Capítulo 12: Cambios

Alice bajó de la camioneta negra de su padre y se despidió del chófer para entrar a la casa de los Peters con un bolso y una maleta.

No era que ella fuera a quedarse a vivir ahí o algo por el estilo, pero Trey le había pedido que llevara muchas cosas por alguna razón que no le había dado.

Si no hubiera sido porque Trey era su mejor amigo de toda la vida, jamás hubiera llevado toda esa ropa, pelucas y maquillaje sin una buena razón.

Apenas entró a la elegante casa, fue directamente hacia el cuarto de Trey.

Solo cinco segundos después de tocar la puerta, esta se abrió, dejando ver a las cuatro chicas y a Adrien adentro.

—¿Qué está pasando? —preguntó Alice, entrando con sus cosas.

Trey cerró la puerta y la ayudó a dejar sus pertenencias en el suelo.

—No puedo creer que tengamos que decir la historia una vez más —dijo Janice.

—Bueno, Alice —comenzó Trey—, hay algo que debo contarte.

Trey le explicó a Alice que las cuatro chicas ahí no eran sus primas, sino que eran las chicas que le habían salvado la vida alguna vez y que decían ser brujas. Con eso, Janice le explicó lo de los libros y la persecución.

Cuando Janice terminó, Alice soltó una risita.

—¿A que juegan?

Las cuatro hicieron expresiones de fastidio.

—Sun Hee, tendrás que aprender un hechizo pronto, así estos tarados dejaran de creer que somos mentirosas —le dijo Janice.

Sun Hee suspiró.

—Intentaré uno ahora.

Las tres la miraron curiosas, pero Sun Hee no dijo nada, solo comenzó a buscar algo en la habitación que pudiera servirle.

Sus ojos se posaron en un perfume que había en la cómoda de la habitación.

—¿Puedo usarlo? —le preguntó a Trey, apuntando el artefacto.

Trey asintió sin dudarlo y Sun Hee fue por el perfume para dejarlo sobre la cama.

—Si llega a caer sobre la cama, no se romperá —explicó, parándose frente al objeto.

Sun Hee estiró sus brazos hacia el frente, a la altura de su pecho, apuntando sus palmas hacia el perfume.

—Surge sursus —dijo como una orden, pero nada sucedió.

—Querida Sun Hee... no funcionó —informó Janice.

—Ya lo sé —dijo de mala gana, pero no se rendiría tan fácil.

Mantuvo la misma posición y miró el perfume fijamente, sin pensar en nada más que eso.

—Surge sursus —volvió a ordenar.

De pronto, el objeto comenzó a separarse de la cama, levantándose sin que nadie lo tocara.

Sun Hee comenzó a subir sus palmas y mientras más las subía, el objeto más se elevaba.

Todos estaban extremadamente sorprendidos. Las tres brujas sentían una mezcla de sorpresa y felicidad, pues jamás habían visto a una bruja que realmente manejara sus poderes y si Sun Hee lo estaba logrando, les daba la esperanza de que también podrían hacerlo.

Cuando Sun Hee cerró sus palmas, el perfume cayó sobre la cama, quedando igual que antes.

—Se puede hacer con más de un objeto a la vez y con sólo una mano, pero hay que desarrollarlo mejor —explicó.

Ni Trey, ni Adrien, ni Alice sabían que decir. Sus miradas seguían puestas en el perfume sobre la cama.

—¿Son brujas de verdad? —preguntó Adrien, atónito.

—¡Qué sí! —exclamaron todas al unísono.

—Dios mío... —dijo Alice, perpleja.

—Claro, nombrar a Dios frente a brujas que tienen poderes gracias a Satán parece la mejor idea —bromeó Janice.

—Si una cruz se les acerca, ¿duele? —preguntó Trey.

Las cuatro lo miraron con fastidio.

—Somos brujas, no estamos poseídas —explicó Janice—. ¿Qué no saben nada de las brujas?

Los tres negaron y Janice suspiró agotada.

—Claro, debí imaginarlo.

—¿Y si les clavan una estaca en el...? —Alice no alcanzó a terminar.

—Eso es un vampiro —se adelantó Chayna—. Y tampoco nos lastima la plata, por si te lo preguntabas...

—Pero si son a las que queman en hogueras, ¿no? —preguntó Adrien.

—¡Por fin! —exclamó Janice—. Alguien que no dice algo tan tonto.

—Bien, ahora, ¿cuál es el plan? —le preguntó Sun Hee a Trey.

Trey se demoró un poco en reaccionar, aún estaba procesando que realmente las chicas fueran brujas y tuvieran poderes... o bueno, los estaban intentando tener.

—Pues un cambio de imagen —dijo entusiasmado, cuando proceso la información.

Chayna rápidamente agarró sus trenzas.

—Nadie tocará mi cabello —advirtió.

—Tranquila —la calmó Trey—. Tenemos pelucas, sombreros y maquillaje.

Alice se agachó a abrir la maleta que había en el suelo y comenzó a sacar su maquillaje. El sueño de Alice era ser estilista, por lo que poder cambiar la imagen de cuatro desconocidas se le hacía algo muy divertido.

—También traje ropa, aunque no creo que todo les quede... —comentó analizándolas.

Janice era demasiado alta, media más de un metro setenta y Chayna tenía las piernas muy gruesas y el busto más grande que Alice, mientras Sun Hee era demasiado delgada. Por otro lado, Kate era más parecida a Alice, por lo que sería más fácil vestirla.

—Bien, comencemos.

[...]

—¿Qué tal si mejor Adrien o Trey me prestan ropa? —preguntó Janice.

—Pero te quedará grande —argumentó Adrien.

—¡Exacto!

La ropa que tenía puesta apenas le quedaba bien. Por suerte para ella, había sido imposible que un pantalón de Alice le quedara, así que había podido ponerse uno de los suyos, el problema era que Alice le había puesto un top que dejaba ver su abdomen.

Janice no tenía grandes complejos, pero odiaba mostrar piel, con sus brazos y cara era más que suficiente.

En ese momento, Alice la estaba maquillando, algo que esperaba que no tuviera que hacer seguido.

Cuando Alice se alejó de Janice, con la brocha en su mano, para observar su creación, se sintió complacida.

—Incluso te ves bien —dijo.

Janice fingió una risa, pero inmediatamente tomó un espejo para verse y gritó:

—¡Parezco un payaso!

—Te puse sombra rosa y naranja, y un brillo labial... ¿Cómo podrías parecer payaso?

Janice hizo el espejo a un lado, de mala gana y se paró de la silla del escritorio Trey para ir con las demás, quienes estaban listas.

—Espera —Alice la detuvo y la volvió a sentar—. ¿Te puedo cortar el cabello?

Janice negó completamente segura.

—¡Serás más irreconocible!

—¡No dejaré a una niñita cortar mi hermoso cabello!

—¡Está lleno de puntas partidas!

—¡Eso no te incumbe!

—¡Dejen de gritar! —pidió Sun Hee—. Janice, córtate el maldito cabello.

Janice se cruzó de brazos y bufó.

—Bien —accedió de mala gana.

—Primero debes mojarlo.

Janice puso los ojos en blanco y fue hacia el baño, donde Alice le mojó el pelo en la regadera. Luego de eso y de secarlo un poco con una toalla, volvieron a la silla.

Alice tomó de su bolso su estuche de artefactos de peluquería y comenzó a peinar a Janice para contarle las puntas partidas y hacerle un corte en V.

Luego de que Alice terminara, ya estaban todas listas.

—¿Qué eso? —preguntó Janice, apuntando el brazo de Kate, en donde había un tatuaje.

—Tatuaje temporal —dijo Alice—. Le dije a Trey que les pusiera unos, así serán aún más irreconocibles.

Todas estaban vestidas con un estilo muy distinto al que solían usar. Sun Hee tenía puesta una falda apretada y un top corto de colores neón; Chayna una blusa blanca y un pantalón negro de tela; y Kate tenía un vestido corto y apretado de color blanco con una chaqueta de cuero sintético con un sombrero negro.

—Nos vemos ridículas —comentó Sun Hee, quien, a su parecer, se veía como una cantante K-pop en una presentación o video musical.

—Tranquilas, compraremos más ropa —le dijo Adrien.

—¿Qué? —preguntó Chayna—. Ni siquiera tenemos dinero... nuestros padres nos dan lo necesario para mantenernos, no para cambiar todo nuestro armario.

—Pero salvaron la vida del hijo del alcalde —dijo Trey—. Así que, como recompensa, podrán renovar su armario.

Kate estaba por negarse, cuando Janice le cubrió la boca con su mano.

—Deja que el niño haga lo que quiera.

Kate accedió resignada y entonces, salieron de la habitación.

—¿A dónde iremos? —preguntó Chayna, mientras bajaban la escalera.

—Centro comercial —dijo Alice.

—Uh, la última vez que entre a uno tenía ocho —dijo Janice.

Los tres humanos la quedaron mirando sorprendidos.

—¿No pueden ir al centro comercial? —preguntó Trey.

Las brujas negaron.

—Ningún lugar con aglomeraciones —explicó Sun Hee—. A penas nos dejan ir al cine porque es una sala oscura.

Los tres humanos habían quedado sorprendidos. Imaginaban que debía ser muy triste ser una bruja.

[...]

Sophia estaba viendo como las cuatro brujas subían a la camioneta negra blanca al otro lado de la reja.

Esa vez estaba como un cuervo, posada en un árbol fuera de la mansión.

Cómo un ave se le haría mucho más fácil seguir a las brujas de cerca.

Ni ella, ni Ragna le habían comentado al resto del Consejo lo que había sucedido con las cuatro brujas rebeldes y pretendían no hacerlo. Si el Consejo sabía el grave error que había cometido Ragna, podían irse en su contra e incluso asesinarla.

No era como que el Consejo no hubiera asesinado antes a una Magistra. La antecesora a la antecesora de Ragna había sido envenenada por el Consejo luego de que quisiera acabar con la mentira de los libros.

Sophia no quería a Ragna, pero sabía que cualquier otra Magistra que ascendiera la podría quitar de su puesto de presidenta, no del Consejo, pero Sophia no se conformaba con poco. Ella disfrutaba tener el control del Consejo y de lo que pasaba en el Internado Kedward.

Si la Magistra hubiera podido ser cualquier bruja, Sophia hubiera querido serla, pero como esta era elegida por una fuerza mayor, no podía asegurarse el puesto.

Cuando la camioneta en la que iban las cuatro brujas y los otros tres humanos comenzó a avanzar, Sophia los comenzó a seguir, volando.

Debido a la poca cantidad de automóviles que había siempre, se le había hecho simple su tarea y había llegado hasta el centro comercial donde se habían estacionado.

—Grandioso... —dijo para si misma.

El hecho de que ellas entraran a ese lugar hacia las cosas aún más peligrosas. Lo único que faltaba era que todos los humanos se enteraran de que había brujas por ahí.

El hecho de que muchos humanos creyeran que estaban extintas o que nunca habían existido realmente les hacía la vida más fácil. No debía ser muy cómodo tener que estar evitando ser condenada a la hoguera.

Cuando sus objetivos entraron al centro comercial, Sophia tuvo un problema. Si entraba al edificio como cuervo, definitivamente llamaría la atención y tampoco podía arriesgarse a entrar con su forma normal, pues las cuatro brujas podrían reconocerla fácilmente. No le quedó de otra que esperar afuera, posada en un árbol, a que volvieran a salir. 

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