【 capítulo único 】



Tres sombras se deslizaban por el pasillo central de la Casa Blanca. Porque eran eso, sombras espectrales, en medio de la oscuridad rota solamente por un halo de luna que se colaba a través de las ventanas. La tiniebla era su aliada. En silencio recorrieron la mayor parte del corredor de la primera planta.

—Tenemos que ir al ala oeste —musitó una de las figuras.

—Estamos yendo al ala oeste —replicó otra, cuya voz baja pareció reverberar en el silencio.

—Te recuerdo que antes casi nos metemos en el Capitolio y no en la Casa Blanca —murmuró el tercero, de forma casi inaudible.

—Pero ahora sé perfectamente dónde estamos, que la planta baja de la mansión se conecta con el ala este y oeste en sus respectivas primeras plantas, y dónde queda exactamente cada cosa. No me he estudiado un plano para nada.

—No sé a quién se le ocurrió hacer una cosa tan grande. Los americanos están locos.

—Al arquitecto Hoban. Aunque en realidad fue culpa de los presidentes, y en concreto de Jefferson, que le dio por hacer ampliaciones. La grandeza americana.

—Cuatro pisos y un huevo de área construida.

—Exactamente 5109.65 metros cuadrados. Seis plantas, ciento treinta y dos habitaciones.

—Calláos —asestó la tercera voz.

Se acercaban pasos. Habían estudiado los turnos de los guardias, que se quedaban en ciertos puntos estratégicos de la casa presidencial, así como habían estudiado los sistemas de seguridad. Pero tendrían que haber contado con que alguno de los guardias se moviera, caminando o haciendo una ronda precisamente por el lugar en el que estaban ellos en ese preciso momento.

Las tres figuras desaparecieron. El guardia, si es que lo era, anduvo por el pasillo y sus pasos se perdieron paulatinamente en la lejanía.

—Una cosa más que tachar de mi lista: hacerme invisible tras las cortinas de la casa blanca —murmuró uno de ellos, volviendo a aparecer cuando ya nada se escuchaba.

En la primera y la segunda planta del ala oeste se encontraban todas las oficinas del personal cercano al presidente, y allí se manejaban todos los asuntos de estado. Llegaron exactamente al lugar que les interesaba, pisando sin hacer ruido, caminando sin apenas mover el aire, sorteando los obstáculos, hasta la oficina del presidente de los Estados Unidos de América. Un lugar donde, sin duda, había cosas que movían el mundo.

—Bien, aquí lo tenemos —dijo una de las voces—. Encontrarlos, cambiarlos y desaparecer sin dejar rastro.

Sacó una carpeta con documentos de debajo de la capa negra, echándoles un último vistazo en la oscuridad. Otros papeles, prácticamente idénticos, fueron sustraídos de la oficina oficial, siendo sustituidos por esos mismos que ellos traían. Documentos importantes, cuestiones mundiales que dependían de ellos, verdades y mentiras, manejos públicos y privados, secretos ocultos e hilos enredados. Lo dejaron todo como estaba, en apariencia.

Uno de ellos se sentó en la silla tras el escritorio, arrellanándose muy plenamente.

—Así que esto se siente al ser el presidente de una de las mayores potencias mundiales. Interesante.

—Qué poca seriedad tienes. A ver, déjame probar —dijo otra, procediendo a sentarse encima sin dejarle tiempo de levantarse. Probando así también cómo era estar sentado en la oficina del jefe de estado.

Entonces una alarma comenzó a sonar. Un sonido insistente, de patrón repetitivo, con una vibración que penetraba los tímpanos y llegaba hasta los huesos, se dejó oír en la sala durante unos segundos interminables, eternos, en los que ellos tres quedaron petrificados como estatuas. Hasta que uno de ellos se dio cuenta de lo que era, sacando a toda prisa el viejo Nokia de sus bolsillos y descolgando la llamada entre maldiciones.

—¿Sí? —susurró, letal, como el siseo de una serpiente.

Sus compañeros podían escuchar perfectamente la conversación sin necesidad de que estuviera en altavoz, gracias a su finísimo oído. Por el cual también sabían que nadie se acercaba a la oficina en la que estaban. Llamada de Guatemala, centro de rescate y recuperación...

Colgó el teléfono, remendado con cinta adhesiva, tras la breve conversación y, mirando a sus compañeros con ojos relampagueantes, dijo:

—Slowbie ya sabe caminar.

—Nos vamos a Guatemala.

Aquella noche tres sombras abandonaron la Casa Blanca, residencia presidencial en Pennsylvania Avenue, Washington DC, de la misma forma que habían entrado en ella; silenciosas y sin ser vistas. La luna bañó sus caras con suaves rayos de plata que jugaban a hacer mil sombras y reflejos, revelando así quiénes eran ellos, enfundados en capas oscuras y caminando por los jardines.

De rostro pálido a la luz lunar y el cabello más negro que la noche de los infiernos, liso como el filo de un cuchillo, ojos rasgados, de mirada penetrante y letal, que jamás revelaban lo que cruzaba por su mente; Nosliratu, la primera de ellos. La segunda, caminando rápido y apenas haciendo ruido con sus botas en el césped, no se parecía en nada físicamente a la primera y sin embargo, eran casi almas gemelas. El pelo castaño, muy corto; los ojos como abismos fascinadores; luces y sombras en sí misma. Inestrigoi. Y, entre ambas, el mayor de los tres. Era otro demonio encarnado en un chico de pelo negro caótico y ojos de mil brillos distintos, verdes como lagunas, y con cara de no haber dormido en varios días. Su nombre era Dralkuvar.

De vez en cuando, cruzaban miradas en la oscuridad.

***

Guatemala les daba la bienvenida con mucho sol y un ambiente denso y caluroso, cargado de mil aromas. Dos figuras femeninas y una masculina, aunque bien podían confundirse, bajaron del taxi pisando simultáneamente el asfalto con las botas. Las oscuras gafas de aviador que llevaban les ocultaban los ojos, mitigando la fuerza de la luz solar. Sus vestimentas se componían de cazadoras de cuero o vaqueras así como sus pantalones, en conjuntos fabulosos con aire de estrellas de rock. Llegaban pisando fuerte al combate, envueltos en un halo de poderío superior y magistral que se percibía a metros de distancia. Seguridad regia en la forma en que se paraban los tres juntos a contemplar los alrededores, en cómo se movían y andaban.

Llegaron al centro de rescate y recuperación de perezosos guatemalteco, que abrió sus puertas para ellos. Allí estaba la cría de perezoso que habían adoptado, entre todas las demás de las instalaciones con el mismo plan. Habían venido a ver a su pequeño ahijado, el cual ya cumplía la edad de aprender a escalar, trepar y caminar.

Un bebé perezoso de varios meses, que estaba con otros dos de su misma especie y edad, fue señalado por la mujer que los había traído hasta allí, una joven guatemalteca que trabajaba en el centro.

Los tres miraron con ternura la pequeña criatura que tenían delante, y el aire regio de matar con la mirada que llevaban siempre fue derretido al instante.

—Aww, míralo.

—Cosiita.

El pequeño Slowbie jugaba, abrazándose a los peluches que tenían o a sus otros compañeros, y emitía un sonido de llamada como el de un cabritillo, pequeño y adorable.

—Dioooos, lo amoo —exclamó Dralkuvar, expresando el sentir de los tres, al borde del colapso por ternura.

—Es tan ashgdshd —Inestrigoi añadió ese sentimiento por el perezoso.

—Cosita chiquitina precioosa.

Estuvieron con él, acariciaron su pelaje suavecito, lo ayudaron y observaron trepar por las estructuras que tenían a tal fin, en las que los pequeños perezosos aprendían a colgarse y moverse como por las ramas de los árboles, con lentitud y confusión, haciendo sus ruiditos de cría.

Aquel perezoso de dos dedos que habían adoptado entre todos los del centro era una cría que había sido abandonada por su madre, por haber nacido gemelos y no poder criar a más de uno. El bebé había terminado en el refugio, donde los cuidaban y recuperaban.

—¡Mira los colmillos que tiene ya! —dijo Inestrigoi con cierto orgullo, observando los cuatro pequeños colmillos que le crecían, detrás de ese hociquito tierno e inofensivo.

—Justo como sus padrinos —sonrió Nosliratu. Las dos dejaron ver sus dientes ligeramente afilados en una blanca sonrisa.

La tarde se hizo eterna, pues no se cansaban de observar al animal. Podrían haber estado con él siglos, sin exagerar, pero el centro cerraba sus puertas hasta el día siguiente. Salieron a la calle con su aura de poderío cuando las sombras empezaban a extenderse por la tierra, contentos de ver la criaturita que tenían adoptada y dispuestos a explorar las calles de la ciudad.

—La noche es joven, chicos.

—Y la sed eterna.

—¿Unas cervecitas?

—Y lo que surja.

Tugurios suburbiales y callejeros de cualquier lugar perdido del mundo eran siempre su sitio favorito, y sintiéndose en un ambiente perfectamente familiar entraron en un antro donde se respiraban muchas cosas en el aire. Las rondas de bebidas fuertes se sucedieron una detrás de otra, en una barra de madera mugrienta que no se había limpiado desde los años de Pizarro. La atmósfera se fue caldeando.

—Lo caliente que estoy.

—Inestri, tú siempre estás caliente —Nosliratu dibujó una sonrisa ladeada en sus labios.

—Unos ratos más que otros —replicó su compañera, con una mirada juguetona escurriéndose por sus ojos.

—Eso —dijo Dralkuvar entre un trago y otro—, lo puedo confirmar.

Humo y alcohol, música y conversaciones, humanidad metida en el mismo tugurio, la bebida circulando por su sistema, la noche avanzando. Y cuando más de noche era, más despiertos estaban. Sus ojos ya tenían un brillo inusual, las pupilas dilatadas. Los labios húmedos. El calor en sus cuerpos.

Se escucharon cristales estrellarse y un quejido de dolor; el vaso que estaba limpiando el camarero se habían roto, haciéndole un corte del que ahora manaba un hilo de sangre.

Una corriente eléctrica recorrió a Nosliratu, Dralkuvar e Inestrigoi. Sus sentidos se agudizaron al instante, oliendo la sangre a distancia; el iris de sus ojos se tiñó con un reflejo rojizo alrededor de las pupilas negras. Nervios en tensión, la mirada de un depredador en trance. Sintiendo tantas cosas a la vez e intentando contenerse a una fuerza superior. Nosliratu abrió la boca, como si le faltase el aire. Colmillos relucientes a la luz. Inestrigoi se mordía el labio, hasta sentir el sabor de su propia sangre en la punta de la lengua. Dralkuvar tenía los brazos apoyados en la mesa, tensos, a punto de levantarse de la silla. Inestrigoi, a su lado, le puso una mano en el hombro intentando retenerlo. Nosliratu cogió un vaso pequeño y se lo bebió de un trago, sin pararse a estudiar qué tipo de bebida contenía; cuanto más fuerte fuera mejor. Poco a poco intentaron calmar sus pulsaciones; pero el fuego seguía encendido. Sus miradas se movieron, del punto donde había sangre al cuello de sus compañeros, para luego mirarse entre ellos. La tensión seguía, cambiando miradas entre los tres, de sus ojos a su piel.

—No podemos —susurró Nosliratu, con la voz ronca.

Inestrigoi cerró los ojos un segundo, respirando hondo.

—Joder —Se levantó de la silla, saliendo rápido de la habitación. Tras un momento, Dralkuvar la siguió, saliendo por la misma puerta en busca de aire fresco.

—Joder —repitió Nosliratu, quedando sola frente a la copa que había dejado el otro. Decidió bebérsela por él.

Cuando al cabo de un rato imitó a sus amigos, saliendo del antro, estos se separaban de la pared en el momento en que abrió la puerta. Los tres se miraron un segundo.

—El camarero ha salido —dijo Nosliratu.

—No deberíamos... —titubeó Dralkuvar.

—No, no deberíamos... —coincidió Inestrigoi; sus ojos se fijaron en un punto más allá de la esquina, donde el camarero fumaba parado en la puerta trasera. La brasa del cigarrillo brillaba roja en la oscuridad. Y los ojos de los tres brillaron, también rojos, en la misma tiniebla nocturna.

—Tú primero, amor —murmuró Inestrigoi al lado de Nosliratu. La de cabellos azabache se adelantó, caminando segura en la oscuridad y llegando a su objetivo. Se cruzaron palabras, casuales, breve pero directa seducción en la noche. Terminando con el camarero entre ella y la pared.

Cuando volvió, tenía los labios húmedos de rojo y los ojos más brillantes que nunca.

—Todo vuestro —susurró.

Los otros dos fueron juntos. El chico guatemalteco se sumió en un especie de nube, sintiendo sus lenguas recorrerle la piel, sintiendo sus labios en el cuello, y en la mano donde tenía el corte con sangre aún fresca. Despertaría al día siguiente sin saber nada de aquello.

Se contuvieron; fueron discretos. Lo suficiente para temblar de deseo y sentir la miel en los labios, aplacando el fuego que ardía. La sed de sangre.

Abandonaron aquel antro en medio de la noche, borrachos no solo de alcohol, sino de algo más. Terminando lo que habían empezado en algún hostal barato, donde se alojarían los próximos días.

Por la mañana dormían profundamente en la destartalada cama. A medio día, seguían durmiendo. A media tarde una alarma, proveniente del viejo Nokia remendado con cinta adhesiva, empezó a sonar hasta despertarlos. De muy mala hostia.

—¡Las iras de todos los infiernos caigan sobre ese ruido endemoniado! —fue el grito que se escuchó, desde el montón bajo las sábanas.

Entre gruñidos los tres se levantaron, pareciendo más que nunca muertos vivos. Las sombras alrededor de los ojos acompañaban miradas hastiadas de cansancio.

—Demasiada luz —se quejó Dralkuvar, saliendo de la cama sin camiseta y con el pelo caótico.

Bajaron las persianas, dejando entrar menos luz solar, mientras se hacían personas. Inestrigoi buscaba qué ponerse entre la poca ropa que tenían, Nosliratu volvía a tirarse en el colchón y Dralkuvar se dirigía al baño.

—Vamos a ver al chiqui Slowbie —dijo Inestrigoi, poniéndose unos pantalones negros y una camiseta blanca, muy de tirantes y muy estrecha; como siempre, sin sujetador—. Liratuu, movimiento. Venga, vamos.

Se calzó las botas apoyando los pies en la destartalada mesita de noche, a la vez que Dralkuvar salía del baño ya listo y perfecto. Cuando Nosliratu estuvo con ellos, salieron del hostal de mala muerte hacia el centro de rescate de perezosos. Su ahijado estaba con los demás, colgándose de la estructura de palos. Jugaron con él, se abrazó a ellos uno por uno, lo acariciaron, lo miraron, estuvo escalando lentamente, todo muy lentamente, incluso le dieron de comer, y murieron de ternura con sus ruiditos de bebé, haciéndole fotos a miles sin cansarse.

Disfrutaron de aquella visita, del viaje imprevisto habiendo salido deprisa y corriendo hacia Guatemala para ir al centro de rescate de perezosos y la estancia allí, viendo al bebé que tenían apadrinaron. Pasaron todo el tiempo que pudieron con Slowbie, y otros ratos de callejeos nocturnos, antros y diversión.

Y llegó el fin de su breve estancia por aquellas tierras. Habiéndose despedido de Slowbie y del centro de perezosos, salieron del cutre hostal donde habían estado durmiendo, listos para comerse el mundo.

—¿A dónde vamos ahora? —preguntó Nosliratu.

Dralkuvar sonrió, dirigiéndoles a ambas una sonrisa sugerente.

—Oh, sí —asintió Inestrigoi.

—A comernos el mundo.

***

La noche era clara y salieron a hacerla suya. La luna parecía brillar allí más que en ninguna otra ciudad del mundo, sin poder resistirse a hacer juegos de sombras y luces sobre las aguas del Tíber. Las luces de la ciudad atraían irremisiblemente, inspirando el deseo de perderse toda la noche por las calles, recorrer el Trastévere y colarse en sitios prohibidos.

—Ah, la piú bella dil mundo —murmuró Inestrigoi, observándolo todo—. Siempre sienta bien pisar suelo romano.

—Vamos nenas, tenemos cosas que hacer —animó Dralkuvar.

Caminando como figuras errantes, llegaron ante el centro mundial de la Iglesia católica.

—La piazza di San Pietro —musitó la chica, sonriendo ante la visión.

La inmensidad de la plaza, su composición que te hacía sentir a gusto en el lugar, sin una pizca de desangelación, pero sí de sobrecogimiento. Haciendo que la vista se fugase directa hacia la Basílica, la más grande del mundo, la más poderosa, la más bella. La belleza arquitectónica y artística era algo evidente allí, pero no habían venido simplemente por admirar como turistas. Mucho menos habían venido en una visita religiosa de devoción sacrosanta; sino más bien lo contrario.

—Nos vaamos a divertiir —canturreó Nosliratu.

Tenían la Basílica de San Pedro, Iglesia del Vaticano y del mundo entero, para ellos solos en aquella noche.

—Estamos pisando suelo consagrado, ¡oh no!

—Según el folclore no podemos hacerlo.

—Según el folclore tendría que tener un castillazo para mí sola, y ojalá. Pero somos vampiros yeyés.

Inestrigoi se subió al centro magno de Dios como si fuera el cura supremo, y abriendo los brazos empezó a decir:

—¡Hermanos! ¡Aquí se predica la palabra de Dios! Pues bien, ¿dónde está la palabra de Dios? ¡Que hable ahora, o calle para siempre!

Solo el eco de su voz respondió, hasta perderse en la inmensidad. Dejó escapar una risa entre dientes.

—Ya habéis oído.

—¡Falacias y más falacias, es lo que predican los curas! ¡Mantener al ganado bebiendo de la misma fuente, una fuente con falsos reflejos dorados y promesas vanas!

—Seh, ¡sed generosos y dad a los pobres! ¡La avaricia es mala, las riquezas son malas! Oh, vaya, ¿y por qué el clero, las iglesias, los curitas y el papa son los que más oro tienen del mundo entero? ¿Acaso a Dios le hace falta ese oro? ¡Ja! Estoy seguro de que los del Vaticano no están durmiendo en un colchón en el suelo, y que mañana van a tener buenas cosas con que llenar el buche. Solo con las riquezas de una sola Iglesia del Vaticano se podría acabar con el hambre en el mundo entero. Y ahí los tenéis, rezando.

—Sed puros y castos como corderitos, se os recompensará en el cielo con otra vida entre nubes tocando el arpa —se burló la otra.

—¡Ahí les den! ¡Hay mucha vida en este puto mundo para desperdiciarla! ¡A follar, a beber, a comer, a holgazanear, a hacer lo que nos salga del nabo, a reír y a blasfemar!

—¡Vamoh!

—La Iglesia es una farsa.

Nosliratu había estado limpiándose las uñas distraídamente con la navaja de diez centímetros, tirada en los bancos y con las botas negras militares subidas al respaldo, mientras Inestrigoi seguía subida allí arriba, durante el discurso de los tres en aquella inmensa basílica.

—Fucken Vaticanen.

—¿Que te folle en el Vaticano dices? —respondió el otro.

Inestrigoi empezó a reírse, intentando taparse la boca para no crear mil ecos.

—Sí claro.

—Bueno, mientras vosotros os lo montáis yo tengo algo importante que hacer —declaró Nosliratu levantándose muy segura.

—¿No te unes a nosotros... aquí debajo de esta preciosa cúpula...?

—Ante los ojos del Señor.

Y aquí dejaremos la escena en el aire, pasando al siguiente episodio.

—Me estoy meando —declaró Nosliratu, tras un buen rato de estar simplemente tirados en el suelo.

—Pues ahora que lo dices... sí.

De alguna forma, sus tres miradas confluyeron en la pila bautismal. Lo siguiente fue verlos bajándose los pantalones y meando exactamente en la pila bautismal. Se mearon literalmente en la Iglesia, se mearon en nombre de Satanás y se rieron sin sentido durante un cuarto de hora.

—Agua bendita, dicen. Sí, bendita.

—Calla que me meo —dijo la otra partiéndose de risa.

—Imbécil acabamos de mear —replicó, estallando en carcajadas.

—Basta no puedo, no respiro.

Estuvieron convulsionando varios minutos más, intentando contener una risa imposible de contener, hasta que las lágrimas se les escaparon de los ojos y les dolió todo el cuerpo. Aunque quizá no les dolía solo de reírse.

—¡Tío! ¡Nos hemos meado en la pila bautismal en el Vaticano! —soltó Inestrigoi cuando habían conseguido dejar de reír. Y volvieron las risotadas, que ya no podían acallar, haciendo eco en la inmensidad de la catedral, iglesia, basílica o lo que fuera.

—Ahora sí, tengo algo importantísimo que hacer —dijo Nosliratu, echando a andar muy segura y sacando del bolsillo un rotulador permanente.

Dralkuvar e Inestrigoi la observaron, entre curiosos y divertidos, terminando por darse cuenta de las intenciones que tenía cuando llegó frente a una pintura que representaba a la Santísima Virgen María. Se aplicó en su tarea rotulador en mano, con gesto muy meticuloso y concentrado.

Al terminar dio un paso atrás, como artista que evalúa con ojo crítico la pincelada aplicada, y entonces los tres contemplaron el fastuoso, grotesco y tremendo mostacho que le había sido dibujado a la Virgen María, quedándole altamente favorecedor. Nosliratu juzgó que su obra era aceptable, pues se dio la vuelta para reunirse con los otros dos, quienes ya estaban riéndose sin medida de la imagen.

—Espero que no fuera de Miguel Ángel —comentó Inestrigoi sarcástica, limpiándose los ojos de lágrimas.

—Es divina, y más que nunca —añadió Dralkuvar sin dejar de reír.

—Eso, ¡apreciad mi gran obra! —Nosliratu abrió los brazos hacia la virgen, que los miraba con su mostacho.

—¡Te ha quedado genial, en serio! Es perfecta —corroboró Inestrigoi—. A los miguelesángeles les faltaba ese toque artístico de rebeldía.

—Sublime —confirmó el otro.

La chica de los cabellos color noche sonrió. Aunque estaban envueltos en la penumbra, su aguzado sentido de la vista les permitía ver con claridad gatuna.

—Bien, ¿ahora qué?

—Ahora avanti, que hay mucho Vaticano y mucha noche por delante.

—Doing something unholy... —canturreó Inestrigoi.

Tenían mucho Vaticano y mucha noche por delante. Tres vampiros sueltos en la oscuridad, abriendo caminos secretos, descubriendo pasadizos ocultos, atravesando lo que otros no atraviesan y viendo más allá de todo, terminaron recorriendo túneles subterráneos que los llevaron ni más ni menos que a las residencias papales.

—Chicas... —Dralkuvar se giró en la oscuridad para mirarlas—. Si seguimos por aquí vamos a terminar ante su santidad el muy Santo Papa.

—Vamos a ver a la patata, venga, tira —arreó Nosliratu.

La habitación personal del Papa es algo que muy pocos mortales, o inmortales, han visto. Y ellos tres consiguieron, de alguna forma, colarse allí siendo sombras. En la cama, su santidad dormía plácidamente ajeno a la situación en la que estaba; tres sombras se levantaban a los pies de su lecho, fantasmales.

—Ew, yo no me acerco. Los viejos durmiendo dan mal rollo, y si además es santificado peor —dijo Inestrigoi.

—¿Sangre de Papa...?

—¿No querrás beber su sangre, estás loco?

—¡Por supuesto que no! Está santificada, egh —replicó Dralkuvar—. Pero seguro que se vende cara.

—Esto apesta a cura —dijo Nosliratu.

—Con tal de que no toquemos algo consagrado... —comentó Inestrigoi.

—¡Uh, mira esto! —exclamó Nosliratu, enseñándoles una copa.

—¿De dónde la has sacado? —Dralkuvar la observó. Tenía pinta de reliquia, más antigua que la palabra de la Biblia; un cáliz delicado.

—De por ahí —Nosliratu se encogió de hombros, metiéndosela en los bolsillos.

—Lir, Lir, dame tu rotulador —pidió Inestrigoi. La nombrada se lo tendió, sin preguntar qué diablos iba a hacer con él.

La chica del pelo corto se acercó a la pared y, en medio de la oscuridad, se puso a escribir algo en letras grandes y trazo grueso. Los otros dos que la observaban pudieron leerlo perfectamente:

LA PATATA.

Había tanto significado detrás de aquello. La Patata, escrito en la pared de la habitación del Papa, ¡una papa! No solo era un chiste y una broma o un juego de palabras, también una firma, un distintivo y un gesto de rebeldía. La patata, nombre extraoficial en clave para una asociación secreta llamada Apta, con cuyas letras se formaba tal palabra. Ellos eran la cabeza de tal organización. La patata, un fruto infravalorado. Patatoides, siendo en sí mismas su propia forma sin atenerse a ninguna ley. La patata no se puede poseer; es un fruto de la madre naturaleza; la patata cree en ti aunque tú no creas en ella. «La patata esté contigo», decían.

Dralkuvar la miró emocionado.

Habían firmado en la habitación del Papa. Habían meado en la pila bautismal de la iglesia. Habían sustraído un cáliz sagrado, que no era otro que el Santo Grial que el Papa guardaba en secreto. Solo les faltaba irse a la Capilla Sixtina y montar una orgía bajo las pinturas de Miguel Ángel.

Salieron de allí rápidamente, huyendo del aire cargado de olor a cura y santidad al que eran alérgicos.

Recorrieron en medio de la oscuridad nocturna los Museos Vaticanos, todas las obras de arte allí celosamente guardadas, pinturas, estatuas, reliquias; se colaron como sombras que eran en los sitios más prohibidos. Los archivos secretos del Vaticano, la biblioteca. Una biblioteca llena de reliquias mantenidas en secreto. Y todo eso fue suyo aquella noche en la que pudieron hacer lo que quisieron. Terminaron por salir otra vez al exterior en el patio de la piña.

—¡Basta de trabajo! —gritó Inestrigoi—. Es momento de divertirnos un poco, ¿no? Roma se abre ante nosotros como una flor esperando a ser libada por las abejas.

—Eso es muy pornográfico —murmuró Dralkuvar—. ¡Pero estoy de acuerdo, vamos!

Roma, la bella Rome. La ciudad de las ruinas y las catacumbas, de Rómulo y Remo, una capital histórica, con cientos de historias en sus calles y mucha más Historia. Pero dejando atrás emperadores romanos, era una ciudad para pasear, recorrer sus calles en Vespa, comer pasta y pizza en una Tavola Calda y admirar sus monumentos.

La noche avanzaba y no quedaba mucho tiempo hasta la hora en la que comenzaría a alborear.

—Tengo hambre —gruñó Inestrigoi, con esa mirada fija que ponía a veces.

—¿De pizza o de sangre? —preguntó Dralkuvar.

—De las dos.

—Venga, si nos damos prisa igual pillamos un sitio de estos de mala muerte que no cierran en toda la noche para los borrachos desfasados que van a por pizza —apremió Nosliratu.

Encontraron una pizzería, de esas empotradas en una esquina, con las luces encendidas. No sabían si estaban abriendo, preparando las pizzas que servirían por el día, o no habían cerrado, pero les daba igual con tal de que tuvieran algo que servirles. Y así fue, chapurreando italiano, como terminaron con sus cortes de pizza auténticamente romana, de agarrar y comer de pie.

—Mmmhh —gimió Inestrigoi al primer bocado, alzando los ojos al cielo como la más devota de las monjas ante la virgen, apreciando aquella obra maestra que los italianos habían dado al mundo.

—Ni que te estuviera chupando el cuello para gemir así —dijo Dralkuvar.

—Cuando quieras me lo chupas —replicó ella. Ganándose una mirada que decía sí a todo.

Nosliratu se tapaba la boca con la mano, riéndose.

—Oh mamma mamma mia, ah, ah, ah.

Comieron la pizza, o más bien la devoraron, mientras deambulaban por las calles romanas, desiertas a aquellas horas. Algún local todavía abierto daba luz, vida y humanidad en donde estuviera, mientras que otras calles solo eran cruzadas por un gato que iba de un patio a otro. En una de esas vieron un grupo de jóvenes que se despedía, después de pasar la noche de fiesta por ahí, separándose y yendo cada uno a su casa. Los tres lo vieron, los tres lo siguieron con la mirada, parados detrás de una esquina mientras el chico caminaba alejándose solo por la calle. Inconscientemente, se relamieron los labios con la lengua húmeda. Se miraron entre ellos, entendiéndose sin necesidad de palabras. Sus ojos brillaron.

Comenzaron a seguirlo en silencio; muy en silencio. Era un chico de unos veinte años, pelo castaño largo, líneas bien definidas del rostro. Un italiano buenísimo, en definitiva.

—Mammamia —murmuró por lo bajo Inestrigoi.

—Es nuestro. Vamos —dijo Nosliratu.

—A este lo quiero en una cama.

—Pues vas a tener que apañarte con la pared.

Un callejón oscuro era el lugar perfecto, y el chico se adelantó allí sin saber que era seguido por tres criaturas de la noche. Se volvieron a mirar entre ellos, decidiendo quién atacaría primero.

—Go, little bat girl —Sonrió Dralkuvar.

Inestrigoi sonrió a su vez. Una sonrisa que en la oscuridad parecía casi macabra. Se adelantó, haciendo que sus botas resonaran en la acera de la calle levemente; su sombra se confundió con las mil sombras del callejón; apenas se podía distinguir su silueta o acaso el contorno de su cara, el pelo corto, los ojos rodeados de negro y el iris, normalmente castaño, tiñéndose de rojo. Eso fue lo que vio el chico al darse la vuelta. Y quizá podría haber pensado que era una chica guapa o algo así, pero no le dio mucho tiempo, porque lo siguiente fue estar acorralado contra la pared y sentir unos labios contra los suyos, besándolo, mordiéndole suavemente y jugando con la lengua húmeda. Sumiéndolo en una parálisis, como si fuera una droga soporífera. En algún momento, en vez de una sombra fueron tres. Y sintió esos labios mojados en el cuello, la respiración agitada contra su piel, el beso cargado de deseo y la mordida. Mordiéndole el cuello de una forma casi erótica, pasando de ser suave a salvaje, hambrienta, atravesando la piel con esos colmillos perfectos, haciendo que la sangre se derramara, caliente, palpitante, roja, brillante, tan llena de vida. Volviéndolos locos. Gemidos ahogados contra la piel, saboreando la sangre que les inundaba el paladar y los elevaba al cielo.

Creando una orgía macabra de sangre, tres vampiros alimentándose de su víctima en un callejón oscuro, la sensación orgásmica de deseo incendiario. El líquido rojo de la vida en sus labios, pasando de uno a otro.

Es innecesario describir con más detalles la escena. Cuando terminaron de satisfacerse, el chico yacía en el suelo, sin saber si despertaría. Abandonaron el callejón tres sombras empoderadas, tres figuras divinas y demoníacas al mismo tiempo, con los ojos más rojos que nunca, el fuego encendido dentro de ellos, y el sabor de la sangre aún en sus labios encarnados.

Cansados tras una muy intensa jornada y satisfechos en su totalidad, se tiraron en la cama king size de la suite nupcial de un hotel de cinco estrellas que no iban a pagar.

—¿Satisfechas por la jornada? —preguntó Dralkuvar.

—Muy satisfechas —respondieron las otras dos.

—Ah, Italia siempre tiene tanto que ofrecer —suspiró Inestrigoi quitándose las botas y dejándose caer entre Nosliratu y Dralkuvar.

—Tanto que sigo encendido.

—Seguimos.

—Y ya va siendo hora de volver a casita después de tanto trabajo.

***

Era un piso cualquiera en un lugar cualquiera de una cierta ciudad. Piso compartido por tres personas un tanto fuera de lo común, porque eran de todo, menos normales. Aparte de hemoadictos, criaturas sobrenaturales y ayudantes de Lucifer, a ratos hacían de otras cosas, como artistas bohemios y escritores. A veces, escribían en revistas y en blogs, se dedicaban a cuidar las plantas de las cuales la terraza estaba absolutamente llena, a visitar refugios de gatitos y perritos, y a ir al cine y a la playa. Y a dormir.

—No sé a quién se le ocurrió eso de que los vampiros tenían que dormir en un ataúd ¿con tierra de su lugar natal? Ni en coña me acuesto en una caja con pedruscos de Cuenca —monologueó Inestrigoi, saliendo de la habitación después de una buena siesta; lo cual se deducía por lo despeinado de su pelo, la mirada cargada y somnolienta, y la camiseta que usaba como pijama—. Si es un ataúd acolchado, ah, entonces sí me encantaría dormir ahí. Pero donde se ponga un buen colchón con muchas almohadas...

—Y conmigo al lado... —añadió Dralkuvar desde la cocina.

—...O conmigo encima... —aportó Nosliratu sonriendo y haciéndole hueco a Inestrigoi en el sofá, donde esta se sentó a ver lo que diablos estuviera viendo en la televisión.

—¿Qué diablos es esto?

—Una serie. La tipa esa que tiene malas pulgas está celosa de la rubia, pero el tío buenorro no tiene ni una sola neurona en pie. Y la tía de la rubia es una arpía que piensa casarla con él por el dinero, pero la primera tipa estaba de antes. Y luego saldrá algún chanchullo sobre el negocio familiar, que te digo yo que tiene que haber mafia —explicó Nosliratu. Inestrigoi siempre pasaba olímpicamente de ver esas cosas, porque escuchar a Nosliratu contárselas era mucho mejor.

Desde la cocina les llegó un olor a comida irresistible.

—¡Dral! ¿Qué me haces para cenar? —Inquirió Inestrigoi investigando, lo que fuera que Dralkuvar cocinara.

—¡Pasta per le mie ragazze!

—Te amo.

—Lo sé.

—Mierda, la lavadora —soltó Nosliratu—. Qué pereza... Inestri, si haces la lavadora te... —Hizo una pausa pensando en alguna recompensa—. Da igual, te querré mucho.

—Sus deseos son órdenes, milady —concedió la de pelo corto sonriendo.

Y esa era la rutina de la vida monótona. Daba miedo porque era demasiado normal. Dormir, cocinar y comer, poner tristes lavadores y colgar la ropa que luego se amontonaba sucia durante semanas. Discutir y hablar de la vida y compartir momentos de todo tipo, estar juntos, echarse siestas en el sofá, suelo o cama, aburrirse, escribir y jugar a lo que se les ocurriera.

Cenaron la pasta que Dralkuvar había cocinado per le ragazze y que volvía loca a Inestrigoi.

—Ñam —aseveró Inestrigoi.

—Ñam —coincidió Nosliratu.

—Ñam —concluyó Dralkuvar.

Tras disfrutar el manjar quedaron ociosos, sin nada que hacer, viendo cómo acababa la tarde gris y se cerraba la noche oscura, momento en el que se encontraban perfectamente a gusto y activos. Por la noche solían hacer de todo menos dormir, pasándose luego las mañanas durmiendo y días entre siestas.

—Meee aburro —se quejó Inestrigoi, cuando estuvieron los tres tirados en el sofá. Esa frase solía ser siempre el comienzo de algo.

—¿Jugamos algo?

—¿Ajedrez?

—Faltan la mitad de las piezas.

—¿Al Uno?

—La última cabra que adoptaste se comió las cartas.

—Arf, es verdad, Sally. ¿Entonces?

—¿Parchís?

—Ve a por él.

Nosliratu se levantó, volviendo con lo necesario, y pronto estuvieron los tres sentados a lo indio en el suelo frente al tablero de parchís con sus fichas y dados. Y, como no tenían qué usar de cubilete, Nosliratu usaba el Santo Grial para tirar los dados. Jugaron una partida, echándose los perros, riendo y bromeando, moviendo las fichas y lanzando los dados que eran sacudidos con el sagrado cáliz Santo Grial. Como las marujas de la vecina de enfrente, que se juntaban en verano a jugar al parchís tomando gintonics. La partida la ganó Nosliratu.

—¿Otra?

—Ñe, ya mucho parchís.

—Yo siempre fui más de ajedrez. O damas.

—Pues no tenemos, ¡desaparecen las piezas no sé por qué!

—Yo tampoco.

—¿No le tiraste un caballo al último cartero que llamó cuando estabas dormida...?

—Era un alfil. ¡Quiero decir, no! Bueno...

—¡Eh, tenemos esto! —proclamó triunfal Nosliratu sacando un viejo juego que tenían encima del armario, y, por consiguiente, lleno de polvo.

—Oui...

—Ja...

—¡Ouija!

—Sí sí, en francés y alemán. Hay que ser raros para ponerle ese nombre.

Se pusieron bien cómodos, desempolvaron la ouija y empezaron a jugar con el más allá. Algo para nada extraño en la vida de tres vampiros que jugaban y flirteaban con cualquier cosa que tuviera que ver con lo demoníaco, satánico, espiritual, extraño o lo que fuera; como Inestrigoi, que tuvo su época de pitonisa en ratos libres. Y ahí estaban con aquel invento tan inconsistente como lo era la ouija, de todas esas cosas que prometían comunicación con seres del más allá, muertos y espíritus.

En el momento en que estaban más enfrascados, en plena conexión y llevándolo bien, hubo repentinamente una explosión y todo se llenó de humo. Un humo de bruma blanco, tiñéndose de luz roja, para dar paso a una figura que surgió de él envuelta en un halo místico. El diablo en persona.

—Lucifer, qué placer inesperado tu visita —dijeron saludando al recién llegado.

Era, efectivamente, el mismísimo Lucifer, y ninguno de los retratos, pinturas, imágenes o descripciones que se hubieran hecho de él a lo largo de la Historia hacía verdadero honor a lo que tenían delante Dralkuvar, Inestrigoi y Nosliratu. Una sonrisa macabra apareció en el rostro del diablo.

—Espero que hayáis pecado —saludó sin borrar esa macabra sonrisa—. Vengo a felicitaros por vuestra última obra.

—No seas mentiroso, Luci... vienes a algo más —replicó Inestrigoi.

—Tengo una misión para vosotros.

—Hale, nueva misión, se rompe la monotonía de poner lavadoras, dormir amontonados y comer macarrones.

Nadie, salvo Inestrigoi, Dralkuvar o Nosliratu, comentarían así en medio de una conversación con el mismísimo demonio.

—Tengo una misión —repitió Lucifer; sus ojos brillando de fuego infernal—. Crear más celíacos.

—¿Más celíacos? ¿Por qué más?

—¿Qué coño ocurre con los celíacos en el mundo, por qué hacen falta?

—¡¡Es necesario que se creen más celíacos!! ¡Tenéis que hacerlo! La industria mundial necesita celíacos, alérgicos, intolerantes a la lactosa, veganos, vegetarianos, flexiovolactovegetarianos y toda esa gente especialita. Es necesario.

—De acuerdo, a crear más celíacos.

—Bien, eso es todo.

—¿No te quedas un poquito más, Lucifer? ¿Tan pronto nos privas de tu presencia?

—¿Ni una orgía improvisadita?

—Bueno. Pero luego tengo que visitar dos conventos y un establo de cabras.

***

Dos días después de la visita de Lucifer, nuestros tres amigos yacían en un revuelto de mantas, sábanas, edredones, almohadas, almohadones y ropa, entre lo que estaban amontonados.

—Chicos... tenemos una misión que cumplir —dijo una voz adormilada.

—Eso... puede esperar —respondió otra voz adormilada.

Empezaron a despertarse y espabilar, sacando sus cabezas del revuelto, tratando de peinar sus caóticos pelos y de colocarse la ropa en su sitio.

—¡Mierda, hoy es lunes! —saltó de pronto Nosliratu.

—¿Qué coño...?

—Tenía una cosa importantísima que entregar hoy.

—Nooo, no te vayaas.

—No nos abandonees. Que si nos quedamos solos pasan cosas.

—No me dejes solo con ella... no sabes las cosas que me hace.

—No me dejes sola con él... que me ata a la cama.

—Pero si eso te gusta.

—¡Da igual!

—Que no la dejo caminar después —aludió Dralkuvar, con una especie de risa de regodeo.

—¡Eso! ¡Sin sensibilidad en las piernas!

A toda esta conversación entre Inestrigoi y Dralkuvar, Nosliratu ya estaba vistiéndose para salir.

—Solo digo que si hacéis cosas turbias me dejéis luego un poco para mí. Y que cuando vuelva Inestrigoi no esté en silla de ruedas —dijo, riéndose de ellos o por ellos.

—No, voy a estar postrada en la cama —replicó la aludida.

—Adeu —dijo Dralkuvar cuando Nosliratu salía por la puerta.

—Traeré donuts —gritó antes de cerrar tras sí.

Dejando abandonados a Inestrigoi y Dralkuvar, que no tenían nada mejor que hacer que seguir en la cama.

—Y bien... Ya estamos solos.

Se rieron, enterrándose de nuevo en las sábanas.

***

Esa noche iban a salir.

—Oh my goodness.

—Oh your goodness —repitió Inestrigoi, que acababa de salir de la habitación, vestida con unas medias rotas y una camiseta también rota.

—Estás demasiado good. Eso es —dijo Dralkuvar. La chica sonrió.

—Eso es porque no te has mirado en un espejo, my green eyed boy.

Después, la última como siempre, salió Nosliratu ya lista. Los otros dos se la quedaron mirando.

That's my girl —dijo Inestrigoi sonriendo.

—¿No la compartes conmigo? —preguntó el otro.

—Bueeno. Los dos sois míos, así que...

—Así que sí, Inestri, que eres muy perra —repuso Nosliratu, echándose para atrás la cortina de pelo negro.

Estaban listos. Aquella noche era noche de cacería. Vestidos para todo y dispuestos a más, salieron a callejear.

La capa negra de Inestrigoi se desplegaba tras ella, que caminaba pisando fuerte al lado de sus compañeros. Los cabellos azabache de Nosliratu oscilaban a su espalda lisos como una cortina, movidos por el viento. Los ojos verdes de Dralkuvar oteaban las calles, mirando luego a quienes caminaban a su lado. Y la gente se apartaba al verlos. Las calles por la noche estaban cada vez más vacías, por la zona en la que se adentraban, pero todavía se encontraban viandantes. Uno de ellos fue su primera víctima. Una chica rubia y con gafas, que caminaba sola y perdida, cayó en el análisis de los tres vampiros, teniendo las características que buscaban. Solo tuvieron que chuparle la sangre y dejarla marcada para causarle una deficiencia que la convertiría en celíaca. Más celíacos para el mundo.

Botas negras pisando asfalto, chaquetas, pantalones, medias, camisetas rotas, cintas al cuello y pendientes, ojos profundos rodeados de negrura y pupilas encendidas de rojo, sonrisas desquiciadas, blancos colmillos y labios enrojecidos. Sangre chorreando de su boca. Un halo de superioridad y un aura mágica que los envolvía, como a seres por encima del plano terrenal. Lo pasaron bien. Se emborracharon de sangre, dejaron celíacos tirados en la calle tras su paso, hicieron la cabra e hicieron el murciélago. De forma metafórica y literal, pues tenían la capacidad de convertirse en ciertos animales.

—Bueno, pero vamos a ver —decía Dralkuvar en aquel momento, mientras cruzaban un parque abandonado—. Nosotros tenemos clase. No vamos chupándole la sangre a cualquiera...

Se detuvo al encontrarse con el cuadro de Inestrigoi mordiendo el cuello de un tío cani con pintas de chungo que casualmente estaba en el parque. Dos gotas de sangre chorreaban por la piel de la víctima y la boca de la chica, cuando esta se separó dejándolo tirado en el suelo. Volvió pasándose la lengua por los labios. Nosliratu los miró a los dos riéndose.

—...Vale, sí lo hacemos —dijo Dralkuvar.

—¿Suficientes celíacos por hoy?

—Sí, tampoco vamos a pasarnos... lo de hacer celíacos es algo esporádico.

—Prefiero hacer otras cosas.

Riéndose como si estuvieran verdaderamente borrachos, emprendieron el camino a casa. O, al menos, echaron a caminar a donde sus piernas y su sinsentido los llevaran, lo cual terminó en recorrerse media ciudad antes de llegar a su refugio. Y a su refugio volvieron.

Al día siguiente, el sol de la tarde entraba por la ventana dando de lleno en un reptil que dormía enroscado sobre sí mismo. Una preciosa serpiente, de belleza letal y estilo mortal, aunque en verdad solo era una serpiente inocente; pero elegante y perfecta, enigmática y sutil, linda y adorable.

Inestrigoi y Nosliratu se aburrían como dos ostras en la pescadería. Y, por una vez, Nosliratu se unió a la locura de su amiga; pues normalmente Inestrigoi era la criatura inquieta que estaba siempre yendo de una cosa a otra y de desastre en desastre, y Nosliratu la que le paraba los pies y prefería estar sin hacer nada; cuando no era al revés. Esta vez, sus deseos de ver el mundo arder se unieron, con resultados verdaderamente explosivos.

Sentadas en el suelo de la cocina y escuchando Bon Jovi, se pusieron a mezclar en medidas proporciones salitre, azufre y carbón. Pólvora casera. Desastre asegurado.

Cuando se escuchó una explosión de grandes proporciones, esparciendo por la casa un profundo olor a quemado de pólvora, que recordaba a las viejas batallas de siglos pasados, la obra se vio culminada. La serpiente fue brutalmente despertada, arrancada de su sueño por el fragor de la batalla; se deslizó por el suelo hasta llegar a la cocina, convirtiéndose entonces en la figura humana de Dralkuvar, que fulminó con la mirada a las dos vampiresas.

—¡¿Que no puede uno ser una snek ni cinco minutos sin que hagáis algo?! ¡Ya la habéis vuelto a liar parda!

Siempre que Dralkuvar quería ser una serpiente y simplemente estar de relax, ocurría algo que lo obligaba a salir de ese modo.

Inestrigoi estaba tirada en el suelo ennegrecido de la cocina, riéndose y apestando a azufre y quemado, mientras Nosliratu mandaba al carajo lo que había quedado en pie de su experimento.

Se había creado el caos total en una explosión catatónica de pólvora ardiendo. ¿Y qué harían ellos con las consecuencias de tal acto? Absolutamente nada. Decidieron salir a cenar por ahí, volviendo a casa tarde pero nada cansados.

—Ey, ¿vemos una peli?

—Síí.

—Elige tú.

—Tengo hambre.

—Acabamos de zampar hamburguesas y helado, ¿y todavía tienes hambre?

—Voy a hacer palomitas.

En contra de lo que se pudiera pensar por lo que pegaba con ellos, pusieron una película de animación, aventura y comedia, que era lo que solían ver todas las noches de domingo. Mientras, se pusieron a hacer palomitas en la cocina, afectada por la explosión de pólvora. Dejaron la bolsa de cotufas dando vueltas bajo la radiación del microondas, que emitiría un penetrante pitido cuando estuvieran listas. Lo cierto es que un minuto después, lo que se escuchó fue un fuerte PUM. La bolsa de las palomitas había explotado; se habían quemado, arruinadas, y arruinando el microondas, esparciendo un humo con fuerte olor a chamusquina.

En aquel momento, un universo paralelo fue destruído. En aquel otro universo, había tres personas que hablaban diariamente por Instagram; tres escritores que se apoyaban mutuamente; tres amigos con la misma locura mental; tres animales en cuerpo humano, tres espíritus distintos y tan parecidos, que a pesar de distancias y de diferencias, creaban un hermoso y bizarro grupo. Eran ellos tres.

El mundo explotó. Todo desapareció y fue destruído. Y ellos tres ni siquiera se dieron cuenta de que acababan de eliminar un universo entero, un universo verídico. Donde vivían sus otros yo. Se habían destruído a sí mismos, a los tres escritores bohemios.

—Se jodieron las palomitas.

Las dieron por perdidas y vieron la película sin preocuparse, sin saber lo que había ocurrido; y cuando el filme llegó a su fin, los tres se miraron. Los tres sonrieron. Los tres sentían lo mismo.

—¿Qué tal si nos vamos a París?

Y la leyenda cuenta que celebraron su cumpleaños en París, que tomaron tarta de queso, croissants con café, bailaron junto al Sena y vieron la torre Eiffel por la noche, viviéndolo todo.



THE END...
...?



»»————- ♡ ————-««

-nota de la que escribe-


LyraMasley FELICIDADES PERRA MÍAA <3

Miniña se me hace mayor, maemia ;-;

Y felicidades a mí también, que me hago más mayor todavía.

Llevo currando en el caos este de historia más de un mes y creía que no me iba a dar tiempo a editarlo lol, me he estresado mucho. Pero aquí ta.

Gracias, cómo no, al dodo drogado adodado, por ayudarme a montar esta historia, por la idea original de una locura tras otra que yo simplemente me he puesto a escribir. Según él, solo toma café para desayunar... quiero de ese café. Como se podía esperar, una historia muy random, mamarracha, loca y genial. Las aventuras de tres vampiros que recorren el mundo y causan el caos.
...Sobre lo del universo paralelo... Sí.

Todo muy random y de eso se trata. He cumplido mi misión. Os he escrito una historia como regalo de cumpleaños a los dos, la calabaza y el dodo; ahora me he quedado muerta para un año, mínimo.

No pero, ¿cuándo nos vamos a Estados Unidos, Guatemala, Roma, París...? ¿Y cuándo vamos a quemar la cocina con pólvora casera?

Ahora sí, que te quiero mucho minina perra pendeja calabaza mamarracha. Y te tengo que invitar a tarta de queso. Ponte sensible y di que me amas.

Espero que te haya gustado el regalo, que, siguiendo la tradición de regalarte un libro, esta vez te regalo una historia escrita por mí. Al menos esta te la vas a leer(?.
 Y espero que lo toméis como una clara invitación a convertirnos en vampiros y vivir la vida loca.

Gracias por ser tú, tan perra y tan pendeja. Y ahora mismo no tengo inspiración para marcarme aquí una carta emotiva, pero vamos, u know everything, for your love i'll do whatever you want. 
¿Nos casamos? Digo-

Fin de la historia. Para Minina la Calabaza mamarracha, con todo mi amor, locura, droga y otras cosas. 
De su Zorra Suprema y el Dodo adodado.

Negligevapse <3




PD: esto tendría que haberlo subido el 11/11, pero fue un día altamente intenso y como que no me dio tiempo. Hacemos como que sigue siendo día 11. 
Aparte de tener que hacer el relato impreso para regalárselo en físico a la calabaza, también tenía que dejarlo por aquí.
Ni siquiera lo he vuelto a revisar.

PD2: mi padre ha leído esto, socorro LMAO.

PD3: happi birdei happi birdei

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