4. La tierra
Al llegar al lugar que los humanos llaman departamento, notamos que había una cerradura que debía ser abierta.
—¿Cómo entraremos? —preguntó.
Como debía ser, Sienna estaba interesada en cómo entraríamos, pero sinceramente, poco me importaba eso. Prefería dormir en la calle, que no estar a su lado. No podía concentrarme en buscar la llave, mis ojos no podían dejar de verla ni por un segundo.
Tantos milenios apartadas y ahora estaba a un centímetro de distancia.
Las vueltas de la vida eran increíbles, pero no estaba segura de estar lista para afrontar esta nueva aventura.
Quería estar siempre con ella, pero mis sentimientos pronto saldrían a la luz, porque querer ocultarlo, era tan absurdo como temerle a la muerte.
Miré bajo mis pies, noté que había una pequeña alfombra, luego miré a mis alrededores, parecía ser un edificio moderno, lindo, cálido. Las paredes eran de color beige y los marcos de color blanco, mientras que las puertas de los departamentos eran de color blanco con la cerradura dorada.
Ambas nos agachamos y al querer tomar el borde de la alfombra, nuestras manos se chocaron. Internamente estaba gritando de felicidad, porque por más absurdo que fuera, de alguna forma podía intentar recuperar aquello que me había sido arrebatado.
Tenía la oportunidad de poder arreglarlo todo y de ayudar a Alastar.
Levantamos la alfombra y encontramos la llave. Ella la tomó y la colocó en la cerradura, la giró y la puerta se abrió, dándonos a ver nuestro departamento. Estaba lleno de muebles modernos, de lo que parecía ser una cocina, una televisión enorme, un sofá gris, una heladera y una escalera que nos conducía a las habitaciones.
—Dime que sabes como usar algo de todo esto.
—¿En tu reino no aprenden sobre la humanidad? —pregunté confundida.
—Cuando esté cerca de reinar, se me enseñará las actualizaciones del mundo —respondió—. ¿Y tú? ¿Qué tanto sabes usar esto?
—Más que tú, seguro.
Cerré la puerta, me dirigí hacia el sofá y dejé mi fardo sobre él.
Me dirigí hacía las escaleras negras que conducían al piso de arriba y al subir, noté que sólo había una cama de dos plazas, dos mesitas de noche y un pequeño mueble para guardar las cosas.
Este lugar era demasiado diminuto comparado con el palacio en el que tanto tiempo viví. Supongo que esto era parte del castigo.
Aunque lo que Aken y mis padres no sabían, era que este castigo, podría haber sido el mayor error de todos, porque estaba a su lado y nada podría superar eso.
Salí de mis pensamientos cuando oí que Sienna subía las escaleras y se decepcionó al ver lo diminuto que era el aposento.
—¿Solo esto?
—¿Prefieres la calle?
—Tranquila, solo fue una pregunta, por cierto, no sé tu nombre.
—Ailith, me llamo Ailith, Sienna.
Frunció el ceño.
—¿Cómo es qué tú...?
—En mi reino todos te conocen, por eso, pero nosotros no somos conocidos en tu reino.
—Ah, no tenía idea, pero para serte sincera, te reconocí.
Internamente sonreí y las piernas comenzaron a temblarme.
—¿Qué? ¿Y has estado fingiendo?
No puede ser, ella me recordaba...
—¿Fingir qué? Te vi y por los guardias me di cuenta que eras la princesa del reino de las almas perdidas.
Fue mi culpa, yo me ilusioné. Sienna jamás sería la misma que antes.
Tal vez Alastar tenía razón, debíamos olvidarlo todo.
—Disculpa, creí que me conocías por rumores y fingiste que no —mentí.
—Como sea, será mejor ponernos ropa cómoda y dormir en la cama.
Se dirigió hacia la cama y se tiró en ella como si fuera una piscina.
Lo que más quería era dormir junto a ella, pero no podía, pondría en riesgo mi cuerpo y aún no estaba segura de como controlar eso.
—Dormiré en el sofá, es más cómodo y no estoy acostumbrada a dormir con personas.
Soltó una pequeña risita.
—¿Me vas a decir que nunca llevaste a nadie a tu cama? —se sentó en el borde de la cama
—N-no es eso, es solo que me gusta dormir sola.
¿Cómo podría explicarle que si dormía a su lado eso me haría daño y a la vez sería hermoso? Tal vez era aquello que anhelaba, pero que también terminaría haciéndome daño y lo disfrutaría aún así.
Obviamente quería dormir con ella, pero no era el momento.
—Como tú quieras, más espacio para mí.
Bajé hasta llegar al sofá, tomé una de las almohadas que había sobre él y la coloqué en una de las esquinas. De mi fardo saqué una túnica que solía usar cuando hacía demasiado frío, aunque francamente no sentíamos mucho.
—¿Quieres comer algo? Traje algunas cosas de mi reino, ya sabes, por si la comida de aquí no es tan buena.
Me di la vuelta y miré hacia arriba, tan solo para observarla apoyada en la baranda, comiendo una manzana roja.
—Gracias, pero no tengo hambre.
—Deberías comer, podrías enfermarte.
—Tranquila, ya nada puede herirme.
Me di media vuelta, dejé el fardo en la mesa ratonera y me eché en el sofá.
Mirando el techo, finalmente comprendí que después de milenios, tenía otra oportunidad de reparar las cosas y poder continuar con aquello que jamás debió haber sido interrumpido.
Debía hacerlo con cautela y sin miedo, sino la perdería y sería terrible, porque esta era mi última oportunidad de hacer las cosas bien.
***
A la mañana siguiente, noté que Sienna estaba demasiado inquieta, estaba corriendo por todo el departamento buscando un peinado perfecto para la escuela.
Sorpresa; antes de que Sienna, Melanie y Sara llegaran al punto de encuentro, un guardia me había dicho que mi padre ordenó que fuera a una secundaria y cuando se lo dije a Sienna, pareció entrar en crisis.
—¿Por qué no me lo dijiste antes? —espetó molesta.
—¿Cuál es la diferencia?
—Me habría peinado mejor, me habría maquillado, ya sabes.
Era cierto, a ella le encantaba maquillarse, podría estar todo un día maquillándose frente al espejo y aún así no ser suficiente.
—Será mejor irnos, Sienna, llegaremos tarde.
—Por tu culpa —suspiró—. Por cierto, en el mueble de arriba hay un poco de ropa, supongo que en el futuro tendremos que comprar más.
Inmediatamente me dirigí hacia arriba y luego al mueble. Abrí sus puertas y noté que había ropa de color rojo, blanco y negro, que suponía que era la mía y al otro lado había ropa de todos los colores. También había un morral de color negro y un cuaderno dentro.
No era por sospechar, pero era demasiado extraño que hubiera ropa adecuada a nuestro gusto de colores y talles. Busqué un poco más y encontré un cuaderno y un morral de color negro.
Tomé una musculosa blanca, una chaqueta de cuero de color rojo y un jean oscuro gris, junto con mis botas, parecía que iba a quedar bien. Me cambié en el baño de arriba y al bajar las escaleras, noté que Sienna ya estaba maquillada, con su delineado en el borde del ojo, su rubor y sus sombras sobre sus párpados.
—¿Lista?
Alcé la vista y me di cuenta que se había pintado los labios de un rojo carmesí.
—Sí, será mejor irnos.
Salimos del departamento, bajamos por el ascensor y claramente no podía dejar de mirarla. Si milenios atrás ella ya era hermosa, ahora lo estaba aún más.
Al salir del edificio tomamos un taxi que Sienna se dio el lujo de conseguir y según ella, tenía cómo pagarle. Mentalmente me estaba preparando para salir del taxi, correr y no mirar atrás.
En unos minutos, como le dicen los humanos, llegamos a la escuela, la cual era un edificio aburrido y sin color. Algunos alumnos nos estaban mirando, otros estaban leyendo en los árboles, fumando o haciendo tonterías.
Bajé del taxi y esperé a Sienna, quien rápidamente besó al taxista de unos veinti tantos, le dio un papel con algo escrito y bajó del taxi. A lo lejos oí unas risas y algunos comentarios sobre su acción.
Mentiría si dijera que no me molestó, pero no tenía derecho de sentir algo. Debía recordar las palabras del sacerdote, los sentimientos no me podían controlar. Aunque la pregunta era si podía seguir ese consejo e ignorar lo que sentía.
—¿Qué?
—¿En serio, Sienna? No puedes ir por la vida besando a las personas solo por inversión.
—Sí puedo, acabo de hacerlo, querida.
—¿Solo un beso sirvió para pagar el transporte?
—Claro que no, le di mi número de celular.
—No tenemos celulares, Sienna —me miró confundida.
—Estaban encima de la mesada de la cocina, ¿no los viste?
Negué con la cabeza.
—¿Y cómo sabes usarlo?
—En mi reino de vez en cuando leía sobre la evolución humana, aunque es mucho mejor vivirlo que leerlo. Ahora andando.
Sienna se adelantó unos pasos, mientras llamaba la atención de todo el mundo. Llevaba puesto una pollera de color negro, una blusa de color blanco y un saco largo de color beige.
Me adelanté unos pasos y observé cómo los chicos de la escuela la miraban; con deseo y lujuria. Muchos le sonreían, le silbaban o le decían que estaba preciosa y aunque mentira no era, no podía evitar sentir una molestia en mi.
Desearía que Alastar estuviera aquí, seguro me contendría de hacer alguna locura con los humanos.
Pasamos al lado de un grupo de chicos, quienes la miraban y uno de ellos le sonrió plácidamente y Sienna le guiñó el ojo; ese, sería su próximo objetivo.
Miré al chico de arriba a abajo, estatura promedio, cuerpo trabajo y cara de imbécil, todo no se puede. Él me miró de mala manera, pero poco me importó.
Caminamos por los pasillos, hasta que encontramos el salón trece. Al entrar, nos sentamos en el fondo del salón.
Todos alrededor nuestro murmuraban y la mayoría miraba a Sienna y lo peor de todo, era que entre tantas miradas, ella miraba a cualquiera, menos a mí.
Sé que eso no debería desmotivar mi verdadera misión, pero lograba interferir lo suficiente como para entristecerme un poco.
Llegaron los alumnos restantes y luego el profesor. Cuando él estaba tomando lista, nombró a James Traynor, el chico que no dejaba de mirar a Sienna. Luego oí que dijo Mulock, mi supuesto apellido y el de Sienna, Minor.
Inventar identidades falsas no era tan complicado cuando en mi reino eso era bastante común y tampoco debíamos mentir mucho.
Durante la clase no estuve prestando atención, estaban hablando sobre la revolución francesa, algo que sucedió hace bastantes siglos.
Salimos del salón y Sienna se dirigió al baño, me quedé en el pasillo revisando mis horarios, hasta que noté que el grupo de chicas que estaban junto a James, entraron al baño.
De tantas situaciones horribles que tuve que vivir gracias a Aken, comprendí que nunca es coincidencia que personas que estén a tu alrededor entren al mismo lugar al que entraste hace solo unos segundos, menos si es un grupo numeroso.
Esas chicas estaban con James y durante toda la clase me di cuenta que miraban de mala manera a Sienna, pero claro, ella estaba embobada con ese idiota y no se dio cuenta.
Dejé mi horario dentro de mi morral y me dirigí hacia el baño. Al entrar, me di cuenta que mi sospecha era cierta. Las cinco chicas que estaban con James, estaban intimidando a Sienna.
—Te dije que vigilaras la puerta, Michel —regañó una chica pelirroja, la cual seguramente era la cabeza del grupo.
—Vete, Ailith —pidió la rubia.
Me acerqué a ella y trató de esconder su mejilla debajo de su cabello. Lo aparté delicadamente, para luego ver que tenía la mejilla roja.
Malditas desgraciadas.
—Si te vas sin decir nada, no te haremos daño —comentó la pelirroja.
—No puedes hacerle daño a alguien que ya está muerta.
—Vete, Ailith —volvió a pedir
Todas me miraban, esperando que diera una señal de mi próximo movimiento. Miré las manos de todas las chicas y no me sorprendió saber que la mano derecha de la pelirroja estaba algo enrojecida.
Me acerqué a ella y la miré a los ojos.
—Hazle caso a Sienna, será mejor que te vayas.
La miré de arriba a abajo.
Rápidamente la tomé del hombro, la tiré hacia abajo y con mi rodilla la golpeé en el estómago y luego la lancé al suelo.
—Será mejor que no te vuelvas a meter con Sienna —levanté la mirada—, será mejor que ninguna de ustedes le ponga un dedo encima o les sucederá algo peor.
La pelirroja soltó un leve quejido de dolor.
—Estás demente, mujer.
Sentí como Sienna me tomó de la mano y rápidamente nos fuimos del baño de mujeres. Recorrimos el pasillo, hasta que vimos que había un campo de rugby y nos dirigimos hacia las gradas.
Nos sentamos y ella me miró sorprendida.
—¿Qué? ¿Nunca has golpeado a alguien?
—Pues no, pero al aparecer tú sí.
Claro, ella no sabía nada. Por milenios tuvo una eternidad tranquila, no como yo, que tuve que soportar a Aken hasta ahora.
—¿Te duele mucho? —aparté su cabello de su mejilla.
—Un poco, pero pasará.
—En el departamento tendrás que ponerte hielo y alguna pócima para aliviar el dolor.
—No traje pócimas.
—Veré cómo conseguir alguna.
Sus ojos avellana me miraron curiosos, hambrientos de saber más de mí, pero ella debería saber lo justo y lo necesario. Solo así podría protegerla.
—¿Qué sucedió? ¿Fue por ese chico?
—En parte, pero también necesito investigar cómo funcionan los humanos, así qué no estuvo tan mal.
—¿Para qué saber cómo funcionan? Pasaron milenios y todo sigue siendo igual.
—Creo que para reinar algún día y no llevarme ninguna sorpresa con los humanos.
—Es estúpido arriesgar tu vida por una investigación.
—Debo hacerlo.
—¡¿Acaso no ves como casi te hacen trizas?! Jamás has golpeado a alguien y ahora quieres meterte en peleas.
—No quiero meterme en peleas, quiero ser la razón por la cual peleen, así funciona el mundo de los humanos, o eres la razón o eres una víctima.
—Me parece absurdo.
—No seré una víctima, Ailith,
Se levantó de las gradas y se dirigió hacia el pasillo de la escuela.
—Como has cambiado, Sienna, se nota que no eres la misma que aquella vez... —susurré.
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