Capítulo 6 - Esperando una sorpresa
Esa noche nos fuimos a la cama sin cenar.
Porque lo que necesitábamos de verdad, era una buena cura de sueño.
En algún momento de la mañana siguiente, me desperté al escuchar como Óscar me llamaba. Abrí un ojo y la luz que entraba a través de la persiana me cegó. Debía de ser casi mediodía.
Buscando evitar la ventana me giré y pude ver el perfil de mi hermano, aunque miraba hacia el otro lado. Qué raro.
Me senté en el borde de la cama y cuando me escuchó moverme, se dio la vuelta.
—¡Hombre! Se levantó «la bella durmiente» —dijo incorporándose—. Llevo un buen rato despierto y empezaba a aburrirme. Estaba ya pensando en llamarte.
—¿Pensando? ¡No lo has pensado! Me acabas de llamar hace un segundo —repliqué.
—¿Yo? Me parece que todavía estabas soñando, chaval —respondió—. Yo no he dicho nada.
—¿Cómo que no has dicho nada...? ¿Seguro...? Pues sería un sueño —añadí sin esperar respuesta—. Pero me ha sonado tan real...
Óscar salió de la cama y se acercó hasta la ventana.
—¡Ahh! Por lo visto, mamá nos ha dejado dormir —dijo mientras se estiraba—. Creo que será casi la hora de comer. ¡Tengo un hambre!
Después de decir esto, se quitó el pijama y se vistió a trompicones mientras salía por la puerta del dormitorio, y pude escuchar los dos saltos que a veces daba para bajar las escaleras seguidos del grito de nuestra madre.
—¡¡¡Óscaaar!!! ¡Que no bajes las escaleras saltando! —chilló desde su despacho.
Es que este hermano mío no acababa de espabilar.
Me vestí sin acabar de desperezarme del todo y mientras bajaba a la cocina, mis tripas rugieron como un oso cabreado. Pues sí que debía ser tarde.
Cuando entré en el comedor, Óscar ya estaba atacando el frigorífico.
Y justo en ese momento, mamá y Sara-Li aparecieron a mi espalda y asomaron la cabeza por la puerta.
—¡Acordaos de que os toca a vosotros poner la mesa esta semana! —dijo nuestra hermana con tonillo.
—Yo tengo todavía para un ratito trabajando —dejó caer nuestra madre— y papá llega en media hora. Por cierto, ha dicho que tenía una sorpresa para vosotros —añadió mientras desaparecía de nuevo por la puerta—. ¡Ah! Y ni se os ocurra tocar el frigorífico, que es casi la una y luego no coméis nada —gritó desde el despacho, dando el asunto por zanjado.
Óscar cerró la puerta del frigo, fastidiado por no haber sido más rápido. No sé si la espera se nos hizo larga por el hambre, por la sorpresa o por todo junto, pero cuando nuestro padre entró por la puerta, parecía que llevábamos esperando medio año.
Al menos, habíamos aprovechado el tiempo para poner la mesa y, en cuanto llegó, nos sentamos a comer. Óscar se puso a engullir y durante un rato fue como si no estuviera, pero yo estaba ansioso porque sabía que cuando nuestro padre hablaba de una sorpresa, solía ser algo interesante de verdad.
—Papá..., mamá ha dicho que tenías una sorpresa para nosotros —solté sin esperar más.
—Bueno... sorpresa, lo que se dice sorpresa... No sé yo... —bromeó, haciéndose de rogar.
Óscar terminó de tragar lo que quedaba en su plato y me echó una mano, sumándose a la petición, y hasta Sara-Li se unió al coro de reclamaciones para que hablara.
Al final, mamá le dio un codazo para que no revolucionara más la mesa y nuestro padre arrancó:
—Veréis... No sé si os lo había contado alguna vez, pero de joven siempre me gustó la astronomía y hace años, antes de que vosotros nacierais —dijo mirándonos a Óscar y a mí— estuve asociado a un club local de astrónomos aficionados y nos juntábamos de vez en cuando para hacer salidas nocturnas a contemplar el cielo.
—¿Astronomía? —preguntó Óscar—. ¿Estrellas y todo eso?
—Bueno, es mucho más que mirar estrellas, pero dejadme terminar. En aquel momento, el presidente del club era un profesor de origen ruso que daba clases en la universidad. Se llamaba Sergey Antonov, aunque todos le llamábamos Sergio —prosiguió.
—¿Antonov? ¿Como el avión ese enorme que vimos en un video? —pregunté yo.
—Eso es. Hacía años que no sabía del club, pero he buscado en Internet y sigue existiendo, y Sergio sigue siendo el presidente —Aquí hizo una pausa para darle un poco de dramatismo al tema. ¡Por favor, qué teatrero era para contar historias!
—¡Papá, termina de contarlo de una vez! —protestó Óscar.
—Vale, vale. Ya termino. Sergio y yo éramos buenos amigos aunque, después de dejar el club, perdimos el contacto. Pero hoy he hablado con él, y cuando le he contado lo que os pasó el domingo, de inmediato me ha invitado a que vayamos a su despacho en la universidad. Quiere que se lo contéis en persona —dijo recostándose en la silla.
—¿Ir a la universidad? ¿Nosotros? —preguntó Óscar.
—Sí. He quedado con él esta misma tarde. En cuanto salga de la tienda, paso a buscaros —añadió—. Sergio es todo un personaje. Os va a encantar. Vais a conocer al mejor cazador de meteoritos del país.
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