IV. La Entrega de la Gema
Es mi turno. Respiro hondo segundos antes de que la puerta se abra. Suenan fanfarrias y veo amarillo. Llega mi momento. Enfilo por el camino de hielo como si fuera una reina. Las cintas se deslizan tras mi cola.
Estoy nerviosa, cómo no. Pero he ocultado mis sentimientos tras una máscara; Padre me enseñó a hacerlo. "Eres una hembra", me había dicho años atrás. "No puedes permitir que nadie se tome el lujo de subestimarte". Hablando de él... No lo veo sobre su trono. De hecho, no lo diviso en ninguna parte del patio principal por el que se entra al palacio, que es donde se está celebrando la ceremonia, con objeto de que la presencie todo el pueblo. ¿Dónde está el rey?
Hago una reverencia pronunciada, para que la vean hasta los dragones de la última fila, y me siento en el sillón de hielo que han preparado para mí, forrado de terciopelo.
Entonces Geesh, el consejero, se pone en pie.
—Hoy nuestra querida princesa Spring ha cumplido dieciséis años —habla pausadamente con una voz potente.— Y, como es tradición, va a comenzar su prueba de heredera con la Entrega de la Gema.
Dirijo mi mirada hacia el público, y me doy cuenta de que hay varias caras conocidas. Por ejemplo, Slaider y Gleeze están sentados en primera fila. Xlys está un poco más atrás.
—Lamento informarles de que el rey Hielum se encuentra gravemente enfermo.
¡¿Qué?!
—Por eso seré yo quien presida la ceremonia y coloque la Gema en la frente de nuestra princesa.
Pero, ¿cómo que mi Padre está enfermo? ¡Si ayer se encontraba perfectamente! Esto no me cuadra.
Geesh, ajeno a mi duda, muestra un pergamino. En él están escritas las diez pruebas que he de completar en los dos próximos años.
—Ante ustedes leeré los retos a los que Su Alteza Spring deberá plantar cara —carraspea.— Uno: derrotar a un leviatán del Mar Ártico. Debe traer como prueba uno de sus colmillos.
Genial. No me han entrenado para matar monstruos.
—Dos: arrancar una Flor del Amanecer y traerla al palacio. Tres: recuperar el Anillo de Hierro del Lago de Sombra y presentarlo ante nosotros.
Bueno, comparadas con la primera, estas dos no están mal.
—Cuatro: conseguir la cornamenta de un ciervo de hielo intacta y mostrárnosla. Cinco: vencer al Rayo Negro en un combate y traer como prueba sus armas.
Sinceramente, nunca había oído hablar del Rayo Negro. ¿Será otro tipo de monstruo?
—Seis: convencer al Hechicero de la Gruta para que le fabrique un escudo mágico, que debe mostrarnos. Siete: forjar una corona de plata con las cenizas del Paso del Páramo y enseñárnosla.
¿Qué?
—Ocho: llenar un frasco de lágrimas de hielo procedentes del monte Berg, que debe traer como prueba. Nueve: tocar ante todos nosotros la Melodía del Silencio con un ornitáculo.
Me estoy preocupando. No sabía que todas estas cosas existían.
—Y diez: encontrar la forma de curar al rey Hielum, su Padre.
Casi se me para el corazón. ¿Cómo voy a hacer eso?
—La princesa no podrá recibir ayuda de ninguna clase; deberá afrontar las pruebas sin ninguna compañía, y estará prohibido facilitarle su misión. El dragón que no cumpla estas condiciones será perseguido y encarcelado.
El sudor, frío, se me cuela por entre mis cintas. Lamento haber tomado mi desayuno, porque me están entrando náuseas.
—Su Alteza Spring podrá abandonar el palacio para llevar a cabo los retos cuando quiera, pero debe saber que no se le permitirá volver a pisar este recinto hasta que no haya terminado las diez misiones, habiendo presentando las pruebas que se le piden.
Trago saliva. Eso significa que no podré volver a casa.
—Las pruebas están pensadas para que la princesa pueda realizarlas sin ninguna dificultad.
¿Ah, sí? Pues me gustaría hablar con quien las haya diseñado. ¡No estoy preparada para esto! Me quejo mentalmente. Entonces, Geesh fija sus ojos sobre mí.
—Ahora es el momento de la Entrega de la Gema.
"Venga, tranquila", me digo. "Está todo el mundo mirándote, no es el momento de hacer de princesita blanda mimada. Sobre todo, no muestres debilidad". Me pongo en pie y me arrodillo frente al consejero. "Debería ser Padre quien me pusiera la Gema", pienso.
Geesh muestra un cojín en el que descansa una joya. El público aplaude. Miro con tristeza cómo hasta Gleeze parece contento. ¿No se dan cuenta de que estos diez retos no me resultan divertidos precisamente?
Entonces el consejero coge la Gema, que comienza a brillar con una luz intensa. Entrecierro los ojos. Es curioso, yo me la imaginaba transparente, pero es azulada, y tiene la forma romboidal de un diamante. Recopilo en mi cabeza todo lo que sé sobre ella: que es el tesoro más preciado de la familia real, ya que alberga en su interior una energía arcana que le permite a su portador obtener un poder especial. Padre repetía que la prueba era fácil porque, gracias a las nuevas habilidades que la Gema desbloqueaba en ti, podías completar las misiones en mucho menos de dos años. Respiro hondo cuando Geesh la acerca a mi frente. En el momento en que la joya me toca, siento dos cosas:
La primera, que la Gema se funde con mi propia piel, hasta quedar incrustada en mi cuerpo, en mi cabeza, la mayor parte de ella visible para que todo el mundo sepa que estoy realizando la prueba.
Y la segunda es un dolor insoportable, que me hace cerrar los ojos y apretar la mandíbula desde el momento en que la Gema roza con mi cuerpo. ¡Me quema! Pero no es la misma sensación que me producen los ojos de Winter, no. La joya arde, me abrasa con la energía centelleante de un tornado relámpago. Y no se va. El dolor sigue, cada vez más fuerte. Me pongo en pie, tambaleante. Tengo ganas de devolver la comida.
Pero solo oigo la ovación del público. Esos aplausos que se clavan en mi mente cual agujas de hielo.
Aguanto como puedo a que Geesh finalice el acto, y acepto el pergamino que me entrega, con esas estúpidas diez pruebas escritas, aunque solo soy capaz de pensar en este dolor, que quiero calmar de alguna forma.
Por fin, cuando el consejero invita a los dragones presentes a que prueben el cóctel especial que acaban de preparar, me dejo caer sobre mi sillón. Todo el mundo se dispersa, y yo aguardo a que se alejen lo suficiente como para poder retirarme a mi alcoba sin tener que dar explicaciones. Aunque Gleeze se ha acercado a hablar conmigo.
—Enhorabuena, Spring.
Tengo lágrimas en los ojos de contener el dolor, pero farfullo un gracias.
—Tu prueba no es fácil, aunque yo creo que puedes lograrlo —me sonríe. Eso alivia un poco mi frente inflamada. Gleeze se aproxima aún más a mí hasta que su boca queda cerca de mi oído. Me estremezco. —¿Puedo darte un consejo? Yo que tú, me haría más fuerte para superarla.
Lo miro, interrogante. ¿A qué se refiere?
Él me atraviesa con sus ojos gris plata:
—Debes helar tu corazón...
Vuelve a esbozar una sonrisa, me dice que mañana hablaremos, se aleja de mí y se dirige a las mesas donde el resto de dragones comparten el piscolabis.
Soy poeta. Comprendo el término: helar mi corazón significa no mostrarme a nadie. No creer a ningún dragón. No enseñar mis sentimientos ni mis opiniones. Hacerme dura y fuerte como una roca. Oscurecer mi transparencia. No permitir que nada ni nadie me alcance y me haga pedazos. Dejar de ser una artista y convertirme en un monstruo.
Quizás tenga razón. Si no lo hago, no lo lograré.
Me levanto y vuelvo sobre mis pisadas. Ya no me preocupa que alguien pueda verme. Entro en palacio y atravieso pasillos, subo escaleras de hielo, abro puertas y las cierro al pasar. Sigo la ruta invisible que me sé de memoria y conduce a la alcoba del rey. La he recorrido tantas veces... Unas, en busca de consuelo. Otras, cuando no podía dormir por las noches sin que me asaltaran los terrores nocturnos. O, simplemente, aquellos momentos en los que solo necesitaba la compañía de mi Padre. Acelero cuando, por fin, veo las puertas dobles de hierro al fondo del corredor.
Las empujo, conteniendo la respiración.
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