🎀Capítulo 24🎀

Savona, Italia

Diez días más tarde la pareja continuaba viéndose y saliendo a pesar de la preocupación que tenía encima Amorina, cada vez que salían de Las Camelias, la joven se encontraba incómoda y perseguida por miedo a que Adelaide hiciera algo indebido. Su familia había regresado a Buenos Aires y solo estaba con Beatrice, Marsella y Massimiliano que algunas veces se quedaba a dormir.

Cuando los demás se enteraron de que ella se encontraba bien y daría un paseo por el pueblo, le dieron una hermosa bienvenida con un cartel adornado con flores y un pequeño ramillete le entregó un niño de cinco años.

Las personas los aplaudieron, sobre todo a la joven por haber sido valiente y tener el coraje de entrar con el marqués a salvar las vidas de los dos empleados que tenía la textilería en el turno nocturno.

—Hay una pequeña sorpresa —dijo un hombre acercándose a la muchacha.

—¿Una sorpresa? —Levantó las cejas sin saber de lo que estaba hablando—. Usted es...

—Perdón por no presentarme antes, soy Emilio, el arquitecto que realizó la reforma de la textilería.

—Me gustaría verla, ¿se puede?

—Por supuesto.

De a poco se acercaron al edificio y Amorina leyó los apellidos de ambos con una nueva tipografía y quedó muy feliz con el resultado.

—Me gusta mucho la fachada y la fuente de nuestros apellidos.

—Me alegro de que le guste, señorita Londez —le expresó con alegría y sinceridad el arquitecto.

—Creo que acertaste con lo que representa para nosotros el lugar.

La felicidad de todos los presentes fue opacada por la aparición de la baronesa que gritó dejando en evidencia el desprecio que tenía por Amorina.

—Vaya, vaya, pero si la señorita Londez está recuperada y todos aquí le han dado la bienvenida, todos son unos patéticos —declaró con cinismo.

—Será mejor que te vayas de aquí, Adelaide —le contestó Massimiliano con seriedad—. No eres bien vista entre nosotros.

—Oh, pero ¿acaso la plebeya mugrosa sí? —preguntó con burla y clavó los ojos en la chica—, piensa muy bien lo que harás, Amorina —le respondió sin darle más detalles.

La mujer se retiró de allí y el marqués la miró con atención.

—¿De qué está hablando? —frunció las cejas sin entender nada de lo que estaba pasando entre Adelaide y ella.

—De nada, no sé. No la entiendo cuando habla —intentó excusarse.

—No quieres entenderla o me estás ocultando algo.

—No, no te estoy ocultando nada, sigamos con la bienvenida con tranquilidad, por favor.

—De acuerdo, pero cuando lleguemos a Las Camelias hablaremos de esto.

—No hay nada de qué hablar.

—Oh sí, hablaremos, porque estás rara desde que te llamaron aquella tarde.

—¿De cuál llamado hablás? —Unió las cejas sin querer comprenderlo.

—De ese que me dijiste que era una de las costureras y, me mentiste porque pregunté a todas y cada una me dijo que no hablaron contigo en ningún momento.

—No quiero hablar del tema, por favor, terminemos de hacer lo que tenemos que hacer y cada uno se va a su casa —su contestación fue bastante tajante.

Massimiliano apretó los dientes y la boca quedándose disgustado por la actitud repentina de su prometida, pero no le respondió absolutamente nada.

Una hora y media después, él la dejó en la puerta de la residencia y sin tener idea de cómo encarar la situación, la argentina le expresó algo que el marqués realmente no esperaba.

—Creo que quiero tomarme un tiempo —declaró.

—¿Tomarte un tiempo? No te entiendo, ¿quieres separarte? —fue lo único que se le ocurrió a Massimiliano preguntarle.

—Me parece que va a ser lo mejor, últimamente siento que no soy yo misma. Con todo lo que pasó, lo mejor será alejarnos, por un tiempo o indefinidamente.

—Quien te llamó fue Adelaide esa tarde, ¿verdad? —quiso saber y ella se quedó callada.

—Con lo que pasó y lo que presenciamos hoy, prefiero romper la relación que tenemos.

—¿Por qué? No te entiendo la verdad —negó con la cabeza mientras la observaba.

—No quiero seguir más con vos. Todo me está superando y no quiero estar en una relación por compromiso, las quemaduras me dejarán marcas de diferente color, no quiero que por lástima te sigas quedando conmigo, no lo voy a tolerar si sé que lo haces por eso —a pesar de su excusa tan tonta, fue la primera que se le vino a la mente en aquel momento, solo para no decirle la verdad de lo que estaba pasando.

—No puedo creer que me estés diciendo esto —comentó con gracia—, yo soy quien te cura las quemaduras, ¿te das cuenta de que lo que me dices es algo absurdo?

—Pero para mí no lo es, por favor, quiero que te vayas. Arregla un enlace con Adelaide, creo que, si te unes a ella, todo irá bien.

—Me condenarás, Amorina. Y tú lo sabes bien —respondió con pesadumbre—. ¿Ya no te importo más como para que me estés diciendo esto?

—La verdad es que no —replicó con frialdad—, es más, creo que jamás me importaste, solamente salí con vos para saber lo que se sentía estar con un monarca —su voz no le tembló, pero por dentro se estaba desmoronando en decirle tal mentira.

—Esa no eres tú, alguien más te llenó la cabeza para que actúes así.

—No me llenó nadie la cabeza, ¡y será mejor que ya te vayas! —le gritó.

Massimiliano no se quedó tranquilo y actuó como era de esperarse, se acercó a ella, le acunó las mejillas y le dio un beso de lleno en su boca, ella se separó de él con un empujón y le dio una cachetada.

—No te atrevas a besarme de nuevo. Te vas. Ahora —acotó sin más que decirle y con seriedad.

Se quitó el anillo de compromiso y se lo depositó en la palma de la mano. El marqués quedó petrificado con la postura que tuvo Amorina y sin decirle algo más, se dio media vuelta y se fue de allí.

Cuando la puerta se cerró, la argentina se derrumbó en lágrimas.

🎀🎀🎀

Tres días más tarde, Adelaide se presentó en Las Camelias sin que la joven esperara su visita. Solo entró sin esperar a que la recibiera la dueña.

—Veo que obedeciste mi orden, ahora te toca irte de aquí, quiero comprar esta residencia y deberías aceptarlo, es mi oportunidad para darle mi apoyo al marqués por haber confiado en ti cuando está claro que solo jugaste con él y al fin poder casarme —respondió mientras le sonreía con sorna.

—Ni sueñes que te daré Las Camelias, es una casa familiar y no está en venta, jamás lo estará —le dijo ardida.

—Te haré la vida imposible para que te agobies y me vendas la casa, destruiré esa fábrica inmunda que tú y él tienen de convenio, y crearé otro edificio mejor y más prestigioso.

—¡Ya estoy hasta acá de vos! —le gritó sin importarle un pepino quién era ella y señalando la coronilla con la mano—, primero me obligas a separarme del hombre que amo porque me amenazaste, ahora querés echarme. Pues te aviso que no venderé la residencia y no me moveré de acá, podés patalear todo lo que se te plazca, pero te será imposible comprar algo que jamás estará en venta —volvió a gritarle con más fervor que antes—, sos una infeliz con plata que lo único que hace es amenazar a los demás por poder, pero nunca da la cara para cometer algo, solo le das el trabajo sucio a los demás, sos una miserable, me importa un carajo quién sos, ¡te largas de mi casa! —exclamó irritada y dándole vuelta la cara de una cachetada.

—Tus días están contados aquí, te aseguro que te sacaré del país a la fuerza, plebeya asquerosa —su rostro quedó imperturbable ante la bofetada y su voz sonó como un gélido hielo.

Se giró en sus talones y se retiró de allí. Quedó cansada luego de la riña que tuvo con Adelaide, tenía lo que quería y pretendía sacarla del lugar a la fuerza. Prefirió subir a su cuarto y echarse una siesta junto a Canela.

Un par de horas después, alguien más entró al dormitorio y se sentó a los pies de la cama de su lado.

—¿Qué haces acá? —preguntó la joven a su hermano.

—Marsella me abrió, pregunté por vos y no sabía dónde estabas. Así que le dije que iba a ver si estabas en el cuarto. ¿Estabas durmiendo?

—Intentaba, pero no pude.

—¿Todo bien?

—No.

—¿Querés contarme? Sé que tenemos discusiones, pero somos hermanos, y me preocupo por vos, aunque no me lo creas.

—¿Qué querés saber? Rompí con Massimiliano y hace un par de horas atrás se apareció la baronesa para exigirme que me vaya porque tiene intenciones de comprar la residencia, esto me pasa por estúpida —sollozó.

—No te pasa por estúpida, te pasa porque te importan las personas, ¿por qué tuviste que separarte del marqués? ¿No se llevaban bien?

—Todo lo contrario, es perfecto, sí, perfecto, tiene sus cositas como todos, pero Massimiliano es divino y rompí con él porque... —lloró al recordar la amenaza—, porque Adelaide me amenazó con hacerles daño a ustedes y a él principalmente y ahora quiere comprar Las Camelias y me quiere echar del país —se sentó en la cama y Patricio vio la manera tan triste en que estaba y la abrazó por los hombros para que se desahogara con tranquilidad.

—Esta es la segunda vez que te veo así, en serio que estás hecha un trapito, Amorina. ¿Y vos le creíste lo de la amenaza?

—Sí, días después, la textilería se incendió y, si Massi y yo no sacábamos a los dos empleados del turno noche que estaban dentro, se calcinaban. Cuando vi eso, supe que tenía que separarme de él porque incluso me llamó para instigarme a que lo dejara porque lo que había pasado fue una advertencia —se sobó la nariz mientras lloraba.

—Yo que vos, no le doy ni tiempo para que se acerque a él, vería la manera de arreglar las cosas con Massimiliano y me casaría enseguida, y ahí verá quien es la que manda.

—No lo sé, siento que ya lo perdí —le dijo abrazándose a su hermano por la cintura y siguió llorando.

—Vos tenés todas las de ganar, Amor... o te olvidas de que la nonna de tu amado te entregó su joya favorita.

—¿Hablas del collar? —le preguntó separándose un poco de él y mirándolo con atención al tiempo que levantaba las cejas.

—Exacto —afirmó asintiendo una sola vez con la cabeza también.

—No lo había pensado de ese modo, pero no me serviría de nada, porque desparramará por todas partes que me lo robé.

—Todos saben que ella te lo regaló para tu cumpleaños número 21, sería un disparate que le crean a esa tipa cuando se apareció después de que vos te instalaras acá.

—No lo sé, tengo mis dudas al respecto, Pato.

Amorina miró a su hermano y siguieron conversando, mientras que, en el marquesado, una ardida Adelaide había irrumpido la tranquilidad del interior de la residencia con sus gritos de histeria exigiendo ver a Carlo.

—¡Cálmate! —Fue Massimiliano quien la recibió—, no eres bienvenida aquí y lo sabes.

—Pues deberías empezar a considerarme como algo más que una desagradable invitada, querido marqués —su voz estaba cargada de seriedad y amenaza.

—¿Y si no quiero? Ya los dos sabemos muy bien que no te tolero.

—Pues... tendrías que empezar a tolerarme sino quieres que le monte un escándalo bien gordo a tu señorita Londez y termine siendo echada del país, porque me sobran las ganas de que nunca más pise el país —entrecerró los ojos con tono amenazador—. Te lo pondré mucho más fácil. O te casas conmigo o le armo tal escándalo que nunca más querrá meterse con alguien como yo, y te aseguro que lo hago, sabes bien que soy capaz de eso y hasta de hacerle algo peor, así que, ¿qué prefieres? —Le sonrió de tal forma que su sonrisa de cínica era la imagen de una mujer de armas tomar, despechada y tan fría que Massimiliano no tuvo más opción que decidir algo en contra de su voluntad.

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