✳ Capítulo único.
OneShot fruto de un trato/intercambio/negocio/extorsión con Jehiel. xGeychou1
Advertencia innecesaria(?): R18.
•Seres humanos: Personas normales. Complementan la mayor parte de la población mundial.
•Bestias: Subespecie híbrida, con genes animales. Suelen tener rasgos de la especie animal a la que pertenecen, sin dejar de lucir como humanos. Abarcan una cuarta parte de la población mundial. Usualmente pertenecen a la élite de la sociedad.
••NO es omegaverse.
Espero sea de su agrado~ Disfruten.
ONE SHOT PUBLICADO EL 31/DIC/2017
RE-SUBIDO EL 12/ABRIL/2020
ByeByeNya🐾
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No hay nada que Yuri Plisetsky desee y no pueda obtener.
En un mundo donde los seres humanos conviven sin problema alguno con las castas de bestias, Yuri es una persona común. Tiene 16 años y todo lo que es suyo, lo ha ganado por mérito propio. Porque con una vida como la de él, lo único importante es adaptarse, luchar y sobrevivir.
Su familia es prestigiosa. Los Plisetsky son dueños de la marca de Vodka más fina y deliciosa. Su producto se vende en todo el mundo para deleite de los buenos y expertos comensales. Están en la cima del mercado licorero.
Los Plisetsky son la familia de bestias más afamada en Rusia, una gran dinastía y árbol genealógico marcado con la sangre del gran tigre de bengala. Liderados en la actualidad por Nikolai Plisetsky, quien perdió un hijo y quedó a cargo de dos nietos. Dos herederos.
Yuri comprendió que era diferente desde pequeño, cuando su padre murió y debió mudarse con su madre a la mansión principal de la familia. En primer lugar, no era tan especial como su madre le había hecho creer, pues de serlo, su padre no habría buscado otra mujer con la que tener más hijos. Muriendo con ella en un viaje vacacional y dejando a su otra hija tan desconcertada como él al enterarse de la existencia de un hermano.
En segundo lugar, que su diferencia entre los demás, incluso con su propia hermana, se debía a que no ha nacido como híbrido al igual que la familia de su padre.
El nieto menor, el humano, el débil.
A los diez años, cansado de ser señalado por algo que no era culpa suya y no podía cambiar, decidió que sería tan bueno como cualquiera de sus primos. Superando a su hermana mayor y a todo aquel en esa casa que presumía de cada franja negra adornando su cola y orejas. Haciendo suyo el apellido Plisetsky, no creyéndose merecedor de tal nombre, sino dándole a esa familia presumida algo de lo que enorgullecerse: él.
Por supuesto, por mucho que Yuri se esforzase en ser el mejor y más inteligente en sus clases, aprender la administración de la empresa, saber catear el licor y ganarse la aprobación de Nikolai para la futura presidencia de la compañía a los 12 años, Yuri era más débil de lo que le convenía. Siendo un humano perdía tanto en fuerza como en posibilidades de obtener el liderazgo de la empresa ante Víctor Nikiforov. Nieto mayor del vicepresidente de la compañía, Yakov Feltsman. También amigo de la infancia de Nikolai.
Lo cierto es también, que Yuri no quería hacerse con la compañía porque de verdad quisiera algo que le correspondía al idiota que tuvo por padre. Yuri se esforzaba porque deseaba ser reconocido y disfrutaba ser alabado cada que lograba su cometido. Se hinchaba en orgullo cuando hablaban de él y lo fantástico que era por conseguir más prestigios que las bestias a su alrededor.
Cuando cumplió 13 años, su hermana Mila lo arrastró desde la biblioteca de la mansión hasta la habitación de su abuelo. Nikolai había sido atacado por gente que buscaba hundir la empresa secuestrando al dueño de esta. Su abuelo fue afortunado por salir vivo y obtener solamente una cicatriz de bala en el brazo, gracias a que un chico le había salvado la vida.
Yuuri Katsuki, guardaespaldas del socio japonés de Nikolai y con quién había estado en reunión de negocios en el restaurant donde fueron atacados, le salvó la vida. Y Nikolai no dudó en ofrecerle al joven japonés más dinero del que su actual jefe le daba para que le sirviera a él.
Yuuri se negó rotundamente hasta que la empresa de seguridad para la que trabajaba lo despidió gracias a la intervención del líder Plisetsky, dejándolo sin empleo y atrayéndolo con un contrato jugoso.
Yuri tenía tan solo 14 años cuando se descubrió viendo al guardaespaldas de su abuelo con más atención de la que debía mostrar para un empleado. Tras el intento de secuestro a Nikolai y la llegada de Yuuri, más agentes de seguridad fueron contratados y aunque todos se veían tan fuertes como el japonés, ninguno pudo captar la atención del menor como lo hacía Katsuki.
Lo veía siempre que su abuelo estaba en casa y lo extrañaba cuando Nikolai debía ir de viaje y Yuuri lo acompañaba.
Llegando a un punto irreversible donde las miradas de Yuri se volvieron menos discretas y no le bastaba con solamente observar, comenzaron a intercambiar saludos cortos. Y tiempo después Yuri correspondía a las sonrisas que Yuuri le regalaba cuando se cruzaban "por accidente" en los pasillos de la mansión o la empresa.
Pronto, surgió una amistad entre ellos. Al verse tan seguido y porque era Yuuri el enviado para buscarlo al colegio, ambos buscaban llenar los silencios vacíos con conversaciones amenas, recolectando información del otro.
Descubrió que Yuuri nació en una pequeña ciudad de las costas de Kyuushu, que era ocho años mayor que Yuri, que no disfrutaba mucho de las cosas dulces pero adoraba la comida condimentada y que ser guardaespaldas fue más una decisión que tomaron por él. Desde pequeño practicaba deportes y tenía muy buena resistencia física. En la adolescencia decidió aprender artes marciales y defensa personal, su instructor lo recomendó a una agencia de seguridad y el resto es historia. Yuri no se sorprendió al descubrir que pertenecía a una casta de felinos.
Panthera tigris. Una bestia pantera.
Le pegaba. Tan silencioso y solitario como el gran felino negro, completamente peligroso. Atrayendo con la belleza de sus rasgos.
Porque Yuri debe admitir, a regañadientes, que el guardaespaldas de su abuelo es bello. Ya sea por su naturaleza felina o por su ascendencia asiática, Yuuri es un chico atractivo.
Piel clara y firme tapizando músculos delgados pero definidos. Rostro varonil y facciones cinceladas. Labios delgados y nariz perfecta. Ojos de un peculiar tono variante entre el café y el rojo, como el vino tinto. Su cabello era algo tentador para el menor de los Plisetsky, del mismo color que las alas de un cuervo, pero visiblemente suave con mechones rebeldes escapando del peinado hacia atrás, acariciándole la frente. Y el detalle de sus orejas y cola era algo que Yuri disfrutaba ver.
Por mucho que la envoltura fuese llamativa, el verdadero obsequio venía en el interior.
Como un niño, Yuri había estado intentando adivinar lo que ese regalito le ofrecía. Sopesando y agitando. Descubrió un poco, se deleitó con su compañía y el sonido de la voz armoniosa del japonés lo hechizó. Agradeció su amistad antes de chocar contra la realidad y comprender que ese regalo no era para él. No le pertenecía.
Yuri Plisetsky jamás fue mimado o consentido. Todo lo que tiene, el prestigio y respeto, se lo ha ganado. Ha luchado por ello. De la misma forma en que se esfuerza por obtener todo lo que desea.
De la misma manera en que debió esforzarse y no resignarse hasta que Yuuri le cedió la llave para abrir su interior. Reclamando el premio. Sorprendiéndolo con lo que de verdad guardaba Yuuri.
Ningun premio o regalo le habría gustado más.
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Yuuri Katsuki. 25 años. Hombre perteneciente a la casta de panteras y guardaespaldas del dueño de una de las mejores marcas de Vodka en el mundo.
Ah, y está enamorado. De un niño, por cierto.
El nieto menor de Nikolai Plisetsky es una persona cautivante. Algo enojón, inaccesible, hermético, franco, burlón. Hermoso.
Ha conocido a humanos lindos, tanto hombres como mujeres. Sin embargo, Yuri es completamente hermoso. Tal vez por la sangre de tigre calentando sus venas, sin llegar a ser del todo parte de él.
Yuuri jamás había sentido atracción por otro hombre. Sus parejas pasadas fueron mujeres, bellas y de su edad. Por ese motivo no comprendió su inutilidad para alejarse del joven Plisetsky. Patético. Ahora ya es demasiado tarde para lamentos y arrepentimientos por dejarse llevar y tomar al menor.
No pudo evitarlo. Lo intentó. Pero francamente no lo logró.
Culpa a Yuri. Sí, él es el mayor y supuestamente más maduro de ambos. Pero culpa a Yuri Plisetsky por ser como es.
Yuuri se apuesta el alma a que Yuri fue favorecido por algún demonio generoso que disfruta de tentar a los débiles de voluntad. Lanzando a este mundo un niño con belleza rubia, enigmáticos ojos verdes y exóticas facciones finas para un chico. Un cuerpo tan delgado y pequeño como el de Yuri es por demás tentador para los pobres incautos como él, que ha tenido siempre una debilidad por las personas lindas y pequeñas.
No quiere pensar en lo mucho que Yuri debió investigar para intentar convertirse en un seductor. Fracasando en su esperanza por lucir provocador, pero volviéndose más vulnerable al mostrarse tan tímido e inseguro después de su numerito aficionado de atracción en la parte trasera del auto cuando fue a buscarlo a la escuela.
Pese a todo, sí lo tomó en el asiento trasero.
Y meses después de comenzar esa ilícita relación, Katsuki viene a preguntarse qué espera de todo aquello. Porque le bastó con irse por dos meses enteros con Nikolai a recorrer el mundo con el fin de chequear las sedes de la empresa, para descubrir su enamoramiento por un chico 8 años menor.
Si es un poco amable consigo mismo, acepta que era inevitable no enamorarse de Yuri. El chico es una persona fuerte, esplendida y sagaz que ha luchado contra su propia humanidad para tomar lo que quiere. Quizá un poco sublevado ante la presunción de las diferentes especies, pero simpatizante de la igualdad.
Yuri Plisetsky puede ser inocuo, inestable, inefable, inquieto e insaciable, pero lo cierto es que también es la cosita más dócil con la que Yuuri se ha topado. En privado, por supuesto.
Han escondido su relación por casi medio año. Con el menor a punto de cumplir 17, Yuuri debe considerar lo que harán. Nikolai pronto dimitirá su cargo y el nuevo líder se decidirá entre Yuri y el nieto del vicepresidente. En caso de que Yuri sea relegado, ¿podrá Katsuki tomarlo y llevárselo lejos?
Si la respuesta es sí, promete amarlo y cuidarlo. Mimarlo y consentirlo libremente, de la forma en que Yuri siempre quiso ser tratado. No obstante, sabe que eso no hará del todo feliz a su pequeña pareja, quién ha peleado tanto por llegar a lo más alto entre los miembros de su familia, que no esperaban grandes resultados de él.
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Está en casa. La servidumbre del hogar Plisetsky no ha hecho más que hablar de Nikolai y su regreso.
El rubio corrió al despacho del líder en cuanto llegó a casa desde la escuela y conversó con él hasta después de la cena. En todo ese tiempo, no vio rastro alguno del guardaespaldas japonés de su abuelo. Supo por boca del tigre mayor que Yuuri estaba descansando en su habitación, por órdenes de Nikolai, ya que el líder se tomaría un par de días sin ir a trabajar. Dándole a la pantera unas mini vacaciones, pero sin salir de la mansión.
Pasadas las doce, con todos dormidos en la gran casa, Yuri tomó un baño y salió de su recámara con el cabello todavía húmedo y su pijama verde favorito. Caminando de puntillas por los pasillos, bajó con cuidado las escaleras y llegó a la cocina donde se conectaba el acceso a las habitaciones del personal de la casa.
No es la primera vez que Yuri hace tal cosa. Escabullirse y perpetrar en la privacidad de Yuuri Katsuki. Cada vez que lo lleva acabo, le duele el trasero todo el día siguiente.
El pomo de la puerta abre con facilidad, prueba clara de que lo ha estado esperando.
Le sorprende el interior, a oscuras salvo la franja de luz blanca que sobresale de la puerta entreabierta del baño. Entre ella y la cama, Yuuri Katsuki se halla de pie, toalla en la cintura y el resto de la piel desnuda brillante por la reciente ducha. Mano secando con una toalla el cabello negro.
Plisetsky se toma el tiempo requerido para ese tipo de situaciones, porque una vista así debe apreciarse en esplendor. Y joder, Katsuki lo hace jadear con tan solo su presencia. Se siente como un retrasado mental, pero aún con eso no puede dejar de verlo. Los músculos de los brazos, los pectorales y el vientre marcado. No es una exageración grotesca, Yuuri tiene la justa cantidad de musculatura capaz de hacer babear a cualquiera sin necesidad de ser un mastodonte inflado de esteroides.
—Me gustan tus piernas. —La voz armoniosa del mayor lo saca de su ensueño. Recordándole la situación. Él con una playera y shorts como pijama, el azabache con una toalla y nada más.
Frunciendo el ceño con el fin de disimular un poco su vergüenza, Yuri bufa. Brazos cruzados y ojos verdes enfrentando los rojizos.
—Te estás paseando medio desnudo y tan tranquilo frente a mí, no nos hemos visto en meses y lo único que se te ocurre decir es que te gustan mis piernas, ¿estás de broma?
—Si prefieres, me desnudo todo.
Plisetsky reprime la risa que le cosquillea en la lengua, brazos ahora en jarras sobre su cintura. Está jugando, es divertido y le gusta que Yuuri le siga el rollo. Así se distrae y no le salta encima como un carnívoro. Y eso que la bestia no es él.
—No sé qué te has creído, pero la casa no viene con el privilegio de andar desnudo por ahí.
—No tengo la más mínima idea de con qué viene la casa —Yuuri suelta ambas toallas, la que secaba su cabello y la que cubría su erección. Dos zancadas después, esta a un palmo de Yuri, brazos en su cintura, agachado para estar a su altura y labios separados para dejar que su lengua acaricie la curva del cuello níveo del menor. Yuri se estremece y un jadeo suyo armoniza el silencio de la habitación oscura—, pero sé con exactitud con qué te vienes tú, gatito. ¿De qué tienes ganas hoy? ¿Caricias suaves, despacio y con preliminares? ¿O lo quieres fuerte, que marque tu pálida piel y recuerdes mi toque cada vez que veas las mordidas? ¿Qué deseas para gritar hoy, Yuri?
El rubio parpadea, atónito ¿Qué mierda acaba de escupir? Yuri iba a reclamarle por semejante frase de película porno hasta que sintió el aroma que desprendía el aliento de Yuuri al besarlo. En medio del choque de labios y una lengua traviesa en su boca, el de ojos jade degusta el sabor mentolado de Yuuri casi oculto por el sabor del dulce Whisky. Bourbon, calibra el rubio.
—¿Estás ebrio? —Cuestiona al liberar su boca de la exigencia ajena, la lengua de Yuuri ahora en su clavícula y manos grandes dándole suaves masajes en la parte baja de la espalda.
—Bebí una copa con Phichit en la cena.
Phichit Chulanont es uno de los cocineros y buen amigo de Katsuki. Famoso por su sonrisa amigable y su gusto por jugarle bromas a los demás. No duda que el tailandés haya puesto algo más en esa copa, pues las pupilas de los ojos rojizos del mayor están extrañamente dilatadas.
Debería detener aquello. Yuuri no está plenamente consciente de lo que hace y él no debe estar ahí. Pero es sólo que ha extrañado tanto sus besos y caricias que no puede simplemente irse.
¿Qué es lo peor que podría pasar? Hacer el amor con un Yuuri ebrio y posiblemente drogado no puede ser algo tan grave ¿no? Yuuri jamás haría algo que lo lastimara.
Una vez ganada la batalla mental con su voz de la razón, Yuri se deja hacer. Relajando los músculos, abre la boca y busca los labios de Yuuri. Acaricia sus labios con los del mayor, la punta de su lengua delineando el labio inferior y finaliza con una ligera succión. Su recompensa es un gruñido retumbando en el pecho del azabache.
—Espera, te traje algo.
Plisetsky bien podría gritar, decirle que se deje de estupideces, que se guarde el obsequio para más tarde y que lo folle de una maldita vez. Podría hacerlo, claro. Pero los únicos regalos que ha recibido en su vida han sido más por recompensa a sus logros que por bondad y cariño.
Dicho esto, le arrebata la caja forrada en papel verde y moño plateado. Rompiendo la envoltura y abriendo la caja con velocidad inaudita.
Se queda de piedra al descubrir que aquello es más para el disfrute de ambos que para él. Sin mediar palabra, caja en manos, da media vuelta, encerrándose en el baño.
Katsuki descubrió la docilidad de su ilegal novio la primera noche que el menor se coló en su habitación. Fue por accidente. Mientras hacían el amor, Katsuki perdió un poco de control ante las deliciosas sensaciones que le recorrían el cuerpo. En su naturaleza animal está el deseo de someter a su pareja mientras copulan, no obstante, no queriendo incomodar a Yuri, intentaba reprimir aquello. Su fuerza de voluntad se fue al carajo esa noche, atacando el cuerpo del rubio, sin piedad a los jadeos y pequeños gritos que soltaba. Siempre con una mano en la espalda de Yuri para mantenerlo inmovilizado bajo su cuerpo, la otra en su trasero para elevarlo al compás de sus embestidas y terminó el acto con un gruñido y los dientes enterrados en la pálida piel del omóplato izquierdo. Reaccionó al sentir la sangre caliente y especiada en la lengua.
Se horrorizó de sí mismo al ver la marca que había dejado en alguien tan pequeño y precioso como su Yuri. Pero sintió más terror de la reacción de Yuri, cuerpo bañado en el sudor y fluidos de ambos, con la espalda manchada en sangre, los ojos le brillaban en lágrimas con un verde casi neón. Expresión satisfecha y soñadora, como si acabara de despertar del mejor sueño. Aliado de una sonrisa en los labios rojos e hinchados por sus besos, mejillas encendidas, le pidió que lo repitieran.
A Yuri le gustaba ser restringido durante el sexo. Atado, maniatado, dominado. Curioso, teniendo en cuenta que fuera de la cama luchaba por ser reconocido como un ente individual y con libre albedrío.
Cuando se acostumbró, Yuuri supo que aquello era espléndido. Que, sin saberlo, eso era exactamente lo que necesitaba. Alguien que lo amara dentro y fuera de la cama, alguien fuerte que lo controlara y lo tratara como un igual en el día, pero que le diera total control de su cuerpo durante las noches. Yuri Plisetsky era perfecto para él.
Demás está decir que su gusto por ser sometido también era divertido y totalmente disfrutable.
Por ello supo que el rubio le agarró el gusto a su regalo al verlo resurgir del baño con la mirada suplicante en los ojos soñolientos y el rubor dándole color a las mejillas y las orejas.
El cuerpo esbelto ahora cubierto únicamente por un baby doll de animal print y una diadema con orejas mullidas de tigre coronando el lacio cabello rubio que le rozaba los hombros.
—No hay nada más hermoso que tú. —Jura Yuuri con la boca repentinamente llena de saliva. Ofreciendo la mano a Yuri, lo jaló al centro del cuarto, en medio de la cama y el espejo del buró. Sonríe al ver la reacción de Yuri mutar de la sorpresa e incredulidad a una expresión dulce, entusiasta.
—¿Te gusta, gatito?
—Sí... Pero no había una cola en la caja.
Yuuri toma aire con lentitud, buscando tranquilizarse. No sabe si quiere tirarlo al piso y hacerle el amor hasta el amanecer, o abrazarlo y consolar la desolación en su rostro por no tener el conjunto erótico completo.
—No te preocupes —pide, besando el hombro pálido descubierto, alejándose para buscar algo en el cajón de la mesita de noche. —Tú colita la tengo yo.
Yuri deja salir un gemido apremiante al ver lo que Yuuri tiene entre las manos. Una venda de seda negra, una cuerda del mismo color, un botecito morado de lubricante y un plug. El juguete es claramente para su ano, imitando una esponjosa cola de tigre.
Plisetsky ha aprendido que lo mejor es respirar hondo en aquellas situaciones. Confía a plenitud en su ilícito novio. Su seguridad física, su bienestar emocional, su frágil psique, su cuerpo y su corazón, todo. Todo lo pone en las manos de Yuuri sin temor a lo que pueda hacerle porque es consciente de que no le pasará nada malo si es con él.
Por supuesto, no se le olvida que está ebrio. Sin embargo, los regalos debió comprarlos estando completamente lucido. Ya hablarán por la mañana de su tendencia a gastarse el sueldo en juguetes sexuales para él.
Relamiéndose los labios al ver que el mayor se acerca con la venda en manos, cierra los ojos en total disposición. Anhelando que el juego comience.
De repente, todo es oscuridad y sus sentidos se agudizan en alerta, reaccionando ante cada cosa a su alrededor, en busca de amenazas. Acompasa su respiración, concentrando su atención a los sonidos que percibe y la piel se le pone de gallina ante el frío ambiente en la habitación. Quizás sea porque los hombres bestias tienen una temperatura corporal más elevada que los humanos y Yuuri no necesita encender la calefacción, pero Yuri de repente siente los pies fríos.
No lo dice, seguro de que pronto habrá más calor en su cuerpo.
Da un salto cuando las manos del azabache lo tocan. Para él, que no puede ver nada, cada acción es una excitante incógnita y alivio a su apremiante necesidad de sentir más. En siete segundos una cuerda es manipulada con maestría, atando sus muñecas juntas tras la espalda.
Yuuri lo guía, instándolo a dar dos pasos con el fin de llegar a la cama. Inclinado su cuerpo en 110 grados, cabeza y pecho en la cama, pies en punta sobre el suelo, trasero elevado para que Yuuri pueda apreciarlo a conciencia.
Los felinos tienen una lengua peculiar, especial. Llena de papilas gustativas en forma de diminutos ganchitos. Cuando la acaricias, el toque es curioso, cosquilloso, como una lija suave y húmeda.
La lengua de Yuuri tiene esa peculiaridad, sintiéndola ascender desde el tobillo, dejando una mordida al pasar por la pantorrilla y alargando el escozor que provocó la succión de la boca del hombre pantera en la cara interna del muslo.
Yuuri está detrás de él, hincado, adorando su trasero con lengüetazos y mordidas, amansando la carne firme con las manos y tallando las mejillas contra las nalgas. Dedos curiosos explorando la piel erizada de las piernas delgadas de Yuri y tentando con las yemas el valle entre los glúteos, rozando los testículos apenas cubiertos por la tela de encaje.
Sin perder la postura que mantiene el arco de su cuerpo, Yuri dobla los brazos para que sus manos amarradas lleguen a la parte posterior de su cabeza, jalando un poco de su cabello para controlar la frustración. Pierde el equilibrio cuando la lengua de Yuuri entra en contacto con la entrada de su cuerpo, bragas rotas en el suelo. Las grandes manos del mayor, ásperas por los entrenamientos y el trabajo, apretando los glúteos, ayudándole a mantenerse quieto.
Al tiempo que esa lengua experta y juguetona entra en el lugar que más desea llenar, Yuri se restriega sobre la manta que cubre la cama, buscando alivio en sus olvidados pezones. Yuuri ha trabajado a fondo su cuerpo, enseñando, tomando y domando con tal maestría que cada terminación nerviosa, cada poro de su cuerpo, exige atención.
Puede escuchar el sonido que hace el tubo de lubricante al ser abierto, la fricción que crea las manos de Yuuri al frotar para calentarlo y posteriormente llevarlo a la abertura entre sus piernas, dilatando.
Se abre paso de a poco, un nudillo, un dedo, después dos y el estiramiento. Al estar prácticamente ciego, lo siente todo con más fuerza al concentrar su atención en ese punto. El quejido lastimoso que suelta su boca al sentirse abandonado por los dedos de Yuuri se convierte en un grito ahogado por las sábanas cuando el plug comienza a deslizarse dentro de él. Es más grande que los dedos, de la misma forma, es la primera vez que alberga uno dentro de él.
Yuuri no le da un respiro una vez que el juguete ha entrado por completo en él, lo toma del lazo en sus muñecas, enderezando su espalda, girando su cuerpo y soltando la tela en sus ojos. Su ve en el espejo al igual que infinitos minutos antes, no obstante, ahora tiene el cuello tan enrojecido como las mejillas y las orejas, cabello despeinado, el pecho marcando su respiración acelerada y los ojos le brillan. Pidiendo permiso con la mirada al reflejo de Yuuri tras de él, se coloca de perfil al cristal, meneando la cadera al ver en el espejo la cola atigrada que sostiene el plug. A juego con la bata y las orejas.
Es entonces cuando los preliminares llegan a segunda base y su novio lo hace recobrar la posición inicial, de pie y de frente al espejo. Plisetsky debe ahogar una maldición cuando el descendiente de una pantera pone una rodilla en el suelo, arrodillándose ante la erección del rubio que sobresale entre los pliegues del baby doll.
Con las manos aún atadas, se aferra a una de las orejas negras del azabache al sentir el calor abrazador de su boca engullir su miembro. La tierna carne castigada por la rasposa lengua del felino, el glande vibrando en la garganta de Yuuri gracias a su ronroneo de satisfacción.
En pleno delirio y sin perder de vista lo que Yuuri hace a través del reflejo, Yuri se descubre a sí mismo buscando las manchas casi imperceptibles en la piel oscura de las orejas puntiagudas y la cola juguetona, enredándose en su tobillo cuando Yuuri le hace subirlo a su hombro. El gran leopardo melánico, la maravillosa pantera negra a sus pies. Con su miembro en la boca. Amándolo a él, un simple humano.
Un par de horas más tarde, boca abajo en la cama húmeda, ha pedido la cuenta de las veces que se ha corrido. Con el peso total de la bestia sobre él y los dientes de Yuuri anclados a su cuello, rugiendo ante la fuerza de su orgasmo, y la base del pene hinchada, estirando la carne de Yuri, se permite pensar un poquito. Pensar en todo lo que se le ha negado por ser quien es, aun perteneciendo a una familia de élite. Sin saberlo, le prohíben también la libertad para estar con quién ama.
Por ello, si pierde el puesto de líder familiar ante su hermana Mila y se le niega la presidencia de la empresa por elegir a Víctor Nikiforov, él estará bien. Todo estará bien porque no los necesita.
Es inteligente. Sabe luchar por lo que desea y tiene a un hombre que lo ama, capaz de protegerlo de todos, que lo mima y consiente.
Huir con Yuuri, de repente le parece una buena idea.
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