🎀Capítulo 4🎀

Savona, Italia

Aeropuerto de Savona

Amorina y Canela llegaron al lugar para instalarse por definitiva donde sería su nuevo hogar a partir de aquel día. Por conversaciones anteriores con su abogado, ya tenía todo preparado para el día de su llegada en donde debía salir del aeropuerto y encaminarse a la playa de estacionamiento para encontrar su coche. Solo tenía las instrucciones y la patente de este para que no hubiera confusiones.

Cuando quedó frente al vehículo, comparó el número de patente con el que había escrito y se llevó una gran sorpresa al ver el diminuto coche. Un quattrocento de color blanco perlado.

Abrió la puerta y metió todo en el auto incluyendo a su perrita que la ubicó en el asiento del copiloto.

El abogado le dijo que debía revisar la guantera para encontrar un sobre el cuál al abrirlo, leyó la carta.

Amor:

Espero que tu vuelo haya sido agradable. Te doy la bienvenida a esta nueva aventura porque después de todo lo será para vos. Ve primero a la casa e instalate, luego te ponés el vestido y vas hasta la textilería. Ya sabes donde se encuentra, un poquito más cerca de Imperia que de Savona, pero lo que no sabes es que el establecimiento es compartido. La mitad de la fábrica es de Massimiliano Invernizzi. No faltará oportunidad para que se conozcan porque en definitiva tendrán que trabajar juntos para llevar por buen camino la textilería.

No te entretengo más porque tenés un viajecito bastante largo hasta Campochiesa.

Disfruta, sé feliz.

Te quiere, tu abuelo

Metió la carta en su cartera y encendió el motor, cuando salió del estacionamiento se alejó de la ciudad con una pregunta en su cabeza.

«¿Quién era Massimiliano Invernizzi?»

🎀🎀🎀

Campochiesa, Savona

Después de una hora de recorrer varios kilómetros, Amorina se encontró con la imponente fachada de la casa, una mansión que a simple vista se le notaba el paso de los años y la falta de mantenimiento. Los jardines no estaban podados, ni cuidados, pero sabía que pronto todo lo que veía quedaría como nuevo. Más que una casa parecía un castillo de estilo victoriano o quizás francés. Tenía tres picos, uno a la izquierda y los otros dos a la derecha, uno más bajo que el otro, el techo del frente era a dos aguas y había varias entradas en arcadas. Bajó del coche junto con Canela en brazos. Una sensación de añoranza y felicidad se le instaló en el estómago y se extendió por todo su cuerpo.

«Aquí es.»

Susurró al ver el lugar y no pudo contener las lágrimas cuando se dio cuenta que había pronunciado las mismas palabras que le había dicho su abuelo. Esa iba a ser su residencia por definitiva y era suya.

El abogado abrió la puerta y se acercó a ella para darle dos besos en las mejillas y le dio la bienvenida.

Signorina, Amorina (Señorita, Amorina) ―contestó con alegría el hombre―. Bienvenida a tu nueva casa. ¿Cómo te ha ido el vuelo?

―Gracias, el vuelo fue bueno.

―Entremos, están ansiosos por conocerte.

―Y yo a ellos ―sonrió.

El abogado dejó pasar primero a la joven, encontrándose con una fila de más o menos quince personas. De a poco se fueron presentando junto con el cargo que tenían en la casa cuando el dueño era su abuelo.

―Buenas tardes, señorita. Mi nombre es Beatrice, soy la ama de llaves.

―Encantada en conocerla, señora Beatrice ―la muchacha le dio dos besos.

La mujer quedó desconcertada, pero conforme con la efusividad de la chica.

―Mi nombre es Marsella y era la doncella de su abuela, si gusta seré la suya también.

―Sí, todos volverán a trabajar aquí y tendrán el mismo puesto que tuvieron cuando estaban mis abuelos.

―Se lo agradecemos mucho, señorita Londez ―dijo el ama de llaves―, esperemos que todo esté acorde a usted. Trataremos de hacer lo mejor que podamos.

―No se preocupen, yo no pretendo que me sirvan todo el tiempo, incluso en lo que pueda los ayudaré.

―Es muy generosa, señorita. Me recuerda a su abuela ―le dijo Beatrice.

―Se lo agradezco, es un halago.

―Marsella, lleva a la niña a su recámara ―se dirigió a la doncella―, uno de los empleados le subirá su maleta.

―No es necesario.

―Insisto, por favor —habló el ama de llaves.

―De acuerdo.

―Hoy descansa, mañana nos pondremos al día con las cosas ―expresó su abogado.

―Está bien, muchas gracias por todo ―le sonrió.

―Hasta pronto.

El hombre salió de allí y la joven se giró para mirar de nuevo a los demás.

―¿Qué solían hacer en este horario?

―Me encargaba de la merienda ―contestó Vera, la cocinera.

―¿Querés que te ayude? ―cuestionó servicial la joven.

―No señorita, gracias. El servicio de cocina me ayudará ―respondió con otra sonrisa.

―Bueno... entonces, iré al cuarto a acomodarme.

―¿La merienda quiere tomarla en el dormitorio o en la galería trasera de la casa? ―preguntó el ama de llaves.

―En la galería estaría bien. Por favor, me gustaría que me llamaran por mi nombre y sin formalidades.

―De acuerdo, ¿te parece bien Amor o niña Amorina? —sugirió la señora.

―Sí, cualquiera de las dos.

Pronto la fila de personas se dispersó y cada uno comenzó el trabajo que le correspondía como hacía tiempo aquella casa no tenía, pero el señor Romulo se quedó cerca de ella para hablarle a solas.

—Discúlpeme, señorita Amorina, si gusta seré su mano derecha también aparte de servir las comidas. Cuando su abuelo vivía aquí, hacía ambas cosas y si no le parece mal, me gustaría continuar con lo mismo.

—Por mí no hay ningún problema, si es lo que querés, yo no te pediré que renuncies a un trabajo para mantener el otro, la verdad es que no sé cómo se manejaban las cosas acá y me vendría bien una tercera persona para que opine lo que es mejor para Las Camelias.

—Se lo agradezco mucho, niña Amorina —le regaló una sonrisa.

—De nada —se la correspondió.

Cuando la joven subió las escaleras y entró a su recámara, quedó maravillada con lo bonito que era.

―Qué preciosidad.

―Tu abuelo quiso que se decore y arregle el cuarto, si algo no te gusta puedes cambiarlo a tu gusto.

―No, me encanta ―admitió con sinceridad―. Es un estilo shabby-chic, me fascina. Parece la habitación de una princesa.

―El señor Londez quería que tuviera un estilo moderno con antiguo. Eso es lo que supimos por el abogado ―expresó, calló y luego volvió a hablar―, realmente nos sorprendió que fueses la dueña y que quisieras venir —le declaró la doncella.

―¿Por qué? ―frunció el ceño mirándola.

―Pensamos que el nieto mayor ocuparía el lugar, pero si no te molesta —hizo una pausa y continuó hablándole—, me gustaría ser sincera contigo, nos alivia que seas tú y no él. Sabemos que el señor Patricio es ambicioso y...

―Lo sé y te entiendo ―la observó con determinación―. Fue una sorpresa para mí también cuando supe que me dejaba la casa, nadie lo sabía hasta días después de su funeral.

―El señor Darío siempre fue de secretos que luego sorprendían a los demás, en este caso, nadie sabía lo que iba a pasar con nosotros y si la mansión caía en manos de Patricio...

―Quizás hubiera sido un desastre. Trataré de hacer lo mejor que pueda para que la casa vuelva a lo que era antes. Dime una cosa, Marsella.

―Con gusto, Amorina.

―¿Qué se puede hacer acá? ¿Dónde puedo comprar flores para que el jardinero las plante? ¿Los alimentos, en fin, todo lo necesario?

―Hay tres ciudades cerca y modernas, el pueblo si te fijaste, quedó en la antigüedad, pero se adaptó a este siglo. Tienes todo lo necesario para comprar lo que quieras.

―¿Hay wifi?

―Por supuesto ―rio por lo bajo―. Estamos en el siglo XXI, el pueblo debió adaptarse al cambio para que los turistas pudieran disfrutar de lo que se ofrece aquí.

―Fue inevitable.

―Exacto, ¿quieres que te ayude a acomodar la ropa?

Amorina quedó incómoda por la pregunta porque no estaba acostumbrada a tales atenciones, pero luego asintió con la cabeza y dejó a Canela sobre la cama.

🎀🎀🎀

Después de merendar en la galería, decidió que lo mejor era prepararse para visitar la textilería y subió de nuevo a su alcoba para ponerse el vestido que su abuelo le había pedido en la carta. Era al cuerpo, largo hasta los muslos y de mangas largas, el detalle que tenía era el de una camelia rosada bordada en el pecho con hojas. Se calzó un par de botas hasta las rodillas y luego se puso un abrigo.

Canelita, te quedarás un ratito acá dentro, ya mañana saldremos al jardín para que lo inspecciones vos también ―le dijo con una sonrisa y le besó la cabeza.

La perrita movió la cola ante la muestra de cariño.

Amorina salió del cuarto cerrando la puerta y bajó las escaleras. Descolgó la cartera del perchero amurado a la pared del hall y le avisó al ama de llaves que saldría a recorrer un poco el pueblo y visitar la fábrica.

Ya metida dentro de la pequeña perla blanca, se alejó de la casa con dirección al camino que la llevaría al lugar, se guio con el GPS de su auto para no perderse y poco tiempo le llevó encontrarse de frente con la gran fábrica.

Estacionó el coche y se bajó. Se colocó de nuevo el abrigo y se encaminó a la puerta. Alguien la recibió con el ceño fruncido.

―Hola, buenas tardes, soy la nieta del señor Londez ―el hombre abrió más los ojos sorprendiéndose de verla allí.

El empleado le cerró la puerta en la cara y ella quedó perpleja. Golpeó de nuevo la puerta y esta vez fue recibida por una señora.

―Pase por aquí, por favor ―le emitió abriéndole más la entrada.

―Gracias.

El interior estaba con poca luz y en silencio caminaron una detrás de la otra hasta la sala principal donde todos estaban reunidos.

―¿He llegado en un mal momento? ―su voz se hizo notar.

―Les presento a la nieta de don Darío ―les comunicó la señora.

―Mucho gusto a todos ―les habló con una sonrisa―. Ya que parece que estamos todos, me gustaría saber cómo se llevaban con mi abuelo y cómo habían quedado las cosas aquí para ver si las puedo solucionar o seguir con lo que estaban, me dijo el abogado que todo marchaba bien.

―El señor Londez ha sido una persona maravillosa y no hemos tenido problemas con él. Siempre ha sido servicial y amable, un ejemplo de hombre ―contestó quien le abrió la puerta la primera vez.

―Pero no podemos decir lo mismo del otro dueño ―refunfuñó una de las costureras.

―¿Massimiliano Invernizzi? ―cuestionó levantando las cejas de manera sorprendida.

―Así es ―hizo un mohín―, el marqués de Imperia y Savona ―casi escupe el nombre.

―¿Marqués? ―quedó más desconcertada que antes.

Cuando Amorina escuchó el título nobiliario, inmediatamente pensó en el collar y de quién era y, supuso que era el viudo de la dueña de la gargantilla.

―No quiere darnos un aumento ―replicó la misma empleada―. Se lo hemos dicho varias veces y ahora que su abuelo no está más, menos lo hará. Con el señor se podía hablar e incluso don Darío lo convencía, pero ahora que falta uno... —comentó de nuevo— pues... el otro no hará lo que le pidamos. Para él, nosotros somos gente común que no merece buenas cosas en la vida —dijo con pena.

―Por ese motivo decidimos hacer una huelga pasado mañana ―notificó otro de los empleados.

―Entiendo, yo hablaré con él. Veré qué puedo hacer para que no hagan una huelga, quiero llegar a un acuerdo con él. ¿Cuánto piden de aumento?

―El treinta por ciento ―confesó otra de las costureras.

―Está bien, intentaré plantearle la situación y trataré de llegar a un arreglo que nos beneficie a todos. Les agradezco mucho lo que me han contado y la bienvenida. Me gustaría saber si alguno de ustedes maneja los correos electrónicos.

Una joven de más o menos su edad habló:

―Yo, señorita, Londez.

―Amorina para todos, no tengo un rango, nada, soy igual que ustedes, que sea la dueña no quiere decir que me sienta superior. ¿Quedó claro?

Todos asintieron y lo afirmaron con sus voces también y, poco a poco le fueron diciendo sus nombres.

🎀🎀🎀

A la noche cenó en el comedor diario junto con el ama de llaves, Marsella, Romulo y Vera quienes, a pesar de la sorpresa, aceptaron su invitación.

Amor se había sentado en la cabecera y los demás eligieron sentarse a los costados, pero ninguno en el otro extremo.

Canela por su parte, estaba en los pies de la chica, royendo un hueso.

―Nos ha comentado el abogado que te quedarás a vivir aquí, ¿eso es cierto? —comentó Beatrice.

―Sí, vivo con mis padres, pero decidí hacer lo que me pidió el abuelo, vivir aquí y continuar con el legado. Mis padres y mis hermanos pueden visitarme cuando quieran o yo ir a Argentina o al lugar donde estén.

―Por supuesto —respondió la mujer más grande que ellas y los demás asintieron.

―Mañana iré a comprar unas cosas, ¿necesitan que compre algo más?

―No, señorita, si es sobre los alimentos, déjame a mí comprarlos, pero si quieres que compre algo que te gustaría, solo tienes que decirme para agregarlo a la lista de víveres.

—Nosotros somos los que nos encargamos de reponer lo que haga falta en cuestión de alimentos generales y de mantener Las Camelias en buen estado a partir de ahora, tú deberías disfrutar de lo que te dejó tu abuelo y de la textilería —fue el turno de Romulo hablarle con claridad.

―Me agrada la idea de agregar lo necesario y que ustedes quieran encargarse de la casa, pero quiero ayudarlos también, me encantaría ayudar con el jardín y plantar nuevas flores y árboles, frutales y florales, sobre todo, de camelias.

―Estamos para hacer nuestro trabajo, niña Amorina —dijo Marsella.

―Lo sé, pero no quiero cargarles algo más de lo que ya tienen.

―No te preocupes —insistió la doncella.

—Si gustas, puedes ayudarle al jardinero, pero para el resto de las cosas, nos encargaremos nosotros —admitió Beatrice.

—Está bien.

—Señorita, no sabe lo preciosa que es la casa cuando el pasto está cuidado y tiene flores y árboles, en primavera da gusto disfrutar de los días soleados y cálidos en el jardín con el perfume de las flores y las frutas —respondió maravillada Vera.

—No lo dudo —anunció contenta—, todavía no puedo creer que el abuelo me haya dejado esta joya —dijo, refiriéndose a la casa.

—Él siempre sabía quién era merecedor de tal cosa u otra, nunca se equivocó en cuanto a eso y en nombre de las demás personas que comenzaron a trabajar aquí de nuevo y mío, le damos las gracias y estamos felices de que seas tú la dueña de Las Camelias —declaró con honestidad el mayordomo.

—Se los agradezco mucho, para mí es todo sorpresivo aún, pero estoy contenta de tener la posibilidad de vivir acá, por favor, sigan cenando, no se detengan por mí.

Continuaron comiendo y cuando terminaron, levantaron la vajilla y ella les deseó las buenas noches cuando vio que no iban a dejarle hacer más nada en la cocina. Levantó a Canela en sus brazos y se encaminó al dormitorio.

Una vez dentro, bajó al piso a su mascota que de inmediato saltó a la cama para echarse y dormitar. La joven por su parte se desvistió con tranquilidad pensando en lo que haría mañana, decirle a Vera de las cosas que quisiera para la casa y para comer y compraría materiales para sus acuarelas, para su aseo personal, y flores y semillas que le preguntaría al jardinero, pero principalmente compraría árboles de camelias, así como otros más. Necesitaba devolver el esplendor que una vez tuvo la mansión.

El otro asunto importante era ir a hablar con el socio de la textilería. El marqués.

Giró la cabeza y dirigió la vista al cajón del escritorio que estaba frente a la ventana del jardín trasero, un jardín que necesitaba urgente un cambio rotundo. El collar dentro del estuche la llamada para ser abierto y usado de nuevo. La invitaba a que viera otro suceso.

―¿Qué es lo que me mostrarás ahora? ―cuestionó en voz alta caminando hacia el cajón y sacándolo.

Lo abrió, era la segunda vez que iba a ponérselo y estaba nerviosa, no por ver algo, si no por lo que le mostraría. Amorina era una joven con una mente demasiado abierta y creía en cosas imposibles, y si bien estaba intranquila, se atrevería de nuevo a usar el collar y que le mostrara lo que tenía para ella.

Apenas se lo colocó, miró un rincón del dormitorio y una secuencia de un acontecimiento en concreto con su abuelo y quien al parecer era el padre de la chica con la que tuvo el romance, la dejó entre sorprendida y triste.

―Por eso no pudieron estar juntos ―expresó bajando las cejas con tristeza.

Agachó la cabeza sintiendo el escozor de las lágrimas a punto de salir. Había sentido pena por su abuelo.

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