5; Valenttino


Caminaron hasta su hogar o mansión, como quieran llamarle, a la mitad del camino se despidieron de la pelirroja quien amenazo al rubio para que se anduviera con cuidado con Flora.

Muy santita se veía y todo la mayor, pero habían comprobado que era peligrosa, más estando Alex cerca de Yagi.

Entre las colinas visualizaron el umbral de la puerta donde ya hacia parada una sirvienta esperándolos, quien al verlos les recomendó ir directamente a sus alcobas.

–Los amos están discutiendo sobre las mejores estrategias de extracción de información.

No necesitaron más y corrieron a sus alcobas a refugiarse, la última vez que discutieron sobre eso un antitanque fue usado en la casa, seguido de un disparo del cañón del tanque mientras su tranquila abuela gritaba a todo pulmón.

“Hijo mío ¡Esto es guerra! Deshonrado , deshonrado él, ¡Deshonrada la vaca de Alice!”

En ese punto no sabían porque metían a la vaca lechera de Alice en todo eso, más no preguntaron ni salieron de sus refugios.

Los Valenttino estaban dementes.

Esa sangre, genes, ADN, dementes corrían por sus venas y en cada fibra de sus cuerpos.

Habían dos cosas que no debían cuestionar se en esa casa; la mejor manera de hacer un buen trabajo, y el alfa de la familia, quien manejaba a la familia.

Y no era nada ni nadie más que la abuela, Sonia, a primera vista parecía una anciana amable, risueña y adorable con esos vestidos que la cubrían por completo hasta los pies y dedos, su bastón de madera que le ayudaba a caminar y su peinado el cuál era un chongo con una aguja de croshe de adorno.

Que mal estaban si pensaban aquello, esa mujer de cabellera, que una vez fue rubia, de orbes verdes, era el demonio cuando se negaban hacer algo que ella ordenaba, cuando le cuestionaban o siquiera alzaban la voz tan sólo un tono más.

Ese bastón se volvía una escopeta, esa aguja una lanza, y esa frágiles manos eran capaces de ahorcar te.

Sonia Valenttino era la alfa de la familia, quien mandaba.

La respetabas porque la respetabas.

La tratabas como una dama, porque la tratabas.

–¡Mis niños a comer! – al pie de la escalera Sonia llamaba a sus nietos con todo el amor del mundo –. ¿¡Me escucharon cabrones?!

–¡Ya vamos! – Yōko ya estaba al final de la escaleras mientras Yagi se había tirado del segundo nivel para evitar un regaño

Caminaron aún con sus uniformes puestos, hasta el comedor donde estaba su tío, quien tenía varias vendas en su brazo y gasa en su mejilla.

"Dura pelea" pensaron al ver como se le dificultaba a la anciana sentarse "¡Demasiado" sus rostros perdieron color al ver que otra vez habían cambiado la mesa del comedor

–No me gustaba la anterior, era tan rústica y de pino – se excuso desinteresada Sonia dándose aire con el abanico sentada en la cabecera de la mesa

"Eso dijo los últimos doce años" pensó Yagi bebiendo agua de su copa

–Me llamaron de la institución – Yagi escupió el agua cayendo le a Yōko quien estaba frente a él, el tono que uso ella no era bueno

–Verán, yo.. – su mente estaba en blanco, podía hacerse el valiente frente a todos menos con su abuela

–Estuviste en detención ¿cierto? – Sonia movía su copa mirando el color de ese vino tinto que su hijo mayor degustaba en esos momentos nervioso por el ambiente creado –. ¿Quien te envió?

–M-madre es la cena no deberías.

–Marco Miranda Basilio Valenttino, tú te me callas – ordeno dejando de ver el contenido de su copa –. Estoy hablando con mi nieto 

El rubio mayor se encogió en su silla, tratando de desaparecer en esos momentos, su madre le llamo por su nombre completo, estaba furiosa y pobre de su sobrino.

–Rafael, fue el profesor de historia – Yōko salio al rescate de su hermano rogando al cielo piedad para él y Yagi –. Se quedo dormido en su clase, pero fue porque él le dejo un ensayo de casi cincuenta paginas sobre la cultura extrajera que debía entregar hoy.

–Y al final el muy puto no me lo calificó, osea que me desvele por nada – gruño apretando los puños olvidando controlar su vocabulario frente a la mayor  

–Oh – exclamo Sonia dejando la copa vacía en la mesa mientras sonreía

Mierda. Metió la pata al fondo, una de dos; le daba una putiza digan de un Valenttino, o se iba contra Rafael.

Rogaba y fuera lo segundo.

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