Capítulo 11: El hermano mayor
Cuando Kate despertó en la mañana, sintió su estómago rugir. Tenía mucha hambre, pues no había comido mucho en la cena debido a que sus nervios la dejaban algo inapetente.
Kate decidió salir de la cama, intentando no molestar a Chayna y Janice, y cuando logró bajar de la cama, noto que Sun Hee ya estaba en el suelo rodeada de los libros abiertos, nuevamente.
—¿No te cansas? —le preguntó.
Sun Hee se encogió de hombros sin mirarla.
—Alguien tiene que aprender algo pronto... y tú sabes que amo aprender —contestó.
Kate asintió, aunque Sun Hee no podía verla.
—Iré a buscar a Trey para comer algo —informó.
—Esta bien.
Kate fue hacia la puerta del cuarto y salió hacia el largo y oscuro pasillo. Solo había una ventana al final del pasillo, por lo que la luz natural que recibía era muy poca.
Trey les había mostrado cual era la puerta de su cuarto, en caso de que necesitaran algo, por lo que simplemente se acercó y dio tres golpecitos en la puerta.
Antes de que Trey pudiera salir, la puerta de al lado se abrió, lo que asustó a Kate haciéndola dar un salto.
Un chico o un hombre joven, mejor dicho, salió de la habitación frotándose la cien con sus manos, hasta que vio a Kate ahí.
El hombre la miró confundido y ella solo pudo sonreír nerviosa.
—¿Y tú quien eres?
Antes de que Kate pudiera responder, la puerta de Trey se abrió y el chico salió.
—Trey, ¿quién es ella? —preguntó el hombre.
Trey sintió algo de nervios. Quizás podía mentirle a su mejor amiga, con mucho esfuerzo, pero no a su hermano mayor.
—Adrien, ella es Kate, una amiga que está en problemas —explicó, a grandes rasgos.
—¿Papá sabe que están acá?
—Esos son detalles.
A Adrien eso no lo parecía un detalle. Estaba seguro de que su hermano no conocía bien a la chica que había metido a su casa, confiando que no fuera a robar nada o algo por el estilo.
Trey lo pensó un momento, pero luego tomó por la muñeca a su hermano y con su otra mano tomó a Kate para ir a la habitación donde estaban durmiendo las chicas.
Soltó a Kate un momento para abrir la puerta y luego metió a los dos adentro, cerrando la puerta detrás de él.
Adrien quedó espantado. No sólo había una chica extraña en su casa, había tres.
—Falta una —le dijo Trey.
En ese momento, Janice salió del baño.
¡Eran cuatro! ¡Cuatro chicas extrañas en su casa!
—¿Quién es él? —preguntó Janice, mientras limpiaba su boca mojada con la manga de su sudadera, pues había estado tomando agua.
—Amigas, él es mi hermano mayor Adrien. Es de su edad.
Trey tenía quince años y medio, mientras Adrien iba a cumplir los dieciocho en un mes.
—¿Y quienes son ellas? —preguntó Adrien.
—¿Recuerdas las cuatro chicas que me salvaron? —Adrien asintió—. Ellas son.
Adrien lo miró extrañado y luego analizó a las cuatro chicas una por una. Todas parecían muy flacuchas, la que tenía un poco más de masa corporal era Chayna, pero todas las demás no eran ni voluminosas, ni parecían tener músculos muy desarrollados.
—¿Estás seguro?
—Claro que sí.
—¿Dudas de que podamos vencer a cuatro tipos gigantes en una batalla a golpes? —preguntó Janice.
—Exactamente —corroboró Adrien.
Janice iba a reclamar, pero entonces, Sun Hee se paró del suelo de golpe, mientras sostenía un libro muy cerca de su cara.
—Lo tengo —explicó—. ¡Lo encontré!
—¿Qué cosa? —preguntó Trey.
—Cómo ocultar nuestras marcas.
—¿Eso te alegra? —preguntó Janice.
—Oye, algo es algo.
—¿Sus marcas? —preguntó Adrien, confundido—. ¿De qué hablan?
—Ah, un pequeño detalle, creen que son brujas —le respondió Trey, susurrando lo último.
Janice lo miró molesta.
—Somos brujas —aseguró.
Adrien no pudo evitar soltar una risa. Obviamente él no creía en algo tan tonto como las brujas.
—Sí quieren, pueden quedarse a ver —les dijo Sun Hee.
Ambos hermanos compartieron una mirada y luego asintieron.
Las cuatro brujas se quedaron de pie juntas, frente a los dos chicos, quienes las miraban expectantes.
—Bien —comenzó Sun Hee—. Debemos quitarnos las camisetas.
Kate la miró aterrada.
—¿Frente a ellos? —susurró.
Sun Hee sólo asintió, dejando el libro sobre la cama para poder quitarse su camiseta.
Janice ya lo había hecho, sin ningún problema, pues no tenía mucho pudor.
—Creí que veríamos magia, no desnudos —comentó Adrien.
—Relájate, señor poca paciencia —le dijo Janice.
Adrien solo se cruzó de brazos y comenzó a mirar las marcas que tenían las cuatro en el pecho.
—¿Son tatuajes? —preguntó.
Sun Hee negó.
—Son marcas naturales —explicó—. Salen en el momento en que deberíamos presentar indicios de ser una bruja... o algo así.
Sun Hee tomó aire y luego lo soltó. Estaba algo nerviosa, si eso no funcionaba, significaba que tendrían muchos más problemas con los hechizos más difíciles.
—Yo lo haré primero —indicó—. Luego ustedes me imitaran.
Sun Hee puso su mano derecha sobre la marca y luego la izquierda sobre esa.
—Delens quod sine ulla signum —dijo lo que había leído en el libro.
De pronto, sintió como si alguien quemara su pecho, justo en la zona en la que se encontraba su marca. Apretó sus ojos por dolor y sólo emitió un pequeño quejido. Cuando la quemazón terminó, quito sus manos de su pecho, mostrando que su marca ya no estaba.
—Funcionó —dijo con una pequeña sonrisa—. ¡Funcionó!
Las otras tres la miraron alegres, pero los dos chicos seguían incrédulos.
—¿Se borra con calor o algo así? —preguntó Adrien.
Las cuatro lo miraron fastidiadas, pero no respondieron nada.
Las tres brujas que aún no ocultaban su marca imitaron lo que había hecho Sun Hee, pero antes habían repetido la frase un par de veces para estar seguras de decirla bien.
Cuando ya todas la había aprendido, repitieron juntas:
—Delens quod sine ulla signum.
Las tres sintieron la quemazón en el lugar de la marca por unos segundos y cuando acabó, descubrieron sus pechos, mostrando que ya no había ninguna marca.
—Increíble... —dijo Janice—. ¡Hicimos magia!
—¿Las brujas no hacen magia? ¿Por qué se sorprenderían?
Las cuatro miraron a Adrien con fastidio.
—Es una larga historia —dijo Sun Hee—. Quizás algún día te le contemos.
Trey se acercó a su hermano y susurró:
—Dicen que no saben usar magia por algo de unos libros y no se qué más... —explicó.
A Adrien solo le parecían cuatro adolecentes dementes que vivían una fantasía. Había dos opciones para él: o quería hacer una estafa o realmente debían internarse en un hospital psiquiátrico.
—¿Qué tal si vamos a desayunar? —preguntó Trey—. Ya debe estar listo.
Las cuatro asintieron y volvieron a ponerse sus camisetas con las que habían dormido.
No habían podido llevar mucha ropa, pues no cabía toda en los bolsos. La que más se había visto afectada por eso era Chayna. Claro, ella habría querido llevarse todo su armario, pero apenas había podido meter un cuarto.
Las cuatro siguieron a los hermanos hasta el primer piso y entraron al gran comedor, en el cual las sirvientas estaban poniendo los platos.
Ellas ya sabían que las cuatro chicas estaban ahí por Trey, por lo que se habían encargado de poner los cuatro platos y servicios extra.
La larga mesa tenía puesto tres platos a cada lado, por lo que Janice decidió sentarse junto a los hermanos.
—¿Qué comían en el internado? —preguntó Trey, vertiendo jarabe en sus waffles.
—Comida —respondió Janice, con obviedad.
Trey la miró con el ceño fruncido.
—Ustedes mismos notaron que no somos muy brujas —explicó Chayna—. Y, aunque lo fuéramos, comemos comida normal, no bebemos sangre de cabra o comemos ratas... no somos salvajes.
—¿En África tampoco?
Chayna miró a Janice molesta.
—No, Janice, no porque sea una chica africana de familia islámica soy salvaje.
Janice sonrió satisfecha. Le encantaba molestar a Chayna fingiendo ser una ignorante.
—Ah, claro.
—¿Eres africana? —preguntó Adrien.
—De Argelia, para ser exactos.
Chayna sabía que mucha gente hablaba de África e imaginaba una sábana con leones y chozas en las que vivían tribus que andaban desnudos, pero Argelia no era así.
—¿Y te costó aprender inglés?
—Bastante, en especial cuando Kate y Janice no se ponen de acuerdo para usar palabras —explicó—. Y el acento de Kate es confuso —agregó.
Kate la miró fastidiada.
—No es confuso, Janice no sabe hablar.
—Tú hablas como si tuvieras una papa metida en la boca, eso no lo puedes negar.
Hubo un silencio de unos segundos.
—¿Y tú eres...? —Adrien miró a Sun Hee curioso—. Ni siquiera sé tu nombre.
—Sun Hee —respondió ella—. Soy de China, pero mis padres son de Corea del Norte y hablo chino, coreano, japonés y algo de tailandés.
Los dos chicos quedaron boquiabiertos.
—¿Y tus padres huyeron? —preguntó Trey, curioso.
Sun Hee asintió.
—¿Y conocieron a Kim Jong-Un?
—No, huyeron cuando estaba su padre aún. Kim Jong-Un asumió el poder luego de que Kim Jong-Il muriera en el año dos mil once —explicó—. Y lo agradezco porque huir ahora es mucho más difícil y yo no hubiera querido nacer ahí.
Adrien y Trey estaban fascinados con la historia de vida de Sun Hee. No cualquiera conocía a una chica china hija de personas que habían huido del régimen norcoreano.
—Debo admitir que, aunque no creo su historia de las brujas, si son muy interesantes —confesó Adrien—. Bueno, ella no mucho —dijo, mirando a Janice.
Janice solo se encogió de hombros mientras metía un pedazo de waffle a su boca.
—Eso es porque Hollywood se ha encargado de usar cada cosa medianamente interesante de Estados Unidos en sus películas, ya nada es nuevo y siempre nos vemos superiores... ¿Quién podría interesarse en nosotros? —dijo, con la boca llena y luego tragó—. Menos si hablamos de un lugar tan soso como Massachusetts. A nadie le importa Massachusetts.
Todos asintieron, pues estaban de acuerdo con lo que decía Janice.
—¿A qué hora toman té? —preguntó Kate, de pronto.
—No tomamos té...
—¡¿Qué?!
—Doña inglesa necesita té —explicó Janice—, pero no podemos salir de aquí —le recordó a Kate—, así que no habrá té a las cinco de la tarde.
—¿Por qué no pueden salir? —preguntó Adrien, curioso.
—Bueno... —Sun Hee dudó un momento—, los libros que vieron, los robamos y ahora nos persiguen por eso.
—¿Por unos libros?
—Son libros que contienen todas las indicaciones de como usar nuestros poderes, algo que la jefa de las brujas, a la que le decimos Magistra, no quería que supiéramos —explicó—. Ella es capaz de quemarnos en una hoguera por esos libros.
—Solo aquí estamos seguras porque a ella no le gusta llamar la atención. Jamás se entrometería con el alcalde o su familia, arriesgándose a que descubran que son brujas —agregó Chayna—. Afuera pueden tomarnos y llevarnos.
—Además de que ella y su Consejo son mucho más poderosas que nosotras —siguió Janice—. Por eso, deberemos sobrevivir con lo que trajimos y ya.
Ambos hermanos se quedaron pensando e intercambiaron miradas.
—Dijeron que la tal Magistra jamás se metería con la familia del alcalde, ¿no? —quiso corroborar Adrien y las cuatro asintieron—. Entonces, si las cuatro andan con sus dos hijos y guardaespaldas, ¿no se les acercaran?
Las cuatro lo miraron con ilusión.
—Aún así, lo mejor sería que no supieran donde estamos —dijo Sun Hee.
—Podemos modificar un poco como lucen —dijo Trey—. Yo conozco a alguien que nos puede ayudar con eso.
Las cuatro brujas intercambiaron miradas algo inseguras, pero terminaron por asentir. Después de todo, no era muy divertido estar encerradas en una casa, por más grande que fuera.
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