Chapter Fourteen: Farewell & Burn

Lʌs BʀυJʌs ɗє Sʌʟєм

Capítulo 14: Arde y Adiós

-Eso, niñas -dijo Tituba haciéndose la incrédula-. ¿Por qué decís que Tituba es mala?

Tanto Abigail como Betty se tomaron de la mano y se alejaron hacia una esquina del salón, donde soltaron sus emociones a lágrima viva.

-Mas no temáis -advirtió agachándose para recoger el libro-. Si han tenido agallas para robarme esto, deberán tenerlas para afrontar sus consecuencias. ¿Cierto?

Con pies paralizados pero cuerpo tembloroso, no se atrevieron a articular palabra que la contradijera. Estaban acabadas sin Samuel.

-Sin embargo, seré buena. Si permanecen en aquel recoveco totalmente hieráticas no les haré daño. ¿Trato hecho? -Su mirada fulminaba psicológicamente a las dos pobres niñas, de tal manera que ni acumularon la osadía para dar respuesta-. Perfecto -se contestó a sí misma.

Tras esto, Tituba anduvo hacia el interior de la estancia pasando por encima del cuerpo inconsciente del reverendo y por una parte intacta de la alfombra. Quedó unos segundos con la cabeza gacha meditando en silencio. Lo único que se llegaba a oír por la habitación era la acelerada respiración de las niñas.

De golpe, una fuerza invisible despejó toda la pared que a la bruja le quedaba al frente. Las estanterías cayeron rompiéndose y los muebles se corrieron hacia los lados acompañados por los fuertes estrépitos que generaraban. Las chicas, todavía quietas en el recodo opuesto, se taparon los oídos para minimizar el impacto acústico. Después de esto, ya se podía observar la pared que tenían frente ellas en su estado completamente virgen.

El cuerpo inerte de Samuel Parris se despegó del suelo con lentitud. En el aire, se incorporó perpendicular al techo. Avanzaba sin premura, con todos sus músculos vencidos, levitaba con cabeza, brazos y pies deprimidos. Estaba siendo movido por la fuerza interior de Tituba que, dentro de sí, se relamía con su victoria. Estaba a punto de convocar los tres últimos toques. Y lo que viniese después iba a ser grandioso para ella. Fabuloso destino.

Por el contrario, las dos crías contemplaban horrorizadas aquella imagen de su padre y tío moviéndose a ras del suelo en un estado más que cercano y semejante al de la muerte. A escasos centímetros de la pared, se elevó un poco más en el espacio y dio el primer toque.

Toc.

-¡No! -gritó Betty corriendo hacia su padre.

-¡Betty! -Abigail dio un paso adelante alargando el brazo para intentar retenerla, en vano.

Toc.

A falta del tercer toque, la pequeña agarró de un salto el pie de su progenitor y tiró de él hacia el suelo. Toda fuerza que estuviese sosteniendo aquel cuerpo en el aire se desvaneció en ese instante y Tituba abandonó el trance en el que se había sumergido. Al observar la situación de Betty abrazando al cuerpo de su padre inmóvil, comprendió lo sucedido y marchó en dos pasos hasta su posición.

-¡Insolente! -gritó asestándole un bofetón que la tumbó contra el suelo-. Dije que no se moviesen ni un paso de ese recoveco. -La niña comenzó a llorar del dolor mientras se tocaba el sonrojado y ardiente pómulo.

-¡No vuelvas a tocar a mi prima! -Dándose la vuelta, Tituba recibió de repente un puñado de granos de sal que habían restado de hacer el círculo sobre sus abiertos ojos-. ¡Betty, la alfombra!

Casi cegada y con los ojos enrojecidos, hinchados y llorosos, la bruja escuchó como la menor corría patosamente y destapaba la alfombra del salón. Entonces, Abigail empujó a la mujer sobre el aro que habían conjurado. Con prontitud las jóvenes corrieron a sujetar cada uno de sus brazos para retenerla el mayor tiempo posible en su interior. De acuerdo con la principal esperanza de Abigail, Tituba empezó a ser víctima de ronchones y pústulas espontáneas como aquella vez. Le iban apareciendo heridas como si algo intangible le estuviese quemando la piel por distintas zonas de su cuerpo. La fuerza de su pataleo estaba siendo muy difícil de retener por parte de las chicas. Tituba se agitaba, se retorcía y dejaba escapar unos rugidos extremadamente graves. Sus ojos se ponían en blanco y se abrían y cerraban mil veces en cuestión de segundos y sus dedos se hacían más huesudos y afilados.

En un momento dado, durante el constante forcejeo que estaban manteniendo las tres, la bruja consiguió deshacerse de la pequeña mano de Betty. Llena de furia y a pesar de todo el sufrimiento que le estaban produciendo las quemaduras y llagas que se le seguían generando, agarró del brazo a la pequeña y tiró tan fuerte que consiguió sacárselo. Acompañado de un grito de dolor, la pequeña se echó sobre el suelo fuera de la circunferencia con el codo torcido y completamente dislocado. Gracias al brazo libre que le había quedado a Tituba, consiguió echar a un lado a Abigail y, aun bastante debilitada, sacó fuerzas para abalanzarse sobre Betty con la intención de asesinarla con un mordisco en el cuello.

Mas Abigail recogió ágilmente el olvidado candelabro con el que había sido golpeado su tío y, sin dudarlo ni un momento y con toda la adrenalina acumulada en su cuerpo, le devolvió cada gota de odio que se había almacenado en su interior con un vigoroso impacto en el cráneo. Su pérdida de conocimiento consecutiva devolvió el sosiego al hogar de los Parris.

No fue hasta horas después, en mitad de la madrugada, cuando Tituba despertó y retomó conciencia, aunque todavía algo cegada y bastante aturdida. La imagen desenfocada que distinguía frente a ella era una mezcla borrosa de naranjas y grises. Intentó moverse sin éxito alguno, estaba atada de pies y manos no sabía a qué. Según la escena se le iba tornando más nítida, logró comprender qué estaba sucediendo.

Todo el pueblo de Salem se encontraba reunido de pie frente a ella, observándola y con antorchas en las manos para alumbrar un poco la cerrada noche. En el centro de la alargada primera fila de lugareños, el reverendo Samuel Parris la contemplaba con su sobrina a un lado y su hija al otro. Esta última con el brazo inmovilizado para mejorar la recuperación del codo que ya habían logrado recolocarle. El suelo que pisaba estaba rebosante de maderas, leños y hojas secas. Miró al cielo y en su campo de visión se coló la estaca a la que vio que estaba atada. Había perdido.

-Pueblo de Salem -dijo un hombre situado en el extremo izquierdo de la fila frontal. Tratábase del juez de paz que tantos y tantos casos de brujería había tratado y visto pasar en los últimos meses-, esta es la última noche que habremos vivido atormentados por la presencia de brujas en nuestra querida aldea.

-¡No! -rogaba sacudiéndose-. ¡Suéltenme! ¡Soy inocente! -Sabía que esas palabras caían en saco roto con un testigo tan fuerte como lo era la familia del reverendo, mas la desesperación le condujo a dejar escapar lo primero que por su mente pasaba.

La multitud comenzó a susurrarse entre sí tras las primeras palabras de Tituba.

-Créanme, soy inocente -reiteraba-. ¡Usted lo sabe!

-¿Yo? -preguntó el juez señalándose el pecho con el dedo índice.

-Informé de dónde se escondía la bruja mayor, la señora Griggs. Si yo también fuese una de ellas, ¿por qué iba a ayudar al enemigo?

El juez quedó unos segundos pensativo, el resto de los asistentes continuaban murmurando entre sí. Samuel, en cambio, no hacía más que mirar fijamente a la mujer que durante tantos años había sido su sirvienta. A la que había dotado de trabajo, había dado cobijo en su mismo hogar y en quien había confiado muchos de algunos de sus más profundos pensamientos.

-Si algo me ha enseñado la vida como hombre de justicia -comenzó a decir el juez de paz-, es que los bandos realmente no existen. Que no hay buenos, que no hay malos. Sino simplemente personas que defienden sus intereses. Si estos convergen con los de otros individuos, por supuesto, forman una alianza. Mas siempre prevalecerán los propios por encima de los colectivos. Y la envidia, el rencor -enumeró con mirada de desaprobación-, el poder, la soberbia... son sujetos que carcomen y destruyen cualquier trato dentro de un mismo bando. Sus intereses como practicante de brujería son oscuros y atentan contra la vida humana y la integridad de un pueblo. Es culpable, y usted lo sabe.

Ante las palabras del juez, Tituba se sintió emocionalmente herida. Era consciente de lo que había hecho. Ella no quiso traer de vuelta a Sarah Good cuando la asesinaron en la emboscada, aun pudiendo. Ella le dio la horquilla al reverendo Parris para acabar con Joanne en el entierro del doctor Griggs. Ella fue quien, sabiendo que Thomas estaba siendo corrompido por el demonio, engatusó a Pocahontas para enamorarlo y que acabase con ella. Ella traicionó a la Beldam y lanzó al río el muñeco vudú de su criada. Ella había estado maltratando a Abigail Williams y Betty Parris dándoles un pastel que lejos de sanarlas, potenciaba aquel mal. Sin embargo, no se arrepentía de nada de ello. Todo lo había hecho por el bien de su Señor. Él le iba a recompensar por todos los sacrificios que había llevado a cabo en ese mundo.

De lo único que se lamentaba Tituba era de no haber impedido la muerte de Sarah Osborne. Su amada Sarah, la quería, se deseaban. Juntas iban a conseguir los toques necesarios para reinar unidas en un nuevo orden mundial. Murió antes de tiempo. Confiaba en poder devolverla a la vida cuando terminase la misión. Mas no fue posible.

Una lágrima escapó de su ojo derecho, le recorrió toda la cara y cayó al suelo. Por lo que podía haber sido y no fue. Por Sarah. Por el poder. Por el mal y por el bien. Por su vida.

-Tituba de Salem -llamó el juez tomando la antorcha de uno de los hombres de la multitud-. Condenada a la más absoluta ignominia, todo un pueblo al que colmaste de pesadillas, quedará liberado con tu castigo. -Avanzó hasta la pequeña isla de leños y naturaleza muerta que la rodeaba y soltó la ardiente mecha-. Que sea tragada por las llamas del infierno que un día trajo su alma a este mundo.

Alcanzado su cuerpo por las llamas, la bruja dejó escapar los alaridos de sufrimiento por las quemaduras que se sumaban a las que ya le había producido el círculo de sal. Su tristeza, impotencia y resentimiento se mezclaron en una exclamación de venganza que oyeron acompañada de gritos de horror.

-Volveré -amenazó-. Y acabaré contigo Samuel Parris. Juro que lo haré -prometió clavando su mirada en él y las dos niñas.

Betty se dio la vuelta ante la horrorosa imagen, apoyando la cabeza sobre el vientre de su padre y rompiendo a llorar. El reverendo y Abigail imaginaban horrorizados su vida a partir de aquel momento, comidos por la incertidumbre de si se trataban de amenazas vacías para aterrorizarlos o si realmente Tituba fuese a ser capaz de retornar al tiempo y acabar con ellos.

Entre las sombras de una hilera de árboles cercana al acontecimiento, el Barón Samedi y su esposa Maman Brigitte contemplaban la escena entristecidos por haber llevado razón en su aviso de que la sed de poder y el rencor le harían fracasar en su intento. Habían ayudado en una misión que no trajo ningún beneficio a su comunidad.

Los habitantes de Salem, que ya no susurraban entre sí, rezaban en su interior para expiar el mal de su pueblo, atendiendo al fuego que se estaba tragando los estremecedores chillidos que se acompañaban de gritos en una lengua que nadie sabía identificar y rugidos guturales.

Las llamas se fueron consumiendo en el espeso humo y dejaron ver el resultado de la penitencia. Toda una naturaleza azabachada, con una estaca roída que, sorprendentemente, no ataba un cuerpo chamuscado como habría sucedido con el de cualquier humano. Pues no había restado vestigio de la bruja. Tanto su cuerpo como su alma no se hallaban ya en aquel mundo, habiendo dejado tan solo tras de sí unas dispersas cenizas. Y poco más.

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