Capítulo II
Ethan recuerda la vez que se cruzó con un vagabundo. Estaba recorriendo las calles de Nueva York con Layla, su novia vegana y estudiante de filosofía, cuando se les acercó aquel hombre andrajoso a pedirles dinero y ellos lo ignoraron. El tipo, sin embargo, inició una persecución contra ellos y se dedicó a lanzarles comida e insultarles en el trayecto. A saber, quizá tenían cara de niños ricos tacaños o quizá estaban frente a un verdadero desquiciado. El punto es que, luego de dos cuadras, la situación se volvió irritante.
Al final, Layla se detuvo y se dio media vuelta. Sacó del bolsillo de su cazadora un billete de cinco dólares, y con un mohín adornando sus finas facciones y el odio brillando en sus ojos, murmuró lo suficientemente alto para que su acompañante la escuchara: «Maldito desperdicio de órganos». Lanzó el billete. El tipo dejó de seguirles y se arrojó al suelo para recoger el dinero.
Al mendigo no pareció importarle la humillación, pero a Ethan le dio tanta pena la escena que, después de ese día, no volvió a salir con aquella chica. Layla había sido demasiado cruel, nunca un insulto le había parecido tan certero y había descrito de tal modo su propia vida. A los veinticuatro años, se podía definir a sí mismo como eso: un desperdicio de órganos. Solo que, a diferencia del hombre al que su exnovia había menospreciado, Ethan tenía una hermana que se partía el culo, trabajando doce horas en su compañía recién fundada, para que él pudiese ser un completo bueno para nada y moverse en sus círculos sociales de alternativos pretenciosos.
Además, siempre había sido guapo. Sí, las drogas lo tenían en la mierda, estaba flaquísimo, casi rozando la desnutrición, el cabello rubio le caía desordenado hasta los hombros y siempre tenía cara de estar muriéndose. Aun así, aquel matiz decadente resultaba agradable a la vista. En un principio, su atractivo le había abierto las puertas del mundillo ilícito en el que luego se halló metido hasta el fondo.
Que si alguna chica adinerada lo quería llevar a una fiesta donde iba a poder esnifarse unas buenas líneas de la blanca, que si tal tipo era un camello que distribuía las mejores pastillas de toda la ciudad y quería conocerlo. Daba igual llamarlo prostitución o intercambio de favores, él no tenía problema con acostarse con alguien para conseguir drogas gratis. De hecho, le resultaba divertida la idea de conocer gente cada vez más extraña y pasarla bien con lo que tuvieran para ofrecerle.
Ethan no era un buen amante ni un buen yonqui, tonteaba con muchas y no se enganchaba con ninguna. Claro, eso no significaba que no tuviese un problema. Un adicto al sexo, por ejemplo, es adicto al acto de copular, no a una mujer o a un hombre en particular. Él era adicto a estar drogado, no a una droga específica. Sin embargo, para el tiempo en el que llegó a tocar fondo, tuvo un romance tórrido con la heroína, de esos que te dan una patada en las bolas justo cuando más indefenso te encuentras y te dejan tirado en el suelo.
A los veintiuno le había dicho a Charles que se iba a la universidad. No le había mencionado, por supuesto, que no pensaba estudiar absolutamente nada y que iba a alquilarse una habitación en el campus para vivir de las fiestas. De igual forma, su padre apenas le prestaba atención y su hermana, aunque hacía lo que podía, tenía demasiadas responsabilidades encima a medida que la compañía crecía.
La había pasado de puta madre en esa época, pero, como siempre, había terminado hastiándose en menos tiempo del que hubiese querido. Ethan era incapaz de establecer una rutina, incluso cuando esta se basara en beber cerveza, tener sexo grupal y fumar porros todos los días. Siempre había sido el típico demente que solo tenía malas ideas y eso había comenzado a parecerle demasiado convencional y muy poco arriesgado. Necesitaba más acción. Siempre necesitaba más. Podría decirse que la primera droga a la que fue adicto fue a esa, a la adrenalina corriéndole por el cuerpo al saber que estaba haciendo una idiotez.
También, luego de unos meses, dejó de resultarle sorpresivo despertar a las afueras de la ciudad en una casa abandonada y con un montón de gente que parecía medio muerta. Ahí fue cuando comenzó a ser demasiado. Hubo un punto en el que estar sobrio le llegó a dar un miedo terrible y no podía dormir más de cuatro horas seguidas. Su vida se convirtió en una secuencia borrosa de rituales que ya tenía memorizados. Apilar el polvo blanco en el espejo. Contar el tiempo que tenías que dejar la pipa calentándose en el fuego. La banda elástica cortándote la circulación, justo a la mitad del antebrazo...
Luego de todo ello, estaba su hermana. Regina apareciendo para sacar su culo de la comisaría, Regina pagando las cuentas de la clínica las veces en que se le fue la pinza con la cantidad de sustancias que se metía en el cuerpo, Regina usando unos lentes de sol que ocultaban que llevaba días enteros llorando gracias a él, Regina ocultándole a Charles la piltrafa humana en la que su hermano se había convertido porque no quería que su familia terminara de irse a la mierda.
Dios. Pero qué cabrón desconsiderado había sido en esos años.
Cada vez que piensa en ello, le entra una depresión tan fuerte que no le dan ganas ni de salir del cuarto. Sin embargo, Ethan, el chico de la sonrisa imborrable que nunca se mete en peleas, tiene muy en mente esos momentos. Le gusta analizar hasta el cansancio las experiencias que han hecho de su vida lo que es ahora.
No es extraño que haya estado teniendo sueños sobre eso, lo extraño es que haya estado teniendo sueños. Quizá ese avivamiento del propio subconsciente se deba a que esa vez se quedó dormido en el autobús y tuvo que bajarse tres paradas después y caminar más de quince cuadras. Todo es culpa de Scarlett, la gata siamesa pasó todo el lunes cabreada porque Ethan se había ido a la playa y la había dejado sola con un dispensador de comida y dos potes de agua. Eso sí, su venganza se la cobró maullando como una desquiciada a las cuatro de la mañana frente a su puerta.
Y él que ya tenía casi dos días en vela...
Dios, hace un calor de mierda. Va a llegar tarde al ensayo y además deshidratado por todo lo que está sudando. Ethan ni siquiera va al gimnasio o lleva una alimentación saludable, pero la cantidad de sitios que tiene que recorrer a pie le sirven para mantenerse en forma.
«Es la única explicación que se me ocurre a cómo consigo follar usando el autobús» piensa. Con un pesado suspiro, se pasa la cuerda del estuche del bajo por los hombros para que se le haga más cómodo cargarlo.
En definitiva es un imbécil que tiene suficiente dinero para comprarse un descapotable. El tema es que si se lo compra no sabría conducirlo. Ethan aprobó las clases obligatorias que le daban en la secundaria haciendo trampa en los exámenes y coqueteándole a la profesora medio pedófila que tenía.
El problema con los coches... Uh, ya no se acuerda desde cuándo lo tiene. Gracias al cielo ha podido superarlo al punto de que no le entre la ansiedad cada vez que se monta en uno, pero de ahí a manejarlos hay un trecho muy largo.
Dios, y ni hablar de los sueños recurrentes. Es que no lo entiende, le parece una manía de desquiciados y no guarda ningún recuerdo traumático dentro de un coche. A lo mejor lo violaron cuando era un crío y su mente borró esa escena, ¿no? Tiene sentido, en las pelis de Hannibal siempre aparecían perturbados así. Bueno, o sea, él no está matando gente, solo está muriéndose con el calentamiento global. Tal vez debería ir buscándose tratamientos para el cáncer de piel. Joder, y pensar qué decirle a Cyndi cuando lo mire con ganas de asesinarlo por llegar media hora tarde al ensayo de la banda.
«Mierda, mierda, mierda»
A dos cuadras del estudio de grabación, hay una clínica psiquiátrica. A lo mejor su fobia es más común de lo que imagina. Con unas sesiones de hipnosis o choques eléctricos, capaz hasta supere su posible episodio de abuso infantil y se compre un Lamborghini.
Uf, se lo está pensando muchísimo. Maldito sol de verano en California.
***
Está seguro de que el local está lleno, Ethan lo oye y lo siente en los huesos. La adrenalina le recorre el cuerpo, esa sensación de anticipación que tiene cuando está a punto de montarse en la tarima es quizá su droga favorita desde que salió de rehabilitación. El Goethski es uno de los bares más concurridos de la ciudad y uno de sus favoritos para dar un concierto.
Los recibe una buena tanda de aplausos cuando aparecen en la tarima para comenzar a tocar. La acústica, el ambiente, sus espectadores fieles. Uf, hay que vivirlo para creerlo. Hay más de doscientos, un buen número. Tienen una buena fama dentro de la región, los locales donde se presentan siempre están a reventar.
La banda de Ethan combina el rock and roll y el country. Rockabilly es el término correcto si lo buscas en la Wikipedia. Se llaman «Les Thénardier».
Escoger el nombre fue toda una odisea. El chico Monroe no paraba de sabotear el proceso creativo con sus referencias literarias inentendibles. Al final, luego de que Frederick viera el musical de «Los Miserables» y de que el baterista de la banda entendiera que no podían llamarse «Boyd y los otros tres», lograron ponerse de acuerdo con ser los chicos malos de la novela de Victor Hugo. No es que les convenza mucho, pero al menos así pueden ir de culturetas alternativos y atraer más público.
Van por la cuarta canción. Cyndi alcanza una botella de agua y le lanza alguna perorata al público su siguiente tema. Va de algo como disfrutar la vida o beber hasta quedar inconsciente, Ethan apenas la escucha con todo el ruido que hay, solo sabe qué canción van a tocar porque le han dado la lista antes de salir. Sin embargo, y por la emoción que el público demuestra, tampoco sería difícil adivinar cuál es.
«That stuff about being alive,
It is killing me,
The havoc I feel deep inside of me»*
En el coro de «Havoc inside of me», casi todo el bar se ha puesto a cantar. Para Ethan resulta emocionante que algo de su autoría se haya vuelto tan conocido. Quién pensaría que aquella letra venía de una tarea para el grupo de rehabilitación al que asistía hacía tres años. Doce pasos. Plasma por escrito lo que sientes luego de las primeras cuatro semanas limpio. Abraza la adicción. Aprende a vivir con ella. El mundo es una mierda, intenta que no te den tantas ganas de suicidarte estando sobrio.
Cyndi deja de cantar y el solo de guitarra comienza. Por el tiempo en el que Frederick y él estaban internados en Saint Lauren para desintoxicarse, surgió la idea de la banda. Ethan en un genio con la pluma y las inigualables habilidades musicales de Frederick son las que logran dotar a todas esas palabras del ritmo pegajoso y fácil de seguir para los espectadores.
El bajo entra y asienta la base armónica de los virtuosos acordes de la guitarra. Ethan y Frederick se miran y sonríen con complicidad. Ambos chicos se complementan como un matrimonio perfecto, eso le encanta a los espectadores. Las féminas, en especial, son las que enloquecen luego de ese gesto. Uf, son tan predecibles. ¿Por qué les excita tanto imaginarse a dos chicos guapos emparejados?
—¿Ahora? —Gesticula Frederick mientras corta la distancia que lo separa de su amigo.
El aludido se encoge de hombros y se pone lo más cerca del otro que su instrumento le permite. Luego, se inclina y junta los labios con los de él por unos largos segundos que, a la vista del público, están cargados de sensualidad.
Puaj. Frederick besa tan mal como folla, pero a Ethan le encantan los grititos emocionados que componen las admiradoras que están debajo de la tarima. Por favor, si ha besado a un hombre solo para mojarles la ropa interior a un grupo de mujeres que probablemente pueda llevarse a la cama. El mayor gesto de heterosexualidad. El oxímoron del siglo.
Pasa lo que predice, y luego de que han terminado de tocar una buena tanda de chicas se le acercan para hacerle insinuaciones osadas. Como siempre, les gusta muchísimo más Frederick. Es la cuestión de las perforaciones, le encanta muchísimo a las fetichistas adictas al sadomasoquismo. Pobre chico, a él sí que le van los penes y nunca consigue una mierda porque el círculo de fans enloquecidas que le rodea resulta impenetrable.
Aun así, Ethan también consigue algo de atención. No ha entrado siquiera a los camerinos y ya sabe que ese día va a tener sexo. La rubia que le pide que le firme las tetas y le mete su número celular en el bolsillo es encantadora. Seguro resulta la elegida.
Ay, qué emocionante es ser una estrella del rock de cuarta. Lo de ligar después del concierto perdería mucho el encanto si fuese famoso. Además, no podría salir a tomarse unos tragos en el bar y hacer vida social si tuviese miles de admiradores y periodista esperándolo afuera para lanzarse directo a su yugular.
En la barra, las camareras que atienden lucen como unas bailarinas burlesque. El Goethski es uno de esos bares sexistas donde tener una buena vista de los escotes es el mayor aliciente para tomar algo. Una bebida de cinco dólares a cambio de unas buenas tetas. El cuerpo femenino como moneda de cambio. Qué indignación.
Ethan se pide una cerveza. Los otros tres integrantes de la banda hacen lo mismo.
—¿Es necesario que hagan eso siempre? —pregunta la chica que los atiende, dejando cuatro jarras llenas de un líquido ambarino y amargo sobre la mesa—. Me joden los tímpanos las chillonas que los vienen a ver.
La conocen desde hace varios años, se llama Carlota y se ha teñido el cabello de negro. El estilo le queda bastante bien, resalta con el intenso rojo de sus labios.
—Seguro tuviste que correr a cambiarte de ropa interior con lo cachonda que te pusiste. —Ethan le da un largo trago a su bebida.
La aludida suelta un bufido.
—Fue la cosa más desagradable que he visto luego del gordo masturbándose frente a un orangután que encontré en internet por accidente.
Carlota no soporta para nada a Ethan. Cuando lo tiene cerca, se pone más agresiva que de costumbre y eso ya es mucho decir para una persona que va incendiando contenedores de basura en sus noches libres.
—¡Cuánta homofobia se respira en el aire! —Frederick interviene para evitar que su amigo cometa la estupidez de seguir provocándola.
La primera vez que Ethan la vio intentó ligársela y terminó con la nariz rota. No es que luego de eso le guarde rencor ni nada parecido, porque su sensible corazoncito no alberga ese tipo de sentimientos negativos, pero encuentra cierta satisfacción morbosa en hacerle rabiar.
—No me jodas. A mí me da igual que te gusten los hombres. —Carlota rueda los ojos—. Es solo que me parece que no cuesta nada conseguirse algo decente.
La chica se da media vuelta y se va a atender otras mesas. Ethan la sigue con la mirada. Uf, pero qué cuerpazo se gasta. Qué caliente le pone la actitud de mierda de ella. Si no apreciase demasiado sus huevos, no dudaría en decírselo. Igual y tiene la esperanza de tirársela. El amor-odio es un tópico repetidísimo y todos tienen derecho a soñar.
Además, Ethan es un tipo muy deseable.
***
No tiene idea de qué demonios hace allí un viernes por la noche. Sin embargo, para la deprimente imagen que debe dar en ese momento, quizá era mejor quedarse en casa. Solo en el bar que tocó la noche pasada, sentado frente a la barra, sostiene un vaso de whiskey en las rocas. Pongan un piano de cola en medio del local y ya podrán imaginárselo como parte del video de «Piano Man».
Aun así, no aceptó los, por lo menos, diez planes que le ofrecieron ese día. No tiene ganas de tener otra compañía más que sus propios pensamientos. Le resulta inexplicable y por demás molesta esa actitud. Ojalá tener treinta para poder endosárselo a la crisis de la edad. Si se vuelve viejo, al menos podrá quejarse de que está viejo. Pero es un tema. Ethan en el fondo se siente como un adolescente y todavía se asusta cuando algún amigo lo invita a un matrimonio o un baby shower.
Ay, los matrimonios. No puede sacarse el tema de la cabeza incluso aunque se esfuerce en ello. Su hermana está comprometida, feliz de la vida con su novia, haciéndole espacio en su corazón a alguien más y dejándolo a él de lado. Demonios, ¿por qué tiene que ser tan intenso? Aquel rasgo posesivo de su carácter es un verdadero dolor de culo. Lo que pasa es que Regina y Ethan siempre han estado solos contra el mundo, una nueva adición no puede verse como algo más que una interferencia en su relación.
Aunque no es tan idiota como para creer que el matrimonio haga que ella deje de ser su hermana, le cuesta un montón aceptar que eso de verdad esté pasando. Brooke es la añadidura perfecta para su familia, una chica organizada y metódica que complementa a la perfección el caos que los Monroe traen consigo. No le cae mal, de verdad que no. Solo que...
Suspira y deja su tercer vaso de whiskey por la mitad junto con un billete de cien dólares. Se pone de pie y se dirige hacia la salida trasera del local. Le cuesta abrirse paso entre las personas que se retuercen como focas epilépticas con la mierda electrónica que suena. Ethan piensa que podía tolerarlo todo, hasta las bandas de chiquillos rubios prefabricados le parecen decentes, pero la electrónica es lo peor. Es como un apocalipsis musical.
El Goethski por detrás da hacia un callejón sin salida donde se hallan unos grandes contenedores de basura. Ethan cierra la puerta tras de sí. El lugar no está vacío, pero solo hay una persona más allí. No importa. Se deja caer en uno de los escalones que preceden al adoquinado suelo de la calle y saca una bolsita con contenido verdusco y olor dulzón. El papel lo guarda en el bolsillo y está algo arrugado, pero sirve para lo que lo quiere.
Es un ritual tan internalizado que apenas es consciente de los pasos que sigue. Depositar la sustancia sobre la fina lámina blanca. Enrollar el contenido. Sellarlo con la punta de su lengua. Coger el encendedor que la chica que está a su lado le ofrece. Darle una larga calada al cigarro.
Ah.
Preparar un porro y montar bicicleta son cosas que no se olvidan. Un yonqui siempre tendrá corazón de yonqui aunque lo que esté consumiendo sea medio legal. Las clínicas de desintoxicación no te dicen que fumar marihuana es la mejor forma de canalizar la ansiedad cuando quieres meterte mierdas mucho más fuertes en el cuerpo. Ethan ha tenido que aprender muchas cosas por él mismo desde que salió de la clínica y la aplastante realidad de la calle pinchó la burbuja que seis meses de aislamiento aséptico habían construido su alrededor.
Cierra los ojos y le extiende el cigarro a su acompañante. No sabe si lo va a rechazar, pero se siente tan relajado que el gesto le sale natural. Lo hace más por cortesía que por otra cosa, en el fondo asume que ella lo ignorará como siempre que lo ve solo.
El contacto con aquellos finos dedos logra espabilarlo. Carlota coge el porro y se lo lleva a los labios. Ethan centra su atención en ella y la ve botar el aire con parsimonia. Tiene un aspecto bastante decadente con todo el maquillaje corrido después de una larga sesión de trabajo y las mallas negras agujereadas que cubren sus largas piernas. Nunca se ha visto más preciosa.
Qué ganas tiene de gritárselo o, al menos, de cogerla por el rostro y estamparle un beso. Sin embargo, se contiene e intenta centrarse en un asunto que le causa verdadera curiosidad.
—A ver, a mí no me importa compartir mi hierba. Ya sabes lo que dicen: donde fuma uno, fuman cien. La cosa es que... esto es extraño. ¿Te pasa algo? No creo que estar sentada a mi lado en un callejón mal iluminado sea la mejor forma que tienes de pasar un viernes por la noche.
Por supuesto que no lo es, ¿quién demonios querría encontrarse allí si no estuviera jodido realmente?
—Es Arturo —dice Carlota. Recuesta la cabeza contra la pared y mira al contaminado cielo de la ciudad—. Hoy en el preescolar un crío lo golpeó y llegó a la casa con el labio roto. ¿Y sabes cuál fue la contestación de la maestra cuando fui a reclamar? La muy puta sostiene que nadie vio al chicuelo pegándole a mi hijo y que sin pruebas no pueden hacer nada. Es que si no estuviera en la sección C, los niños de esa sección son todos unos problemáticos...
—¿Hijo?
Una media sonrisa se dibuja en los labios rojos de la chica.
—A veces los condones se rompen —le contesta.
Ethan asiente. Con la tasa de embarazos adolescentes que hay en Estados Unidos aquello ni llega ni a sorprenderle. De hecho, hay muy pocas cosas que puedan sorprenderle viviendo en ese país.
—No me arrepiento de tenerlo —dice. Le pasa el canuto a Ethan—. Estaba en el límite de las doce semanas cuando me enteré que estaba embarazada y no quise abortarlo. Cada quien con su vida, ¿no? A veces creo que es más trasgresor tomar una decisión que se ciña a las convenciones sociales porque todo el mundo piensa que es una mala idea. No sé, al final debería ser yo la que elija lo que le sale del coño, pero habrías visto cómo se pusieron todos alrededor de mí cuando les comuniqué que pensaba tenerlo. Ah. Tanto luchar para que unos bravucones del Analee Avenue le estén jodiendo la vida a mi nene. Qué irónico resulta.
Él retiene una buena cantidad de aire, y mientras lo bota gira el rostro para mirar a Carlota de frente. Están muy cerca, casi tocándose. Le extraña que ella no le reproche que le bote todo el humo en la cara.
—¿Analee Avenue? Me suena muchísimo. Hm, hace dos años salí con una chica que era educadora y creo que trabajaba allí. —Ethan desvía la vista hacia algún punto de la sucia pared que se erige frente a él—. Puedo averiguar. Terminamos en buenas condiciones y quizá te pueda ayudar.
La contestación de parte de Carlota tarda más de diez minutos en llegar. Ambos fuman en silencio. El cigarro se termina. Llega la hora de irse.
—¿Por qué lo harías? —le pregunta al fin—. Yo no lo haría por ti.
El interpelado suspira.
—Tengo un corazón inmenso donde cabe mucha gente —le dice. No le menciona a Carlota el hecho de que le tiene muchísimas ganas desde hace meses, por supuesto—. Incluso hay espacio para ti, ¡la culpable de los padecimientos del joven Werther**!
—Ahora me hablas de Goethe. Ya me imaginaba que estabas despechado.
Ethan inclina la cabeza y piensa en aquellas palabras. Ay, que su hermana se casa a finales del año y él no sabe qué hacer. Luego de que no funcionara repetirse hasta el cansancio que el individuo debe conservar la condición inherente de soledad y desapego material, terminó por aceptarlo. Regina la única persona que siempre ha estado ahí para él. Pero ambos están creciendo. Nada va a ser lo mismo, por más que trate de convencerse de lo contrario.
—¿Te digo algo? —Ella se pone de pie y lo mira desde arriba—. Me acabo de dar cuenta de que no eres un completo desperdicio. Puede que te haya juzgado mal.
Ethan sonríe en respuesta. La chica vuelve a entrar en el club y él pasa un rato más mirando al horizonte. Carlota no tiene idea de cuánto necesitaba oír aquello.
***
*"Este asunto de estar vivo me está matando. El caos que siento en lo más profundo de mí". No me juzguen, la poesía y yo no nos llevamos .
**Es una novela epistolar semiautobiográfica (gracias, wikipedia) basada en una (de las muchas) chica de la que Goethe se enamoró. Se llamaba Carlota (al menos ese era su nombre en la traducción al español). Sí, le he puesto así a ese personaje a propósito.
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