Capítulo 1: El Internado

Durante años, la sangre de bruja había corrido por el mundo, sólo afectando a algunas generaciones de mujeres.

Alguna vez en la historia todos habían sabido de la existencia de las brujas, pero en ese entonces muchos pensaban que había sido un simple cuento de hadas inventado para asesinar mujeres por otras razones como el adulterio o la falta de fe en Dios.

Luego de la última cacería masiva, que había sucedido en el siglo XVII, la paz se había instaurado entre las brujas y los seres humanos, principalmente porque ellas habían decidido pasar lo más desapercibidas posible.

Luego de ese terrible evento, un grupo de brujas, entre ellas la Magistra (jefa de las brujas) y el Consejo de ese entonces, decidieron crear un lugar seguro para sus compañeras de sangre.

El Internado Kedward, ubicado en alguna parte del norte de Europa, en un sector bastante alejado del centro del pueblo más cercano, era algo como un enorme aquelarre donde las brujas podían vivir toda su vida desde que descubrían que eran brujas.

Descubrir que se era bruja no era muy complicado, se sabía cuándo se comenzaba a tener manifestaciones de poderes... o al menos así había sido siglos atrás, pues en ese entonces, ninguna bruja sabía cómo usar sus poderes, ni siquiera por accidente.

Algo había sucedido, pero nadie sabía qué y porqué. Luego de la última gran cacería, las brujas comenzaron a descender en número y en el punto de menor población, se habían perdido muchas cosas.

Los libros que tenían las claves para usar los poderes correctamente, escritos por Marie Kedward bajo la orden del mismo Satán, habían desaparecido y al mismo tiempo los poderes dejaron de manifestarse solos.

Para el siglo XXI ya ninguna bruja sabía utilizar sus poderes, ni siquiera sabían cuáles eran sus poderes por completo, pero aún se podía saber que se era bruja por otra razón: la marca.

La marca de las brujas era una estrella con tres círculos detrás de esta, de color negro, y que aparecía en el centro del pecho. Cuando esta salía, se sentía como una horrible quemadura, por lo que era imposible no notar su aparición.

Además de la marca, había algo más que le indicaba a la Magistra la existencia de una nueva bruja y era, quizás, el único objeto mágico que quedaba entre ellas. A simple vista parecía un globo terráqueo de un color blanco transparente, pero cada vez que una bruja nacía en un lugar del mundo, una lucecita con forma de estrella aparecía en el mapa, con un nombre encima.

Gracias a ese objeto, la Magistra podía tener una lista de las brujas existentes y hacía que un grupo en específico de sus más cercanas, miembros del Consejo, fueran por la nueva integrante para llevarla al internado sin importar en donde se encontrara. No todas aceptaban ir o no todos los padres permitían que un grupo de mujeres extrañas se llevaran a su hija, pero siempre estaba la opción de arrepentirse y contactar al internado por su cuenta en el futuro.

Aun así, muchas aceptaban su destino y, por su seguridad, ingresaban al internado. Así había sucedido con Kate, Chayna, Janice y Sun Hee. Cada una era de distintas partes del mundo, pero un día, un grupo de mujeres extrañas habían ido por ellas y las habían alejado de sus familias por su propio bien y el de los demás.

Kate era la que más había sufrido la separación, pues ella era poco independiente y muy apegada a su familia. Cuando la habían llevado al internado tenía tan solo nueve años, aún era una niña, una que no quería separarse de sus padres.

Se aterró cuando, dos días antes, en la madrugada, había sentido como si alguien le quemara el pecho y al mirarse en el espejo, vio un extraño símbolo; pero no se podía comparar al terror que sintió cuando tres mujeres le dijeron que la llevarían a un lugar para mantenerla a salvo porque era una bruja. Sus padres tampoco querían dejarla ir, pero luego de que las mujeres les explicaran la complicada situación, no les había quedado mejor opción que aceptar.

Al principio, Kate pensó que sería como ir a Hogwarts, pero había un solo gran problema: a diferencia de Harry Potter y sus amigos, ella jamás podría volver a casa en vacaciones.

Para Chayna, por otro lado, la noticia no había sido nada terrible. Argelia no era el mejor lugar del mundo para vivir, por lo que siempre había tenido la esperanza de viajar a un país mejor, aunque fuera por un corto periodo, y aun cuando sabía que el impacto cultural sería fuerte.

Para Sun Hee el impacto cultural había sido más chocante aún. Tener que convivir con mujeres de tantos países distintos la había dejado bastante conmocionada. En una familia un tanto machista y estricta como la suya, ver mujeres que usaban ropa reveladora y no tenían intensiones de casarse, era casi impensable y, lo peor, había muchas a las que no les importaba su desempeño académico.

Janice era la que menos había sufrido de todas. Salir de su país no era su sueño, pero tampoco le parecía terrible. En el pueblo más cercano al internado también había un McDonald's y un Starbucks, por lo que, si se sentía nostálgica, simplemente comía una hamburguesa o tomaba un café.

La cosa mejoró bastante cuando las cuatro chicas se conocieron. Chayna y Kate habían tenido una inmediata conexión, lo que las había hecho sentirse un poco más en casa, aunque Janice y Sun Hee eran un poco distintas.

Sun Hee no había hablado por casi un día completo, apenas había dicho su nombre y su país, pero luego se había aislado.

Janice no había sido tan seria, pero al principio no parecía agradada con la presencia de las demás. Había observado a Chayna y Kate hablar por al menos media hora y, cuando se sintió un poco menos asustada, decidió integrarse a la conversación.

Mientras las tres compartían sus experiencias y sentimientos por lo que les había sucedido, Sun Hee oía. A ella no la caracterizaba una personalidad expresiva y extrovertida, a ella le gustaba pensar en silencio, aunque, después de años, ya había aprendido que con sus tres compañeras de cuarto eso rozaba lo imposible.

Durante más de ocho años, las cuatro se habían vuelto buenas amigas, cada una siendo muy distinta, pero se complementaban muy bien y cuando se estaba tan lejos de sus familias, tener buenas amigas hacia que las cosas se vieran menos deprimentes.

Ese día Kate se despertó con el sonido de la alarma del internado, como todos los días. La alarma del internado eran unas horrendas bocinas que sonaban a las seis y media de la mañana, y su sonido era tan estruendoso que era imposible no despertar.

Lo primero que hizo, fue mirar por la ventana, notando la llovizna que había afuera. Kate odiaba las mañanas lluviosas, y algunos podían pensar que iba un poco en contra de su naturaleza, ¿pero no era que las brujas hacían rituales en noches despejadas? Algo así había escuchado alguna vez.

Gracias a cosas como esas, los humanos comunes y corrientes creían que secuestraban niños, los asesinaban y bebían su sangre... Eran brujas, no vampiros, y, aunque sí eran una creación de Satán, luego de que Anne Kedward le vendiera su alma por poderes para su hija (o eso había escrito ella en su diario antes de hacer su ultimo ritual), no se había vuelto a tener contacto directo con su padre creador.

Había muchas cosas que la sociedad no sabía de ellas realmente, pero Kate y las demás lo comprendían, pues ni siquiera ellas sabían todo de sí mismas y la sangre que corría por sus venas.

Kate se levantó de la cama de mala gana, como casi todos los días, y se sentó en la cama a mirar una de sus sandalias en el suelo con pereza.

Había días en que extrañaba a sus padres, pero sabía que el tenerla en casa era peligroso tanto para ella como para ellos si es que alguien llegaba a enterarse de que no era una humana comun y corriente.

Su madre no había heredado la sangre de bruja, tampoco su abuela, había veces que esta se saltaba muchas generaciones y no sé tenía claro el por qué, pero la Magistra decía que no todas tenían lo que se necesitaba para ser una bruja y eso, su sangre lo sabía.

—¡Odio esa cosa! —se quejó Janice, luego de varios segundos de que la alarma hubiera empezado.

Ella odia levantarse temprano, quizás, era algo que se encontraba en su lista de cosas que más odiaba en la vida.

Janice era una chica estadounidense, muy pálida, alta y delgada; con unos ojos muy grandes y azules. Respecto a su personalidad, era muy despegada emocionalmente y a veces insensible con los demás, tampoco tenía un sentido del humor muy agradable, era bastante conflictiva y creía que todo se podía resolver con un par de puñetazos.

En ese momento, Chayna abrió los ojos y suspiró decepcionada. Había despertado de un lindo sueño.

Chayna era una chica de piel oscura y tenía el cabello lleno de trenzas típicas de su cultura; sus ojos eran muy oscuros y grandes; y sus labios eran muy carnosos. Era a la que más le había costado aprender inglés, el cual era el idioma que se utilizaba para comunicarse en el internado, aunque en el francés, idioma que hablaban en el pueblo cercano, era muy buena. También le gustaba mucho el baile y la música; y, a diferencia de las demás, solía vestirse con colores muy llamativos.

Janice se quejaba mientras se revolcaba en la litera de arriba de Kate, lo que comenzó a irritar a Sun Hee, quien había despertado minutos atrás. No lo pensó mucho, y decidió lanzarle una almohada para que dejara de quejarse y enfrentara su destino dignamente.

Sun Hee era de padres coreanos del norte, pero había nacido en China. Tenía los ojos rasgados de color café, unas mejillas muy redondas y un cuerpo muy delgado y poco curvilíneo. Era una chica muy aplicada y rigurosa, además de muy brillante, pero poco sentimental y comunicativa. La inteligencia emocional de Sun Hee era escasa, pero con un poco de ayuda, a veces lograba comprender sus emociones y las de los demás.

Por último, Kate provenía de Inglaterra. Tenía el cabello castaño claro y una altura promedio, con unos ojos de un tono verdoso. Era bastante sensible y amable, pero no era tonta, no dejaba que los demás le pasaran por encima, aunque, cuando le convenía, fingía ser un tanto estúpida y así se ahorraba posibles molestias.

Sun Hee bajó de la parte de arriba de la litera que compartía con Chayna y sin decir nada, fue hacia el baño de la habitación.

No era que el cuarto fuera pequeño, para una o dos personas hubiera sido tremendo, pero cuando cuatro adolescentes vivían ahí, había una guerra constante por cada espacio existente.

Las literas de color blanco estaban puestas en una esquina del cuarto, donde formaban una L, frente a uno de ellos estaba la televisión sobre un pequeño mueble y en la otra pared estaba pegado el armario que compartían y habían tenido que dividir en cuatro.

Chayna era la que más espacio ocupaba en el armario. Aun cuando se suponía que cada una tenía un cuarto exacto, dividido por Sun Hee, las demás le habían permitido usar unas partes extras para que su ropa no quedara repartida por el cuarto. Completamente distinto era el caso de Janice, quien apenas usaba unos cuantos jeans y camisetas de colores opacos y desabridos.

Cuando Sun Hee terminó su baño de cinco minutos, fue el turno de Chayna. Ninguna podía demorarse más de cinco minutos, por lo que cada vez que una entraba, alguien ponía el cronometro. Si luego de que terminara el tiempo no se abría la puerta del baño, comenzaban a patearla entre todas las que estaban afuera.

Ese día era viernes, lo que significaba una jornada de clases más corta y que tenían la posibilidad de usar su tiempo de la tarde en algo más, pues al día siguiente no tenían que levantarse a las seis y media como de lunes a viernes.

Al igual que las escuelas normales, se dividían en grados, aunque los más pequeños siempre tenían menos alumnas. La marca de bruja que todas tenían en el pecho aparecía a distintas edades, pero solía presentarse entre los ocho y doce años mayormente. Lo anterior tenia como consecuencia que las brujas más pequeñas fueran una minoría.

Luego de que todas terminaran de arreglarse, salieron de la habitación para ir en dirección a la sala de clases que correspondía.

El lugar era como un castillo estilo victoriano de color mármol que se dividía en cuatro edificios: uno de estos era donde se encontraban los dormitorios de las brujas menores de veinticuatro; dos eran donde estaban las habitaciones de las brujas de veinticinco años en adelante, incluida la habitación de la Magistra; y el tercer edificio del castillo era donde se encontraban los salones de clases, la enfermería, la biblioteca y una sala común donde se podía pasar el tiempo con distintas actividades.

—Odio historia universal—comentó Janice cuando entraron al salón en el que tenían clases.

En realidad, Janice odiaba las clases en general. Siempre le había sido complicado concentrarse o interesarse realmente en algo.

—Es mejor que literatura —dijo Chayna.

Debido a que todas las brujas que estaban en el internado eran de distintas partes del mundo y la historia universal que se instruía en las escuelas dependía mucho de la ubicación, les enseñaban de todo un poco, lo más equitativo posible.

En ese momento estaban viendo el tema de la colonización en África, por lo que algunos conflictos surgían entre las chicas de nacionalidades involucradas.

Chayna se tomaba el asunto con bastante tranquilidad, pero cuando alguna chica francesa o británica decía algo insultante para su cultura, se desataba un debate caótico.

Kate, siendo británica, simplemente no opinaba. Ella sentía que no había colonizado a nadie, lo habían hecho sus antepasados y se sentía algo mal por la población de otros continentes que había sufrido con eso. La historia de las colonias no era algo que la enorgulleciera.

—Buenos días, niñas —saludó la maestra, entrando al salón—. Saquen sus libros en la página que quedamos el miércoles.

Se oyó en la sala cómo varias chicas se quejaban y entonces un comentario racista llegó a oídos de Kate:

—Los africanos se hacen las víctimas, no serían nada si no fuera por los colonizadores.

Lamentablemente no sólo había llegado a sus oídos, sino a los de Chayna.

—Sí, pues Francia hubiera perdido la Segunda Guerra Mundial si no hubiera sido porque Estados Unidos les salvó el trasero —atacó Chayna.

Comenzó una guerra de comentarios entre chicas africanas, latinas, europeas, anglosajonas y asiáticas. Las únicas que rara vez se entrometían en discusiones eran las que provenían de países de Oceanía, que mucho no compartían con las demás, incluso hablaban un inglés algo extraño, pues todas copiaban el acento australiano y cortaban las palabras como ellas.

—Chicas, basta —ordenó la maestra, sin alzar tanto la voz—. Todas aquí somos una comunidad y tienen que dejar de lado sus diferencias para poder crear un ambiente pacífico. No importa el color de piel, su orientación sexual o su nacionalidad, todas son parte de una minoría que alguna vez fue perseguida. Tienen que apoyarse entre todas.

Todas se quedaron en silencio, pues sabían que la maestra tenía razón.

—Entiendo que tengan distintas opiniones y está bien, pero siempre exprésense con respeto —entonces miró a la chica que había empezado la discusión—. Adrienne, ¿algo que quieras opinar?

—Nada, profesora.

—¿Y tú, Chayna?

—No, nada.

—Entonces abran sus libros y dejemos de perder más tiempo.

—Por estas razones la clase de historia de las brujas es la mejor, nadie tiene de qué quejarse —comentó en susurro Janice.

Kate y Sun Hee concordaban con ella y no sólo porque fuera una clase poco conflictiva, sino porque era increíble aprender de su pasado como brujas, aun cuando era algo sangriento y crudo.

—Oye, Kate —le habló Chayna, también en susurro—. Olvidé preguntarte ayer, irás con nosotras a ver la película esta tarde, ¿cierto?

—Claro —aseguró.

—Muy bien.

Chayna solía sentarse junto a Kate, mientras Janice se sentaba delante de ellas junto a Sun Hee. A ambas les gustaba estar juntas porque no soportaban a las personas que hablaban demasiado, así que, ellas con sus personalidades frías, duras y a veces poco comunicativas, eran la una para la otra.

Cuando la profesora comenzó a hablar, Kate decidió concentrarse, pero debía decirlo, esa no era una de sus cualidades, igual que Janice, quien en ese preciso momento revisaba sus uñas como si fuera algo interesante. A veces, Kate veía una pequeña mosca pasar y seguía su trayectoria hasta que volvía a salir por alguna de las ventanas y, a veces, Janice lo hacía con ella.

Aun cuando Kate oía lo que decía la maestra, no lo estaba procesando, sólo estaba pensado en lo que haría más tarde, antes de ir a ver la película, cuando viera la película y lo que haría al volver al internado. Ella sabía que hacer tantos planes era realmente inútil, pero al menos la divertía más que la clase de historia universal.

¡Holis!

Aquí está el primer capítulo de esta historia, el cual es principalmente introductorio, prometo que en el siguiente avanzará un poco más.

Espero que les haya gustado. ¡Besitos!

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