Capítulo 9

Faltaba un mes para que terminara mi primer año en la preparatoria. Ese que había comenzado siendo una tortura y terminó como el mejor de mi vida escolar. Descubrí el cambio que una pieza en el rompecabezas puede hacer en una imagen por completo.

—La próxima semana haremos la exposición del trabajo final —le platiqué a papá camino a casa de la abuela. Taiyari y yo habíamos hecho un proyecto de lo más extravagante. «Claro, idea mía»—. La profesora dijo que podrían ir los padre. Será por la tarde, aún no sé el día exacto, pero apenas lo tenga...

—Lo siento mucho, Amanda. No podré ir —se excusó con la vista al camino.

Torcí la boca en un mohín. Nuestra relación seguía tensa y sin mejorías.

—Ni siquiera te he dicho la fecha.

—Sabes que nunca tengo una tarde libre —argumentó ganándome la partida.

Resoplé de mala gana porque aunque tuviera razón su actitud dejaba claro que ni siquiera se esforzaría, ni le preocupaba en los más mínimo conocer los detalles. Recargué mi frente sobre la ventanilla para perderme en el camino. Me tragué el coraje porque no quería pelear. El mundo afuera siguió con el paso acelerado del tiempo, dentro del vehículo la discusión lo pausó.

—Amanda, no te comportes como una niña —comentó papá, fastidiado por mi molestia, avivándola. Apreté la mandíbula. Mordí mi lengua intentando retener las palabras en el calabozo, ahí no le hacían daño a nadie—. No puedes enfadarte por eso.

—¿Por qué me enfadaría? —exploté, probando mi nulo control de emociones—. ¿Por qué ahora el señor de la tienda me ve más que tú?

—Amanda, no me hables así —me advirtió. Pude contenerme, pero estaba cansada. Era una olla a presión a la que le quitaron la tapa.

—Es que ya ni siquiera te hablo. Puedo decirte que mañana me moriré y seguro dirás que no tienes tiempo de ir a mi funeral —grité. Papá me miró incrédulo. Era la primera vez que le alzaba la voz. La razón se había desconectado de mi boca. Lo único que deseaba era sacar lo que me asfixiaba desde hace tanto tiempo—. Ese tonto trabajo nos está destruyendo. Éramos felices antes, no importaba que no tuviéramos tanto dinero. ¿De qué sirve que me compres ropa que ni siquiera te pedí si jamás puedes escucharme? Mamá se la pasa reclamándote tu abandono. La mitad del tiempo son excusas por los momentos de los que no formarás parte. Ya ni siquiera somos una familia, sino el recuerdo de una que está luchando por sobrevivir. No aguanto más —confesé, sincerándome.

Las lágrimas amenazaron con salir, pero no dejaría que él fuera testigo. Papá abrió la boca, mas no lo escuché, no deseaba oír de nuevo lo insensata que era. La terrible hija que me estaba convirtiendo, incapaz de respetar a su padre que se desvivía por el bienestar de su familia, aunque sin darse cuenta la estuviera matando.

Abrí la puerta aprovechando que estábamos detenidos en el semáforo. El conductor del automóvil detrás me pitó, pero lo ignoré. Me alejé deprisa, buscando plantear distancia entre los dos.

—¡Amanda, vuelve acá! —lo escuché llamarme a mi espalda.

No me detuve, mis pies se aferraron firmes al pavimento en contra de la ola vehicular hasta el crucé de la esquina. Mis ojos contemplaron el nacimiento de una tranquila arboleda. El suave canto de los pájaros contrastaba con el latido furioso de mi corazón que no tenía idea de qué camino tomar. Las manos me temblaban por las emociones deseosas ser libres.

Quizás fue un milagro, o una ayuda divina, la que ocasionó que levantara la mirada justo cuando se acercaba un vehículo familiar. Reconocí el número del camión, también sabía a dónde se dirigía.

Y para un alma sin rumbo cualquier sendero es el correcto.

Pude ir directamente a casa de la abuela, pero sabía que era el primer lugar en el que papá me buscaría. Conocía a la perfección toda la escena. Tendría que aguantar otra pelea entre mamá que buscaba defenderme y él que no desistiría de su postura. El error de mi familia, incluyéndome, era nunca ceder. Esa vez, por ejemplo, preferí vagar en el centro comercial que volver con ellos. Curioseé en cuanta tienda apareció, todas desconocidas para mí que siempre me limitaba a observarlas desde lejos. No sé cuánto tiempo pasó, lo que sí es que las horas terminaron con mi entusiasmo.

La tristeza era testaruda, se mantenía como fiel compañera de quien la alimentara.

Sentada en una de las mesas del exterior mis pensamientos volvieron a acecharme como la oscuridad de la noche. Suspiré contemplando las luces que escapaban de las tiendas. La ola de emociones se enredó en mi estómago al ser cada vez más consciente del tiempo. Había bloqueado cualquier intento de arrepentimiento, pero en la soledad mi deseo perdió sentido.

La calma me ayudó a reconocer que había actuado mal, aunque no fui tan determinada como para ponerle una solución. Me resistía a ser yo la que pidiera disculpas cuando él me había lastimado, como una chiquilla orgullosa incapaz de razonar.

Cerré los ojos, dejándome adormecer por el arrullo del viento que revoloteaba las hojas rebeldes de los árboles. Tenía que regresar, pero no quería enfrentarme al dolor. Era una cobarde.

—Amanda.

Me aferré con fuerza al borde de la mesa para que la silla no perdiera el equilibrio y se volteara por el susto al escuchar mi nombre. Identifiqué el sonido de esa risa en mi intento de estabilizar el ritmo de mi corazón. Llevándome ambas manos a mi pecho tomé un profundo respiro.

—¿En serio, Amanda? ¿Ojos cerrados? ¿Dormitando en la calle? ¿Nunca te advirtieron de lo peligroso que es?

—Y a ti por lo visto jamás te dijeron que puedes matar a alguien dando esos sustos.

—No pensé que fuera verdad —se excusó divertido.

—¿Cómo diste conmigo? —le pregunté evadiendo su primera broma. Acomodé mis trenzas que en el sobresalto se habían cruzado.

—Solo visitamos este lugar, además de la escuela. Estaba convencido que nunca escogerías el segundo —se justificó tomando asiento frente a mí. Asentí, era bastante predecible. Taiyari escondió sus manos en su chaqueta de mezclilla porque la temperatura había comenzado a descender—. Tu madre me llamó hace unas horas, dijo que habías desaparecido y no tenía idea de dónde buscarte. Estaba preocupada.

Suspiré sin saber qué decir. Quería contárselo, pero ahora que el calor del momento había pasado todo lo que tenía que decir me pareció un error, como una bola de nieve que en su momento demolió todo a su paso, pero al estrellarse contra una montaña se desmoronó.

—Dirás que es mi culpa...

—¿Lo diré? —me preguntó.

Análisis su mirada oscura, esa que antes me intimidaba tanto y que con el tiempo comencé a apreciar. Irónicamente siempre que tenía problemas la buscaba. La oscuridad de sus ojos no era de la que te hiciera esconderte bajo las sábanas, sino de la paz que te provocaba bajar los escudos.

«No, no lo haría». Con Taiyari los juicios se guardaban en el cajón, fallar con él nunca significaba el final.

—Le grité a papá. Le grité bastante fuerte —me corregí, recordándolo.

—¿Sobrevivió? —Entrecerré mis ojos sin una pizca de gracia. Él borró la sutil sonrisa que comenzaba a brotar de sus labios—. Imaginé que habías discutido con tu padre. Siempre que pelean tomas decisiones dignas de una telenovela.

—¿Qué te digo? Aunque esta vez en parte ha sido mi culpa —admití sin orgullo.

—En la mayoría de las peleas la culpa es de ambos. Es como una ley universal —mencionó, no sé si con el deseo de hacerme sentir mejor, pero sí consiguiéndolo—. Y ya que lo sabes creo que es hora de regresar a casa.

—¡No! —lo detuve cuando estuvo por ponerse de pie—. ¿Qué se supone qué le diré?

—Aquí vamos de nuevo.

—Papá me matará, me reñirá horrible por desobedecerlo y peleará con mamá como lo hace ahora todo el tiempo —enumeré el guión de memoria—. El problema es que ahora será por mi culpa. Entonces me encerraré en mi habitación mientras los escucho. Comenzaré a llorar porque no puedo aguantarlo y mañana tendré que resistir todos los comentarios que dejan claro que ya no se soportan —mencioné desesperada. Hablé tan rápido que me faltó el aire o quizás fue el nudo en la garganta quien me impidió respirar.

Bajé la mirada a mi regazo para no enfrentarme a la de Taiyari.

—Amanda, nada de eso es tu culpa —me aseguró. Asentí sin creerlo del todo. Taiyari guardó silencio un momento. Lo observé perderse en la avenida donde transitaban algunos vehículos. Los faros brillaban como estrellas fugaces—. Sé que tienes miedo, pero quedándote aquí no lograrás nada.

—Lo sé. En verdad lo sé —admití apoyando mi frente en la mesa. Cerré los ojos, intentando convencerme de hacer lo correcto. Solo quería regresar el tiempo, volver al hogar en el que me sentía protegida, no a esa zona de guerra. «¿Cuándo perdí el único lugar donde era feliz? ¿En qué me equivoqué? ¿Por qué perdí lo que más quería?»

Escuché a lo lejos el arrastre de una silla, pero no alcé la mirada porque no quería que mis pupilas me delataran.

Sentí sus manos posarse en mis hombros. Taiyari se impulsó hacia adelante, recargándose en mi espalda para rodearme en un cálido abrazo que me abrigó en la noche fría. No moví ni un músculo y me pareció que el reloj se detuvo un instante. Una inusual tranquilidad me invadió por su proximidad, como si el viento susurrara a su paso que todo estaría bien.

—Ahora vamos a casa, Amanda —habló, volviéndome a la tierra, acariciándome el brazo.

Asentí atontada después de un rato. Limpié con mi palma el intento de unas lágrimas ridículas. Me puse de pie colgándome la mochila en el hombro para dirigirme a casa de la abuela, el lugar más cercano. No podía seguir evadiendo lo inevitable.

Taiyari me esperó hasta que lo alcancé para caminar a su lado por las calles mal alumbradas que despertaron mi imaginación y me pusieron los pelos de punta recreando crímenes horribles. Le diría a mi padre que llevara a Taiyari a casa, así eso me costara la cabeza. Pésima expresión para un momento como ese.

—Amanda, por cierto, quería decirte algo. —Pegué un respingo que le provocó una disimulada risa. Seguí caminando, echándole un vistazo por encima del hombro—. Mi madre quiere que te invite a casa. No tienes que decir que sí... Ella cree que sería una buena idea porque...

—¿Qué?

Frené en seco. Tardé unos segundos en procesarlo, quedándome atrás. Taiyari unos pasos delante alzó una ceja y sonrió, sin comprender mi reacción. Yo debí tener una graciosa expresión porque me había quedado de piedra con la noticia.

—Tu madre quiere que vaya a tu casa —repetí incrédula en un susurro—. ¿Yo? ¿Me está invitando a mí? Si es una broma te juro que no te lo perdonaré nunca —lo amenacé furiosa de solo pensar en la posibilidad. Negué un sin fin de veces, harta de su sonrisita burlona. Odiaba su humor.

Taiyari sostuvo juguetón mi brazo antes de que le diera un golpe en el pecho. Lo miré severa directo a los ojos, pero mi expresión se fue suavizando cuando descubrí lo cerca que estábamos uno al otro. Estudié sus rasgos despacio. Él debió notarlo porque dio un paso atrás, soltándome. Respiré sintiéndome patética al ser tan transparente.

—No te miento, me lo ha dicho esta tarde, antes de que tu madre llamara.

—Oh, no —me horroricé cubriéndome la cara—. Debe pensar que soy una inadaptada que no hace más que meterse en problemas.

—Algo hay de eso —murmuró. Levantó los brazos en señal de paz—. Bromeo. Solo quiere conocerte. Si quieres puedes ir a comer un día de estos. Tampoco tienes que aceptar, a mí me parece...

—Claro que quiero —lo callé ilusionada, sonriendo como una niña. Taiyari me había platicado mucho de su familia y tenía deseos de comprobarlo. Además, me hacía feliz que alguien me invitara a su casa por iniciativa propia y no por obligación—. Dile que acepto encantada —respondí entusiasmada—. Aunque no estoy segura de que mi madre me dé permiso después de lo de hoy —medité, arrepintiéndome por arruinarlo—, pero puedes esperarme, ¿no? Oh, Taiyari, estoy tan emocionada que lo marcaré en mi calendario. Intentaré ir presentable y ser agradable para que no avergonzarte —le prometí retomando el camino con más energía.

—Solo no dejes de actuar como lo harías siempre —me pidió—. Para que la versión que he hablado de ti no se contradiga —explicó.

—¿Qué le has dicho? —curioseé. Sin embargo, pese a mi insistencia Taiyari no respondió a mi pregunta.

Cuando caí en cuenta ya estábamos en casa de la abuela. La luz escapaba por las ventanas, el automóvil de mi padre estaba estacionado en frente. Mordí mi labio nerviosa al sentirme a unos metros de mi castigo. Las piernas me temblaron y los latidos de mi corazón resonaron en mis oídos.

—Entra conmigo —le pedí, no para que me sirviera de escudo, sino porque no quería se volviera a casa solo a esa hora.

—Debo regresar...

—Un minuto —repetí sosteniéndome de la perilla. Taiyari no lució muy convencido, pero no protestó, compadeciéndose de mi expresión asustada de lo que me esperaba dentro.

No unos padres molestos, sino el recordatorio de una familia rota.

Empujé la puerta que no tenía llave. El contraste de la temperatura fue evidente cuando puse un pie dentro, pero no fue lo único que me sorprendió, adentro un murmullo rompía el silencio de la desolada calle. Las bisagras viejas chillaron cuando intenté cerrarla, una alarma para que mi madre saliera de la cocina a toda prisa a recibirme.

—Amanda, ya estás aquí —suspiró aliviada. Fue en ese momento, notando el dolor de su voz que descubrí la había hecho sufrir. En mis esfuerzos por castigar a papá ella era la víctima. Quise disculparme, pedirle perdón por fallarle, pero me quedé muda cuando observé la silueta de papá detrás.

—Yo... Sé que... —balbuceé. Pasé saliva reformulando la oración. Sin embargo, el aire que me esforcé por aspirar, escapó cuando lo vi acercarse deprisa hasta envolverme en sus brazos.

—Nunca vuelvas a irte así —me pidió. Mi corazón se sacudió al reconocer a papá, tal como siempre. Más preocupado por el bienestar de nosotros que en protestas. Cerré los ojos para no ponerme a llorar en su abrazo. Me sentí como una niña a la que la consuelas tras una pesadilla—. He hablado con tu madre, prometo que pondré de mi parte para arreglar los problemas...

Era demasiado hermoso para ser real. Pude pellizcarme para despertar, pero quería seguir durmiendo con esa mentira.

—Te quiero, papá —lo interrumpí, considerando lo más importante. Sin tener fuerzas para agradecerle y pedirle disculpas por mi errores también—. Lo siento por comportarme así —dije, buscando a mamá que estaba junto a Taiyari—. También intentaré ser buena —aseguré a sabiendas que me costaba mucho ser lo que esperaban.

Supuse que todo mejoraría, el consuelo de todo el que quiere a otro que lo está lastimando.

Muchísimas gracias por leer este capítulo, por el apoyo a esta novela. Mañana nuevo capítulo ❤️.

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