Capítulo 19: Pelea de Brujas
Las cuatro chicas estaban corriendo por el bosque en dirección al internado, seguidas por los tres humanos, sin un plan concreto.
Les habían advertido a los humanos que esa situación sería peligrosa, pero los tres habían insistido en ir de todas maneras.
—¿Qué haremos? —preguntó Janice, con la respiración acelerada.
—No tengo idea, solo hay que ayudar a Paula —contestó Sun Hee.
En unos segundos lograron llegar al Internado, justo frente a una de las puertas de entrada que no eran la principal.
—¿Ahora qué? —preguntó Chayna.
Sun Hee se quedó pensado a la vez que se esforzaba por respirar. Correr con la angustia y el temor no habían sido una buena combinación para sus pulmones, aún con su buena resistencia física.
—Debemos despertar a las demás, si hacemos un escándalo, podremos evitar que tengan tiempo para lastimar a Paula —explicó—. Janice, ellas quieren tu cabeza más que la de ninguna de nosotras...
Janice sonrió con superioridad.
—Yo me encargo.
Janice abrió la pesada puerta de madera, la cual aún no tenía puesto seguro, pues no era tan tarde. A pesar de que la hora de la cena no pasaba todavía, todo estaba oscuro, debido a que era un lugar del mundo en el que se oscurecía bastante temprano en comparación con otros lugares, incluso en verano.
Janice comenzó a correr por los pasillos, fue hacia el gimnasio techado y entró a la bodega de materiales. Había pelotas, colchonetas, cuerdas y otras cosas, pero lo que quería Janice, era el increíble y potente megáfono.
Lo encendió y lo probó.
—Hola, hola.
El sonido le había causado una pequeña molestia en los oídos, pero eso era una buena señal para ella.
Janice salió y comenzó a correr gritando por el megáfono.
—¡Aquí, Janice Harris! ¡Lista para su castigo número... perdí la cuenta! ¡Bueno, como sea!
Las chicas comenzaron a salir de sus habitaciones al oír la voz de Janice, asombradas porque hubiera aparecido por ahí.
—¿No había huido?
—Creí que nunca volvería.
Los comentarios sobre Janice comenzaron a llenar el lugar y el Consejo no tardó en la salir de su sala de reunión al oír las voces, gritos y pasos apresurados por los pasillos.
Sophia se asomó por una de las ventanas de la torre y al ver a Janice en medio del patio principal, supo que lo que pasaría sería malo.
Janice tomó aire y pensó sus siguientes palabras.
—¡El Consejo y la Magistra mienten! ¡Ellas saben usar sus poderes, pero nos mienten para poder controlarnos!
Ninguna de las brujas le creyó.
—Está loca.
—Parece que estar entre humanos afectó sus neuronas.
Claro, no sería fácil convencer a la población de brujas de tal cosa cuando las habían mantenido en la ignorancia durante tantos años.
Cuando Janice estaba por volver a hablar, alguien le arrebato el megáfono.
—¿Qué haces, Janice?
—¿Paula? ¡Estás bien! —dijo con alegría—. Tenemos que salir de aquí.
—No puedo, si Ragna...
—Melanie era Sophia —Paula la miró sin entender—. La mujer de la casa del alcalde era Sophia disfrazada, Ragna ya lo debe saber.
Paula palideció. No pudo formular nada para decir, pues no creía que existieran palabras para expresar el terror que sentía.
Janice no lo dudo un segundo y jaló a Paula de una de sus muñecas para llevarla hacia la puerta más cercana y salir, tirando el megáfono en el camino.
—Cierren todas las puertas y mantengan controladas a las niñas —ordenó Ragna al Consejo—. Sophia y otras cinco acompáñenme.
Sophia y otras cinco brujas siguieron a Ragna por el internado hasta una de las puertas, mientras las demás devolvían a las chicas a sus cuartos y cerraban las salidas con seguro.
—¿Cuál es el plan? —preguntó Sophia, mientras caminaban hacia afuera.
—Nadie verá nada en medio del bosque —respondió Ragna.
Sophia sonrió perversamente y todas las brujas tomaron formas de distintos animales para ir por Paula y las demás.
Las chicas y Paula corrían por el bosque con sus formas naturales. Alice se había tropezado al menos cinco veces con raíces salidas, por lo que Janice y Trey la llevaban de las manos.
Cuando iban por el tercio de camino, Paula cayó al suelo y antes de poder levantarse, una lechuza se posó en su cabeza, enterrando sus garras en ella y amenazando a las demás.
—¡Sigan! —gritó con dolor Paula.
—¡No nos iremos sin ti! —aseguró Sun Hee.
—No, claro que no.
De pronto, todos estaban rodeados por brujas y Sophia se encontraba sobre Paula.
—Denme el libro y consideraré una forma menos cruel de asesinarlas —propuso Ragna.
—No tenemos los libros aquí —dijo Sun Hee—. Y si así fuera, no te los daríamos.
Ragna rio irónica.
—¿En serio? —preguntó, apuntando su palma hacia Sun Hee—. ¡Off fugit!
Sun Hee salió volando antes de poder hacer algo, cayendo metros más allá.
Antes de que pudiera ponerse de pie una de las brujas le arrebató la mochila, donde sí tenía el libro de invocaciones, solo ese.
Tal vez había sido una tontería llevarlo, pero no quería dejarlo sin vigilancia y pensó que quizás, en una situación extrema, podría servir de algo.
La bruja de cabello negro y piel pálida sacó el libro con una sonrisa victoriosa.
—Algo es algo.
Antes de que pudiera llevárselo a Ragna, Sun Hee reaccionó y apuntó su mano en dirección al libro.
—¡Off fugit!
El libro voló por el aire, cayendo justo en los pies de Janice. Esta no dudo en levantarlo rápidamente, pero dos brujas se le fueron encima.
—¡Mutata figura eius! —ordenó Chayna, transformando a una de las brujas en una verde rana.
Se desató una guerra de hechizos por el libro, pero Sophia sólo quería hacer una cosa.
Había logrado amordazar y amarrarle las manos a Paula, quien estaba de rodillas frente a ella.
Sophia se agachó a su nivel y le acercó su rostro a unos centímetros para sonreír dichosa.
—Tú y yo sabemos cómo va a terminar esto, lo que te hace realmente estúpida —le dijo—. ¿En serio creíste que esas niñas podían ganar algo alguna vez? ¿Creíste que le ganarían a la Magistra y el Consejo?
Paula no dijo nada, no podía, pues había una cuerda tapándole la boca; pero su hubiera podido decir algo, no habría sabido qué. Ella quería creer que las chicas lograrían algo, que el Consejo y la Magistra dejarían de abusar de su pueblo, pero la probabilidad era baja, por lo que sabía que en ese momento moriría por nada.
—Eres aún más estúpida de lo que pensaba —dijo, sacando de su bolso un bidón de gasolina para abrirlo y verterlo sobre Paula, bañándola en el líquido, mientras reía divertida.
—¡Rigescunt indutae! —exclamó Kate, al ver lo que Sophia hacia con Paula.
Sophia quedó petrificada, literalmente. Estaba viva, su corazón bombeaba y sus pulmones funcionaban, pero parecía un muñeco de cera en un museo.
Kate fue hacia Paula y, con cuidado, la ayudo a quitarse el amarre de las manos y la mordaza de la boca.
—Tienen que salir de acá —le dijo Paula con la voz temblorosa y el combustible aun goteándole del cuerpo—. Tomen el libro y váyanse o estaremos todas muertas.
—¿Y tú?
—Estaré bien, pero no puedo ir con ustedes.
Kate estaba por decirle algo, cuando Ragna liberó a Sophia del hechizo que le había hecho Kate:
—¡Defrost!
Sophia volvió a moverse, pero cuando estaba por atacar a Kate, la voz de Janice, quien tenía el libro abierto en sus manos, la interrumpió:
—O patre magno, nos volentes te videre. Fortem te pro fidelium filiae filiae tuae. Tua maxima. O pater adoraverunt...
—¡Detente! —pidió Ragna, claramente nerviosa—. No puedes molestar al Padre, no sabes cómo va a reaccionar.
Janice pudo notar el verdadero nerviosismo de las demás en sus ojos. Lo que había dicho Paula era cierto, ellas jamás habían invocado al Padre, pero ¿Cómo sabían que el reaccionaria mal ante al llamado? ¿A caso tenía mal carácter?
—No me obliguen a seguir entonces —advirtió—. ¡Retrocedan! ¡Retrocedan o haré que Satán despierte!
Todas comenzaron a retroceder lentamente, menos Sophia, quien tenía los ojos fijos en el libro y, cuando Janice se percató, la miró amenazante:
—No te atrevas.
Sophia no se inmutó, por lo que Janice volvió a leer la hoja que tenía a la vista:
—O patre magno, nos volentes te videre...
—¡Esta bien! —accedió Sophia, comenzando a retroceder.
Janice comenzó a ir en la dirección contraria, junto con los demás y cuando se aseguró de que las enemigas no se movían, comenzó a correr.
Sophia no dudó más de dos segundos en actuar y puso sus ojos en el libro sin moverse de su lugar para que Janice no se percatara.
—¡Surge sursus!
El libro se despegó de la mano de Janice y salió disparado hasta llegar a manos de Sophia.
Todas detuvieron sus pasos y se voltearon a ver, mientras las otras comenzaron a moverse nuevamente en dirección a ellas.
—¡Corran! —ordenó Paula—. ¡En la ciudad ya no les harán nada!
—P-pero... —Chayna no terminó.
—¡Confíen en mí!
Comenzaron a correr de nuevo en dirección a la calle, mientras Paula comenzó a ir en la dirección contraria, hacia Ragna y las demás. Sophia había ocultado el libro de su vista para que nadie volviera a quitárselo, pero Paula no pretendía hacerlo con magia.
Paula se lanzó sobre Sophia, tirándola al suelo y entré el forcejeo, le quitó el libro del bolso.
—¡Surge sursus!
El libro voló por el aire nuevamente y cayó justo frente a los pies de Sun Hee, quien lo tomó del suelo y, sin dejar de correr, lo metió en su mochila nuevamente.
—Tenías razón —le dijo Janice—. Si sirvió traerlo.
Si no hubiera sido por haber llevado el libro, hubieran muerto en minutos.
Mientras ellas seguían corriendo, Sophia seguía forcejando con Paula en el suelo, hasta que la bruja pálida y de cabello negro llegó a ayudar a su jefa.
Entre las dos, dejaron a Paula en el suelo, adolorida y con sangre brotando de su boca.
Ambas se quedaron de pie mirándola quejarse, con las respiraciones aceleradas. Sophia apuntó su mano en dirección a Paula y entonces dijo:
—Set ignis.
Una pequeña llama se prendió sobre su pecho y, en menos de cinco segundos, se había propagado, rodeado por completo el cuerpo de Paula; mientras ella se revolcaba y gritaba de dolor, espantando a cada mínima criatura existente en el bosque.
Sophia y su compañera miraban a Paula arder en llamas con atención, sin un solo rastro de compasión, aun cuando sus gritos de agonía hubieran parecido desgarradores para cualquier ser consciente.
—El mejor día de mi vida —aseguró Sophia, dejando que una sonrisa perversa se formara en sus labios.
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