06 | Error, error. Sistema sobrecalentado

En el momento más inesperado, tanto para mí como para mis padres, una bola de pelos me tumbó al suelo.

La caída no fue agradable. Casi todo el impacto se lo llevó mi trasero, donde se asentó un dolor que tardará un rato en desaparecer, mis codos intentaron amortiguar la caída, pero no fue de mucha ayuda ya que solo sentí una descarga eléctrica por todo mi sistema nervioso.

¿Yo? Adolorida. ¿Baloo? Me seguía lastimando.

Parecía que mi perro no me había visto, comprensible porque lleva el cono de la vergüenza, y fue hasta ahora en que reparó en mi presencia. Había crecido desde la última vez, ya no era una bola de algodón de colores acromáticos del tamaño de un poodle, ahora es un husky en todo su esplendor, tan largo como un perro salchicha y más alto que un golden. Eso sí, aún parecía un algodón.

Intentaba lamerme la cara, pero el cono se lo impedía, de modo que los bordes me estaban raspando y seguro ya me habrán irritado. Baloo ladra, aulla y brinca, incluso sentí un líquido caliente en mi pierna, el perro se hizo pipí encima de mí por la emoción.

Igual no estaba molesta, en serio que lo había extrañado mucho. Jugar con él, sacarlo a pasear, incluso sus miradas juzgadoras y su falta de caso a mis órdenes. Echaba de menos a mi perro.

Y justo ahora, estaba recibiendo todo su amor y también su pipí.

Necesitaría una toallita, pero estaba feliz.

-¡Eh, amigo, cuidado! -intento apartarlo, pero el muy necio sigue queriendo lamerme-. Vamos, Baloo, con el cono no conseguirás mucho.

Conseguí apartarlo y ponerme de pie, pero aún él sigue a mi alrededor, pasando entre mis piernas y alzándose en sus dos patas traseras, aún ladra y aulla emocionado.

Quise cargarlo como en los viejos tiempos, pero vaya que subió de peso.

-Caray, Baloo, ¿Pero qué te han dado de comer?

-¡Guau, guau, guau! -ladró desde el cono, que parecía amplificar el sonido.

Mis padres se rieron.

-Desde que empezó a crecer ya no come lo mismo que antes.

-¿Ah, no? -Baloo jadea con casi toda la lengua afuera.

Mamá hizo un sonido de negación con la garganta.

-¿Croquetas? No, solo si tienen caldo de pollo.

Alcé una ceja hacia mi perro. Pero qué paladar más exquisito había adoptado en mi ausencia.

-Y desde que probó las menudencias de pollo, se han vuelto su comida favorita.

-¡Guau, guau, guau!

Acaricié detrás de su oreja, esperando la típica reacción de su pata. Seguía siendo su punto favorito para los mimos. Al menos eso permanecía.

-Alguien ya no es más un cachorro.

Volvió sobre sus cuatro patas y dió unos cuantos giros, seguido de brincos que sonaron por el largo de sus garras.

Por un instante, volví a ver aquel tierno cachorro de apenas meses que adoptamos en Boston. La súplica en su mirada que le diéramos un hogar ha sido reemplazada por un brillo inapagable de felicidad. Si no lo hubiéramos adoptado, ¿Alguien más lo habría hecho? ¿O lo habían puesto a dormir? Pese a lo muy rebelde que es, sus miradas criticonas, su falta de obediencia y su necesidad de comer todo lo que yo como, me alegra haber sido yo quien le dió ese hogar que tanto necesitaba.

Tanto él como yo queríamos felicidad, y es algo que encontramos juntos.

Me puse a su altura, acariciando por debajo de su hocico. Suspiré encontrándome una vez más al husky adulto en el que se ha convertido.

-Me he perdido mucho, eh.

Ese comentario no iba para nadie en específico, de igual forma, papá puso su mano en mi hombro y dió un par de palmaditas alentadoras.

-Lo importante es que estás aquí, cielo, y que puedes recuperar el tiempo perdido.

No, no podía, pensé. No podía recuperar el tiempo perdido con Baloo, no podía recuperar el tiempo perdido con la señora Eisele. Simplemente no podía recuperar todo lo que me perdí en mi ausencia por cobardía.

-Sí, por supuesto -terminé por responder.

-Y creo que llegas en el momento adecuado, Didi -dijo mamá, dándome una mano para ponerme de pie.

Bueno, sé que pasé un tiempo fuera de casa, y que muchas cosas han cambiado, más de las que me gustaría que lo hubieran hecho, pero algo que sigue intacto es la complicidad de mis papás. Apenas me puse en pie, pude notar que ellos traían algo entre manos: tenían un secreto guardado, y por como comparten miraditas y sonrisitas, tuve la sensación de que aquello tenía mucho que ver con la remodelación de la habitación de invitados.

Y, honestamente, no sabía si eso me caería bien o mal.

-Ven, vamos a sentarnos.

Ocupamos nuestros lugares de siempre en la mesa, la comida de mamá me seguía dando asco.

-Muy bien -dije-, tienen algo por decirme, ¿Qué es?

Papá entrelazó sus manos sobre la mesa, de pronto luciendo serio. Mamá suspiró, apartando el plato. Vale, el cambio de ambiente no me gusta, tanto como no me gusta aún tener pipí de perro en la pierna.

-¿Es algo malo? -adiviné.

-No, Diane, no es... algo malo -respondió papá-. Nos alegra muchísimo que estés aquí, de verdad, te extrañamos mientras estabas en la universidad.

-Pero entendemos la razón de porque no querías venir a casa -dijo mamá, casi en un murmuro deprimido.

No debí tensarme, pero lo hice.

Las probabilidades de que ellos supieran los motivos por el que no quería venir a casa eran bastantes altas. Es decir, en mi primer semestre me fui en muy malos términos, y la navidad de ese año fue la más incómoda de toda mi vida. La cena fue terrible, y ni digamos año nuevo. Creo que, si no se hubieran dado cuenta de los motivos por los que no volví, me habría sentido muy ofendida.

No sé qué pensaba, tal vez yo ignoraba ese hecho por mi consciencia pesimista que creía que mis padres eran felices conmigo lejos.

-No fuimos buenos -continuó mamá-, yo no... fui buena, y no sabes lo mucho que estuve arrepintiendome.

Quise consolarla, asegurarle que todo estaba bien, pero reprimí ese sentimiento mentiroso. Aquella tarde seguía doliendo.

-Tenías razón -añadió papá-, te sobre protegimos y también -suspiró, agachando la mirada-, te subestimamos. Nos costaba, aún nos cuesta creer, que nuestra niña estuviera creciendo.

-Teníamos miedo -mamá juega con sus pulgares-, miedo a que al irte, no volvieras. Y por mucho que lo intentamos evitar, nuestro mayor temor se terminó cumpliendo.

No sé qué sentir cuando ambos me dirigen las miradas, tristes, apagadas, pero también esperanzadas. Era una mezcla rara.

-Entendemos porque querías estar lejos -son las palabras de mamá-, lejos de aquí, lejos de... nosotros, tenías los motivos suficientes, y entendemos si aún estás resentida por todo lo que pasó.

Sí, un poco puede ser.

-La cosa es, que lo sentimos, Didi, por subestimarte, por hacerte dudar de ti misma, por el daño que te hicimos.

»Queríamos lo mejor para ti, pero no nos dimos cuenta que en realidad solo queríamos mantener nuestra tranquilidad al tenerte aquí.

Odio que Harper tenga razón.

No llevo ni dos horas en la ciudad y ya estamos con las situaciones incómodas y las charlas difíciles. Un respiro, por favor, ¡Solo eso! Aunque pensándolo... tuve uno muy largo en mi estancia en la universidad.

Mi cerebro no hayaba qué pensar, y eso es mucho decir porque siempre estoy pensando en algo. Por primera vez en mi vida, estoy experimentado esa frase de «mente en blanco» ni siquiera sabía que sentía más allá del shock. Me sentía... apagada. Sin pensamientos ni emociones que procesar, nada.

Mis papás se mantienen en sus posiciones, ella sigue jugando con sus pulgares como una niña nerviosa y él con las manos entrelazadas sobre la mesa, esperando alguna reacción de mi parte. Mi sistema pareció volver a conectarse al wifi, los engranajes volvieron a funcionar, la maquinaria cerebral empezó a chirrear.

-Yo... -balbuceo, sin saber con qué o cómo empezar.

¿Qué se supone debes decir cuando tus papás se disculpan por sus actitudes tóxicas y controladoras que estuvieron discretamente presentes en toda tu vida, que te impidieron tener una adolescencia como cualquier otra y que te obligó a tomar decisiones que no querías pero terminaste aceptando por miedo al rechazo y un inminente fracaso en el futuro? ¿«Gracias»? Parece una opción segura.

-No necesitamos una respuesta, Didi -genial, porque no tengo una-, solo queríamos que supieras que lamentamos mucho... todo lo que te hemos causado. Nunca fue nuestra intención, queríamos cuidarte, pero creo que...

-Nos sobrepasamos en eso -completó papá-. Perdonar no es fácil, y lo entendemos ahora, así que puedes tomarte tu tiempo, nosotros estamos dispuestos a escucharte cuando sea.

-Todo será bajo tus términos, cielo.

Bajo mis términos. ¿Cuándo algo había sido bajo mis términos? Nunca, estoy segura.

-Gracias -respondí, porque sí que es la opción segura.

Mamá ladeó una sonrisa.

-Gracias a ti, por escucharnos y no, bueno, odiarnos.

-Esto también nos lleva a otra cosa -alcé una ceja a papá-, no queremos que creas que es un especie de reemplazo, una forma de hacer bien las cosas. No es nada de eso, Didi.

-Lo estuvimos hablando mucho, más tu papá que yo.

Él se encogió de hombros, culpable y no parecía arrepentido de ello.

-Siempre estuvo en consideración, pero entre los trabajos, tu cuidado, la casa y todo lo demás, no queríamos que fuera algo de medio tiempo. Queríamos dedicarle todo nuestro tiempo.

-Así como lo hicimos contigo -habló papá. Veo de uno a otro sin entender un pepino-, también queríamos tener una mejor situación económica, y con el ascenso que tuve en el trabajo...

-Espera, ¿Te ascendieron?

Asintió entusiasmado.

-Así es, el nuevo sueldo nos dió para remodelar la casa.

Eso explica mucho, con su anterior sueldo nos alcanzaba para vivir bien, pero no lo suficiente como para hacer remodelaciones de ese tipo a la casa.

-Entonces, ahora que las cosas se alinearon, decidimos... intentarlo una vez más. No fue fácil, tuvimos algunas sesiones, recibimos mucho consejo tanto del médico como de la psicóloga.

¿Psicóloga? Mis papás... ¿Están recibiendo terapia?

-Y con todos los buenos vistos, tomamos cartas en el asunto. Nos llevamos algunas ilusiones que dolieron en su momento, pero ahora -la sonrisa de mamá se amplía e ilumina-, salí de cuentas en abril.

Paremos el mundo un segundo, podía ver cómo el termostato de la maquinaria cerebral estaba llegando al nivel rojo por toda la explicación que estaba recibiendo, que no estaba entendiendo y que intento procesar. Una explosión sería el equivalente a un feo dolor de cabeza.

Primero y principal, mis papás se disculparon por todo lo que pasó en mi primer año de universidad. Dijeron que esperarán mi respuesta, y que las cosas se solucionarán bajo mis términos. Sigo estando muy segura de que eso jamás había pasado.

Esperaba que hoy pasara cualquier cosa, excepto esto. Aún así, es de cierta forma... lindo, ¿O sano? No lo sé. Oh, volvieron mis tres palabras favoritas. Agradezco mucho las disculpas, esa tarde sigue doliendo, muchas cosas aún lo hacen, no es un dolor que sanará con tan solo chasquear los dedos, pero es una buena forma de empezar.

¿Dónde está Hannah cuando la necesito?

En segundo lugar, ¿Qué rayos están hablando mis padres? Ascenso de papá, tiempo completo, terapia, médico y cuentas. Fue todo lo que conseguí entender con mi maquinaria cerebral sobrecalentada.

«Salí de cuentas en abril» volví a repetir lo que dijo mamá. Casi por acción propia, mis ojos viajaron a su torso, ella se rió poniéndose de pie, levantando la camisa holgada que llevaba puesta.

Y no es que mamá hubiera subido de peso, es decir, claro que lo hizo, pero por una razón muy diferente a lo que yo creía.

Sentí como me bajó la presión.

Cambié la mirada a papá, que estaba aún más emocionado que mi madre. Finalmente, pasé a ver la vieja habitación de invitados.

Salir de cuentas, las remodelaciones, citas médicas y al psicólogo, mamá con su panza crecida y su extraño apetito de dulce y salado juntos.

Todo cobra un sentido muy abrumador.

Y creo que eso me hizo desmayar.

No estaba segura del desmayo, puede que pasó o puede que no, cuando reaccioné, era yo la que estaba echada en el sofá con ella echándome aire con una revista. Hoy debería considerarse el día del desmayo. Estaba mareada y tenía la boca seca.

-¿Estás bien? -preguntó papá, pasándome un vaso de agua.

-Yo... creo... no lo sé... -bebí hasta la mitad, aún sentía la boca arenosa. No podía quitar la vista de mamá-, no fue un sueño, ¿Verdad?

Ambos negaron con la cabeza.

Procesé la realidad unos diez minutos. Eso de verdad estaba pasando, después de tantos deseos de cumpleaños, regalos de navidad y cartas a la cigüeña, eso al fin estaba pasando.

-Voy a tener un hermano -dije en voz alta, aún en shock.

-O hermana -habló papá-, aún desconocemos el sexo.

Mamá acaricia su pequeña pancita, parece de unos tres meses. Tiene más pinta de la hinchazón que tienes después del almuerzo que un vientre de embarazada.

-Por eso creemos que has llegado en el momento adecuado, Didi. En nuestra siguiente ecografía, al fin nos dirán el sexo del bebé, y esperábamos, si tú quieres, claro, que seas quien prepare la sorpresa en la fiesta.

-¿Harán una revelación de género? -ambos asintieron-, y quieren... ¿Que yo revele el sexo del bebé?

-Por supuesto, cielo, te mereces ese honor.

-¿Aceptas?

Iba a tener un hermano o una hermana, después de tantos años de haberlo pedido, el sueño de la Diane de ocho años al fin se hizo realidad. ¿Qué importa una diferencia de edad de diecinueve años? Estaba encantada con la idea de que tendré un hermano, o hermana, ¡Después de tanto!

Más que ser yo la que está feliz, es la niña en mi interior que siempre deseó la compañía de un hermano en casa.

-Claro que sí, cuenten conmigo.

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