Chapter One: The Circle of Salt
Lʌs BʀυJʌs ɗє Sʌʟєм
EN EL MULTIMEDIA: FANMADE DE @MMDreamer SOBRE UNA ESCENA DEL CAPÍTULO Y BOOKTRAILER.
Capítulo Uno: El Círculo de Sal
Salem, Massachusetts. Junio de 1692.
—Tranquila, bonita. No te voy a hacer daño. —La chica avanzó hacia su víctima la cual salió corriendo hacia una esquina del apestoso y sucio cubículo—. Vamos, acércate. —En los pequeños ojos de la víctima se podía leer el miedo.
La chica dio un paso en falso y pisó una pequeña bola marrón y maloliente.
—¡Puaj! ¡Qué asco! Esto me lo vas a pagar.
Se abalanzó sobre la víctima aferrándose a su torso y esta comenzó a retorcerse moviendo bruscamente sus extremidades superiores para intentar escapar. Las dos se rebozaban por el enlodado suelo destrozándolo todo a su paso hasta que la agresora levantó a su víctima viva por encima de la cabeza mientras se seguía retorciendo.
—Te tengo —dijo triunfante.
—¡Betty! Ya tengo los huevos. —Una niña salió con una cesta del granero rojo del pueblo y vio a su prima en la cerca de las gallinas, llena de heces, plumas y hebras de paja sosteniendo una gallina entre sus brazos—. Pero... ¿qué haces ahí? —Al verla en ese estado, la niña comenzó a reírse.
—Emily estaba sola y me ha dado pena. Quería meterla en el granero con las demás —decía inocente.
—Betty... Esa gallina no es ponedora, no debe estar en el granero, la apartan para saber cuál no da huevos. Ah, y deja de ponerle nombre a las gallinas, que no son personas.
—Está bien... —Betty dejó la gallina otra vez en el suelo y salió del cercado para irse con su prima.
—Venga, vamos a limpiarte que mira cómo te has puesto. —Abigail iba sacudiéndole las plumas y la paja a su prima intentando esquivar los excrementos de gallina.
Betty era una niña de 10 años que vivía en el pueblo de Salem junto con su prima Abigail, dos años mayor que ella, y su padre Samuel que era el reverendo del pueblo. Su criada Tituba, una mujer negra de origen barbadense, pasaba la mayoría del tiempo en casa del reverendo cuidando de las niñas debido a la falta de tiempo de Samuel. Tituba vivía con su marido John Indian en una pequeña casa del pueblo, cerca de la iglesia.
—Te echo una carrera hasta casa —propuso Betty.
—Betty no, que llevo los huevos y como se me caigan...
—Tú la llevas. —La pequeña niña salió corriendo por el campo rumbo al pueblo y su prima dejó escapar un suspiro para tranquilizarse.
Sus piernas comenzaron a trotar lenta y cuidadosamente con el fin de que los huevos no se desbordasen de la cesta y cayesen en el suelo provocando así la muerte de un ser y convirtiéndolo en pasto para diversos animalillos del campo. Abigail era mucho más rápida que su prima y, aún yendo con cuidado, estaba recortando distancia con la dulce Betty.
Llegaron al pueblo y seguían corriendo por las nada transitadas calles de Salem. Betty en un deje de desconfianza por perder, echó la vista atrás y vio que su prima la iba a alcanzar al poco tiempo. Volvió la mirada al frente pero ya era demasiado tarde para frenar y se chocó.
—¡Ay! Lo siento —se disculpó Betty sin mirar con quién había colisionado. "¡Qué alto es este hombre!" pensaba para sus adentros al examinarle de pies a cabeza.
Abigail, medio sofocada por lo que había tenido que correr y preocupada de que no se le rompiesen los huevos de la cesta, vio como su prima se había chocado con aquel hombre alto de mediana edad y complexión delgada que resultaba ser el médico del pueblo.
—Perdónela, doctor Griggs —se disculpó Abigail.
—No muchacha, no pasa nada. —El doctor rió restándole importancia—. Sois niñas, debéis aprovechar ahora para correr y jugar. Creedme que cuando lleguéis a mi edad no tendréis tantas ganas...
—Pero si usted es muy joven doctor —intervino Betty.
—Llámame Will —sonrió dulcemente a ojos de la niña.
—Pero si eres muy joven Will —repitió.
—Gracias Betty, pero no estoy como para correr por el campo como antaño. —La mirada del doctor pasó de mostrar felicidad a nostalgia—. Que por cierto... ¿qué hacíais por el campo? ¿No deberíais estar en casa?
—Eh... sí, pero... —Abigail no sabía qué decir—. Es que Tituba nos pidió que no se lo contásemos a nadie...
—¿Tituba?
—Sí, nuestra sirvienta. —Betty se le hizo un gesto al doctor para que se agachara y esta se acercó a su oído para susurrarle—. Creo que nunca se ha lavado porque tiene la piel muy sucia. Es completamente negra.
—Entiendo... ¿y qué no quiere Tituba que me digáis? ¿Lo que hacíais en el campo?
—Vámonos yendo Betty que llegamos tarde a casa. —Abigail se había percatado del exagerado interés que el doctor había tomado por Tituba.
—No, espera. —Betty se volvió a pegar al oído de William—. Hemos ido al granero del pueblo para coger prestados unos huevos porque Tituba nos ha dicho que si se los conseguimos podremos ver cómo será nuestro futuro esposo —confesó tapándose la boca tras haberlo dicho.
—Qué curioso... —dijo el doctor frotándose el mentón.
—Betty, que nos tenemos que ir. —Abigail tomó a su prima del brazo y tiró de ella en dirección a su casa.
Otra vez comenzaron a correr, aunque esta vez, más despacio, pues las dos se encontraban fatigadas de la anterior carrera.
—Betty no debiste haberle dicho nada al doctor Griggs. —Abigail regañaba a su prima mientras trotaban por las calles de Salem—. Tituba nos dijo que no podíamos confiar en nadie del pueblo.
Betty hizo oídos sordos de sus palabras y continuaron calladas hasta llegar a su casa.
—¡Tituba! —gritaron las dos mientras aporreaban la puerta—. Somos nosotras.
Tras unos segundos esperando fuera la puerta se abrió y apareció Tituba con una vela en la mano.
—Pasen, rápido —La sirvienta cerró la puerta rápidamente vigilando si alguien del exterior la había visto. La casa de repente fue absorbida por la oscuridad casi por completo—. Vayan, vayan a la cocina —ordenó impaciente.
Al llegar a la cocina, se encontraron con una gran circunferencia de sal en el suelo. Pegado al arco de la circunferencia se hallaba un pequeño vaso de cristal con agua.
—Siéntense en el interior del círculo, por favor. —Tituba se posicionó en frente de las chicas pero fuera del espacio marcado con sal.
—¿Para qué sirve este círculo? —preguntó Abigail intrigada.
—Para que nada no os pueda invadir. Es solo un campo que protege vuestra alma de malos espíritus —explicó mientras tomaba un fósforo de azufre y lo prendía mediante la fricción de una hoja.
—Y entonces, ¿por qué no te metes tú también? —Tituba no respondió, solamente se dignó a colocar la vela dentro del vaso y a encenderla con la cerilla que posteriormente apagó con un único y seco soplido.
—El primer huevo.
Abigail lo tomó de la cesta y se lo tendió a Tituba, que lo recogió con los ojos cerrados. Cascó este en el suelo y antes de verterlo en el vaso preguntó:
—¿Preparadas?
—Sí —respondieron las primas al unísono. Mas su respuesta era meramente impensada e inconsciente, pues en su fuero interno las dos estaban pasando un fuerte momento de impotencia.
La clara del huevo comenzó a caer en el agua del vaso y esta comenzó a tornarse en un color oscuro, casi negro. Cuando solo quedaba la yema dentro de la cáscara Tituba la cogió con la mano y la reventó en la zona pectoral del corazón de Abigail. El ambiente se volvió muy oscuro y Tituba alzó los brazos al cielo. En sus ojos se perdió de vista el iris y la pupila. Se habían vuelto blancos. Las chicas se abrazaron y Betty cerró los párpados por el miedo.
—¡Malsdongraphvehmedgeddruxgonvehgonmeddrux! —Tituba empezó a gritar reiteradas veces estas palabras sin parar, su lengua parecía ir sola—. ¡Malsdongraphvehmedgeddruxgonvehgonmeddrux! ¡Malsdongraphvehmedgeddruxgonvehgonmeddrux!
De repente, una de las veces en las que iba a comenzar otra vez la siniestra frase, la voz de Tituba se distorsionó. Parecía que muchas voces salían de su interior repitiéndolo una y otra vez, acompañándolo a veces de tétricos sonidos guturales. Abigail y Betty se abrazaron aún más fuerte.
Tituba acercó sus manos a la vela, y atrapó la llama con las palmas. Separó las manos y la vela ya no prendía. La oscuridad ya sí reinó por completo la habitación, no se podía ver absolutamente nada.
—¡Malsdongraphvehmedgeddruxgonvehgonmeddruxl! -se podía seguir oyendo articular a la mujer.
Oscuridad...
Todo se silenció. No se escuchaba absolutamente nada en la habitación.
En un instante la vela volvió a encenderse por sí sola y, detrás de Tituba, apareció una sombra que lentamente fue acercándose a la criada de los Parris.
—¡Tituba, cuidado! —gritó Abigail temblando.
—¡Malsdongraphvehmedgeddruxgonvehgonmeddruxl! —La mujer negra seguía repitiendo esa frase una y otra vez.
En un preciso momento, la luz de la vela le iluminó la cara a la sombra que acechaba la habitación y Abigail pudo observar detenidamente todas las facciones del tan putrefacto rostro. La criatura tenía cuernos y sus ojos eran completamente negros. Pero lo que más horrorizaba a Abigail era su boca, ese pozo oscuro que permanecía completamente abierto y parecía haber sido diseñado para devorar almas. Era sin duda lo más temible que Abigail había visto en su corta y dulce vida.
—¡Malsdongraphvehmedgeddruxgonvehgonmeddrux!
La sombra alzó una de sus manos, que terminaba en unas garras afiladísimas para tocar la espalda de Tituba.
—¡Malsdongraphvehmedgeddruxgonvehgonmeddrux!
Abigail, temiendo por la vida de su criada, dejó a su prima y abandonó el círculo. Cogió a Tituba por su muñeca derecha y la introdujo en la circunferencia de sal. Pústulas enormes empezaron a brotar en la piel de la mujer negra que, por el dolor, despertó de su tránsito. Nada más darse cuenta de dónde estaba, salió rápidamente y todo se desvaneció.
La horrenda criatura ya no estaba y la vela y el vaso le habían acompañado en su desaparición.
Betty por fin abrió los ojos y vio a Tituba tirada en el suelo malherida, parecía un monstruo lleno de intensas y grandes erupciones por todo el cuerpo. Empezó a convulsionarse y sus ojos volvieron a ponerse en blanco.
—¡Tituba, no! —Abigail y Betty corrieron a su vera.
De repente, la criada volvió a un estado de serenidad, en el que estiró sus músculos y huesos y su mirada se aclaró. Lentamente y con la ayuda de las niñas se reincorporó hasta ponerse completamente en pie.
Tituba, inesperadamente, levantó la mano izquierda y le asestó un bofetón a Abigail en su mejilla tan fuerte que la tiró al suelo y gritó:
—¡Nunca! ¿Me has oído? ¡Nunca... vuelvas a meterme en ese círculo! ¡O lo pagarás muy caro!
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