🎀Capítulo 23🎀

Una semana después

Las Camelias

Amorina estaba acostada en la cama recuperándose de las quemaduras sufridas y bien atendida por su madre puesto que su familia apenas se enteró por Massimiliano lo que había sucedido, decidieron quedarse y estar con ella.

—Ay, mamá, ya estoy bien. Fue solo algo superficial. No tenés de qué preocuparte.

—Aun así, no te vendría mal que te atienda.

—Mass cada vez que puede lo hace.

—Veo que te llevas muy bien con él —levantó levemente una ceja y sonrió de lado.

—Demasiado bien, es muy atento, cariñoso y caballero —esbozó una sonrisa emocionada—, y muy comprensivo también.

—Es increíble que ustedes se hayan conocido y terminen siendo pareja.

—Sorpresivo fue también que ambos gustáramos del otro, porque rara vez se ven esas cosas, ¿no lo crees?

—Así es. Tu abuelo y la suya se lo tuvieron bien planeado todo, ¿no? El collar, la textilería para que seas socia con Massimiliano.

—Sí, todo planearon, de eso no caben dudas y estoy feliz de poder casarme en algún momento con él —sonrió enamorada—. Pero, hay algo que nunca te conté, el collar de la marquesa está encantado.

—No digas tonterías —contestó su madre casi riéndose.

—No es ninguna tontería, es la verdad. Desde la primera vez que me llegó a la quinta de Buenos Aires y me lo puse que me deja ver cosas —pausó su conversación para levantarse de la cama y salir del dormitorio—. Sucesos que pasaron en el tiempo en que mi abuelo y ella eran jóvenes, algunas cosas que pasó Carmela, cosas que ya sabe Mass y otras cosas más, cuando el nuevo marqués tomó posesión del título nobiliario y realizó un evento, fue a recibirme y supo del collar, esa misma noche él lo unió con el colgante que su nonna le había dejado y ambos vimos una escena nuestra, pero después de eso, las visiones se hicieron más intensas para darme cuenta de muchas cosas que sucedieron en la familia de Massimiliano.

—¿Es en serio lo que me decís? —Su madre la miraba perpleja.

—Sí, es en serio lo que te digo —le respondió.

—Pero ¿es siempre así? ¿Cada vez que te lo pones te deja ver cosas durante todo lo que decidas usarlo? —quiso saber su madre demasiado intrigada.

—No, solamente apenas me lo engancho, duran poco tiempo los episodios que me muestra.

—Interesante.

—Mucho.

Ambas bajaron las escaleras para reunirse con los demás, estaba la familia de ella, los padres de Massimiliano y él, estos anteúltimos visitaban a Amorina de vez cuando desde que le había pasado el accidente.

Todos charlaban, sin anteponer sus títulos, eran como personas comunes que se mezclaban con los demás sin problemas y ante aquella escena la joven sonrió de felicidad, y fue el marqués quien la miró con atención.

—Eres más preciosa cuando sonríes, me gustaría saber el porqué.

—Muchas gracias, Mass —alzó la vista para observarlo—, sonrío porque veo a todos reunidos sin pensar en que algunos tienen títulos y otros son gente común, como una gran familia. Por eso sonrío.

Beatrice se disculpó con los demás y le dijo a Amorina que tenía una llamada para ella.

—¿Quién te dijo que era?

—Me dijo que era una de las empleadas de la textilería.

Ambas caminaron hacia el comedor donde tomó el llamado.

—Hola.

—Al fin contesta la marquesa, ¿o todavía puedo llamarte plebeya? —su interrogación con sorna derivó a una risa perversa—, tuve que mentir un poquito, de lo contrario no iban a pasarme contigo. Lo que sucedió en la textilería fue una advertencia de mi parte hacia ti, la próxima vez irá hacia Massimiliano —dijo con cinismo—, y estoy completamente segura de que no querrás que le pase algo por tu culpa, ¿verdad?

—No sé cómo obtuviste el teléfono de mi casa y no estás en condiciones de amenazar a nadie.

—Puedo si quiero, y es lo que te estoy advirtiendo, el incendio fue un simulacro —volvió a reírse—, la segunda vez, será peor, no sabrás ni de donde vendrá si no lo dejas tranquilo. El marqués va a ser mío, nunca va a poder casarse contigo, no tienes influencias, ni título nobiliario, nada, solo una casa simplona con jardín, un poco de dinero y una textilería que no vale para nada, y cuando me case con él, te sacaré a patadas de Savona para que te regreses a tu país de donde jamás debiste salir —declaró con ardor en su voz y en tono amenazante.

—Adelaide, no me das miedo.

—Deberías temerme, no sabes de lo que soy capaz, si juego con fuego, es porque soy peor que eso y no querrás desafiarme con tal de seguir con él, ¿o sí? Tendrías que ser mucho más inteligente y alejarte de él. Tú tienes las de perder aquí, puedo desparramar que eres una interesada también que quiere quedarse con su fortuna.

—Nadie te creerá, todos saben la posición que tengo acá —frunció el ceño respondiéndole con seriedad.

—Chiquita, conmigo no juegues, porque se te acabará pronto esas ínfulas que tienes al hablarme —contestó con soberbia—, Massimiliano es mi objetivo, si lo dejas, no deberás preocuparte por él, porque lo cuidaré muy bien y se terminará por casar conmigo, si por esas casualidades me entero de que sigues con él, no solo me ocuparé de hacerle daño al marqués, sino que también a tu familia y ahí sí que te replantearás bien si debes o no joder conmigo —su tono de voz sonó irritada como si apretara los dientes y furiosa—. Y más te vale recordar esto último, porque te estaré vigilando, plebeya inmunda.

La llamada se cortó y Amorina dejó el auricular del teléfono en su base. Tragó saliva con dificultad e intentó calmarse de los nervios que comenzó a sentir apenas le había escuchado la voz del otro lado de la línea.

La baronesa no iba a quedarse para nada tranquila hasta que cometiera su objetivo y no era otro más que casarse con Massimiliano.

El italiano se acercó a ella por detrás y le posó las manos sobre sus hombros y la asustó.

—Tranquila, soy yo —le dijo inclinándose a mirarla y besarle la mejilla.

—Perdón, estaba pensando en otra cosa y no te escuché llegar.

—¿En qué pensabas? ¿Puedo saberlo? —cuestionó con una sonrisa.

—En vos —le mintió, pero lo tranquilizó.

—¿Quién te llamó?

—Una de las costureras, quería saber cómo iban las cosas y nos agradeció por lo que estábamos haciendo —volvió a mentirle.

—Me alegro, dentro de poco la textilería quedará como nueva.

—Sí, lo sé.

Ambos regresaron con los demás y se sentaron en el sillón, participaron de la charla, aunque Amorina varias veces se despistó y tuvo que ser Massimiliano quien le repitiera lo que estaban diciendo.

En la noche, luego de cenar y estando en la habitación los dos acostados en la cama, él le preguntó bien lo que le estaba pasando.

—Estuviste rara desde que te llamaron por teléfono, ¿de verdad estás bien? Siento que estás preocupada por algo y no puedo descifrar qué es.

—Está todo bien, Mass, no tenés de qué preocuparte.

—¿En serio me lo dices? —La observó con fijeza.

—Sí, en serio, será mejor que descansemos, las pastillas que me recetaron me dan mucho sueño.

—De acuerdo, mañana tengo una reunión, así que te dejaré unas horas sola.

—Está mi familia, así que, no tenés por qué hacer a las apuradas las cosas.

—Está bien —sonrió y le dio un beso en los labios—, Amorina, luego de que te recuperes, quiero casarme contigo —se lo declaró con honestidad mirándola con amor a los ojos.

—Falta todavía para eso, Mass, te agradezco y es un gran halago lo que me decís y que lo querés hacer, yo también lo quiero, pero primero necesito recuperarme del todo.

—Lo sé y por eso te lo he dicho, no pretendo presionarte.

—Tranquilo, no lo haces, solo que me sorprendió que quisieras seguir con el plan de casarnos.

—Claro que sí, te amo Amorina.

—Y yo también.

Los dos intentaron dormir y ella supo que tenía la excusa perfecta, las quemaduras que le podrían quedar en la piel, para alejarlo de su vida con tal de que la arpía de Adelaide no le hiciera daño, ni a él y tampoco a su propia familia.

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