Chapter Thirteen: A Witch is a Bitch (Your Heart Makes)
Lʌs BʀυJʌs ɗє Sʌʟєм
Capítulo 13: Una bruja es un perra (hecha con el corazón)
La fuerza del viento favorecía el trote de la pequeña Betty que, contenta, avanzaba hacia el corral colindante al granero del pueblo.
—¡Emily! —gritó entusiasmada la niña mientras entraba en el recinto relleno de paja para abrazarla—. ¡Cuánto tiempo! ¿Me has echado de menos? —La pobre gallina viraba su cabeza de lado a lado con cara desorientada.
A escasos metros por detrás, llegaba su prima Abigail para recordarle el objetivo de su camino hasta el gallinero.
—Betty, debemos darnos prisa —alertó—. Samuel está en peligro. Tu padre. Mi tío. Debemos frenar esto como sea.
Aquel recordatorio produjo en la niña, que volvió a dejar a su amigable ave en el suelo, una mueca de tristeza.
—Ven aquí —dijo con compasión Abigail acompañándolo de un gesto para que se aproximase. Cuando se acercó, le dio un fuerte abrazo para calmarla y se arrodilló para explicarle—. Tituba no es buena. ¿Recuerdas aquel día en el que vinimos a este mismo lugar para llevarle huevos y que nos leyese el futuro? —La pequeña asintió secándose una lágrima—. No lo hizo por nuestro bien. Tituba tiene poderes que son los que están provocándonos hacer las cosas que a padre tanto le preocupan. No es nuestra salud. Es ella.
Al finalizar, ambas volvieron a abrazarse profundamente y emprendieron su marcha adentro del granero rojo. Abigail había dado con un libro de magia negra escondido bajo una lámina de madera en el cuarto de su criada. En él aparecía entre muchos otros el encantamiento que hizo con ellas en el círculo de sal y, además, salía dibujada la horrenda figura que vieron durante este.
Invitándola a entrar tendiéndole la mano, Abigail y su prima abrieron el gran portón de la estructura y pasaron a su interior. El ambiente era oscuro y algo húmedo, solo se podía vislumbrar de forma más tenue la entrada por la luz que atravesaba la entrada. Mas lo que se encontraron no fue lo esperado, todas las gallinas habían desaparecido. No había rastro de ninguna de las aves más allá de Emily, que se encontraba sola en el corral del exterior.
—Qué extraño... —dijo la mayor—. Bueno, no importa. Busquemos los huevos. Con dos bastará —A base de remover pequeñas dunas de heno, se lanzaron a probar suerte.
—Abigail —susurró Betty algo más adentrada en el granero mientras le mostraba un huevo que había encontrado pero que, inesperadamente, se encontraba teñido de un rojo líquido y fresco.
La chica se acercó a su prima y vio como desde donde se hallaba, seguía hacia el oscuro fondo del lugar un fino rastro de sangre.
—Vámonos de aquí —le dijo al oído. Dando la vuelta, caminaron sigilosamente con las puntas de los pies hacia la salida.
—Espera —Betty había visto el otro huevo necesario en un lateral a escasos metros del lugar en el que estaban.
—No, ven aquí —ordenó conteniendo la voz. Aunque ya era demasiado tarde, pues ya había corrido a por él.
Desde la oscuridad del fondo se escuchó entonces un extraño balido. Una especie de sonido gutural que no podría haber sido emitido por ninguna persona corriente. Asustada, giró la cabeza y lo vio salir de la oscuridad. Cuernos, ojos negros, grandes fauces, torso humano y piernas bovinas. Era la misma figura que vieron aquel día del embrujo de Tituba, aunque ahora era algo nítido y real, no una imagen dispersa. Cubierto de plumas, heno y sangre acababa de encontrar dos nuevas presas.
—¡Corre! —exclamó Abigail justo antes de ir a por Betty y empezar la huida. Ambas niñas se precipitaron hacia la salida mientras aquel monstruo galopaba a pasos agigantados emitiendo esos siniestros balidos. Sorprendentemente, ya no había portón frente a ellas para escapar por donde habían entrado, sino una pared roja con muchas letras y símbolos que no entendían.
"No puede ser. ¡Despierta!"
Abigail abrió los ojos tumbada entre sus sábanas mojadas. A los pocos segundos, consiguió ubicarse en su colchón, en su habitación, junto a la cama de su prima.
—¿Qué era eso, Abi? —preguntó Betty desde su cama con voz temblorosa—. ¿Qué está sucediendo?
—No lo sé —Era la única respuesta que sabía dar la mayor a por qué seguían teniendo aquellas pesadillas compartidas—. Debemos frenar a Tituba ya.
Despejándose la mirada, la sobrina del reverendo se puso en pie para ver la hora que marcaba el reloj de bolsillo que le regalaron sus padres antes de marchar en expedición por las Américas. Las tres de la madrugada.
—Vamos —animó la mayor para que se incorporase su prima—. Es el momento perfecto para hacer cualquier cosa sin que se entere.
—¿Y qué vamos a hacer? Todavía no tenemos los huevos para poder llevar a cabo el conjuro que elegimos.
—Betty, no hay tiempo, no podemos esperar hasta mañana por la mañana para ir al gallinero —dijo Abigail—. Aprovechemos que nos hemos despejado a esta hora para ello. Buscaremos una alternativa.
Ambas abandonaron sus camas nerviosas. Cogidas de la mano, abrieron su puerta lentamente y se asomaron al pasillo de dormitorios.
—¿Tío Parris? —preguntaron susurrantes nada más abandonar su dormitorio—. ¿Tituba?
No obtuvieron respuesta por ninguna de las partes.
—Vale, Betty —musitó apretando su mano—. Baja al salón y espérame ahí, yo voy a intentar conseguir el libro.
—¡No! —exclamó murmurando abrazándose a ella.
—Betty, de verdad, no me va a pasar nada, venga —La chica separó a su prima y la empujo suavemente en dirección a las escaleras para que fuese bajando.
La pequeña, preocupada, dejó atrás a Abigail bajando por las escaleras con cuidado de no hacer crujir la madera y desvelar a cualquiera de los dos adultos que dormían en aquella casa.
Perdiendo a su prima en la oscuridad, la chica se aventuró por el pasillo hacia la puerta de la pequeña habitación donde se hospedaba la criada. Tomo aire armándose de valor y empujó suavemente la puerta para atravesarla. El chirrido de la madera no hacía más que preocupar aún más a una Abigail que conseguía exitosamente entrar en el dormitorio por la primera fina ranura que quedó al separar la puerta de la pared.
Mas casi deseó no haber entrado al ver la cama completamente vacía. Quiso volver afuera, Tituba estaba despierta y podía haber enviado a Betty hacia ella si todavía seguía en la casa en la planta de abajo. Pero esos temores abandonaron pronto su cabeza para ser remplazados por otros peores. La cama no estaba vacía porque la bruja no estuviese durmiendo, sino que no dormía en su cama. La imagen de Tituba tendida bocarriba en el aire con el cuerpo pegado al techo penetró en la mirada de la joven, que asustada, se llevó las manos a la boca.
Tenía que huir, jamás había contemplado una escena parecida, mas necesitaba aquel libro para acabar con todo. Por fortuna, no debía rebuscar a ciegas, sabía dónde lo tenía escondido.
Sin poder apartar los ojos del cuerpo dormido contra el techo de Tituba, se adentró en el dormitorio. Al llegar al punto donde creía recordar que se hallaba el texto, se agachó y pasó suavemente las uñas por el suelo. Justo. Con sumo cuidado arrancó la lámina y la apartó a un lado. Miró hacia arriba de nuevo para comprobar si el ruido había perturbado el sueño de la bruja. Continuaba igual. Introdujo los brazos en el agujero para alcanzar el libro de conjuros. Nada más hacerse con él, volvió a posar la lámina sobre el hueco secreto abandonando acto seguido la habitación con la mayor premura posible.
—¿Abigail? —preguntó la pequeña Betty al escuchar a alguien descender las escaleras con cautela—. ¿Abigail?
—Ya lo tengo —informó entrando en el salón y dejando escapar unos silenciosos jadeos—. Abrámoslo.
Comenzaron a hojear entonces aquel manual con la esperanza de dar con otro encantamiento que les sirviese para despedirse de Tituba y poder empezar una nueva vida lejos de Salem. Sin embargo, la mitad de las palabras que aparecían estaban en un idioma extraño y muchas letras no les resultaban siquiera familiares. Se guiaban gracias a los dibujos, flechas y anotaciones que probablemente había garabateado la propia bruja. Y ahí apareció, entre hojas y hojas, el famoso hechizo para crear un círculo de sal protector en el que una vez estuvieron metidas.
—¿Te acuerdas de cuando la metiste intentando protegerla del monstruo y le empezaron a salir heridas? —dijo Betty. En ese momento, la alternativa acababa de ser encontrada por la pequeña.
—¡Eso es! —exclamó—. Incluso se tuvo que maquillar aquellas quemaduras para que el tío Samuel no le preguntase. Aprisa, trae sal y una vela —Mientras tanto, Abigail siguió pasando páginas del libro por si daba con otro texto útil. Mas, casi hacia el final, se encontró con una especie de dibujo. En él, se apreciaba a Tituba lanzando una muñeca a un río que se extendía a una zona cuyo fondo albergaba a una mujer sentada sobre una silla.
A la vuelta de Betty con un recipiente con sal y la vela, preguntó enseñando el garabato.
—¿Esta muñeca no es la que te trajo papá?
La niña asintió.
—Sí, se la encontró tirada en la parroquia. Tituba me la pidió ayer.
Extrañada, Abigail dejó el tema para pedirle ayuda a Betty enrollar una de las esquinas de la alfombra.
—Así la escondemos de su vista —explicó.
Con el suelo de debajo del tapiz ya despejado y limpio, posaron la vela en el que iba a ser el centro del círculo. Con ayuda de una cerilla, prendieron la mecha y comenzaron a dibujar el contorno del aro.
—Bien, Betty —dijo pasándole la sal—. Debes ir haciendo la forma echando la sal en el sentido de las agujas del reloj. De izquierda a derecha y con la mano zurda —Le acercó el cuenco de la sal—. Mientras, yo leo el conjuro.
—Vale —asintió la menor.
—Porque en todo aquello que está sucio se encuentra la posibilidad de limpiarlo —empezó a leer—, porque esta sal es la sal que limpia y esta ígnea luz trae luz a esta habitación —Betty terminó de dibujarlo y entonces Abigail le hizo un gesto para ambas introducirse en el espacio delimitado por la sal—. Yo te conjuro círculo de poder, yo te conjuro para que seas mi protector y contengas el poder de las energías que en este momento se forman en su interior hasta que decida liberarlo. Por eso yo te consagro y te bendigo.
Acto seguido, la chica tomó la vela y frenó su actividad de un soplido. Las dos abandonaron la circunferencia y cubriéronla de nuevo con la alfombra.
—¿Qué estáis haciendo aquí, niñas? —preguntó una voz tras ellas—. ¿Qué es ese libro?
Se trataba de Samuel Parris, que se alzaba a la entrada de aquella estancia mirando con cara de sospecha a su hija y sobrina.
—¡Padre, Tituba es mala! ¡Tituba es mala!
—Sí, tío Samuel, Tituba es mala.
Asombrado por las primeras palabras de su inocente hija al verlo, preguntó interesado.
—¿Pero, niñas, por qué decís que Tituba es mala?
—Este libro es suyo —empezó a decir Abigail con premura—, y está lleno de conjuros y hechizos, ella es la que estaba provocando que actuásemos así de raro, tenemos que pararlo o huir o...
De repente, el reverendo Parris fue golpeado por detrás vehementemente con la base de uno de los candelabros de la entrada, propiciando que cayese al suelo con una gran brecha en la cabeza.
—Eso, niñas —dijo Tituba haciéndose la incrédula—. ¿Por qué decís que Tituba es mala?
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