Capítulo 10: Comienza la Cacería

Las piernas de Paula temblaban más de lo que lo habían hecho en toda su vida. Tener la mirada de Ragna sobre ella de esa manera la intimidaba como nada en el mundo.

Eran las doce de la noche y luego de que faltaran cuatro brujas en el conteo, a Paula no le quedó de otra que molestar a la Magistra.

Ragna estaba sentada en su escritorio, intentando mantener su furia encerrada dentro de su cuerpo. La última vez que alguna bruja no había llegado para el conteo, no había sido bajo su mando, pues ella era una autoridad a la que solían obedecer por el respeto y temor que inspiraba.

—¿Quiénes son?

—B-bueno, me dijeron que eran Kate Baker, Chayna Mansour, Lee Sun Hee y Janice Harris.

Al oír el nombre de Janice, Ragna supo que lo que estaba pasando era más que malo.

La reputación de Janice estaba llena de caos, rebeldía y sublevación. Si había alguien a quien Ragna le temía, era a ella, pues controlarla era casi imposible.

Lo que siempre la había tranquilizado era que Janice no era una mente brillante, pero ahí entraba Sun Hee. Si Janice había logrado hacer que Sun Hee violara las reglas, significaba un problema.

En cuanto a Chayna, pues hasta ese entonces solo le había causado algo de molestia lo activa y llamativa que era; aunque al verse involucrada con Janice, temía que se contagiara de una actitud rebelde.

—¿Kate Baker?

—La británica... —Ragna seguía sin saber de quien hablaba Paula—. La castaña clara que castigo el otro día con las otras tres.

—Ah... la tranquilita.

Kate era tan poco llamativa como una piedra en el suelo, por lo que Ragna jamás la había notado demasiado.

—Quiero que las encuentren antes del amanecer, a las cuatro... —exigió—. Y si un accidente ocurre y Janice no aparece con vida, puedo pasarlo por alto.

Paula asintió aterrada y salió de la oficina de Ragna.

Afuera, Paula soltó el aire contenido en su interior y fue en dirección al edificio de las brujas adultas, al último piso, donde se encontraban las habitaciones del consejo.

Las brujas que eran parte del consejo eran cercanas a Ragna, tanto, que Paula sabía que jamás le llevarían la contra y eso la asustaba más. No quería que Janice saliera lastimada, pero si no daba las órdenes tal y como Ragna las había dado, ella no vería la luz del sol nunca más.

Paula tocó la primera puerta con algo de nerviosismo. Sentía sus manos sudar y como su garganta estaba cada vez más apretada.

Cuando la puerta se abrió, una bruja de pelo color zanahoria y piel llena de pecas, apareció.

—¿Qué te trae aquí a esta hora?

—Cuatro chicas no llegaron al conteo y Ragna las quiere devuelta antes del amanecer.

La otra bruja asintió de mala gana.

—¿Cuáles son?

—Janice es una...

—¿Janice Harris? —preguntó y resopló—. Qué sorpresa. Yo le dije que Ragna que esa chica solo le traería problemas.

—Bueno, Ragna dijo... dijo que, si ocurría un accidente con ella, lo dejaría pasar. Las demás son Kate, Chayna y Sun Hee.

Una sonrisa perversa se formó en el rostro de la bruja pelirroja, llamada Sophia.

—Yo me encargaré —informó, cerrando la puerta en la cara de Paula.

Sophia era una bruja irlandesa de treinta y siete años. Era la que dirigía el Consejo y era igual o más cruel y dura que Ragna, por lo que Paula sabía que Janice no se salvaría de esa.

—Lo siento mucho —susurró cuando comenzó a caminar lejos de la habitación.

[...]

Eran las una de la madrugada en la ciudad y Chayna aún no podía quedarse dormida.

Ella estaba durmiendo con Janice y Kate en la cama más grande, mientras Sun Hee estaba sola en la cama individual. Habían tomado la decisión de dividirse así porque Sun Hee siempre había sido más reacia al contacto y a compartir sus espacios personales.

Chayna se volteó para mirar a Kate, quien estaba entremedio de Janice y ella. Estaba profundamente dormida y su cuerpo apenas ocupaba un cuarto de la cama, mientras Janice estaba toda desparramada ocupando un tercio y un poco más.

Chayna estaba en el lado de la cama que daba hacia la pared con una ventana, por lo que decidió levantarse de la cama e ir hacia ella.

Abrió con cuidado una de las hojas de la ventana y asomó su rostro hacia afuera para poder respirar algo de aire fresco y reducir el nerviosismo creciente que sentía en su estómago.

Aunque Chayna siempre habia disfrutado las travesuras y algo de caos, esa vez no se sentía nada emocionada, ese problema iba a otro nivel. Era la primera vez que Chayna había puesto su vida en peligro, pero había una más que buena razón.

La bruja terminó por apoyar ambas manos en el marco de la ventana y sacó su cabeza por completo.

De pronto, vio algo moverse en la oscuridad. Había un gato negro fuera de la reja, mirándola fijamente.

Por alguna razón que no comprendía, se sintió observada. Había algo extraño en la forma en la que ese gato la observaba y fue aún peor cuando lo vio sonreír ladinamente.

«Los gatos no sonríen», se dijo Chayna.

Supuso que eso lo había imaginado, puesto que el gato comenzó a correr al oír un estruendoso ruido en la calle.

De todas maneras, Chayna se ocupó de dejar la ventana bien cerrada, incluso con seguro y entonces volvió a la cama.

Mientras tanto, afuera de la casa del alcalde, Sophia, en la forma de un gato negro, corría por las calles hacia el bosque que separaba el internado del centro de la ciudad.

Cuando estaba por llegar al Internado, se aseguró de que nadie la vería y volvió a cambiar a su forma de bruja.

Sí, Sophia, como todo el Consejo, Ragna y Paula, sabía usar sus poderes básicos casi a la perfección.

Durante años, el Consejo se había encargado de ocultar los libros y se había asegurado de que la Magistra que tomaba el lugar de la anterior, hiciera lo mismo. El Consejo también cambiaba, pero debido a que lo hacía paulatinamente, los más viejos les enseñaban a los nuevos miembros todo lo que mantenían oculto y como debían tratar el asunto.

Los miembros del Consejo los elegía la misma Magistra de turno, pero los que había elegido la anterior que querían permanecer en sus puestos, no podían ser removidos.

En el caso de Sophia, ella había sido escogida por Ragna cuando apenas tenía quince años. Al principio sólo había sido una integrante más, pero luego de que la anterior presidenta del Consejo muriera, Ragna la había promovido por su lealtad y buen servicio.

Si Ragna moría antes que Sophia, ella se debería encargar de convencer a la siguiente Magistra de seguir con sus prácticas poco éticas, pero que funcionaban bastante bien.

¿Por qué el Consejo había tenido la idea de ocultar los libros? Bueno, después de tantas cacerías, había preferido asegurar que nadie más volviera usar sus poderes para así no llamar la atención. La Magistra de ese entonces había aislado a las pocas brujas que quedaban que sabían usar sus poderes y las había alejado de todas las nuevas brujas, por lo que habían muerto sin la oportunidad de enseñarle a las demás como usar sus poderes.

En ese entonces, el Consejo ya no mantenía los libros ocultos por proteger a sus pares, más bien, lo hacía para mantener el control y evitar sublevaciones en contra de la Magistra.

Sophia entró al Internado por una de las puertas más ocultas y se dirigió al edificio en el que se encontraban las habitaciones del Consejo y la Magistra.

Se acercó a la puerta de la habitación de Ragna y golpeó despacio.

Ragna no tardó en abrir la puerta, pues no había podido conciliar el sueño con la preocupación que le había causado el asunto, y se hizo a un lado para dejar pasar a Sophia.

—Dime las buenas noticias —pidió Ragna, cerrando la puerta detrás de ella.

Sophia la miró sin mucho ánimo.

—No tengo buenas noticias —soltó—, pero se donde están.

—¿Y entonces? Tráelas —exigió.

—Están en la casa del alcalde —informó—. No tengo idea de cómo lograron entrar, pero ahí están.

La expresión de Ragna había cambiado, estaba aterrada. Tenía que hacer que esas chicas volvieran, pero no podía arriesgarse a llamar la atención.

—¿Por qué están ahí? —se preguntó a si misma.

Ragna sabía que ellas siempre habían vuelto antes del conteo, por lo que también tenía la idea de que algo había pasado para que terminaran en la casa del alcalde de la ciudad ocultas.

Lamentablemente, ni ella, ni alguien del Consejo habían aprendido a dominar del todo la adivinación. La parte de los libros que hablaba de adivinación era un tanto ambigua y, ya que, no había ninguna bruja viva que supiera usarla, no habían podido aprenderla.

De pronto, un recuerdo llegó a la mente de Ragna.

—La bodega —susurró.

—¿Qué? —preguntó Sophia, quién apenas había podido oírla.

—El otro día esas cuatro limpiaron la bodega.

Los ojos de Sophia se abrieron, llenos de terror, pero ese terror terminó por convertirse en molestia.

—¿Dejaste que esas niñas limpiaran la bodega? ¿Sabiendo cómo es Janice? —preguntó entre dientes, intentando no ser irrespetuosa con su superior.

—La bodega importante tiene clave —le recordó—. ¿Cómo podrían haberla abierto? A lo más habrían visto el pasillo y la puerta y jamás hubieran sabido lo que había más allá.

Sophia tampoco entendía eso, pero no descartaba la idea de que hubieran podido entrar.

—Hay que revisarla —dijo Sophia.

Ragna asintió y ambas salieron de la habitación, en busca de Paula.

Paula, quien tampoco había podido quedarse dormida, fue con Ragna y Sophia, luego de que la fueran a buscar a su habitación, hacía la bodega.

Luego de abrir todas las puertas que llevaban a la bodega más oculta, las tres entraron para revisar que todo estuviera en su lugar.

En el momento en que Sophia vio los huecos de los libros en el librero, quiso desmayarse.

Ragna y Paula sintieron casi lo mismo, pero Paula estaba un poco más asustada por las chicas que por los libros, y Ragna solo pensaba a matar a las cuatro brujas rebeldes que estaban poniendo en riesgo su mandato.

—Tenemos que encontrarlas —dijo Sophia.

—No sólo hay que encontrarlas —agregó Ragna—. Hay que eliminarlas.

Paula la miró asustada, pero Ragna estaba muy concentrada en los libros que quedaban como para notarlo.

No importaba lo que tuviera que hacer, Ragna no dejaría que cuatro brujas mucho más jóvenes y torpes que ella arruinaran su preciado régimen.

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