Capítulo V

—Coño, que me dejes alongar el músculo. Tenemos que ponerte el hueso en su lugar porque cuando lleguemos a la clínica va a estar demasiado hinchado y van a tener que meterte al quirófano. —Boyd chasquea la lengua cuando otro insulto dirigido hacia él vuelve a salir de la boca del agitado paciente—. No fui a la escuela de medicina en Harvard para tener que soportar que te metas con mi madre, así que quédate quieto si quieres que te ayude.

—Estudiaste pediatría y llevas casi cinco años sin ejercer. —A Ethan apenas le sale la voz de lo apretados que tiene los dientes.

—¿Vas a dejar de comportarte como un marica? Frederick, busca una botella de Grey Goose para nuestro conductor estrella. Cyndi, ven para acá y sostenlo de este lado.

La aludida obedece agarra Ethan por la punta de los dedos mientras Boyd le tiene el codo. Mientras le están halando el brazo para tensarlo, el paciente murmura:

—Esto va a doler como la mierda.

Boyd rueda los ojos.

—Vamos a la de tres, no te cagues los pantalones.

—Uno...

Es de conocimiento universal que los dos números que preceden al tres sirven de ayuda psicológica o de oportunidad para salir corriendo. Cuando te engañan y justo después del «uno» llega el temible dolor pierdes un poco más la confianza en el mundo. Esa es otra vil prueba de que la traición es una cualidad innata en la naturaleza del ser humano, que nacimos siendo pecadores y moriremos de la misma manera.

Ethan pega un grito que seguro puede oírse al otro lado del país. Que él nunca grita, pero eso de que le recoloquen un hueso sin anestesia lo tiene un poquito alterado.

—¡MALDITA SEAS!

El aturdimiento se le fue de golpe, todos sus sentidos están al límite. «¿No querías sentir la adrenalina, pedazo de imbécil?» se dice a sí mismo mientras hace un esfuerzo sobrehumano para ponerse de pie. Le cuesta caminar, está mareadísimo y tiene unas ganas de vomitar que a cada segundo se hacen más difíciles de ignorar.

—Ahora sí, vamos a la clínica —murmura entre dientes.

Los oídos le zumban y la cabeza le da vueltas. Al menos la música dejó de sonar y la mayoría de los invitados desaparecieron. Seguro, luego de tener una buena vista de todo aquel drama que se montó Ethan, entendieron que iban a tener que buscar otro lugar donde pasar la noche. Él no los culpa, ciertas normas de supervivencia son casi tácitas cuando estás de fiesta y mantenerse alejado de las patrullas y ambulancias es una de las primeras.

—Le tomé una foto a tu cara cuando Boyd te arregló la fractura —Frederick, con una sonrisa radiante, le extiende una botella de Grey Goose—. Se va a ir para el grupo de WhatsApp.

Ethan rueda los ojos y le da un largo trago a aquel vodka caro que le raspa la garganta. Uf. Qué terrible es estar sobrio en estos momentos. Lo único bueno es que ya va camino al hospital.

—Eres un grano en el culo.

Después de tanto tiempo, tiene la certeza de que ha vuelto a cagarla de forma monumental. Por experiencia, sabe que lo más terrible toca cuando tienes tiempo de analizar por primera vez que jodiste las cosas más allá de cualquier reparo posible. Justo ahora le está pasando eso, hacerse responsable de sus actos siempre le sabe a mierda. Es que... Dios, qué decepcionado se siente de sí mismo. Ni siquiera está al tope de coca y la heroína no la ha probado en años, pero sigue siendo un inconsciente autodestructivo de los mil demonios.

Gracias al cielo no tiene demasiado tiempo para darle vueltas a ese asunto; lo primero que hacen los doctores al verlo al borde de una crisis nerviosa es colocarle un sedante que lo deja dormido en cuestión de segundos. Lo van a dejar allí por lo menos dos días para corroborar que no se haya causado ninguna lesión interna con el choque.

Por ahora, toca dormir. Ya habrá tiempo para lo demás.

.

.

Mientras tanto, Boyd y Frederick se hacen cargo de las consecuencias del accidente. Es fácil conseguir una grúa que pase a recoger el destrozado Mercedes Benz en la casa de playa; marcar el número de Regina y tener que contarle lo ocurrido resulta un poco más complicado. La voz femenina al otro lado de la línea suena tranquila; pero, aunque la situación no tuvo consecuencias graves, es evidente que acaban de arruinarle la noche y quizá todas las vacaciones.

De hecho, pasan menos de dos horas desde que cuelgan el teléfono hasta que ella y Brooke están montándose en un avión con destino a Estados Unidos. Ethan la cagado un montón de veces, pero ella siempre está lista para aparecer y sacarle de apuros.

—Es que no lo entiendo. Todo iba bien —dice Regina, justo cuando el avión está por despegar. Luego, casi en un murmullo, añade—: ¿qué hice mal esta vez?

Brooke la agarra de la mano y le sonríe.

—No es tu culpa.

Regina suspira. Al menos esta vez puede compartir sus penas con alguien. Después de todos esos años llorando en solitario, resulta reconfortante. No se siente débil por demostrarle a su novia aquella faceta de su vida; la verdad es que le alivia hacerlo, porque ahora ambas están conectadas en un nivel muchísimo más profundo después de haber compartido esas diez horas de vuelo. No le quedan dudas de que la mujer que está a su lado es con quien desea pasar el resto de su vida.

Llegan a la clínica luego de un día y medio de camino. Luego de que Regina escucha lo que los doctores tienen para decir respecto a la situación de su hermano, decide que es hora de verlo por sí misma. Antes de entrar, se detiene frente a la puerta y respira profundo. Desearía no estar otra vez en esa posición, pero no tiene otra opción. Nunca la ha tenido.

—Estoy afuera si me necesitas —le dice Brooke, dándole una palmada en el hombro.

Ella asiente e intenta devolverle una sonrisa, pero lo único que le sale es una extraña mueca en los labios. Se da media vuelta y entra al recinto.

Ethan está leyendo una revista. Cosmopolitan reza en letras grandes y tiene una foto de Gwen Stefani en la portada. Si la situación fuese otra, el ceño fruncido que compone su hermano resultaría hilarante, pero lo cierto es que a Regina se le viene el mundo abajo cuando él por fin nota su presencia.

—Oh, ¡Regs! —Sus ojos se abren y tienen esa expresión que cuando era un niño solía derretir a sus padres y convencerlos de hacer lo que él quisiera. A Regina le causa un profundo dolor en el pecho recordar esos momentos—. No tenías que venir, no era tan grave la situación. Hice una tontería y terminé con una fractura. ¡No te preocupes! Mikael no está molesto por lo de su coche y el yeso no lo voy a tener más de un mes.

Ella asiente, pero no le salen las palabras, por lo que Ethan, en un desesperado intento por llenar el silencio, prosigue:

—Lo único malo es que me fracturé el brazo izquierdo y hasta limpiarme el culo parece una tarea imposible a veces. Te lo juro, es como empezar desde cero, no me había dado cuenta de lo inútil que era mi brazo derecho hasta que esto pasó. —Regina no mueve ni un músculo, ni siquiera se molesta en mirarlo. Ethan frunce el ceño en respuesta—. Oye..., ¿te pasa algo? ¿Todo bien con Brooke?

—Estabas drogado, Ethan.

Esta vez, es él quien baja la vista. Un cortante silencio se apodera de la habitación y pasan varios minutos en los que sólo el sonido de las máquinas y las respiraciones de ambos se escuchan.

—Solo fue hierba —murmura él, tratando de incorporarse en la cama para poder alcanzar la posición de Regina.

Justo cuando está por tocarla, ella da un paso hacia atrás y tensa la mandíbula.

—¿Sólo fue hierba? —Repite y niega con la cabeza—. A mí no me tomes por estúpida, Ethan. Me han entregado los análisis de sangre. ¿Desde cuando has estado consumiendo otra vez?

—Solo ese día, Regs —dice en un hilo de voz—. Te lo juro. Tuve un momento de debilidad, ¿sí? Fue una recaída patética y estaba este chico en la fiesta me ofreció...

Su hermana alza una mano y le hace un gesto para que se calle. Ethan entiende de inmediato.

—No quiero escucharte inventando excusas baratas que ni tú mismo te crees. —La voz apenas le sale en un susurro y tiene los hombros caídos en señal de derrota—. Pensé que esta vez sí era de verdad, Ethan. Pensé que... por fin iba a poder descansar de todo esto. Yo también merezco tener una vida, ¿acaso te lo has pensado?

Entonces, luego de haber sacado coraje para reprocharle aquello que se había guardado en lo más profundo durante los peores años de Ethan, Regina se da media vuelta y sale de allí, dejándolo solo y con el eco de sus palabras clavándosele como cuchillas en el cuerpo.

Y eso es lo que más le duele a Ethan.   

.

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Desde la discusión, Regina no vuelve a entrar a la habitación. Eso sí: se queda afuera toda la noche, sentada en una incómoda silla de metal junto a su novia, sobreviviendo con vasos de café instantáneo cada media hora. Él sabe que lo están vigilándolo, que su hermana se recuerda del día en que se escapó de un hospital en Los Ángeles y lo encontraron pasando por un Síndrome Confusional Agudo en una discoteca. Había tenido una reacción adversa por ingerir al cohol mientras le estaban administrando antibióticos y la anestesia no había abandonado su cuerpo.

¿Y por qué diablos lo había hecho? Como la mayoría de las idioteces que ha cometido a lo largo de su vida, Ethan no lo sabe. Quizá se sintió hastiado, atrapado dentro de aquella clínica en la que había terminado por una intoxicación, y tuvo la necesidad de salir antes de desquiciarse por completo; pero es imposible afirmar nada. Cuando le sobrevienen los ataques de ansiedad, no piensa demasiado lo que hace, casi parece que fuese otra persona la que controlara su cuerpo y lo guiara hacia la irremediable desgracia.

Sí, ¡eso es! El problema es que siempre había contemplado su vida en esos momentos como si fuese la vida de otro fulano y ahora se está dando cuenta de que ese desastre de persona que está acostada en una cama de hospital con un brazo enyesado es él, de que el asunto ha llegado a un punto en el cual ni siquiera la persona que más lo ama puede soportarlo. Su hermana está destrozada.

De hecho, su patético estado emocional se evidencia cada vez que abandona la sala de espera de la clínica con un cigarrillo y un encendedor en la mano. Regina repetirá ese proceso por un par de horas más y, al final, volverá a entrar a la habitación y le pedirá disculpas a Ethan. Y todo estará bien porque ella se tragará su orgullo y su sentido común para que él no se sienta mal consigo mismo y para que pueda evadirse de su responsabilidad.

No, eso no está bien. Es injusto para ambos seguir repitiendo costumbres tan tóxicas. Además, esa vez Ethan se siente incapaz de ignorar el dolor de su hermana y quiere ser él quien arregle las cosas. Haciendo un gran esfuerzo, se incorpora de la cama y desconecta las máquinas para ponerse de pie. Falta más de una hora para que el enfermero del turno de la noche pase por su habitación, así que tiene tiempo para planear su maniobra.

Coge de una mesa que está en una esquina un bolígrafo y una hoja de un bloc de notas. La mano que no está enyesada sostiene temblorosa el bolígrafo y se desliza por el papel. Ethan hace un esfuerzo increíble para que el mensaje resulte legible, pero igual su caligrafía parece la de un niño de cuatro años que acaba de entrar al preescolar. Luego de contemplar su trabajo terminado, bufa y se guarda el papel en uno de los bolsillos de la bata que carga puesta. De verdad, no ser zurdo es una porquería.

Sólo le queda esperar a que Regina y Brooke pasen frente a su habitación, siguiendo por el largo pasillo para ir por otro vaso de café. Pasan quince minutos hasta que por fin las ve alejarse y doblar la esquina. Es su señal. Con sumo cuidado, abre la puerta de la habitación, mira en ambas direcciones para asegurarse que nadie lo va a interceptar y llega hasta las sillas de metal que están en la sala de espera.

Regina ha dejado su bolso allí, como es de esperar. No tiene idea de por qué demonios su hermana es tan confiada. ¿Quién deja una cartera de más de dos mil dólares en la sala de espera de una clínica mientras va a la cafetería? Vale, hay que tomar en cuenta que no hay nadie en el lugar y que tiene cámaras por todas partes. Cámaras que probablemente no tardarán en notar que un imbécil ha salido de su habitación con una bata de hospital, de esas que dejan el trasero a la vista, y que está registrando una cartera de mujer en una sala de espera vacía. Un imbécil cleptómano, pensarán.

De cualquier forma, no dura más de dos minutos en conseguir lo que buscaba y hacer el camino de vuelta a su cuarto. Se deja caer en la cama y acomoda todas las máquinas en su posición original. Segundos después, oye unos pasos acercándose y una puerta abriéndose. Contiene la respiración ante la expectativa de quién podrá ser ¿Y si lo han descubierto...? Ethan observa por el rabillo del ojo que se trata de la enfermera que viene a hacer el cambio de turno y suelta un sonoro suspiro. Estirándose, alcanza su ejemplar de Cosmopolitan que quedó tirado en una esquina de la cama y se concentra en recuperar su lectura mientras la chica se acerca.

«¿Qué famoso buenorro sería tu pareja ideal?»

Ojalá que le salga Johnny Depp.

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Regina no tarda en descubrir que sus pertenencias fueron registradas en su ausencia y comienza a despotricar acerca del mal funcionamiento de los sistemas de seguridad en ese establecimiento. Asegurándose de que las pérdidas reportadas sólo se limitan a su paquete medio vacío de cigarrillos, encuentra la nota. Su malhumor se va apagando mientras sostiene el papel, dándole paso a una extrañeza que la hace fruncir el ceño y quedarse inmóvil por largo rato.

—¿No vas a abrirla? —pregunta Brooke, sacándola de su ensimismamiento con un sacudón de hombros—. Si es de alguna de esas enfermeras medio perras que te estaban coqueteando cuando llegamos, te juro que vas a verme en plan de mujer asesina.

—Me vas a poner muy cachonda —murmura Regina—. Sólo procura matarlas frente a...

Vuelve a callarse cuando lee el contenido de la nota. «Perdóname, Cherry Bomb» dice con una letra irregular y tiene un patético dibujo de un corazón justo al lado. No firma nadie porque no hace falta; ella sabe quién ha escrito aquello.

—Tienes que hablar con él —dice Brooke, mirando por encima del hombro de su novia el papel—. Sabes que no puedes evitarlo por siempre, ¿cierto?

La aludida chasquea la lengua y se masajea las sienes.

—Claro que lo sé. Puede haberse comportado como un verdadero cabrón, pero es mi hermano. Es sólo que... quisiera dejarlo sufriendo unas cuantas horas más.

Brooke alza ambas cejas.

—Llevas todo el día llorando y ahora te estás haciendo la dura. Sé coherente con tu vida, Regina.

—Cariño... ¿te he dicho que, si te lo propones, puedes ser un verdadero dolor de culo? —inquiere ella, pestañeando varias veces. Brooke se carcajea en respuesta, sacudiendo su melena castaña mientras lo hace.

—Todas las mañanas cuando te levanto, osita, con amenazas de muerte incluidas. —Brooke sonríe y se encoge de hombros—. Ahora ve y haz las paces con tu hermano antes de que el trasero se me quede cuadrado por estar tanto tiempo sentada en esta silla.

Regina asiente en respuesta y, antes de irse, le da un corto beso en los labios a su novia. Mientras la boda se acerca, está cada vez más segura de que ha tomado la decisión correcta. Brooke es la única persona en el mundo capaz de soportar, no sólo el caos de Regina, sino también el de toda la familia Monroe. Y, por supuesto, está enamoradísima de ella.

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«Justin Bieber».

¿De verdad? Tantos tipos guapos y le viene a salir el más imbécil presumido como su pareja ideal en el test de personalidad. Es que ni siquiera le gustan los rubios. Maldita Carlota y su manía de comprar revistas de entretenimiento de mala calidad, Ethan le había terminado por agarrar el gusto a aquello.

Aunque al menos aquello le sirve para fingir concentración y no voltear a ver quién acaba de entrar a la habitación. Tampoco hay necesidad de que lo haga, ya sabe quién es. Lo cierto es que está nervioso. Sí, hizo la estupidez de la nota para llamar la atención de su hermana, pero no está seguro de qué manera lo ha logrado. ¿Sigue molesta? Es obvio que sí. Ethan no es una persona acostumbrada a tener discusiones, así que no sabe cómo manejarlas.

—Sigues despierto —comenta Regina, acercándose a donde él está acostado—. Es tarde.

—No me gusta dormir, ya lo sabes.

Ella se encoge de hombros y se sienta en el borde de la cama.

—Sabes que lo de los autos viene desde que atropellaron a Rumpelstiltskin las vacaciones que lo llevamos a la playa con nosotros, ¿verdad? —le dice de repente, con la vista fija en la puerta de la entrada—. Tú amabas a ese gato y tenías como... qué sé yo, ¿tres años? Fue una cosa muy triste, dejaste de comer por dos días seguidos y no hubo forma de hacerte cambiar de opinión.

Ethan frunce el ceño. ¿A qué diablos viene eso? Y lo más importante: ¿de verdad tuvo un gato antes de Scarlett? Quizá es gracias a los sedantes, pero intentar pensar en ese momento de su vida hace que la cabeza le duela. Lleva tanto tiempo obviando aquello que la búsqueda resulta agotadora. Al final logra dar con un montón de escenas inconexas.

—Estuve llorando todo el camino a casa abrazado a ti, y no te quería soltar ni siquiera para ir al baño. Estaba tan molesto con papá y mamá por no haber cerrado las puertas de la casa... —Es mucha información la que le ha llegado de repente—. No lo recordaba.

¿Cómo pudo haber sido capaz de olvidar a Rumpelstilskin? Para él pasar un día sin pensar en Scarlett es inconcebible... y su cerebro ha borrado por más de veinte años el recuerdo de una mascota.

—Pensé que lo hacías pero que no te gustaba hablar de ello. —Regina voltea el rostro y lo mira directo a los ojos—.Lo de los autos... yo no me imaginaba que era tan grave y he sido muy incomprensiva al respecto.

—No digas que lo sientes —interrumpe él, incorporándose para poder estar más cerca de su hermana—. Por favor, no lo hagas. Tienes todo el derecho de haber reaccionado así porque yo soy un maldito inconsciente que echó a la borda casi tres años de abstinencia por una fobia estúpida.

—No es estúpida, Ethan. —Ella chasquea la lengua y se acomoda un mechón rubio detrás de la oreja con obstinación—. Luego tendremos que hacer algo al respecto.

La clave de la oración es que su hermana no ha especificado una fecha exacta y él la capta al instante.

—Vas a volver a Alemania. —No es una pregunta, es una afirmación.

Regina compone una mueca y se muerde el labio.

—Tengo que hacerlo —contesta—. Los jefes de la construcción me están esperando. Siempre hemos querido expandir nuestra empresa y tener una sede en Berlín sería la mejor decisión que podríamos tomar, tú mismo lo has dicho. Pensé que no tenías problemas con quedarte aquí.

Ethan se encoge de hombros. No es un crío caprichoso al que su madre está abandonando, es un adulto de casi treinta años, pero ¿acaso hay una edad para dejar de echar de menos a una persona? ¿Acaso no tiene derecho a tener miedo, celos e inseguridades sólo por ser un adulto? No, pretender que no le importaba nada ya lo ha llevado hasta esa clínica.

—Me vas a hacer mucha falta, Regs —confiesa.

—Sólo serán dos meses, no seas dramático.

—No me refiero sólo a eso.

Y ahí está él: vulnerable y expuesto. Aunque sabe que puede hablar de cualquier cosa con su hermana, haberle dicho aquello hace que se sienta un poco mal. No debería ser capaz de reprocharle nada y aun así no ha podido contenerse. Ella, por su parte, no parece molesta, pues una media sonrisa se dibuja en su rostro.

—Tú siempre vas a ser mi hermano, Ethan —lo dice con un tono maternal y calmado que hace que sus palabras resulten reconfortantes—. No importa si estoy al otro lado del mundo o si me caso; siempre vamos a ser los dos desastrosos, increíblemente guapos e irresistibles, que comparten apellido.

El hecho de que Regina lo abrace, pese a detestar ese tipo de muestras de emotividad, le hace entender cuánto lo quiere ella. Quizá Ethan no sea la persona más inteligente, más valiente o más fuerte del mundo, pero junto a su hermana se siente capaz de serlo. 

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