🎀Capítulo 7🎀
Las Camelias
Amorina se encontraba arrodillada en el jardín trasero junto con el jardinero plantando flores y sembrando semillas, eran casi las últimas que faltaban después de haberse pasado toda la mañana junto al hombre haciendo pozos, echando tierra fértil y todo el proceso de jardinería que hacía falta, siempre con la supervisión del encargado ya que le estaba dando una mano.
Eran las tres de la tarde cuando se acercó Marsella para decirle que alguien la estaba esperando en la entrada.
―¿Quién es?
―Uno de los escoltas del marqués, trae algo para ti. No quiso que yo lo recibiera. Me dijo que tiene orden de entregártelo en tus manos.
La muchacha se puso en pie y caminó a su lado para entrar a la casa y recibir al hombre.
―Señorita Amorina. Buenas tardes, es un regalo del marqués de Imperia y Savona.
La chica tomó la canasta en sus manos.
―¿Te puedo ofrecer un café? Hace mucho frío.
―Estoy en el horario de mi trabajo.
―Un café no te hará mal, yo le diré al señor Invernizzi que te atrasaste porque yo te insistí para beber el café, no te preocupes ―le dijo y desvió los ojos a su doncella―, Marse, ¿lo acompañas a la cocina para que le den una taza de café?
―Claro, por aquí por favor.
―Gracias, señorita.
―Anda tranquilo.
Cuando la joven quedó sola, apoyó la enorme canasta sobre una mesa redonda y quitó la tarjeta del moño para leerla.
«Un pequeño regalo de bienvenida (tarde) y por no verme como un noble, si no como un hombre.»
La boca de Amorina quedó entreabierta cuando leyó las últimas cuatro palabras del mensaje.
«¿Por qué le escribía eso si ni siquiera se veían todos los días y mucho menos tenían cosas en común más que la fábrica textil?», cuestionó para ella misma.
Vio pasar a Beatrice y la llamó.
―¿Tomas la merienda conmigo y con Marsella? ―La invitó.
Esperaba que le dijera que sí, porque quería tener a las dos juntas para hablar y sacar sus dudas.
―De acuerdo, ¿dónde quieres?
―En la salita de té.
―Bueno, le diré a Romulo que prepare todo ahí para las cinco.
―Gracias.
―Veo que el marqués te regaló una cesta con castañas elaboradas de todas las maneras y vinos rosados.
―Eso parece. Me sorprendió, no me lo esperaba.
―Es bastante generoso, no como su padre... ―dejó en suspenso lo demás.
―¿Por qué lo decís?
―Porque antes de que el señor Invernizzi se hiciera cargo de las ciudades y del pueblo, todos lo pasamos bastante mal con su padre, es ambicioso. ¿Imagínate cómo es en verdad?
―¿Pero él hace mucho que está en el mando? Me dijo Marsella que hace poco, desde hace un mes.
―Sí, eso es cierto, pero no se sabe todavía si se quedará o regresará a donde estaba instalado, él no quería ocuparse de lo que le otorgaron por derecho, pero... era él o su primo, o su madre, que todos sabemos que ella no iba a poder gobernar porque su marido no iba a dejarla, por más que fuese ella la de más poder.
—Me imagino.
—Así que, solo esperamos que el señor Invernizzi recapacite y se quede a gobernar, porque no queremos pasar por lo mismo. La marquesa Carmela hizo un gran cambio aquí y tomó la decisión correcta y la que correspondía al haberle otorgado directamente el título a su nieto y no a alguien más como su primo que esperaba algo de eso.
―Entiendo.
―Bueno, no me entretengo más, tengo que terminar de hacer unas cosas de la casa y avisarles que preparen la merienda en la salita de té.
―Sí, está bien. Anda tranquila.
La argentina desanudó el moño y abrió el papel cristal. El aroma a castañas asadas, hervidas, con almíbar, con caramelo y con varias especias y dulces, inundó sus fosas nasales y los sentidos. En Argentina eran difíciles de conseguir por lo caras que eran y hacía años que no veía tantas juntas. Le encantaban de cualquier manera las castañas, pero sus favoritas eran las hervidas en almíbar o solo hervidas.
El escolta salió de la cocina y volvió a agradecerle por la generosidad en la que lo atendió al ofrecerle una taza de café para que se calentara.
―No fue nada, es lo menos que puedo hacer.
―Buenas tardes, señorita.
―Buenas tardes para vos también.
Apenas se retiró de la mansión, llevó la canasta a la encantadora oficina que le arreglaron, siendo mucho más femenina y de estilo moderno con antiguo, y con colores pasteles, floreados y blanco. Los detalles, algún que otro adorno y los ornamentos estaban en dorado.
Se sentó en la silla de color blanco con el marco trabajado del respaldo en dorado para encender la portátil y comunicarse con el marqués para agradecerle por la canasta de productos.
Recibió un correo electrónico de inmediato y diciéndole que agendara su número de móvil para cualquier otra cosa que necesitara. Así lo hizo la joven y cuando le avisó por un mensaje que era ella, él la agendó también. Massimiliano continuó conversando con la muchacha por la mensajería instantánea.
Amorina: ¿No deberías estar trabajando o haciendo algo más productivo que solo chatear conmigo? [4:30p.m.]
Massimiliano: ¿Acaso chatear contigo no es productivo? [4:30p.m.]
Amorina: Pues... no estamos hablando de nada laboral. Tu escolta tardará en llegar a tu residencia porque yo lo retuve en hacerle tomar una taza de café caliente. [4:31p.m.]
Massimiliano: Gracias por tu hospitalidad. Me gustaría que me invitaras a mí también a beber una taza de café. [4:32p.m.]
Amorina: Ya que insistís... te espero mañana a desayunar, ¿o tenés algún compromiso? [4:32p.m.]
Massimiliano: Me parece bien, acepto la invitación. Gracias. Debo dejarte, han llegado mis padres. [4:33p.m.]
Amorina: De acuerdo, hasta mañana y muchas gracias de nuevo por el gesto que tuviste en regalarme la canasta. [4:33p.m.]
Massimiliano: No fue nada. [4:33p.m.]
Amorina: Compartiremos algo de ahí en el desayuno. =) [4:34p.m.]
Massimiliano: Hasta pronto. [4:34p.m.]
🎀🎀🎀
Imperia
Residencia de los Invernizzi
Los padres de Massimiliano habían llegado de un viaje de compromisos laborales para pasar un largo tiempo en aquella casa junto con su hijo y para no dejarlo solo. No es que a él le desagradaba la idea de estar en la misma casa con ellos, pero con su padre era un tema aparte. No se llevaba muy bien con él y siempre buscaba la manera de hacer lo que él le imponía y rara vez le hacía caso. En cambio, con su madre era todo lo contrario, quizás por eso se llevaba bien con ella, porque era parecido a la mujer que le dio la vida.
―Buenas tardes, hijo ―contestó el hombre entrando a la oficina de su primogénito.
―Buenas tardes, señor ―le dijo levantándose de la silla y estrechando su mano.
La formalidad entre ambos era indiscutible y algo que no se podía pasar por alto.
―Hola, cariño ―respondió con una sonrisa su madre.
―Hola, mamá ―expresó abrazándola por los hombros.
―¿Cómo te trata Imperia? ―quiso saber ella.
―Muy bien ―sonrió.
―Tienes una sonrisa de felicidad, ¿a qué se debe?
―Nada en particular.
―¿Acaso has conocido a alguien?
―No precisamente en ese sentido, pero sí llegó una persona nueva a quedarse en Campochiesa.
―Es una chica entonces.
―Sí, se llama Amorina.
―Qué hermoso nombre, ¿y es así de linda también?
―Ay mamá... tú siempre preguntando esas cosas.
―¿Qué tiene? Es algo normal y me gustaría que te cases algún día.
―Es linda también. Es mi socia, es la nueva dueña de la textilería.
El padre de Massimiliano quedó escuchándolo con atención y entrecerrando los ojos mientras lo miraba.
―Vaya... ¿decidieron vender la otra parte? ―cuestionó asombrada.
―No, el señor Londez falleció y su nieta tomó el lugar de él.
Carlo quedó petrificado al escuchar la respuesta y se encolerizó por dentro cuando escuchó el apellido.
―Yo sabía que tenía más nietos. Varones —contestó su madre.
―Sí, pero su abuelo se la dejo a ella. La textilería, la mansión Las Camelias, un coche, creo que casi todo lo que el hombre tenía.
―Qué bien, ahora podrá encaminarse porque sabía también que era la más chica de los tres —acotó Angela.
―Tiene 21 años.
―Bueno... no es para nada mal la edad contra la tuya.
―¿Te parece que no es mucha? ―arqueó una ceja y su tono de voz fue con un dejo de sarcasmo―. Tengo 31 años, mamá.
Ante la conversación informal que los dos tenían sin agregar a su padre en la misma, este para cortar todo tipo de chácharas, habló tajante y serio.
―Massimiliano debe buscar una mujer con título, para continuar con el linaje puro. Es más, en nuestro viaje de negocios, conocimos una mujer educada y muy sofisticada, ¿no es cierto, Angela?
―Sí. Pero no me parece que... ―la mujer fue interrumpida por su marido abruptamente.
―Es francesa y vive en Mónaco. Muy cerca de aquí, sería fantástico que ambos se conocieran. Y con solo un par de citas para que los vean por las ciudades, confirmen un compromiso y luego un casamiento.
―Padre, no tengo cabeza en estos momentos para cosas así. Estoy en medio de unas refacciones de la textilería y prefiero dedicar mi tiempo en eso que en conocerla.
―Como quieras, pero más adelante deberás conocerla y casarte. El linaje debe seguir puro. Aunque... estoy pensando en que como ya eres el nuevo marqués de Imperia y Savona, se debe hacer una velada para darte la bienvenida. Se realizará aquí y daremos las invitaciones a nuestro círculo.
―Te lo agradezco, pero no tengo intenciones de festejar mi propia toma de título nobiliario.
―Lo siento por ti, pero debes aceptarlo ―dijo mordaz.
El marqués suspiró y se apretó el puente de su nariz porque sabía que no iba a hacerle cambiar de idea.
🎀🎀🎀
Campochiesa
Las Camelias
Las tres mujeres estaban merendando en el saloncito de té en silencio, una observaba a la otra hasta que Beatrice abrió la boca.
―¿Qué me quieres preguntar, niña Amorina? Estamos hace cinco minutos en silencio, debo saber qué tienes en tu mente.
―Nada raro... solo quiero saber algunas cosas.
―¿Cómo cuáles?
―Como la juventud de mi abuelo. Sé que esta casa la compró para vivir con mi abuela, pero estoy más que segura que vos sabes más de lo que callas.
―En efecto, la compró para vivir con la señora Evangelina.
―Sí... ―acotó dejándolo en suspenso para que el ama de llaves continuara hablando.
―El señor Darío a veces me contaba cosas de su juventud. Sé por él que tuvo un romance, creo que todo el pueblo lo supo en su momento. El mismo pueblo pensó que iban a casarse, pero algo raro pasó, mi intuición siempre me decía que quien se había interpuesto en el camino de los dos, fue el padre de ella.
―Entiendo. ¿Y por qué crees eso? ―cuestionó de manera curiosa y frunciendo el ceño.
―Porque es imposible que de la noche a la mañana hayan cambiado las cosas, se dejaron de ver, él volvió a Argentina, rehízo su vida y ella quedó en Imperia donde contrajo matrimonio meses después. Cuando a mí me contrataron, el señor Darío ya estaba casado. Tenían Las Camelias como casa de veraneo hasta que de adultos decidieron instalarse aquí.
―¿No supiste nada más de ella? —preguntó, refiriéndose al antiguo amor de su abuelo.
―¿Te refieres a si la vi?
―Sí.
―Rara vez yo iba a Imperia y asistía a los festivales en donde eran invitados, Carmela iba con su marido y su hija con el suyo, pero tu abuelo no se presentaba, lo hacía tu abuela y ambas mujeres por extraño que resultase se llevaban bien —admitió haciendo una breve pausa y luego reanudó la conversación—. Don Darío y la marquesa dejaron de verse desde el instante en que tomaron caminos separados y es posible que lo hayan decidido así también porque los dos sabían que estaban cerca, él en Savona y ella en Imperia, pero no lo sé en verdad, esa es una suposición mía nada más.
―Yo sé que siempre se enviaron cartas para saber cómo estaba cada uno y a pesar de las circunstancias, terminaron teniendo una amistad.
―Eso lo sé también, tu abuelo me lo dijo en varias ocasiones, hasta me comentó sobre el collar.
Amorina se ahogó con el té que estaba bebiendo.
―¿Te habló del collar? ―formuló asombrada y abriendo más los ojos.
―Así es. Y me dijo a quién ella se lo regalaría.
Esta vez fue Marsella quien abrió la boca después de escuchar a Beatrice.
―Yo ayer le dije que era posible que los dos quisieron que sus nietos se conocieran.
―Y no es tan descabellada la suposición ―emitió el ama de llaves.
―Sigo pensando que es una locura, es como si lo hubieran planeado.
―Pues... lo planearon sin que ninguno a su alrededor lo sospecharan ―volvió a decir su doncella.
―¿Te contó algo más del collar?
―Sí. Que fue un regalo de la abuela de Carmela a ella para su cumpleaños número 21.
―¿Y nada más?
―No.
―Bueno, por lo menos sé un poco más ―contestó y cambió de tema―, mañana invité a desayunar al marqués.
―De acuerdo, le avisaré a Romulo que haga que preparen varias cosas dulces y saladas ―notificó el ama de llaves.
―Me parece bien, tengo una duda que no tiene nada que ver con el desayuno de mañana, es una duda que me surgió ahora, ¿ustedes comen lo mismo que como yo?
―¿Por qué lo preguntas? ―inquirió Marsella.
―Porque sería lo más normal si comen de lo mismo que como yo, faltaba más. No soy una noble, que tenga una casa y una cuantiosa herencia no me hace superior a nadie y menos para comer algo. Si no les haré una huelga por no comer lo mismo que la dueña, como la que quisieron hacer los empleados de la textilería ―rio y las otras dos rieron con ella también.
―Está bien, niña Amorina. Comeremos lo mismo que te preparamos a ti y muchas gracias ―sonrió la señora.
―¿Brindamos? ―sugirió la chica y estiró la taza que tenía sujeta del asa hacia el centro de la mesita.
—¿Por qué quisieras brindar? —formuló la doncella.
—Por la amistad y por el recibimiento tan lindo que me dieron.
Las mujeres chocaron sus tazas mientras sonreían.
Canela estaba en uno de los sillones individuales dormitando mientras que ellas continuaron dentro del saloncito de té conversando.
🎀🎀🎀
Imperia
Residencia del marqués
Angela entró al cuarto de su hijo que lo vio ensimismado en unos papeles que le había dejado el abogado para que revisara. Su madre golpeó la puerta que había abierto y él levantó la cabeza.
―¿Puedo pasar?
―Por supuesto.
Ella cerró la puerta una vez dentro.
―Quiero contarte algo ―le dijo sentándose en una de las sillas.
―Dime ―hizo a un lado los papeles y le prestó atención.
―Sé que tu padre quiere lo mejor para ti y por eso te comentó lo de la chica que conocimos.
―Pero no me impondrá casarme con ella, de eso me encargaré yo.
―Terco... como mi madre.
―La terquedad es de familia ―sonrió de lado.
―Escuchando tus palabras, me inclino a pensar que no te importaría casarte con una plebeya.
―Sinceramente, no ―le habló directo y mirándola a los ojos.
―La mujer de la que tu padre hablaba antes es muy culta, fina y femenina.
―No tengo dudas de que sea así, más si mi padre solo se fija en la parte externa ―respondió tajante―. Si tanto insistes tú también, la conoceré y estoy más que seguro que mi padre la invitará al agasajo de mi bienvenida, pero no me impondrás para conocerla más. Yo veré después cómo hago para evadirlo, algo que he hecho siempre.
Angela se levantó y se giró en sus talones, pero volvió a darle la cara a su hijo.
―Tu abuela tuvo un romance con el señor Londez.
―No es un pecado.
―Claro que no, pero te lo quiero comentar porque supongo que jamás tu nonna te lo dijo.
―Quizás porque sintió vergüenza que lo supiera su nieto, pero no es una vergüenza amar a alguien que no es de nuestro círculo o como lo quieras llamar —declaró con sinceridad.
―Amar a alguien es una de las mejores sensaciones, cariño ―respondió con franqueza―, tu nonna y el señor Londez cuando eran jóvenes salieron un tiempo prolongado, pero los dos decidieron separarse porque sabían que no iba a funcionar, ella debía casarse con un hombre noble y mantener las tradiciones.
―Y terminar por resignarse al amor, a casarse por amor.
―A veces se deben hacer sacrificios.
―Yo no sacrificaré el amor de alguien por un título nobiliario y te lo dejo claro desde ahora. Me casaré con quien yo quiera, sea plebeya o noble, pero será a mí gusto, no para el gusto de los demás o mi padre. Me casaré solamente por amor. Y si él tiene algún problema cuando se lo comentes, que venga él a decírmelo en la cara ―su voz sonó seria y distante.
―Entiendo... si se lo digo, ya sabes cómo se pondrá.
―No le tengo miedo ―replicó desafiante―, no le tengo miedo a alguien que toda su vida se la pasó impartiendo órdenes para los demás y todos debían obedecerlo. Me importa un cuerno si se enoja y tú deberías hacer lo mismo. Tú te casaste con él, ¿por amor o por imposición? ―se lo preguntó con determinación a su madre―, ni me respondas porque me lo imagino. Esta es la casa de tu madre, no le tendrías que dar tanta importancia a las palabras de un hombre que siempre te ordenó lo que debías hacer, puede tener un título nobiliario y ser parte de esto también, pero no es el dueño absoluto de la residencia —su voz sonó seria.
―Tu padre es un buen hombre y con el tiempo aprendimos a querernos.
―¿Esa frase se la memorizan? ―inquirió con burla.
La madre se sintió incómoda ante la pregunta tan directa de su hijo.
―No, pero no siempre las personas con títulos nobiliarios se terminan casando con quienes quieren ―la respuesta que le dio, le confirmó la sospecha―. Quiero cambiar de tema. Sé por el abogado que mi madre te dejó una carta.
―¿Qué quieres saber sobre eso?
―¿De qué te habla?
―Me dio la bienvenida y luego me habló sobre el collar.
―¿El collar perdido? ―Lo observó sorprendida.
―Así es. Y me comentó que ella se lo entregó a alguien. A mí me dejó el colgante del collar.
―¿Y a quién se lo dio?
―No lo sé, parece que voy a tener que averiguarlo.
―Todos estos años creí que estaba perdido, se lo regaló tu bisabuela a ella cuando cumplió la mayoría de edad, sus 21 años.
―Pero ya ves que no estuvo nunca perdido, ella lo tenía guardado y ahora está fuera de la familia.
―Nunca se lo vi puesto a mi madre, me dijo que solo una vez lo usó y después se terminó perdiendo, es lo que todos supimos, pero no, ella buscó la manera para dárselo a otra persona.
―La nonna era audaz y tenía carácter, hacía lo que quería.
―Y era buena y generosa también ―confesó Angela con una sonrisa en el rostro―. En fin, te dejo tranquilo, nos vemos más tarde.
Su madre salió de la habitación y cerró la puerta dejando a Massimiliano pensando y viendo de nuevo los papeles.
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