3. Castigo II
Ir a la fiesta, que todos hayan visto como nos arruinaron la salida no sería lo peor, sino que lo peor era la ira de mi padre. Un hombre que le gustaba tener todo bajo control, pero que casi nunca lograba eso con sus dos hijas mayores.
—¿En qué estaban pensando? ¿Tienes idea de cuán humillante fue encontrar a mis tres hijas en una fiesta de bajo nivel? —preguntó molesto.
—Habían colegas nuestros, padre, no era de bajo nivel —aclaró Melanie.
—Aún así —impuso mi madre—, por más que fuéramos nosotros mismos a esa fiesta, ustedes no debieron haber ido.
—¿Y cuál es el problema, madre? —pregunté molesta.
—Cállate, Sienna —susurró Sara.
—No me callaré, creo que tengo derecho a dar mi punto de vista y el porqué están exagerando.
Mi padre, quien estaba sentado en el trono, se levantó lentamente, bajó los escalones que nos distanciaban y me miró fijamente a los ojos.
—¿Así qué crees que estoy exagerando?
—Sí —afirmé—. Un día seré reina y no tendré tiempo para divertirme, no tendré tiempo para disfrutar de los placeres de la vida, que por cierto, tus guardias interrumpieron.
—¿Cómo podrás ser reina si me demuestras que solo eres una niña mimada? Te criamos para que seas una princesa, no una cualquiera.
—¡Esposo mío! —espetó, como si eso hiciera la diferencia.
—Por lo visto, no estás a la altura de ser una reina —sus ojos grises me observan con decepción.
—Sí lo soy, solo que tú no lo ves, padre.
—¡¿Y cómo quieres que vea a una reina en una prostituta?! Eres mi hija, deberías encontrar a alguien con quien casarte y no con quien solo tengas placer.
—Eso no me hace menos reina que ustedes.
—No, pero te hace menos digna, porque significa que no entiendes la importancia de casarte, de tener una persona a tu lado que sepa guiarte en los malos momentos.
¿Cómo podía explicarle a mis padres que yo no quería eso? No le encontraba sentido estar atada a alguien. No tenía sentido entregar todo de ti a una persona para que luego esa persona se olvide de todo
Además, ¿para qué tener placer con solo una persona cuando podías tener con varias? Quería ser libre y no ser prisionera de un sentimiento que no me llevaría a nada. Porque claro, que estar casada no te garantiza ser feliz, ni mucho menos que esa persona te apoye cuando más lo necesites.
De nada servía ir en contra de mi padre, solo podría empeorar el castigo.
—En cuanto a ustedes dos —miró a mis hermanas—, estoy profundamente decepcionado de que siguieran adelante con esta locura.
—Padre, Melanie y yo...
—Fue mi culpa —interrumpí—. Yo les ordené que me siguieran a la fiesta, porque yo voy a ser la futura reina. Incluso Sara me advirtió que te enojarías, pero no la escuché.
—¡¿Y así esperas poder reinar algún día?!
Bajé la cabeza.
Mi padre furioso era peor que un toro o un búfalo.
Era mejor echarme la culpa a mí, no quería que mis hermanas cargaran con un peso absurdo solo porque nuestro padre no estaba de acuerdo. Prefería cargar con el castigo, que verlas sufrir.
—¿Qué harás, esposo?
—Sienna, por tu desobediencia y falta de responsabilidad y compromiso al trono del reino, tu castigo será hacer una extensa investigación sobre los humanos, desde su comportamiento, su reproducción y su vida desde los inicios del tiempo hasta el último día que estés allí —sentenció—. Permanecerás en ese mundo hasta que yo lo decida, mientras tanto, ve a pedirle al sacerdote que te de las indicaciones para llegar al punto de encuentro e ir a la tierra.
—¿Qué? ¿Ir con los humanos? Ellos son seres inferiores a nosotros, padre.
—Para que aprendas a estar con esa clase de personas y tal vez no seas tan parecida a ellos, Sienna.
—Soy una princesa, no soy como ellos.
—Pues actúas de la misma forma deplorable que ellos.
Miré a mis hermanas, quienes no podían creer lo que estaban oyendo de nuestro padre, pero Sara me lo había advertido y no quise oírla. Las consecuencias podrían ser peor, aún tenía el derecho de reinar, solo debía hacer una investigación sobre los humanos, no sería tan malo.
—Pueden retirarse las tres. Sin embargo, tú quédate, esposa mía.
Ella asintió.
Las tres nos dirigimos hacia la salida de la sala del trono, los guardias abrieron las puertas y caminamos por los pasillos del palacio.
—¿Por qué lo hiciste, Sienna? —preguntó la rubia—. El castigo debió haber sido para todas.
—Son mis hermanas, no dejarían que carguen con un castigo que no era justo.
—Papá no dijo cuánto tiempo estarás en la tierra, podrían ser siglos o milenios —comentó Sara.
—No importa, pronto parecerá que nunca nos separamos.
—¿Tienes noción de que estarás lejos de nosotras? —abracé a Melanie por los hombros.
—Imagina que es una aventura, será más fácil digerirlo así.
—Aún así, Sienna, Mel y yo te extrañaremos.
Ambas me abrazaron, porque para ser sincera, desde que teníamos memoria habíamos estado las tres juntas. Jamás nos habíamos separado por tanto tiempo y a pesar de que éramos diferentes, nos unía el lazo de hermanas.
Cuando supe que Melanie sería mi hermana, estaba muy feliz de ser la hermana mayor y cuando supe que Sara sería la próxima, fui aún más feliz. Siempre me gustó proteger a mi familia y aunque ahora crecimos, ese amor solo había aumentado.
—Será mejor darnos prisa, las indicaciones pueden tener que ver con el sol y aún queda parte del día —nos separamos y seguimos caminando por los pasillos.
Fuimos hasta mis aposentos, en donde preparamos un fardo con ropa y un poco de comida y bebida. Luego nos dirigimos hacia la sala en donde el sacerdote Crod se encargaba de analizar las vidas de las almas perdidas y darles una eternidad digna.
Entramos a su estudio, en donde los papiros estaban desordenados, así como las pócimas y los inciensos que adornaban el lugar.
Buscamos con la mirada al sacerdote y solo lo encontramos debido a su cabello rojizo como el sol.
—Sacerdote.
—¿Sí? —levantó la cabeza, mientras miraba un papiro que había entre sus manos.
Dio unos pasos hacia el frente y chocó contra una estantería.
—Auch.
—¿Está bien? —preguntó Sara.
—Claro, princesas, no se preocupen —se acercó a nosotras y observó mi fardo—. Lamento que tenga que irse, vamos a extrañarla.
—Lo sé, yo también extrañaré a todos.
—Imagino que vienen por las indicaciones —asentí—. Bueno, simplemente deben seguir al sol antes del anochecer, las guiará a una zona desolada, allí sabrán que están en el lugar indicado.
—¿Algún consejo para lidiar con los humanos? Sé que son seres salvajes.
—Sé que cree que son inferiores a nosotros, princesa, pero el consejo que puedo darte, es que no debes enamorarte. Tan simple como eso.
—No se preocupe, no creo que pudiera enamorarme de un humano.
—No debes enamorarte de nadie, porque solo puedes casarte con alguien de la realeza.
—Lo sé, sacerdote.
—También debes saber que habrá muchas perversiones en la tierra, solo trata de ignorarlos y todo estará bien.
Las tres nos miramos confundidas.
—¿Perversiones de qué tipo? —preguntó Sara.
—Del tipo que arruina tu cuerpo, destruye tu mente y mata lentamente el corazón.
—Podría ser más específico.
—No te dejes guiar por lo que sientes, a veces los sentimientos nos conducen a un camino de oscuridad y no hay vuelta atrás.
—¿Existen advertencias reales? Es decir, jamás podría enamorarme de alguien.
—No, princesa, solo debe evitar eso y salvará al reino de la tragedia.
—No parece algo complicado.
—Los humanos son traicioneros, tenga eso en cuenta.
***
Me despedí de mi madre, ya que mi padre aún seguía molesto y prefirió no ver mi partida. Un grupo de guardias nos acompañarían hasta el punto de encuentro, en donde me dejarían sola y pronto podría estar en la tierra.
Las tres nos subimos al carruaje, Melanie tomaba mi mano, como si eso hiciera alguna diferencia dentro de algunos momentos.
Sabía cuán difícil era para ella, siempre fuimos unidas y no se llevaba del todo bien con Sara, debido a que era demasiado extremista y nosotras queríamos ser más libres.
—Estaré bien, hermana, será solo un tiempo.
—Indefinido —aclaró.
—Volveré, te lo prometo —sonreí de lado para tranquilizarla.
Apoyó su cabeza en mi hombro y noté que Sara miraba por la ventana del carruaje.
—¿Qué sucede?
Se giró a verme.
—Los humanos, ellos... no son como nosotros.
—No, hermana, pero no me sucederá nada.
—Me preocupa que te guste convivir con ellos.
La miré confundida.
—¿Por qué me gustaría vivir con alguien que es más inferior que yo?
—Porque son como tú, salen de fiesta todas las noches, les gustan los problemas y tener placer de todo tipo.
No se lo iba a decir, pero si surgía la posibilidad de tener algo con un humano, no sería tan malo, sería parte de mi investigación.
Sería bueno encontrar a un humano con el cual experimentar.
—No te preocupes, ya entendí que no debo involucrarme con ellos de esa manera.
—Espero que sí, Sienna.
Decirle la verdad a Sara sería una imprudencia, se lo contaría a mis padres y claro que mi castigo sería aún peor.
Cuando llegamos, los guardias abrieron la puerta del carruaje y las tres nos bajamos. Como había dicho el sacerdote, el sol estaba a lo lejos, iluminando parte de la zona descampada que había sido descrita anteriormente.
No había absolutamente nada, solo árboles, césped.
—Sienna, mira quién está ahí —señaló la rubia.
Giré a observar y noté que la chica que estaba en la fiesta también estaba aquí.
Ambas nos miramos, sus ojos me observaron de arriba a abajo y su amigo no dejaba de ver a mi hermana como si hubiera visto un fantasma.
—Dile a tu amigo que deje de ver a mi hermana.
—Soy el general –reveló.
—Me da igual quien seas, no mires a mi hermana, parece que has visto un fantasma.
Él rodó los ojos.
—¿También te han castigado? —preguntó la pelinegra.
—¿Tú qué crees?
—Que debiste haber huido de tu palacio de una mejor forma.
—Los guardias también fueron por ti.
—Pero por otro motivo —sonrió arrogantemente.
—Como sea, debemos irnos.
Mis hermanas volvieron a abrazarme una vez más y dejé un beso en la frente de cada una, para que nunca olviden que siempre las tendré presentes.
—Volveré, se los prometo.
Y esa fue la última vez que abracé a mis hermanas, observé el reino que debía dejar atrás y cumplir con el castigo que me había sido impuesto solo por disfrutar la vida.
Todo tenía sus consecuencias, ¿pero a dónde me llevarían las mías?
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