13: Un amor infinito

Caminó por el aparcamiento bajo la luz de la luna y de las farolas de bombillas amarillas. A lo lejos, junto a su Benz blanca, la encontró posando contra la puerta trasera, dando un espectáculo de seducción, toda una payasita. Al principio, no logró evitar reírse de ella, con una fuerte carcajada que se escuchó desde lejos, pero no tardó en ponerse serio, actuando también. Soltó su cigarrillo y lo aplastó con su tenis antes de llegar a ella.

La acorraló, colocando una mano contra la puerta, al costado de ella, se miraron a los ojos. El océano se convirtió en fuego, y el verde de las plantas relució cuando lo ardiente derritió el frío invierno de ella.

—¿Qué está pasando? —le preguntó.

—Dime tú qué está pasando, Oschner. —Emma esbozó una media sonrisa. Levantó una mano, sin moverse de donde estaba felizmente aprisionada, para hacerle una seña al chofer de su familia, quien la estaba cuidando, el auto blindado se marchó, y Colin lo miró por encima de su hombro antes de regresar a verla a ella.

—Tenía pensando conducir a tu casa ahora mismo como sorpresa.

Discúlpame por arruinar tu sorpresa dándote otra.

—Iba a llevarte emparedados.

—Me encantan los emparedados.

—Y helado. De fresa.

—Pues —giró sus ojos como agujas de reloj—, mi sorpresa no trae comida de ninguna clase, pero incluye toda mi persona —se señaló a sí misma con sus dedos índices, luego, colocó sus manos en sus caderas, sonriendo con la barbilla en alto, mirándolo desde abajo, entonces, él comió esos labios que brillaban más de la cuenta con ese gloss transparente. Qué equivocada. Su sorpresa traída dulce, ella era dulce.

Era miel color ámbar, más aún, ella era el mismo ámbar.

—Vamos, chicos. Vayamos a beber. Ya es mitad de semana. Me estoy por lanzar a una zanja por tanta presión. Llegaremos a tiempo mañana. Lo prometo —habló Kurt. Él, Brice, y Mónica, estaban acercándose a ellos, pues el auto de quien hablaba estaba a unos pocos metros de la Benz blanca.

Colin soltó los labios de Emma, y desbloqueó las puertas.

—Sube. Vayamos a cenar —le dijo despacio.

—Hasta mañana, Oschner. —Kurt se detuvo al otro lado, e inclinó la cabeza como despedida de anciano.

Los tres fijaron su mirada en Emma, quien había hecho todo lo posible para pasar inadvertida subiendo a la camioneta para no saludar por decisión de su ansiedad social. Colin alzó una mano como respuesta a su compañero, y subió también. Entonces, Brice hizo un comentario entre ellos:

—Siento lástima por nosotros.

—¡Aj! Por favor. —Mónica aceleró su paso al auto—. Andando. Podemos beber en mi depa.

Colin encendió el motor, y configuró la temperatura del aire, mientras, Emma mandaba su mochila roja al asiento de atrás, aprovechó para observar cómo los tres subían a un auto, hablando entre ellos, puso un instante de su atención en Mónica, quien tenía el cabello negro recogido con un gancho, y, sinceramente, lucía estresada.

—¿Adónde vamos? —miró a Colin, como si la interrupción nunca hubiese ocurrido.

—¿Adónde quieres ir? —abrochó su cinturón de seguridad.

—Adonde tú vayas —sonrió, y capturó la mano de él entre las suyas.

Él sonrió, y se inclinó a darle un besito.

—Lo de los emparedados iba en serio —dijo.

—Entonces, vayamos a comerlos —le soltó la mano, y se abrochó su cinturón.

Igual se había quedado con ganas anoche.

Con ganas de un emparedado, por supuesto.

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Emma mordió el emparedado que Colin estaba sosteniendo con sus dos manos, y lo masticó y masticó.

—Mm —gimió, levantando un pulgar, mientras seguía saboreando entre cada masticada.

—Sabía que te gustaría este lugar. —Colin mordió el emparedado, y sonrió cuando ella llevó una mano a su corazón feliz cuando finalmente tragó.

Al final, Emma había podido probar la misma clase de emparedado que la tentó la noche anterior desde el refri de Colin. Era la segunda vez que comían fuera, no, no, era la primera vez, pues aquella vez del restaurante, y el pianista, ni siquiera habían alcanzado a ordenar comida. Pero esa noche ninguno se había detenido a pensar demasiado sobre aquella cita pasada, es que el ambiente seguro no permitió que sus ansiedades emergieran del océano de sus pensamientos, y era un ambiente seguro porque no había forma de que sonara una música indeseable en un establecimiento de emparedados.

—Me encanta, de hecho. —Ella bebió su gaseosa light, y pensó, mientras miraba a otra pareja—: ¿Sabes a quién le encantaría este lugar? A Jakey Miller, pero no se lo mencionaré porque empezarás a encontrarlo en esa fila —señaló la fila de la caja—, y dejará de gustarte este lugar.

Colin sonrió apenas, mirando la mesa.

—¿Por qué lo dices?

—Porque a esta hora tú luchas por llegar entero a tu depa. Imagínate encontrarte con el conversador número uno cuando solo estás intentando comprarte un emparedado. Aunque, pensándolo bien, no tienes el mismo horario que él, definitivamente no. Cada día cena un poco más temprano gracias a Bianca.

—Bianca tiene mucho poder sobre él.

—Sí, pero sigue siendo el mismo. Cena a las 6 con ella, pero vuelve a asaltar el refri a las 8, y a las 10 come helado bajo en azúcares mientras mira programas cocina. Bia debe estar completamente enamorada —rio—, porque son muy distintos. Gael y Gi también son muy distintos. Demasiado. Pía y J.J. definitivamente no son distintos.

—¿Y nosotros? —la miró.

Emma lo vio, pensando en su mejor respuesta.

—Nosotros somos distintos a ellos —habló, sumergiéndose en sus iris—. Somos distintos a cualquier otra pareja que exista, que haya existido, y que existirá. Tú y yo nos parecemos en su mayoría, pero... no podemos negar que somos distintos en ciertos aspectos que hacen que nos complementemos. Por ejemplo —alzó un dedo índice, lo que provocó que Colin se riera, pues ella sabía de antemano que él le pediría un ejemplo—, tú eres el serio, y yo nací en un circo, y con eso no digo que yo sea divertida y tú aburrido. Te amo porque no te ríes por cualquier cosa. Adoro enseñarte memes, y que finjas una risa solo porque yo me estoy riendo.

—Mi sentido del humor vino algo fallado.

—No. Es mi sentido del humor el que vino algo fallado porque me rio demasiado por cosas que no deberían darme tanta risa. Por ejemplo, la foto de Estela donde tiene mis lentes de sol con forma de estrellas. ¿Qué opinas de esa foto? —inquirió.

—Eh, que Estela se deja poner cualquier accesorio.

—Yo pienso que es la foto del año. Se la envié a todo el mundo, y me reí mucho.

Colin sonrió, arrugando su nariz, y dijo:

—Tú eres el arcoíris, y yo una llovizna de otoño.

—Claro que no. Tú eres el océano donde se hallan los arrecifes más coloridos.

Colin la tomó de una mano, y se la besó. Toda su vida había pensado que él era esa parte del océano donde no llega la luz, donde todo es oscuridad, y existen criaturas que nadie quisiera encontrar.

—Tú eres el arte, y yo soy la ciencia —dijo él.

—Esa me gustó. —Los ojos de Emma se abrieron más, pero en seguida se cerraron cuando sonrió mucho, después se le ocurrió algo—. Tú eres el que llegará a nuestra casa, y dirá: «Querida, fue un día casi trágico. Llegó una persona partida en tres partes, tuve que rearmarla, y salvé el día».

Colin soltó una carcajada muy sonora. Quizá no se reía de todos los memes en línea o de las fotos de Estela con accesorios, pero su nena tenía un poder sobre su risa que no podía explicar.

—¿De verdad en tu imaginación te llamo «querida»? —siguió riendo, pero más despacio.

—En mi imaginación ganas un Nobel —lo miró bien.

—Qué fantasiosa eres, corazón—le acarició la barbilla con su pulgar.

—Dime que no —lo agarró de esa mano, y, apretándosela fuerte, suplicó—: Dime que no soy fantasiosa.

Colin entreabrió su boca. Entonces, una mesera se acercó, recogiendo las latas vacías de la mesa.

—Disculpen. Cerramos en diez minutos —avisó, y se alejó a repetir lo mismo en otras dos mesas.

—Bueno. Hora de irnos, Oschner. —Emma transformó su tono de imploro en uno aún más alegre que hace rato, y Colin se mareó tanto con esa bajada y subida repentina que no supo qué decir además de preguntarle si tenía para la propina.

Atravesaron la puerta, y Emma se detuvo en frente a verificar si traía todas sus cosas consigo. Colin la observó hacer lo que la hacía ser ella, luego, metió sus manos en los bolsillos delanteros de su jean azul, y miró el cielo negro sin estrellas a la vista. Tenía sentido que se opacaran si la más brillante de todas ellas esa noche estaba fuera.

—Mira. Hay una tienda de tatuajes enfrente, Cole.

A la velocidad de la luz, ella lo regresó de arriba con 8 palabras.

—Eh... —vio adelante. Efectivamente, sobre un ventanal, había un letrero luminoso en rojo que decía Tatuajes & Perforaciones—. No la había notado. Es nueva o es que necesito prestar más atención a lo que me rodea.

—Dice abierto las 24 horas —entrelazó sus dedos con los de él, y lo estiró hacia el borde de la acera.

—No confío en alguien que haga tatuajes sin descansar —soltó una risita nerviosa que sonó como je, pero no se detuvo, dejó que ella lo hiciera cruzar la calle en un lugar sin paso peatonal. Se detuvieron frente a la tienda, luego de que un automovilista malhumorado les bocinara—. Emma, no me preocupo por mí, me preocupo por ti.

—Entonces, deja de hacerlo —sonrió, empujó la puerta con su cadera, y lo estiró al interior del lugar.

—Hola. ¿En qué puedo ayudarlos? —los saludó una mujer de no más de 30 años con cabello color ceniza.

—Queremos tatuarnos —contestó Emma con toda la seguridad de su interior expresada en 2 palabras.

—Eh...—Colin miró a la mujer de ojos negros, y le dijo—: Permítenos discutirlo un momento.

—Claro —respondió.

Emma volteó a verlo, y dijo:

—Quiero que sepas que no te estoy presionando.

—¿En serio? Porque me pareció haber sido arrastrado hasta aquí —rio.

Colin observó, a través del ventanal, a su Benz estacionada al otro lado de la calle, junto a un parquímetro frente al restaurante que ahora estaba cerrado. Emma guardó sus impulsos en un cajón, dándose cuenta de toda la situación en la que los había puesto, en la que lo había puesto a él.

—Bromeo, corazón —dijo Colin—. Hagámoslo... Si todavía quieres.

Emma entreabrió su boca, sintiendo un dolor en el pecho.

—¿Estás seguro? —miró de reojo al interior del lugar donde había dos sillas negras para tatuar—. Colin, lo siento tanto. No quise ponerte en esta situación. Una vez más, está demostrado lo poco que pienso antes de actuar. Nunca voy a cambiar. Vámonos —lo tomó del brazo, estirándolo, pero no logró moverlo ni un solo paso.

Colin miró de reojo a la mujer, quien ahora estaba haciendo lo suyo con una computadora. A continuación, caminó sentido opuesto a la puerta, estirando a Emma para llevarla a un lado, en el interior.

—No tienes que cambiar —susurró para ellos dos. Le acarició la mejilla pálida con su mano. Ella había ido por un tatuaje, y terminó con unos pensamientos ansiosos—. Te amo porque me arrastraste hasta aquí —entrelazó sus dedos, y sacudió sus manos enlazadas—. Hagámoslo. Cielos. Sí quiero hacerlo, y ¿tú?

—También —asintió, después regresó a mirar las sillas.

—Entonces, hagámoslo —la tomó fuerte de la mano, llevándola de nuevo hacia la mujer que estaba detrás del mostrador—. Decidimos que lo haremos.

Ellos no decidieron nada, así estaba planeado. Qué perfecto que hayan bromeado sobre hacerse un tatuaje hace 8 días, y, mágicamente, apareciera una tienda, que él nunca antes había notado, frente al restaurante que visitaba con frecuencia. Eso, señores, solo podía ser una obra divina.

—Perfecto. —La tatuadora apartó su computadora, y los miró—. ¿Tienen algo pensado?

—Un 8 volcado —dijo Emma.

La mujer enarcó una ceja, tratando de aclarar:

—¿Un infinito?

—No. Un 8... volcado —repitió despacio, como si la mujer fuese de comprensión lenta.

—Eh —Colin se metió, viendo la cara confundida de la mujer—, sí, algo así como un infinito.

Era un infinito, pero mejor no discutir con su nena.

—Tinta negra. Pequeño —continuó Emma, como si lo hubiese planeado toda su vida—. En nuestros antebrazos derechos... —lo miró a él, ambos se miraron, ella lo agarró de aquel brazo, señalando la muñeca—. Aquí...

—Lo prefiero aquí. —Colin alzó su mano izquierda.

—Tú nunca te quitas tu reloj —le recordó.

Colin miró su reloj plateado, y dijo:

—Y nunca me lo quitaré.

—Prefiero la derecha porque con ella pinto.

—De acuerdo. Será a la derecha.

—Genial —dijo la tatuadora—. Diseñémoslo, y llamaré a mi esposo para que se encargue de uno.

Diseñaron el 8 volcado, y la mujer lo trazó en cada muñeca derecha, después, se acercó a unas escaleras, y gritó el nombre de su esposo, que se llamaba James, y ella se llamaba Carina, y ambos estaban juntos, y felizmente casados, desde hacía una década. Esa historia de amor hizo que Emma se distrajera de lo que no pensó cuando se le ocurrió hacerse un tatuaje: las agujas. Luego del trauma, se le había quedado un miedo inconsciente, y era inconsciente porque no lograba descubrir porqué las agujas la ponían tan nerviosa, por supuesto que estaba relacionado con el maldito hospital, pero no era capaz de darse cuenta. Apretó la mano izquierda de Colin como si se encontrara pariendo, mientras James les contaba que de día trabajaba en un complejo de paintball.

—A mí me encanta el paintball —dijo Emma, su mandíbula tembló entre cada palabra.

Colin, quien se encontraba en la silla de al lado, la miró, diciendo:

—¿Cuándo has jugado paintball? —se rio.

—Nunca. Pero... tiene que ver con pintura —cerró sus ojos, tumbando su cabeza hacia atrás.

—Y con dispararla —añadió.

—Estamos terminando, Emma —la tranquilizó Carina.

—Gracias a Dios —resopló con fuerza.

Colin la miró de nuevo, curioso.

Minutos después, ambos tenían un pequeño 8 volcado en su muñeca derecha.

Colin sonrió, viendo su nueva marca, y abrazó a Emma del cuello con su brazo izquierdo.

—Esperamos verlos de nuevo —dijo Carina.

—Abrimos las 24 horas. De verdad —habló James.

—Eso es genial, pero no creo que volvamos a vernos —pensó Colin, después de haber pagado.

—¿Viven arriba? —Emma se atrevió a preguntar.

¿Intercambiando palabras con extraños? Raro.

—Sí, y, antes de que lo pregunten, no tenemos hijos. —Carina rio.

Colin sacudió su cabeza, y dijo:

—No te preocupes. Creemos que esas cosas no se deben preguntar.

Emma lo miró de inmediato, se congeló, mientras tanto, en la superficie, Colin se despedía con una sonrisa que pocas veces le salía. Ella no supo cómo acabó en la esquina, frente al cruce peatonal, bueno, lo sabía, se estaban tomando de las manos al caminar.

Colin aclaró su voz con un tosido, y dijo:

—¿Adónde vamos? —A la par que cruzaban la calle.

No se había dado cuenta de que ella abandonó el planeta.

—¿Emma?

—Te amo.

Se pararon en la acerca, cara a cara, a pasos de la Benz.

—Mi amor por ti es un 8 volcado. —Colin levantó su muñeca tatuada, y se la acercó a la cara, riendo.

Entonces, ella rio también, regresando junto a él.

—Vamos a tu depa —propuso.

—Vamos a mi depa —la abrazó de costado, guiándola a la camioneta.

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—Llegamos, mi nena —la dejó pasar primero como siempre, y ambos chocaron con papeles esparcidos en la mesita, había una botella vacía de cerveza que acompañaba los apuntes inentendibles. Se quitó los tenis rápidamente, y tumbó su mochila en el suelo, a continuación, recogió sus cosas—. Esto lo hice anoche, después de llevarte en tu casa. El de la limpieza sabe que no debe tocar mi desastre. No se mete donde encuentra papeles.

—Ni siquiera para recoger una botella —tomó la botella vacía, y se la pasó.

—Se lo toma muy en serio —rio, llevando la botella a la cocina.

Emma recogió un papel, y sonrió al mirar la caligrafía descuidada que tanto le gustaba.

—Serás un buen médico.

—¿Por? —volvió de la cocina con su ceño arrugado porque no comprendió a qué se debía ese comentario, sin embargo, se aflojó por completo cuando su nena sacudió el papel, incluso soltó una carcajada—. Ah, sí... Mi abuela no dejaba que mi papá viera mis cuadernos en los primeros años de primaria. Una vez, en primer grado, la maestra puso el típico sellito de «Sigue practicando» en mi cuaderno de caligrafía. Bradley no se apiadó de mí. Me tuvo escribiendo «Mi papá es el mejor» por 20 páginas. ¿Sabes cuántos renglones son esos?

¿Mi papá es el mejor?

Odiaba no sentirse sorprendida.

—Yo amo tu letra. Podría tatuarme las vocales escritas por tu puño.

Colin sonrió, y dijo:

—Por el momento no más tatuajes.

—Por el momento —subrayó.

—¿Desde cuánto te gustan tanto? —dejó escapar unas risas porque ¿qué?, ¿qué estaba pasando? Todo estaba alterado de una manera raramente buena. Era rara porque era nueva, y era buena porque se trataba de ella.

—No sé —se encogió de hombros—. Creo que es otra forma de arte.

Se extravió en la mirada de ella, en los labios, en el cabello, en su todo. ¿Cómo era posible que encontrara belleza en todas las cosas? En-todas-las-cosas. Hasta en su pésima caligrafía. Habrían tenido que comprar un refri gigante para que cupieran todos los dibujos que ella hubiese colgado porque «¡Cielo azul! Todas estas obras de arte deben estar en la puerta del refri». La escuchaba y la veía, abrazando y besando a esa alma, que había sido hecha de dos partes que nacieron para amarla bien.

—Amor. —Emma lo agarró de las manos, acto seguido, hizo que la girara en una danza.

—Pero no hay música —la atrapó entre sus brazos, inclinándola a un lado. Ella mandó su cabeza hacia atrás. Sin embargo, se apartó cuando Colin la irguió.

—Tú nunca te equivocas, pero hoy reprobaste, amorcito —rio.

Subió descalza al sofá, sonriendo, chispeando de alegría, y lo trajo hacia ella. Él no entendió, hasta que ella lo colocó contra su pecho, haciéndolo escuchar los latidos de su corazón. Colin cerró sus ojos, sosteniéndola de la cintura con una mano, no se dio cuenta de que la apretó demasiado, pero ella no interrumpió lo que sea que él estaba pensando. Así había sonado minutos antes de perderlo. Estaba seguro de que había obedecido a los latidos de ella, y que hubiese continuado de la misma manera por el resto de su vida.

Nunca iba a superarlo.

—Espera —le pidió Emma, cuando él quiso separarse. Bajó del sofá, y puso su oreja derecha contra el pecho de Colin, y sonrió, sonrió demasiado, escuchando una melodía distinta a la de ella en ese momento—. Por favor, dime que cuando fuiste a la cocina no le diste un sorbo al café que tienes escondido, Oschner.

—Alteras todo en mí. Mi corazón, mi mente, mi piel se altera cuando te tengo así de cerca, y no me refiero a la distancia —enredó los dedos de su mano entre el cabello de ella. Emma sonrió, sin apartarse, incluso lo abrazó más fuerte—. Y no eres fantasiosa, mi amor. No lo eres.

Ella se puso de puntitas, y él se agachó para juntar sus labios, rodeándola con un fuerte abrazo. Algo chispeó debajo de sus pieles, debajo de sus carnes, sus huesos se encendieron con un fulgor capaz de cegar una ciudad entera. Sus labios se unieron en un efecto supernova, algo estalló en ese roce, y los restos estelares tomaron lugar en cada rincón del departamento, saliendo a la calle por las ventilas, las ventanas, y las puertas. Nadie podría dudar que esa noche era de amar. Lo sujetó del cuello, y brincó, rodeándolo con sus piernas, y él la abrazó con más fervor, mientras sus lenguas bailaban en un vals de emociones.

Empujó la puerta con su pie, y la llevó a la cama, la acostó despacio, como si estuviese hecha de cristales, y subió sobre ella con la misma delicadeza. Se besaron de nuevo porque estaban sedientos. Ella introdujo sus manos en la jungla de mechones rubios, mientras era devorada por el rey de la cama, siendo consciente de cada huella que dejaba en sus labios, en su cuello, en su pecho y en su ser. Se abrió competa como una flor en primavera, él rozaba el pistilo, dejando gotas en cada pétalo. Esa noche era blanca como el lienzo, era un reinicio, que de apoco empezarían a pintar, no tenían apuros, tenían todo el tiempo del mundo, si las mejores obras se hacen lentas y con pasión.

—Cole —habló agitada.

Dejó dos besos en la clavícula de ella antes de detenerse a mirarla.

—Estoy nerviosa —confesó.

—Yo también —admitió.

Como si sus almas no se conocieran de nada cuando en realidad solo bastaba que uno de los emitiera una palabra para que el otro lo reconociera a kilómetros de distancia. Pero no se trataba de que se conocieran, sino de cuánto lo hacían. Se conocían mejor de lo que Galileo conocía de los anillos de Saturno o de lo que Newton conocía de la gravedad. No se descubrieron, se reconocieron. Si cada vez que sus almas se separaban se volvían a encontrar.

—¿Qué hacemos? —preguntó ella.

—Lo que tú quieras —dijo él.

Y todo se hizo muy real en ese momento.

Cuando él se paró frente a ella para quitarse la camiseta blanca y el jean azul, y ella lo contempló desde la cama con su vestido lavanda, ambos sintieron que los nervios fueron echados del cuarto por el deseo. Iba a subirse en ella de nuevo, pero Emma lo frenó con una mano, señalándole la cama.

—Acuéstate tú.

Y Colin se acostó con la cabeza en la almohada.

A continuación, Emma lo besó en los labios, en el cuello, en el pecho y abdomen. Los ojos y la respiración nunca mienten. Aunque los ojos de él estaban cerrados, viendo estrellitas entre cada roce de los labios de ella, su respiración hablaba y se traducía en Emma. Jadeó, se estremeció, pero abrió sus ojos cuando ella detuvo los besos en la línea divisoria entre su miembro y el bóxer. Se atendieron con miradas fijas. Estaba sentada sobre sus rodillas, tenía sus manos descansando en sus piernas, y al lado de ella había un bulto en espera. Él abrió su boca, pero ella lo interrumpió con un movimiento. ¿No sabía que esa noche se hablaba sin palabras? El movimiento era de su mano, aterrizando lentamente en la erección. Lo tocó por encima de la tela. Él hizo un sonido que provino del interior de su garganta, llamando la atención de ella, quien lo miró, sin dejar de mover sus dedos, lo halló con los ojos cerrados y el ceño arrugado, señal de que lo estaba disfrutando.

—Colin.

Colin abrió sus ojos, viendo cómo Emma se quitaba el vestido por arriba.

Por el encanto de Afrodita.

Ella dejó caer su vestido en el suelo, y levantó su mirada.

—Esta soy yo ahora —dijo, con los ojos tan brillosos que él pensó que se pondría a llorar.

—Emma —se sentó para sujetarla de la muñeca, trayéndolo hacia él—. Eres la más hermosa para mí. ¿Por qué más te llamaría mi nena linda? Eres mi nena linda. Siempre serás mi nena linda. No importa cómo te veas hoy o mañana. Te juro que no importa, Emma.

—Pero —miró cómo la estaba sujetando— ¿sí te gusta cómo me veo ahora?

—Me gustas cómo te ves, Emmy. Todo-el-tiempo —sacudió su cabeza, en medio de una sonrisa abierta.

—A mí también me gustas todo el tiempo, pero ahora te ves sano, y eso me gusta mucho más —lo dijo con cuidado porque no quería sonar como «Ahora me gustas más que antes» porque no se trataba de eso, pero, de todas formas, él no lo hubiese pensado, porque la entendía. A él también le gustaba mucho más verla feliz con ella misma.

—Esperaba que dijeras algo como eso.

Emma sonrió, y, sin más, subió a horcajadas sobre él, sobre el bulto de él. Se emocionó tanto que no midió la intensidad. No era tu almohada, Emma, estabas viviendo tu sueño. Colin no dijo nada sobre el golpecito sorpresa que recibió en los testículos, se limitó a toser una vez, al menos sabía que sus pelotas respondían bien. Pero el incidente se le olvidó en seguida, gracias a los besos que acogió sobre la piel de su cuello, la agarró de la cintura con sus dos manos, y se frotaron para entrar en calor, pero lo cierto es que ellos no entraban en calor, ellos se encendían en ardor, hasta volverse cenizas de las que volvían a renacer luego del éxtasis de placer. Lo tomó de las manos, sin dividir sus alientos, guiándolo hasta sus senos que él apretó sin respeto. Ambos sonrieron contra sus labios con los ojos cerrados. Ejecutaron toda clase de sonidos usando sus cuerpos como instrumentos.

—Emma —jadeó.

Ella estaba demasiado ocupada gimiendo como para responder.

—Quiero follarte ya —añadió.

Porque había fantaseado con eso por más de un año.

También porque no estaba seguro de poder aguantar ni cinco minutos más.

Emma frenó, emergiendo del deleite. Entonces, fue capaz de ver que estaban sudando, fue capaz de verlo, y de verse. Él tenía una cara de que le había pasado un huracán encima, y ella aún llevaba sostén, lo desabrochó de una, y la cara de agotado se transformó a la de uno que bebió una lata de energizante.

El sostén cayó en el suelo, y la mandíbula de él también, pues abrió su boca, y le chupó los senos como lo había anhelado por tanto tiempo. Ella gritó para él cuando sintió mordiscos pequeñitos en su pezón izquierdo.

No la muerdas a menos que estés dispuesto a cogerla, Oschner.

—¿Dónde está el condón? —preguntó ella.

Colin se despegó de su zona preferida, y se sentó, estirándose a un lado para sacar el condón del cajón.

—Yo te lo pongo. —Emma sujetó la envoltura con sus dedos.

Colin soltó el condón, accediendo.

Primero lo primero: se desvistieron enteros.

Después, Emma se lo puso despacio, demasiado despacio, con una torpeza que nació gracias a los nervios del momento. Necesitó ayuda para terminar de ponerlo.

—Lo siento. Yo. . .

—Corazón, yo tampoco sé dónde estoy parado.

Se miraron a los ojos. Acción suficiente para tomarlo con calma.

Ella subió de nuevo a horcajadas, sin sentarse por completo, y tomó el pene con una mano. Los corazones de ambos obedecieron a emociones superpuestas. Una gota de sudor recorrió la espalda de ella. Entonces, introdujo la punta, despacio, con nervios, agitada, temblando. Él se sentó en ese momento, se acercó a ella, rodeándola con un brazo, mientras usaba una mano sostenerse el pene, se miraron, sus ojos brillaron, y unieron sus bocas al mismo tiempo en que se unieron en cuerpo y alma. Gimieron una vez, fuerte, besándose con una desesperación que solo se podía explicar a través de una añoranza prolongada.

—Cole.

—¿Está todo bien? —le apartó el cabello de la cara, después la sujetó del costado del cuello con una mano, le acarició la piel con su pulgar, mirándola a los ojos como si fuese la más bella del universo, es que para él lo era.

—Sí.

Emma tenía una mirada vulnerable y hermosa. Su cuerpo se hallaba completamente lleno y satisfecho. Él repercutía hasta su abdomen. Hacía tiempo que no se sentía tan bien. Lo abrazó, se movió, y él se unió. Se movieron lento, delicado, disfrutando del momento que ya había sido embotellado por ellos.

¿Podían siempre hacerse el amor?

¿Podían siempre sonreír entre besos, y reír entre ellos?

¿Podían siempre sentirse así de cercanos?, ¿así de enamorados?, ¿así de ilusionados?

¿Podían encontrarse en la siguiente vida, y morir juntos en esta?

Jadearon cuando sus cuerpos chocaron una y otra vez, cada vez más rápido, hasta que ella sintió su energía divina manifestarse desde sus muslos hasta su entrepierna, estallando en segundos de placer intenso donde no pudo pensar en otra cosa más que en eso.

En el placer de sus cuerpos finitos viviendo un amor infinito.

Lo escuchó venirse segundos después, y supo que moriría antes de arruinarlo otra vez.

—Cole. —Con sus dos manos, le apartó el cabello de la frente sudada.

—Te amo fuerte —suspiró, agotado, siendo incapaz de moverse demasiado.

—Te amo bien —respondió.

Colin levantó su mirada, viéndola a los ojos, y sonrió, ambos lo hicieron.

—Tu amor del bueno me hace bien —contestó.


¡Hola! ¡Hola! ¿Cómo están luego de un capítulo tan especial? <3 ¿Pudieron leerlo de seguido? Quiero confesar que al editarlo no pude leerlo de seguido. Me detuve varias veces porque, por el amor del cielo, es demasiado para mí. Mi corazón se hiperventiló. Hasta me soplé la cara con las manos. Demasiada emoción, demasiado amor, demasiado de todo lo bello<

¿Qué tal los tatuajes nuevos? ¿Sospecharon de que en algún momento podían hacerlo o fue una completa sorpresa para ustedes?  ♾ <3 Ya hasta me dio ganas de tatuarme lo mismo en honor a ellos, para qué mentir. ¿Les ha gustado?

Y ufff. El tan esperado acto amoroso se hizo esperar, pero finalmente se dio<3 Y yo espero haber cumplido con sus expectativas, porque sé que las escenas donde estos dos se de muestran su amorcito físicamente siempre están llenas de expectativas de parte de ustedes, así que ¡¡cuéntenme qué les ha parecido!!

¡Ahora cuéntame cuál es tu escena favorita! <3 Yo enamorada de todo el capítulo, pero destacaré la escena en la sala. Lloro al leer cómo cada uno escuchó el corazón del otro<3 Y, por supuesto, me destruyó escribir (y después leer) a Colin imaginando que el corazón de su semillita hubiese obedecido al ritmo del corazón de Emma. 

En fin, no te olvides de dejarme un voto. Nos leemos en el capítulo 14 

∞Mucho amor infinito para ustedes∞

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