Capítulo 16: Sorpresa

Luego de días pensando un buen plan para capturar a las cuatro brujas, las cuales seguían sin salir de la casa del alcalde de la ciudad, Sophia tuvo una idea.

Había investigado a la familia del alcalde todo lo que había podido, había entrado a su oficina en la noche con la forma de un pequeño insecto y había revisado todo el lugar. En cuanto a la casa, había evaluado todos los que parecían puntos débiles, vigilando la casa durante todo el día desde distintos ángulos.

Había pasado hambre y frío para obtener la información que había conseguido, lo que solo la había hecho sentir más resentimiento hacia las brujas.

Era las cinco de la mañana y todas las brujas en el internado debían estar en sus habitaciones dormidas. Sophia también estaba en su cuarto, pero no dormida.

La bruja fue hacia su armario y sacó una de sus capas negras, la cual amarró en su cuello.

Se paró frente a su largo espejo y amarró su anaranjado cabello en un tomate, procurando que ningún cabello se escapara. Al terminar, cubrió su cabeza con la capucha de su capa y se dispuso a salir de la habitación.

Caminó con la cabeza gacha por los pasillos, hasta llegar a la biblioteca.

Se introdujo por los pasillos hasta llegar frente a una de las muchas pinturas colgadas en las paredes. Tomó la pintura por el marco y lo quitó de la pared, revelando una pequeña puerta detrás.

La puerta no tenía una manilla, solo era un rectángulo de color gris.

—Aperi in nomine patris.

Al decir eso, la puerta se abrió hacia adentro.

—Mutata figura volo enim vos modo et mutare.

Sophia tomó la forma de un pequeño murciélago y cruzó la puerta volando.

Al otro lado, había una muy larga habitación, llena de repisas con frascos de distintas cosas.

Sophia buscó los que necesitaba y con el hechizo para hacer levitar objetos los movió con ella hacia afuera.

Ya al otro lado, tomó su forma natural y metió los frascos en una bolsa que tenía colgada en su cuerpo, debajo de la capa, para luego volver a dejar todo como estaba.

Sophia volvió a su cuarto, donde tenía listos los implementos necesarios para mezclar los ingredientes de su receta.

Sacó de debajo de su cama una maleta con frascos de vidrio y se sentó en el suelo para sacar de su bolso los que había sacado de la biblioteca.

Abrió uno de los frascos y vertió media taza de agua de río que mezcló con dos cucharaditas de azúcar y luego hecho al producto una gota de saliva de sapo y volvió a mezclar. Luego, mojó en el líquido una pluma de búho durante treinta segundos y, por último, metió un pétalo de rosa salvaje y una hoja de menta dentro, y lo cerró.

—Uno listo.

Tomó otro de sus frascos vacíos y vertió media taza de vinagre dentro, a la cual le agregó una gota de lágrimas de humano y un poco de ralladura de un cuarzo. Luego de mezclar los primeros ingredientes, metió un poco de canela y una hoja de hiedra venenosa, la cual debió sacar del contenedor con unas pinzas, y lo cerró para batirlo unos segundos.

Cuando tuvo listas ambas pociones, tomó una en cada mano y cerró los ojos para decir una oración:

—O pater, filia tua quae te adorat, magna creatura tua et quod tibi debet, rogat te ut deducat eam; ne dimittas et tu cum ea in facie omnibus adversis.

Al terminar, abrió sus ojos y una sonrisa de satisfacción se formó en su rostro.

Con la protección de su padre creador se sentía mucho más segura.

[...]

—Vamos, da un golpe —le dijo Sun Hee a Adrien.

El chico se había ofrecido para ayudarla a practicar sus artes marciales y así no perder la costumbre, pues estaba segura de que le servirían en algún otro momento.

Sun Hee era fanática del control, por lo que, mientras más herramientas tuviera para ganar la pelea, más segura se sentiría.

Adrien intentó darle una patada en las cosillas, pero Sun Hee detuvo su pierna antes del contacto y lo jaló con fuerza para tirarlo al suelo.

—Auch —se quejó Adrien sin levantarse.

Sun Hee le tendió la mano y lo ayudó a levantarse.

—Ahora entiendo como salvaste a mi hermano —comentó con una risa.

—Bueno, sin la ayuda de las demás no habría podido.

—No tienes que ser modesta, todos se dan cuenta de que tú haces casi todo.

—Exacto, casi todo —repitió—. Todas las demás tienen talentos que yo no. Por ejemplo, Janice es un caos.

—¿Eso es un talento? —preguntó Adrien, divertido.

—Lo es en una revolución. Yo soy demasiado correcta a veces como para meterme en problemas —respondió.

Adrien jamás lo había pensado así, pero tenía sentido.

—¿Vamos?

Sun Hee asintió.

—Vamos.

Ambos salieron del gimnasio para ir devuelta a la habitación con las demás.

Ya eran casi las siete de la tarde, estaba oscuro y algo frío, pero debido a la actividad física que habían estado practicando, sentían sus cuerpos cálidos.

Al momento en que Sun Hee abrió la puerta, se encontró con un montón de objetos volando por la habitación.

Janice y Chayna se estaban aventando cosas sin parar: zapatos, lentes, sombreros y otras más; mientras Kate estaba sentada con las piernas cruzadas en la cama, leyendo el libro de pociones.

—¡¿Qué hacen?! —preguntó Sun Hee, en medio del caos.

—Janice le aventó un zapato por accidente y luego no se detuvieron... —explicó Kate, sin despegar la vista del libro.

—Bien, fue suficiente —dijo Sun Hee—. Aunque me alegra que estén manejando sus poderes aún mejor.

Ambas se detuvieron, no sin antes darse miradas amenazantes y comenzaron a poner todo en su lugar.

En eso, Adrien se acercó a Kate y miró por encima de ella para ver lo que leía. Al sentir la presencia de Adrien, Kate cerró el libro de golpe, provocando que el chico se sobresaltara.

—¡Oye, quería ver!

—Pues yo no quiero mostrarte.

—Vamos, Kate, no seas infantil.

Adrien estaba comenzando a hartarse de la actitud que tenía Kate con él sólo porque tenían un par de opiniones distintas.

—Dijiste que la comida salada era mejor que la dulce —le recordó Kate.

—¡Es cierto!

—¡No, no lo es!

Janice se paró frente a ellos.

—¿Para qué elegir si puedes tener ambas? —dijo a la vez que sentía como su boca se aguaba—. Una hamburguesa con papas fritas y de postre unas donas glaseadas con un pote de helado.

Chayna la miró horrorizada.

—Claro y después una arteria tapada de regalo.

—Es el precio que hay que pagar por una buena comida.

En ese momento la puerta de la habitación se abrió y Trey entró.

—Papá viene a cenar, quiere que lo esperemos abajo —informó.

—Bien —dijo Adrien, poniéndose de pie—. Vamos.

Los seis chicos fueron al primer piso para entrar al comedor y ubicarse en sus habituales puestos en la mesa.

—¿Por qué hay un puesto de más? —preguntó Adrien, al notar que en el extremo de la mesa donde no se sentaba su padre, había un plato y servicios.

Una de las sirvientas lo miró extrañado.

—¿Su padre no les dijo? Trae un invitado.

Trey y Adrien intercambiaron miradas de confusión. Era raro que su padre llevara algún invitado a cenar de sorpresa, menos si no había alguna clase de fiesta o celebración en casa.

Luego de cinco minutos, el señor Peters apareció en el comedor.

—Hola, hijos... chicas, ¿cómo están?

—Bien —respondió Adrien—. ¿Quién es el invitado?

El señor Peters sonrió.

—Es alguien muy especial —contestó—. Y espero que les agrade.

El señor Peters abrió la puerta del comedor y le hizo señas a alguien afuera para que entrara.

Una mujer entró a la habitación y sonrió amablemente.

—Es un gusto conocerlos —dijo.

Era una mujer delgada y alta; de cabello tan oscuro como la noche; con unos labios rosados y finos; y ojos cafés oscuros con un estilo felino.

—¿Y quién es ella? —preguntó Adrien, curioso.

—Ella, niños... —el hombre tomó aire—. Es el amor de mi vida.

Todos quedaron en un trance, incluso las brujas que, no entendían que estaba pasando. Los dos hermanos jamás habían hablado de haber conocido otra novia de su padre, pues él siempre había estado demasiado concentrado en su trabajo.

—¿Qué? —preguntó Adrien.

—Lamento no haberlo comentado antes, me hubiera encantado, pero creí que sería mejor que conocieran a Melanie antes de que la juzgaran mal —explicó, al tiempo que la mujer a su lado lo miraba con devoción.

—¿Y qué pasa con mamá? —preguntó Trey algo dolido—. ¿La olvidaste?

El alcalde lo miró con algo de melancolía.

—Claro que no, Trey, pero es hora de seguir adelante.

Trey se paró de su asiento de golpe y salió del comedor rápidamente. Casi de inmediato, Adrien se levantó para seguirlo, sin decir nada.

Trey entró a su cuarto y se sentó en el borde de su cama, con una molestia creciente en su pecho.

Él sabía que su padre no podía velar a su madre el resto de la vida, sabía que existía la posibilidad de que algún día encontrara a alguien para compartir su vida, pero no esperaba que fuera de una manera tan brusca.

En ese momento, Adrien entró al cuarto con extremado cuidado.

—Oye, tranquilo... —se sentó junto a él y acarició los rizos de su cabello—. Sabias que esto podía pasar algún día.

—Lo sé, pero... ¿y mamá?

Trey siempre se había sentido culpable por la muerte de su madre. Si él no hubiera nacido, ella habría seguido con su feliz vida, por lo que siempre pensaba en lo que ella hubiera querido si hubiera estado viva.

—Mamá habría querido que papá fuera feliz —le recordó Adrien—. Sí, quizás fue algo brusco, pero hay que aceptarlo, por él.

Trey lo pensó un momento y asintió. Su hermano mayor tenía razón.

—Está bien... vamos.

Ambos se pusieron de pie para ir de vuelta al comedor y conocer a la nueva novia de su padre y posible futura madrastra de ellos. 

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