CAPÍTULO 3

Ahí estaba yo, en frente de la puerta del orfanato en donde mi vida cambio por completo. Donde yo cambie por completo. Me dirigí por el callejón que había al lado para entrar por la puerta trasera, pues me jure a mí misma que una vez saliese por la puerta principal no volvería a entrar por ahí. Odiaba venir aquí pero tenía que hacerlo, pues no sería Pandora si no fuese por el viejo Tao, el director del orfanato. Siento que estoy en deuda con él, por eso vengo una vez al mes a traerle una "pequeña" cantidad de dinero (creo que si no fuese por mí el orfanato ya habría cerrado hace mucho).

Saque del bolsillo de mi cazadora vaquera una copia de la llave de la puerta trasera que tenía, abrí lo más rápido que podía pues los contenedores de basura que estaban en el callejón desprendían un olor horrible.

Una vez dentro, siempre se me ponía mal cuerpo, se me venían a la cabeza cada recuerdo de mi infancia, cada segundo, cada minuto, exactamente como si lo hubiese vivido ayer mismo. Mientras caminaba por aquellos pasillos de camino al despacho del viejo Tao, me acorde de la primera vez que pise este lugar junto con mi hermana, las dos agarradas de la mano.

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Mi hermana Ely tenia once años y yo doce, cuando perdimos a nuestra madre yo tenía diez años, murió de cáncer de riñón. Un año antes, al enterarnos de la noticia, junto con mi padre, los cuatro hicimos lo que llego a ser el mejor año de nuestras vidas, viajamos a ciudades cercanas, acampamos, fuimos a la playa, pescamos, etc. Y sin duda fue el mejor año, hasta que de pronto mi madre se puso muy grave y falleció. Los tres nos quedamos rotos, nunca había visto a mi padre llorar y aquella vez en el hospital fue la primera vez, mi hermana y yo nos inundamos de lágrimas, jamás pensaríamos que este día llegaría.

Al día siguiente en su funeral, el cielo estaba gris, lleno de nubes, parecía como si también estuviese de luto, triste por la pérdida de una persona maravillosa y muy querida por su marido e hijas. Vinieron algunos amigos cercanos de mis padres a darnos el pésame y algún vecino. Tanto mi madre como mi padre eran hijos únicos y mis abuelos fallecieron antes de que yo naciera. Cuando se fueron todos, nos quedamos los tres solos viendo su tumba, incapaces de creerlo todavía, mi hermana y yo seguíamos llorando, las lágrimas no paraban de salir de nuestros ojos. Mi padre nos miró y nos dijo muy seriamente pero con los ojos con alguna lagrima que quería aguantar: "Hijas mías, aun tenéis a vuestro padre y juro que jamás os dejare solas, tenemos que ser fuertes". Sus palabras se me quedaron grabadas.

Los próximos días fueron los más difíciles, las tareas de la casa que parecían tan fáciles cuando veía a mi madre hacerlas, no lo eran para nada, tanto Ely como yo no sabíamos cocinar teníamos diez y nueve años, era nuestro padre el que se encargaba de ello si llegaba pronto de trabajar, si no, pedíamos comida. Mi padre se encargaba de la comida y nosotras de mantener la casa limpia, si yo barría, Ely fregaba, nos dividíamos las tareas de la casa como mejor podíamos.

Pasaron las semanas, los meses, hasta que después de dos años y después de ver muchos videos y libros de cocina, ya sabía hacer la mejor pasta de toda la ciudad (algo es algo). Un día, cuando mi padre vino de trabajar, estaba muy contento porque había conseguido trabajo en la construcción de un importante hotel de una famosa franquicia. Mi padre era obrero, por lo que nuestra vida era humilde, pero ese día mientras cenamos mis deliciosos macarrones, lo acompañamos con un botella de refresco que compro mi padre antes de llegar a casa, para festejar.

Pero la felicidad duro poco, a la semana de que mi padre empezase a trabajar en la construcción llegaba a casa con la cabeza en otro sitio, como si estuviese preocupado de algo. Quería preguntarle pero prefería no hacerlo porque conociéndole me diría que no pasaba nada y que solamente estaba cansado como muchas veces me había dicho. Una tarde mientras Ely y yo estábamos haciendo los deberes, sonó el timbre, mire por la mirilla y vi a una mujer con dos policías detrás de ella, abrí la puerta y aquella mujer de aspecto frio me dijo que mi padre había sido arrestado. De repente mis sentidos desconectaron de mí, sentía como si fuese una pesadilla en la que en algún momento despertaría, pero no. Mi hermana se asomó desde el salón para ver quién era, cuando la mujer nos dijo que teníamos que ir con ella, sin moverme de la puerta por culpa del shock, la mujer hizo un gesto a los policías y uno de ellos me agarro de la mano arrastrándome fuera y el otro hizo lo mismo con mi hermana. Entre gritos y dejando atrás nuestra pequeña casa, con todas nuestras pertenecías, las fotos de nuestra madre, nuestros recuerdos, etc. nos metieron en un coche de policía y la mujer nos dijo fríamente que seguramente a mi padre le caerían quince años de prisión por robo, mi hermana empezó a llorar y yo le agarre fuerte la mano mientras procesaba toda aquella información que no entendía, ¿mi padre, un ladrón? imposible.

Nos llevaron a una comisaría, donde vimos a nuestro padre metido en una celda. Jamás pensé que vería aquello alguna vez, el nudo que tenía desde hace ya rato en mi garganta cada vez se iba haciendo mayor, pero tenía que ser fuerte. Nos dejaron solo estar dos minutos ahí, ya que no era un sitio donde los niños podían estar. Pero aquellos minutos fueron segundos y lo único que recuerdo decir a mi padre fue: "Hijas mías ¿estáis bien?, tranquilas, todo saldrá bien".

Después de aquello salimos de la comisaria y nos volvieron a meter en el coche de policía junto con aquella asquerosa mujer sin corazón, que no se le movía ni un musculo de su cara al dar tales noticias a dos niñas. Tras un largo rato, el coche paro enfrente de un edificio de ladrillos marrones de dos pisos, no sabía lo que era aquel lugar pero tenía un mal presentimiento. Primero bajo del coche la bruja (decidí llamarla así) y luego Ely y yo, ambas nos quedamos viendo la fachada del edificio, cuando leí en un cartel que había en la entrada "Orfanato".

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Y catorce años más tarde aquí estaba yo, en el mismo sitio, enfrente del despacho del viejo Tao. Toque la puerta y entre sin esperar alguna contestación, y ahí estaba él, sentado en uno de los dos sillones que tenía en un lado de su despacho mientras bebía té. Mas que un despacho parecía una sala de estar. Me senté en el sillón de al lado y me serví una taza de té.

-¿Por qué estás aquí otra vez? – Dijo calmado, como de costumbre, mientras dio un sorbo a su asqueroso té pero que de alguna forma yo ya me había acostumbrado.

-Venía a darte el dinero del mes, pero se me ha olvidado.

-¿Tu? ¿Olvidarte?, Nora te conozco y a ti no se te olvida nada. – Nora, ese era mi nombre, el nombre que me pusieron mis padres al nacer, aunque ya nadie me llamaba así excepto el y mi hermana.

-Tan astuto como siempre. – El viejo Tao era un hombre de origen chino que llevaba casi toda su vida en New York, era un hombre de tercera edad con el pelo blanco corto con alguna calva por la edad. No tenía bigote ni barba por lo que la imagen de viejo sabio chino se iba un poco al traste, pero aun así lo de sabio sí que lo tenía, y mucho.

-Esta vez hemos superado nuestro record, hemos robado más que las veces anteriores. Finn y Jack no han terminado de contar y repartir el dinero, era ya tarde por lo que se fueron a dormir. Mañana a primera hora junto con la correspondencia te llegara. – Di un sorbo de ese amargo té pero que de alguna forma resultaba adictivo. No sabía que hierbas eran y tampoco es que haya preguntado, no me interesaba.

-Entiendo, y si no has venido a traerme nada, ¿Por qué has venido?

-Parece como si no quieras verme. – Ni yo sabía porque había ido, quizás la costumbre, yo que sé.

-Te pones en peligro cada vez que vienes, y no solo a ti, también a Finn, Jack, Diego y al orfanato.

-Tengo cuidado, siempre lo tengo.

-Pero los descuidos existen querida Nora. – Dijo sirviéndose otra taza de té.

-No para mí. – Había estado diez años entrenando junto con el viejo Tao, y no fue precisamente fácil, fue un infierno, pero que a día de hoy agradezco. Aunque mi yo de aquel entonces le había maldecido cientos de veces.

-¿Cuándo vas a parar? – Me miro seriamente con la mirada clavada en mis ojos, esperando a encontrar la respuesta en ellos.

-Cuando tenga el poder suficiente para vengarme, y el poder solo lo da el dinero.

-En esta vida el dinero no da poder, solo desgracias, y la venganza es algo que ciega y no te deja ver la realidad. Has conseguido más de lo que jamás habríamos pensado, has llegado lejos pe-

-Pero no lo suficientemente lejos, aún no he encontrado ninguna pista y ni al responsable de la muerte de mi padre. – Le corte, aquella conversación la habíamos tenido tantas veces, y si sumas que había dormido poco, no tenía la paciencia suficiente para escuchar otra vez el mismo sermón.

Dos días más tarde de que mi padre entrase en prisión, encontraron su cuerpo ahorcado con una sábana en su celda, se había suicidado. Pero eso era lo que quisieron que aparentara, mi padre jamás se suicidaría al igual que jamás habría robado nada, era inocente. Yo sabía que le habían asesinado, pues sus palabras en el día del funeral de mi madre no se me fueron nunca de la cabeza, "Hijas mías, aun tenéis a vuestro padre y juro que jamás os dejare solas, tenemos que ser fuertes". Nunca nos habría dejado solas a Ely y a mí, aunque estuviese quince años en prisión.

-Necesito saber quién fue quien mató a mi padre, quien le acuso injustamente, quien le condenó, y el quien nos destrozó la vida a Ely y a mí. No me digas que he llegado lejos cuando aún tengo tantas preguntas sin respuestas. – Me estaba empezando a alterar, cada vez que recordaba o sacaba el tema el corazón se me aceleraba, notaba como si la sangre me quemase por las venas, la impotencia me recorría por cada musculo de mi cuerpo. Me levante del sillón pues ya no aguantaba más ahí, sentía como si me faltara el aire.

-Está bien. – Aparto por fin sus ojos de los míos mirando de nuevo a su taza. – Solo espero que cuando consigas lo que quieres, seas feliz. O si encuentras la felicidad en medio de tu camino hacia la venganza, no la apartes, aférrate a ella, te hará más fuerte. Estoy seguro.

-Ya he encontrado la felicidad en medio de mi camino hacia la venganza. – Y hago un gesto con las manos haciendo referencia al dinero y me dirigí a la puerta, para irme de una vez por todas de ese sitio y poder sentir que mis pulmones vuelven a respirar.

-No me refería a eso Nora. – Sea lo que sea a lo que se refiera el viejo Tao, abrí la puerta y me fui sin decir ni una sola palabra.

Una vez fuera del orfanato, aun sentía que me faltaba aire. Necesitaba calmarme y ya sabía a donde ir.


Perdí la noción del tiempo y estuve cinco horas sentado enfrente de la mesa de mi habitación del hotel revisando cada punto del caso "P". Sin duda tenía que encontrar una pequeña pista para encontrar a aquella ladrona llamada Pandora.

Vi la hora y eran las siete de la tarde, según tenía entendido los atardeceres en New York eran dignos de ver, así que me levante y salí un rato de la habitación para despejarme un poco y volver manos a la obra más tarde. Subí a la última planta del hotel donde había un mirador enorme y un pequeño bar, pero aquello estaba lleno de gente, se me iba hacer difícil desconectar aquí. Vi que un camarero pasó a mi lado y le pregunte.

-Disculpe, sabe si hay algún otro sitio donde se pueda ver las vistas, en donde no haya tanta gente. – El camarero se quedó unos segundos en silencio, pensando si habría tal sitio.

-Las escaleras de emergencia, pero está prohibido el paso y es peligroso ir, ya que están en la intemperie. Normalmente lo utilizan los trabajadores que se dedican a limpiar los cristales del hotel.

-Gracias. – Como decía su nombre eran de emergencias, y yo lo necesitaba sí o sí para despejarme un poco.

Me indico donde podría encontrarlas y allí fui. Un par de minutos más tarde había encontrado la puerta que me había dicho el camarero, negra con el típico cartel de escaleras de emergencia. Abrí la puerta y al esperarme encontrar unas escaleras vacías con vistas a New York y su atardecer, vi una chica de pelo negro de espaldas.


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