🎀Capítulo 6🎀
Una semana después...
Desde que Amorina había llegado de Argentina las cosas parecían encaminarse con tranquilidad y buena predisposición por parte del marqués a quien vio solo dos veces más durante aquella semana por cuestiones laborales, una vez para anunciarles el depósito del salario con el incremento del treinta por ciento para cada empleado y una segunda vez porque él quería proponerle otro arreglo estructural, aparte de las reformas que habían planeado para que la textilería quedara mejor de lo que se veía.
En esa misma semana tampoco la dejó muy tranquila el collar, que la invitaba a que lo usara y viera imágenes de la juventud de su abuelo y Carmela. Casi todas relacionadas con el padre de la marquesa y Darío, y la enemistad que progenitor y su abuelo tenían. Él trataba de ser amable y explicarle que era un buen hombre, pero el marqués solo lo despreciaba y lo dejaba quedar en una mala posición, y viendo aquellos momentos, estaba segura de que la marquesa quería que ella desvela varios secretos.
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Savona
Campochiesa
Para finales de enero, el pueblo se vistió de fiesta con el festejo que realizaban todos los años de las castañas y vinos rosados. Para cada fecha el marqués era invitado a pesar de pertenecer a Imperia, pero por tener doble título, era un deber entregarle la invitación y que él asistiera si se daba el caso. Esta vez, la nueva integrante del pueblo quedó maravillada con todo lo que hacían en ese festival.
Amorina fue con su perrita y Marsella después del mediodía.
Mientras probaban castañas hervidas pasadas por almíbar un murmullo de personas se fue acrecentando cuando giraron las cabezas y vieron una camioneta negra con el escudo heráldico de la nobleza. Tres hombres de traje se bajaron y uno de ellos le abrió la puerta trasera para que descendiera el marqués. La doncella de la joven la miró con los ojos entrecerrados y no acotó nada, pero sí se dio cuenta de algo, aunque era muy apresurado, percibía que a la niña Amorina le gustaba el señor Invernizzi.
El hombre vestía un pantalón de mezclilla con unos tenis oscuros, una camisa con un suéter con escote en v y un abrigo de paño de lana en color negro y, completando el atuendo una bufanda de color azul índigo que incluso le quedaba perfecta con el color de ojos que tenía.
Se acercó a la chica apenas la vio en uno de los puestitos y los tres hombres no se separaron de él.
Varias personas se amontonaron alrededor del noble, ofreciendo sus productos y les dijo de forma amable que pasaría por cada puesto.
―Milord ―emitió Marsella haciendo una reverencia.
―Buenas tardes, ¿cómo se encuentran? ―les habló a ambas.
―Muy bien, ¿y vos? ―cuestionó Amor.
La doncella la observó con asombro por dirigirse a él con informalidad.
―Niña Amorina... es el marqués ―dijo por lo bajo.
―Para mí es Massimiliano, así lo supe por mi abuelo.
―¿Es tu doncella? ―quiso saber por curiosidad.
―Sí, era de mi abuela, ahora es mía, aunque la considero más una amiga.
Canela cuando vio al hombre se inquietó entre los brazos de su dueña y este la observó con atención.
―Así que tú eras quien se durmió en mis piernas, ¿verdad?
La perra quedó encantada con las muestras de cariño que le hacía en su cabecita y orejas. El animal se aferró con sus patas a los brazos del hombre y con un empujón hacia delante quedó en los brazos de él.
―Canela... ten un poco más de decencia ―la regañó su dueña, pero la perrita estiró la cabeza y le dio un lametón en su nariz.
―Parece que te acuerdas de mí ―le sonrió y la mascota siguió restregándose contra su bufanda.
―Lo siento... cuando le agrada alguien se comporta así ―le confesó con algo de incomodidad.
―No pasa nada, ¿qué estaban haciendo?
―Acabamos de probar unas castañas hervidas con almíbar.
―¿Cómo estaban?
―Buenísimas ―dijo la chica.
―Muchas gracias por aceptar la invitación, milord ―se acercó una mujer que tenía uno de los puestos.
―No fue nada, todos los años trato de venir en un horario o en otro a pesar de no haber hecho una residencia aquí.
―Lo sabemos, usted casi siempre venía con su nonna —le regaló una sonrisa—, pero es posible que no le parezca lo mejor que vio.
―Mi nonna siempre me convencía, era imposible negarse a ella —se lo dijo con otra sonrisa—. ¿Las ventas de este año cómo van?
―Bastante bien, esperamos que para el verano con el turismo se mejore todo y esto crezca.
―Es lo que espero yo también.
―No le quito más su tiempo, bienvenido ―le dijo y le hizo una reverencia.
Cuando la mujer se alejó para regresar a su puesto, él las miró de nuevo.
―¿Por qué no damos una recorrida por los puestos? ―sugirió.
―De acuerdo ―afirmó la chica.
Los tres y la perra que volvió a los brazos de Amorina caminaron por cada puesto para degustar lo que vendían, tanto de diferentes elaboraciones que preparaban con las castañas como los vinos rosados. Ella no probó muchos de estos últimos porque debía conducir, pero él probó cada pequeño vaso descartable que le ofrecían con un poco de bebida alcohólica. Ambos compraron varias cosas de cada puesto para ayudar a que continuaran cosechando y elaborando productos para el pueblo, las ciudades vecinas y los turistas.
Apenas terminaron con el último puesto, ellas se despidieron de él y avanzaron hacia el coche de la chica para meterse dentro.
El Marqués, una vez que compró los productos y los dejó en la camioneta, volvió a pasar por cada puesto solo para preguntarles qué era lo que más le había gustada a la señorita y así armar una canasta de regalo para ella.
Era de esperarse que el pueblo quedó curioso y sorprendido por el interés de él hacia la nieta de don Darío.
Al terminar de comprar todo y que le armaran una canasta envuelta en un papel cristal con un moño de tela estampada en flores, se lo llevó a la camioneta y subió para regresar con sus escoltas a la mansión.
En el camino opuesto, pero no tan lejos de donde se había hecho el festival, estaban las dos mujeres y Canela en el regazo de la doncella, y esta última habló:
―Canela se acuerda de él y le agrada, si no, no estaría tan mimosa con él, ¿y tú? ―preguntó.
―¿Yo qué? ―Continuó mirando al frente con las manos en el volante.
―Te gusta el marqués, te vi la cara cuando lo viste, se te cambió la expresión y tus ojos brillaron.
―Ves cosas que no son.
―No está mal que te guste, ni está mal que solo haya pasado una semana en la que estás aquí.
―Marsella, no es cualquier hombre. Lo puedo llamar por su nombre, puedo hablar con él de manera informal y no hacerle la reverencia, pero sé bien quién es.
―Pues te olvidas de que estamos en el siglo XXI y las cosas cambiaron.
―No creo que hayan cambiado para todos, no me parece que la familia del marqués sea una de las que hayan cambiado para modernizarse, me lo huelo en el aire, sobre todo el día que fui a la mansión para hablar con él por un tema de la fábrica textil. No conozco a su familia, pero la manera en cómo es por dentro la residencia me inclino a pensar que son de esas familias tradicionales y que siguen el protocolo a rajatabla como en la antigüedad —hizo una pausa para poner el guiño y adelantarse a un coche—. Se relacionan con gente de dinero y nobles, se casan con linajes puros, con personas que tienen títulos nobiliarios. Se pueden juntar en reuniones, pero no unirse de la manera en que todos sabemos.
―Pero a veces la excepción es realmente buena.
―Puede que tengas razón, pero lamentablemente no todo es tan moderno en cuestión de uniones ―manifestó.
🎀🎀🎀
Las Camelias
Al cabo de unos minutos, aparcó el pequeño coche en la entrada de la mansión y se bajaron. Amorina bajó una caja con todo lo que había comprado y entraron.
―Necesito contarte algo, es muy importante pero no le digas a nadie, por favor.
―De acuerdo, enseguida subiré si quieres hablar en el cuarto ―le dijo dejando en el piso a la perrita.
―Me parece bien.
🎀🎀🎀
Recámara de Amorina
No pasó mucho tiempo para que ambas volvieran a verse y continuar con la conversación pendiente.
―Decime algo, vos que vivís acá, estoy segura de que conoces mucho más las familias del pueblo y las de Imperia y Savona, ¿verdad?
―Sí, ¿qué quieres saber? ―inquirió mirándola con atención.
―Sentate mejor.
La doncella se sentó en una silla antigua de estilo shabby chic.
―¿Sabes algo de la familia de Massimiliano? Cómo está compuesta, ¿sabes de algún rumor que hubo años atrás?
―Pues... tiene a sus padres, su nonna falleció hace como un mes, él tomó el título, ella se lo cedió directamente a él sin pasar por su hija.
―¿Tiene hermanos?
―No, tiene un primo que esperaba que alguien le entregara algún título o alguna propiedad o joyas, pero no fue el caso.
―Ya veo, todo quedó para su nieto y bueno... su hija también.
―Sí... El padre del marqués tiene una ascendencia importante también.
―Supongo que es noble también, ¿no?
―Así es. Es el marqués de Savona. Al tener el hijo el título nobiliario por parte de su abuela, le quedó un título compuesto.
―Ajá, pero siendo Savona del padre, ¿no tendría que ser primero el suyo?
Marsella se la quedó mirando con un poco de atención y luego entendió.
—Cierto, pero creyeron que quedaba mejor cómo sonaba Imperia y Savona y no al revés.
—Ellos y sus vueltas —revoleó los ojos—, pero sí, a veces hacen esas cosas. ¿Y cómo se llaman?
Era posible que Marsella pensara que quería indagar más de lo debido, pero necesitaba saber más cosas para llegar a donde quería, el collar.
―Carlo y Angela.
―Conociste a Carmela, ¿no?
―¿Cómo sabes su nombre? Supongo que tu abuelo te lo dijo alguna vez, ¿verdad?
—No precisamente por eso. Contame cómo era.
—Era una gran mujer. Siempre ayudaba a los demás y se juntaba con todos. Ella no tenía rangos cuando debía asistir a los festejos o eventos de los dos pueblos y sus ciudades. Si se tenía que mezclar con los demás, se mezclaba, no le importaba, el marido que le tocó era bastante bueno también. Pero el padre de ella, decían que era frío, arrogante y soberbio, que no se mezclaba con nadie más que con los de su clase.
―Entiendo... ―respondió, recordando las escenas de lo que le había mostrado el collar―, ¿y el padre de Massimiliano? ¿Cómo es?
―Se influenció mucho por su suegro, porque lamentablemente con el correr de los años, el marido se dejó manipular por el padre de Carmela, y Carlo terminó siendo igual o peor.
―Marsella, te voy a contar algo o quizás ya lo sepas, no lo sé... no sé si alguna vez mi abuelo les contó algo de cuando era joven.
―Puede que sepa mejor Beatrice de lo que quieres saber o preguntar. Te noto nerviosa.
―Pues lo estoy, no tenés idea de cuánto porque si te estoy cuestionando todo esto es porque... Yo tengo algo de la Marquesa de Imperia y Savona.
―No te comprendo.
―Mi abuelo, mucho antes de conocer a su esposa, tuvo un romance con Carmela.
―Ahora que lo mencionas, recuerdo que se habló sobre un breve romance que ella tuvo con alguien.
―Sí es de quien decían, era mi abuelo.
―Pero no entiendo lo que dijiste antes, que tienes algo de ella.
―El romance que tuvieron se disolvió y cada uno hizo caminos diferentes, pero nunca dejaron de escribirse, ya no como una pareja si no para saber cómo se encontraba cada uno.
―Qué tristeza, ¿qué pasó? ¿Por qué se separaron?
―Mi abuelo me contó porque pertenecían a clases sociales diferentes, él no era rico y ella ya tenía un título nobiliario, y se esperaba que se casara con alguien de su estatus ―quedó callada y luego reanudó la conversación―, en una de esas entregas de cartas, Carmela le dio un collar de la familia. Un collar de ella. Ese collar me lo cedió a mí. Le dijo que quería que lo tuviera y que lo usara en ocasiones que yo creyera conveniente.
―¿Viste el collar?
―Sí, lo tengo guardado, pero no sé si los Imperia y Savona lo están buscando y tengo miedo de que me acusen de ladrona.
―Qué dilema... ―acotó Marsella preocupada también―. ¿Y si se lo cuentas al marqués?
―Creerá que estoy loca. Todavía no entiendo por qué su abuela quiso que yo lo tuviera ―se llevó una mano a la frente apoyando el codo en el muslo.
Su doncella quedó pensativa e intrigada por demás, todo lo que la niña Amorina le contó tenía una sola explicación y abrió más los ojos de manera sorprendida.
―¿No crees que ella quiso que el collar lo tuvieras tú para que conozcas a su nieto? Tu abuelo y su abuela no pudieron tener una vida juntos... quizás...
―No lo creo, es descabellado ―se levantó de la silla mirando por el ventanal.
―No lo es tanto... si te lo pones a pensar mejor. Ellos no pudieron, capaz que ustedes sí.
Amorina se echó a reír.
―Ese hombre se debe unir con alguien igual a él.
―¿Lo dices tú o quién?
―Solo hace una semana que estoy viviendo acá, todo me resulta familiar y extraño al mismo tiempo. Sobre todo, cuando estoy con Massimiliano.
―Campochiesa es un lugar encantador, e Imperia y Savona tienen sus encantos también. ¿Nunca te pusiste a pensar por qué tu abuelo quiso tener una residencia en este lugar?
Amorina giró en sus talones y la miró detenidamente.
―Jamás se me ha ocurrido pensar porqué quiso acá.
―Entonces, yo creo que ya tienes la respuesta.
Marsella se levantó de la silla y caminó hacia la puerta.
―No pienses tanto, si ella te lo regaló, fue por una buena causa. A mi parecer y por lo que me contaste, está más que claro que fue para que el marqués y tú se conocieran. Un posible amor a través del tiempo.
La última frase quedó flotando en el aire del cuarto de la joven y ella clavó los ojos en el cajón del escritorio donde tenía el estuche del collar. El clic de la puerta le anunció que se encontraba sola para poder usarlo una vez más.
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