Capítulo 5: Descubiertas

Cómo un buen viernes, el grupo de amigas salió del internado para hacer algo divertido. Ese día habían decidido comer donas, así que fueron a una tienda pequeña, muy linda y acogedora, en la que vendían distintos bizcochos y postres.

Era un lugar pequeño, con ventanas largas con marcos de madera barnizada y mesas redondas y pequeñas.

Kate amaba los dulces y como una buena británica, amaba una buena taza de té de calidad, por lo que decidió pedir uno para acompañar sus donas. No había nada que Kate odiara más que el té en bolsa con sabor a químicos, le gustaba el té de hoja, lo más cargado posible.

Ese té estaba bastante bueno a su parecer, así que se sintió muy a gusto en ese lugar.

Chayna solía tomar bebidas frías aún en invierno, le gustaban las frutas ácidas y las tropicales como el mango, por lo que había pedido una malteada de mango.

En cuanto a Janice, ella amaba los cafés de distintos tipos, así que pidió uno con crema encima, para acompañar sus donas rellenas, unas de las mejores invenciones culinarias a su juicio.

Sun Hee, quien era la persona con gustos más extraños del grupo en cuanto a comida, simplemente tomaba un capuchino y apenas había comido una dona glaseada. A ella no le apasionaban los dulces, prefería la comida picante o salada.

—Podríamos comer pulpo algún día —comentó Sun Hee, mientras masticaba su dona con lentitud.

—Podría ser, pero aquí no los venden vivos —aclaró Janice.

Sun Hee hizo una mueca.

—Así no tiene sentido.

Kate puso una expresión de asco y Chayna rio bajito.

Kate no comprendía cual era la gracia que Sun Hee veía en comer un animal tan extraño como el pulpo y además vivo. Por lo que había contado la misma Sun Hee, el animalito se seguía moviendo, aún cortado, dentro de la boca... lo que era bastante espeluznante a la vista de las otras tres.

Si bien, todas diferían en muchas cosas a consecuencia de sus variadas culturas, disfrutaban aprender de cada una. Chayna les había contado muchas cosas de su país y de África Septentrional, pero una de las que más les había quedado en la memoria a todas, era el asunto de la circuncisión femenina. Quizás en Argelia, el país de donde provenía Chayna, no se aplicaba eso de la circuncisión, pero en países con los que limitaba como Níger, Malí y Mauritania, si sucedía, lo que les causaba escalofríos a todas con solo pensarlo. Era impactante las diferencias que había en la forma de pensar de las personas dependiendo de su cultura.

Si bien, las culturas de Chayna y Sun Hee eran fascinantes en todo sentido para las demás, la de Janice no era la gran cosa, menos para Kate, quien provenía del país colonizador de Estados Unidos.

Para Kate, la cultura de Janice era una modificación de la suya, pero mucho menos elegante.

Mientras Chayna y Janice hablaban de lo asqueroso que era comer insectos y Sun Hee debatía sus opiniones de vez en cuando, alguien se acercó a la mesa del grupo, quedando de pie justo al lado de Kate.

Kate, al sentir la presencia de alguien, se volteó algo extrañada y cuando vio al hijo del alcalde junto a ella, creyó que se desmayaría.

De pronto, todas se quedaron en silencio, en shock por la presencia del chico.

Él chico dejó de mirar a Kate para mirar a Sun Hee y entonces sonrió.

—¿Son ustedes? —preguntó en inglés.

Aunque él solía hablar francés, había oído que ellas se comunicaban en inglés.

Todas quedaron con la mente en blanco y Janice comenzó a vacilar, hasta que logró formular algo:

—¿Somos quiénes?

—Las chicas, las que me ayudaron.

Janice negó.

—No, no te conocemos.

—Sí —insistió con emoción—. Ella es la chica china e imagino que una de ellas dos debe ser británica —dijo, refiriéndose a Chayna y a Kate.

Janice negó con una risita.

—Somos americanas, todas —mintió.

—Sí, mi mamá es coreana, pero yo soy completamente estadounidense... de Estados Unidos —siguió el juego Sun Hee—. Ni siquiera se decir hola en chino o coreano.

El chico pareció decepcionado al oír hablar a Sun Hee en inglés, pero luego miró a Chayna y a Kate.

—¿Ustedes también son americanas?

—Sí —dijo Chayna—. Soy afroamericana.

Kate solo asintió nervioso.

Quizás Chayna y Sun Hee podían disimular sus acentos en inglés, pero Kate... Kate no podía sonar como estadounidense.

Kate tenía problemas con Janice por las cosas que nombraban de distinta forma. Todavía no llegaban a un consenso de cómo decir elevador o dulces, por lo que cada una decía esas cosas de la forma que querían.

El chico miró a Kate nuevamente.

—¿Cómo te llamas?

Ella no podía decir una palabra, ni siquiera su nombre o las delataría.

Chayna notó la complicación de su amiga, por lo que se adelantó a que ella hiciera algo y habló:

—Es muda —mintió.

Kate no pudo evitar voltearse lentamente y mirarla con sorpresa. ¿Cómo podía decir que era muda cuando no sabían hablar en lenguaje de señas?

—Oh... juré haberla oído hablar —el chico se sintió deprimido—. Debo estar muy desesperado...

Suspiró y les dio una sonrisa.

—¿Y están aquí de visita o viven aquí?

Kate comenzó a maldecir en su interior. Necesitaba que se fuera o no podría hablar ni con monosílabos.

—Estamos de visita —mintió Janice.

—¿Y de qué estado son?

—Massachusetts.

—Mi madre era estadounidense —comentó—, era de California. Murió cuando nací yo.

—Lo lamento —dijo Chayna.

—No pasa nada.

—Oh, era chica californiana... —dijo Janice—. Déjame adivinar, ¿era rubia?

El chico soltó una risita.

—Ese es un tonto estereotipo.

—Lo sé, pero, aun así, tu madre era rubia, ¿no? —insistió Janice.

—Sí —respondió rendido.

—Claro que sí —dijo Janice con un aire de superioridad.

—Bien, ya debo irme. Lamento el malentendido, fue un gusto conocerlas... —se despidió con una sonrisa y rápidamente salió por la puerta con su vaso de café grande en la mano.

—¿Muda? ¿No pudiste decir que estaba afónica o algo así? —le reclamó Kate a Chayna, apenas el chico salió de su vista.

—Oye, lo pensé en tan solo cinco segundos o menos, no pude hacer nada mejor —miró a Janice—. Y porqué si todas las californianas son rubias, ¿tú no eres californiana?

Janice bebió de su café y luego respondió:

—Es una pregunta estúpida, Chayna. Es como preguntar porqué hay gente de color fuera de África o porqué hay blancos en África...

Chayna no supo que responder a eso, por lo que sólo frunció el ceño y comenzó a beber su malteada.

Luego de hablar un poco más y terminar de comer, la cuatro salieron del local y comenzaron a caminar por la acera.

—¿Saben que creo que le vendría bien a nuestro cuarto? —preguntó Chayna—. Luces colgantes.

Janice negó.

—Las luces de colores son una estupidez.

—¡Son divertidas!

—En una fiesta quizás, pero es nuestro cuarto... en donde nadie más que nosotras entramos —argumentó Janice.

—Mis padres me enviaron dinero el otro día —comentó Kate—. Podríamos comprar algo bonito para todas.

Las tres la miraron enternecidas.

—¿Por qué siempre eres tan dulce, Kate?

La chica se avergonzó ante el comentario de Chayna.

—No es nada, llevamos casi nueve años juntas, somos como hermanas.

Chayna tomó por los hombros a Kate y a Janice, y las apegó a ella.

—Claro que sí.

Janice unió a Sun Hee tirándola por los hombros también y comenzaron a caminar todas juntas, moviendo sus pies coordinadamente.

—Sabía que no eras muda.

La voz atrás de ellas las hizo detenerse. Todas se voltearon lentamente, soltando sus agarres, y cuando vieron al hijo del alcalde ahí parado, mirándolas con una sonrisa llena de emoción, quedaron congeladas.

—¡Fueron ustedes! —miró a Kate—. Tú acento es claramente británico y noté que estabas tomando té en el restaurante.

—¿Y eso qué? —preguntó Janice—. Todas podemos tomar té.

—Sí, pero ella es británica...

—¿Quieren saber un dato curioso? —preguntó Sun Hee—. Esa costumbre de los británicos data del siglo dieciocho, cuando cosecharon té robado de China en las tierras indias que tenían en su dominio. Por eso tomar té a las cinco de la tarde se convirtió en un ritual de la alta sociedad, quien podía adquirir tan preciada y cara especie.

Todos quedaron mirando a Sun Hee confundidos y ella se encogió de hombros.

—Técnicamente es gracias a China que los británicos tienen esa obsesión con el té.

—Ya todos sabíamos que los británicos son unos ladrones engreídos, no necesitas confirmarlo —Chayna miró a Kate con una sonrisa—. Tú no, claro, tú no eres ni ladrona ni engreída —aclaró.

Kate sonrió amablemente y asintió.

—¿Por qué no pueden admitir que fueron ustedes las que me ayudaron? —preguntó el chico—. ¿Tienen pánico escénico? ¿Son demasiado humildes? ¿Podrían tan solo explicármelo?

—En realidad, Chayna te dio con un paraguas en la cabeza y te dejó inconsciente —explicó Janice, apuntando a la nombrada—. Así que ella no te ayudo mucho... y no podemos explicártelo.

El chico pareció quedarse pensando.

—Por eso volví a quedar inconsciente después de verla a ella —dijo, mirando a Sun Hee—, pero ¿qué hacía en ese cuarto?

Las cuatro se miraron nerviosas.

—Eso sí que no podemos explicártelo —dijo Chayna—. Y lo siento por el golpe, entre en pánico cuando despertaste.

—¿Por qué?

—¡Por favor, deja de preguntar! ¡¿Cuántos años tienes?! ¡¿Cinco?! —Janice había perdido la paciencia.

—Si cuatro chicas extrañas te hubieran salvado de un grupo de tres tipos que parecen luchadores de lucha libre, te hubieran llevado a un cuarto donde curaron unas de tus heridas, para luego dejarte frente al hospital tirado y además te mienten respecto a muchas cosas, ¿no tendrías curiosidad?

Janice lo miró desafiante.

—Ya que estamos en esas, ¿por qué te golpeaban esos tipos?

Él pareció ponerse nervioso.

—Es que... —tragó duro—. Es complicado de explicar, en realidad.

Janice se cruzó de brazos.

—Tenemos hasta las nueve de la noche, así que suéltalo y quizás te demos unas cuantas respuestas a cambio.

Todas dejaron que Janice negociara porque también tenían curiosidad. En realidad, durante todo ese tiempo habían tenido una pregunta en sus cabezas: ¿por qué ese grupo de sujetos golpeaba a un chico que parecía no matar una mosca? 

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