1. Ojos verdosos
—Vamos, anda —insistió Melanie.
—¿Creen que sea correcto? —cuestionó Sara.
—Estamos vivos, debemos aprovechar eso —dije mientras me quitaba la corona de flores que mi madre me había dado.
La apoyé sobre el escritorio, tomé mi labial de color rojo suave, deslicé la barra por mis labios, para pintarlos y que quedara perfecto. Luego tomé un moño de color rojo, que hacía juego con mi vestido de ese mismo color.
Estábamos vistiéndonos para la ocasión de esta noche, ya que nada podía fallar. Sería una noche excelente, de esas que quedarán grabadas en la memoria por milenios.
—Tal vez nuestros padres se enojen.
Me di la vuelta, para observar a Sara, quien a pesar de estar en contra de esto, nos seguiría en esta travesía.
—Un día seré una reina, no tendré tiempo para divertirme de verdad.
—Ser reina es una gran responsabilidad que alguien como tú no lo podría entender —espetó molesta.
—Y como seré tu futura reina —tomé mi brazalete de color dorado y lo colocqué en mi muñeca—, cerrarás la boca y harás lo que yo te diga, nadie dirá nada.
Sara frunció el ceño. Peinó su cabello castaño claro hacia atrás y colocó un broche de mariposa en él.
—Te lo estoy advirtiendo, Sienna. Nuestros padres notarán que no estamos y eso no es normal.
Melanie se acercó a nosotras y nos ofreció unas tarjetas de color negro.
—Esta noche será legendaria, chicas, no la arruinemos por temor a las consecuencias.
Tomé la tarjeta, la miré por ambos lados y no había ningún dato para que se dieran cuenta que éramos nosotras.
—Lo peor es que si Sienna muere, tú serás la sucesora —suspiró Sara.
—La tarjeta es el indicativo de que puedes pasar.
—¿Cómo?
—Rayos rojos, ellos revelan el nombre en la tarjeta.
Ambas sonreímos y miramos a Sara.
—Supongo que de nada servirá que diga que no.
* * *
El edificio era simple; cuadrado por todos los lados, de color negro simple, sin cartel que dijera el nombre del lugar. Solo los que éramos de clase alta podíamos estar aquí.
Aunque era verdad que aquí nadie tenía clase alta o baja, pero aquellos que pertenecíamos a la realeza éramos superiores. Una de las ventajas de vivir aquello que tenemos todos, es que puedes hacer lo que quieras cuando quieras, sobre todo si eres una futura reina como yo.
El carruaje de la vida era lo mejor del reino, te llevaba a cualquier lugar del mundo. Las sombras doradas guiaban a los caballos blancos para llevarnos al punto de encuentro. Los caballos corrían rápido, tanto como un jaguar o mucho más.
Las sombras doradas abrieron las puertas del carruaje, los caballos rechinaron al verme y me acerqué a acariciar a uno de ellos. Coloqué mi mano en su frente, acariciándola lentamente.
—Saldremos cuando el sol esté naciendo nuevamente, ¿sí?
El caballo rechinó de manera animada.
Mis hermanas bajaron del carruaje y se acercaron a mí.
—No sé porque tanto amor por esos caballos, son todos iguales —comentó Melanie, mientras peinaba su cabello rubio con su mano.
—Hablarás de los humanos, porque los caballos son muy bellos.
—Como sea —comentó Sara—, será mejor formar la fila.
Acaricié al caballo un poco más antes de dirigirnos hacia la fila.
Al llegar, noté como muchas mujeres traían puestos sus vestidos, joyas y peinados exuberantes. La mayoría de ellas eran mujeres que pertenecían a mi reino, por no decir que eran conocidas mías.
Cuando dirigí mi vista hacia la entrada, había dos hombres altos y corpulentos leyendo cada tarjeta que les daban.
—¿Son los vixiamitas? —preguntó Sara.
Melanie comenzó a jugar con su cabello, mientras observaba al hombre más alto con mirada de lujuria y deseo.
—Sí, ¿por qué?
—Pido al más alto —agregó la ojiverde.
—Eres una tonta, ¿te das cuenta que es un amor imposible? Nosotras sólo podemos relacionarnos con los de la realeza.
—Sí, ya, Sara, déjame disfrutar la vista.
—¿En serio? Estás demente, nuestros padres se enfurecerán cuando lo sepan.
—Tú te quejas de que Sienna y yo un día seremos reinas, ¿pero quién querría tener una reina miedosa?
Sara la miró de mala manera.
—Basta las dos, esa discusión no nos llevará a ningún lugar.
Ambas siguieron peleando, Sara no le veía sentido al amor y la verdad es que yo tampoco lo veía, pero si Melanie era feliz con eso, ¿quiénes somos para arruinar su felicidad? De eso se trata reinar la vida, de ser feliz.
A medida que la fila avanzaba, nos emocionábamos cada vez más y más. Muchos nos veían a lo lejos, soñando con poder entrar y mezclarse con la realeza.
Cuando llegó nuestro turno, les dimos nuestras tarjetas al vixiamitas que Melanie no dejaba de mirar. Ella se puso a su lado, sonriente, mostrando sus dientes y sonrisa perfecta. Él la miró, con sus ojos amarronados, brillaron levemente y luego desvió la mirada.
—Pueden pasar, princesas, diviértanse —dijo con voz grave.
—¿Estarás adentro? —preguntó la rubia.
—Cuando todos pasen, estaré de guardia de seguridad, pero le aconsejo que no pierda su tiempo conmigo, no funcionaría y no quiero problemas.
—El amor es capaz de todo —dijo seductoramente.
—Y yo de vomitar, ahora entremos —Sara me tomó de la muñeca y nos dirigimos hacia dentro del lugar.
Era realmente enorme, precisamente del tamaño de un coliseo, como el que había en el centro de la ciudad. En donde todos luchaban por sus vidas, sin saber que solo mi familia decidía si todos sobrevivirían o no.
Es como decía mi padre; Nadie se divierte con el sufrimiento de los demás y quien lo haga, no ha vivido en lo absoluto.
Las luces del lugar eran de color azules, violetas, magenta y verdes. Había una bola de disco flotando en el techo, de la cual desprendían brillos que nos cubrían por completo. Cerca de la pista de baile, estaban los bartenders sirviendo bebidas y algunos guardias del reino coqueteando con quienes no debían.
No era difícil distinguir a aquellos que habían muerto, pues quienes ya habían vivido, llevaban un tatuaje en el antebrazo, una línea gruesa totalmente negra. Ella era el indicador de que ya no podían vivir.
Ignorando a esas personas, las tres nos pusimos a bailar al son de la música.
Con el pasar de la luna, muchas más personas habían entrado al establecimiento. Sara estaba hablando con su compañera de clase de danza del nacimiento, Shirley y Melanie se había perdido entre la multitud, seguramente habría ido a hablar con el vixiamita.
Así qué estaba yo sola, disfrutando del supuesto alcohol que vendían en la barra, que por cierto, era demasiado feo. No sentí nada más que un líquido recorriendo mi cuerpo. Era evidente que no había alcohol para las princesas del reino.
De repente sentí unas manos acariciando mi cadera, me giré para saber quién era y me di cuenta que era una dama del palacio, Azma, bonita, alta, inteligente y demasiado caliente.
Sus manos atrajeron mi cuerpo al suyo, en dónde su pelvis chocó con la mía, haciendo que soltara un gemido demasiado alto. Aunque debido a la música, nadie más que Azma me había oído.
Sonrió de manera lujuriosa, comenzó a besar mi cuello, mientras sus manos apretaban mi cintura. Cerré los ojos para sentir aún más sus labios arrastrarse por el tronco de mi cuello, mientras mis manos se enredaban en su cabello marrón.
—Eres demasiado hermosa como para ser de todos —susurró en mi oído.
La aparté lentamente y sonreí engreídamente.
—No soy de nadie, hermosa, soy libre y puedo estar con quien yo quiera.
—Tú fuiste y siempre serás mía, sé que te gusta lo que hacemos.
—Me gusta, pero no me ata a ti, ni a nadie. Es solo placer y ya.
—Un placer que te gusta demasiado.
Me tomó de la cintura y ambas juntamos nuestros labios en una gran pasión. Cuando creí que por fin podría disfrutar de aquello que más me gustaba, sentí una extraña presencia. En mi pecho había una molestia indeseable, de esas qué sabes que hay algo fuera de lugar, pero no sabes qué.
Me separé de ella, para luego notar que era lo que estaba fuera de lugar. Tomé mi collar de oro con una piedra roja pequeña y el tiempo se ralentizó.
No era diferente a ninguna chica que hubiera visto, no tenía nada distintivo, solamente sus ojos verdosos, que no dejaban de observarme con un sentimiento el cual no podía descifrar, Su cabello negro lacio caía por sus hombros, sus labios eran carnosos, pero finos. Una extraña mezcla entre lo adorable y lo lujurioso.
Con su vestido negro, no parecía ser de esas chicas que les gustara el placer, sino el amor.
Tenía sus manos llenas de anillos finos y gruesos, algunos tenían forma de calavera, otros tenían forma indefinida, así como su collar, que estaba enganchado con dos cadenas de color plateado.
Comenzó a moverse lentamente, mezclándose entre la multitud. Lo que me pareció extraño, porque el tiempo volvía a su velocidad normal y la había perdido. Eso significaba que había otra entidad aquí.
Maldecí para mis adentros, fue entonces que las puertas se abrieron repentinamente, miles de guardias con sus armaduras plateadas, sus lanzas de metal N.P.K. , sus espadas y escudos de acero hecho al fuego del sol, apuntando a cualquiera que se interpusiera en su camino.
Inmediatamente Azma se alejó y mis hermanas se acercaron a mí.
Nuestros soldados nos rodearon e hicieron una muralla frente a la chica de ojos verdosos.
Ella rodó los ojos con molestia.
Inmediatamente guardias de armaduras negras entraron por las puertas traseras del lugar, mientras los demás comenzaron a gritar y a asustarse. Rodearon a la chica y entonces me di cuenta de quién era.
Los soldados de la chica alzaron sus lanzas en contra nuestra, ella levantó la mano, en señal de que no hicieran nada.
Esos ojos verdes que podían verse incluso en la peor oscuridad, ese collar, esos anillos, esos guardias de negro.
La princesa de la vida y de la muerte finalmente nos habíamos encontrado.
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