendo lo que estás haciendo, Brenna —dice, regresando a tutearme. Gruño por lo bajo, enfadada por lo poco que ha durado mi victoria—. Pero no funcionará. Has firmado con tu mano entrar en el programa Matched y seguirás adelante. Podemos hacerlo fácil, comportarnos como dos personas que acaban de conocerse y...
Aprovecho su momento de duda para comentar:
—Y no encajan como cajón que no cierra.
—...y desean entenderse, o podemos hacerlo más difícil, para ti, en tal caso yo te fuerzo. —Cuando acaba, es otra persona, un ser oscuro, de mirada indescifrable y mandíbula apretada—. Y por cierto —añade, de camino hacia la puerta—, si quisiera comprarte, también podría hacerlo.
Tiró mi almohada a su espalda y después maldigo porque tengo que levantarme para recogerla. El diablo sabe que tiene razón, pero no sabe cuánto se equivoca si se imagina que su programa encontró en mí a una doncella sonriente. No he huido de mi país, para escapar de una relación tóxica ni para entrar en otra. Encontraré un modo para salir, aunque fuese esa excursión a Saturno.
Enciendo la televisión para relajarme. En un hospital público tienes que echarle monedas para que la diminuta pantalla se encienda, pero en este lugar tiene cuarenta pulgadas y es gratuita.
Los programas de la televisión me son desconocidos, ya que nunca estoy en casa a esas horas entre semana, pero acabo enganchada a un documental de pájaros extraños que limpian el suelo y hacen un baile de cortejo de lo más elaborado.
—¿Qué demonios estás viendo,lassie? —La voz de Brodie me saca de mi ensimismamiento.El atractivo rostro de mi amigo me sonríe conforme se aproxima a la cama.
—El cortejo del ave del paraíso.
—Debes estar bien enferma para estar viendo un documental —se burla, colocando el dorso de su mano en mi frente.
Le doy un manotazo y él se carcajea.
—¿Qué has hecho esta vez?
Cierro los ojos y suelto un bufido.
—¿Por dónde empiezo?
—Por la parte más humillante. —Aunque trata de fastidiarme, su familiar acento escocés me hace sentir mejor de inmediato. Es como dejar de ser una extranjera por un momento.
—Me he desmayado sobre la mesa del CEO.
Como es de esperar, se desternilla de risa y lo acribillo con la mirada.
—No es gracioso que vaya a perder mi trabajo, Brodie. ¿Vas a acogerme en tu casa? Porque no pienso volver a Glasgow.
—Si te acojo en mi casa, tendré que echar a Lucy.
—Es una rata.
—Pero llegó antes que tú.
—Va a pegarte alguna enfermedad —digo, arrugando la nariz.
—Viendo esta habitación, espero que sí —bromea, echando un vistazo a su alrededor.
—No podrías pagarla —le advierto.
Eso logra que me mire con curiosidad.
—No me habías contado que te estás tirando al CEO —me acusa con un brillo malicioso en los ojos.
—No me estoy... ¿Cómo sabes que el CEO me ha traído aquí?
Brodie se medio sienta en el borde de mi cama y apoya un codo en el muslo.
—Le he conocido en el pasillo —apunta con el pulgar hacia la puerta—. ¿Qué le has contado sobre mí? Parecía celoso.
Suelto una risita nerviosa. Brodie ha tardado cuarenta minutos en llegar, no se suponía que debía cruzarse con el señor Thompson.
—Que estupidez —respondo, remontándose a la parte de los celos.
—Está bueno.
—Ni siquiera eres gay.
—Cuando estoy contigo sí lo soy.
—Idiota.
—En serio, Bri. El tipo es un partidazo, estoy impresionado. Nunca pensé que sacaríamos nada bueno de ti. ¿Cómo le has engatusado?
—Un algoritmo lo ha hecho por mí.
Brodie frunce el ceño confuso y le explico lo ocurrido esa mañana. Para cuando termino me contempla con la boca abierta.
—¿Cómo se llama esa película?
Suelto un bufido, aunque no puedo culparle. Yo misma no termino de creérmelo.
Brodie se queda pensativo durante unos instantes.
—Eso explica porque mi belleza lo ha disgustado —dice al fin y pongo los ojos en blanco.
—Te aseguro que no está celoso. Como mucho está preocupado con que si tengo novio eso vaya a suponer un problema en el lanzamiento de Matched. Se supone que debe promocionarlo y mi cara ya ha sido publicada.
—¿Le has dicho que solo somos amigos?
—Sí.
—Pero no se lo cree, claro, mírame... —prosigue él pensativo.
Ignoro su auto elogio.
—¿Has llegado a aceptar su propuesta?
—No lo hemos hablado porque he perdido el conocimiento antes.
—¿Vas a hacerlo?
Trago saliva ante la pregunta, por alguna razón me ha puesto muy nerviosa.
—Claro que no, es una locura.
—La locura sería rechazar a ese tipo, tiene un Bentley.
—¿Cómo lo sabes?
—Me he hecho un selfie con él en el parking. Quería que fuera a tu casa para traerte tus cosas, pero le he dicho que eres una chica de las Highlands y que puedes sobrevivir con el culo al aire a menos diez grados.
—¡No le has dicho eso! —No sé por qué me horroriza tanto la idea.
Brodie se ríe.
—Te gusta.
—Le he conocido esta mañana.
—¿Qué más necesitas saber? ¿Te he dicho que tiene un Bentley?
—No sabía que eras tan materialista.
—Lassie, no hace falta ser juez en Mr Universo para saber que ese tipo moja bragas por donde va, y lo haría aunque fuera tan pobre como mi Lucy. Estaba tan preocupado por ti que te ha traído a un hospital privado, es detallista, está forrado y quiere darte duro contra el asiento de cuero de su carrazo... Solo Dios supera eso.
Abro la boca sin saber bien qué decir y un tanto desconcertada ante las mariposas que han amenazado con cosquillear mi estómago con la imagen que ha planteado Brodie.
—Bueno, Dios y yo, pero yo ya te rechacé educadamente cuando nos conocimos.
—Se me ha curado la decepción —bromeo distraída.
—Me alegro. —Me planta un beso en la frente y por un instante me imagino cómo sería recibir un beso así del señor Thompson. Christopher.
Sacudo la cabeza intentando apartar la fantasía, o más bien, la extraña sensación que ha provocado en mi cuerpo.
—¿Qué ponen de comer en un sitio así? —Brodie se frota la barriga y pulsa el botón de enfermería.
—No hagas eso, van a enfadarse si llamamos para nada.
—No creo, esto es como un hotel —argumenta él despreocupado.
Dos minutos más tarde aparece una enfermera con cara de estar un poco harta de su trabajo. Al menos hasta que Brodie le sonríe y le pregunta por la comida con su marcado acento de erres guturales. La muchacha parece luchar por no deshacerse en un charquito, mientras asegura que hablará con mi doctora para saber qué tipo de menú me corresponde y con qué dosis de insulina.
Quince minutos más tarde nos llega la comida y los resultados de mi analítica. Al parecer lo tengo todo descompensado.
—Podría haberle pasado algo grave hoy, señorita Abernathy —precisa la doctora cuando pregunto si ya puedo marcharme— ¿Quién es su endocrino?
—No tengo uno... —suelto antes de darme cuenta—. Bueno, está el señor McGregor quien me atiende desde que empecé con todo esto.
—¿Señor McGregor? ¿En qué clínica trabaja?
—En mi pueblo, en Glasgow.
La doctora abre la boca incrédula.
—Señorita Abernathy, necesita un especialista al que pueda visitar con regularidad. Puedo recomendarle varios profesionales de renombre, si lo desea.
—Claro, empezaré a vender cocaína para pagarlo.
Brodie se ríe de mi broma, pero sacude la cabeza cuando la doctora le echa un vistazo y pone los ojos en blanco como si me creyera un caso perdido.
—Le dejaré varias recomendaciones en su informe de alta —concluye la mujer.
—¿Puedo irme ya?
—Tiene que pasar la noche en observación.
—¿Qué parte de vender cocaína para pagar todo esto no ha entendido?
—El señor Thompson lo ha dejado todo pagado.
Suelto un bufido y la mujer aprovecha para escapar de la habitación, no queriendo verse metida en el medio de nuestra trifulca.
—Es genial —celebra Brodie divertido—. Ese tipo y tú sois como una monja y un condón. Nada que ver el uno con el otro, me parto de la risa con los ingenieros de Matched.
—No te creas, tenías que ver cómo me ha hablado antes. Es un psicópata.
—Playboy, querida —matiza Brodie—. A los psicópatas atractivos y con mucho dinero, se les llama así. Mejor llamar la atención de un playboy que la de un pobretón.
Pero he hecho algo más que atraer la atención del señor Thompson, y es que desde que mi cara salió anunciada, me necesita para que su empresa no se vaya a pique. Soy lo suficientemente inteligente para entender el poder que eso me otorga, así que no voy a amilanarme como una ovejita frente al lobo. De eso puede estar seguro.
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