III. Dieciséis inviernos

Me despierto. ¡Es mi cumpleaños!

Aunque mi primer pensamiento no es ese. He soñado con un dragón hasta ayer desconocido. Sí, Winter me ha estado atormentando esta noche en uno de mis habituales terrores nocturnos. No lo recuerdo todo, pero sé que en mi sueño aparecía la Gema. Y él me decía algo así como "duele mucho llevar un tesoro en la frente". A saber por qué.

Me levanto de mi lecho y me acerco al espejo circular que hay en el suelo de mi alcoba. Puedo verme reflejada: una hembra dragón de escamas blancas (alguna que otra cian), como el hielo. Mis alas, que reposan unidas, son translúcidas. Mis cuernos son más finos y pequeños que los de los mayores, al igual que mis garras, porque aún no han tenido tiempo de crecer. No hay cicatrices en mi cuerpo y mi silueta no ha madurado lo suficiente como para que me puedan considerar atractiva. Pero hoy solo quiero mirarme los ojos.

Ahí están. Los míos son azules, como los de mi Padre. Bueno, vale, son celestes, no tan oscuros. Pero no son blancos, ni de hielo. ¡Es que nunca había visto un dragón con ojos como los de Winter!

—¿Spring? —la pesada puerta de mi cámara se entreabre.—¡Feliz cumpleaños!

Es Xlys, mi dama de compañía. Tiene dos años más que yo (eso implica que es más grande y más fuerte), y la conozco desde que Madre murió (hace unos diez inviernos). Es mi referente en todo; al principio era como otra madre, y ahora se ha convertido en mi confidente... Y mi mejor amiga.

—Qué bien que ya estás despierta. Así no tendrás que pasar por el mal trago de un cubo de agua fría.

Se dirige al armario y vuelve con mi traje de ceremonias.

—¿Pensabas lanzarme un cubo de agua fría? —pregunto mientras me ata las cintas en la espalda.

Los dragones no llevamos ropa, pero sí adornos. Y los de hoy son los más incómodos que me han puesto en mi vida.

—Contigo nunca se sabe. Eres una dormilona de cuidado —Xlys pasa a mis alas. Bien, veinte segundos menos de tortura— Por cierto, ¿cómo es que te has despertado tan pronto? ¿Has tenido una pesadilla?

La miro de reojo y me topo con sus ojos chispeantes. No voy a reconocerlo.

—¿Yo? ¡Qué va! —No suena creíble.

—¿Seguro?

Me derrumbo, cómo no. A ella se lo puedo contar.

—No. He tenido otro terror nocturno.

O sea, que un sueño normal me ha producido un miedo o pavor inexplicable.

—¿Sobre qué, esta vez?

—Un bosque... No sé —no voy a mencionarle a Winter para nada.—Pero salía la Gema que me entregarán hoy.

—Estás nerviosa. Es comprensible.

Xlys hace un último nudo y me da la vuelta, para que me observe en el espejo.

—Mira, estás preciosa.

Sonrío. Ha hecho un buen trabajo: apenas soy capaz de reconocerme. Hay tantas joyas y cintas que voy a temer que alguien me rapte durante la ceremonia creyendo que soy un arca del tesoro. Pero sí, mi frente está desnuda, porque ahí tiene que ir la gema.

—Muchas gracias. Me encanta.

—Estás guapísima —me abraza. —Ha sido un gran honor para mí cuidar de ti todos estos años, Spring.

—¿Por qué dices eso?

Ella nunca se anda con honores y palabrerías. Mi cabeza empieza a pensar, a darle vueltas a todo. ¿Pasa algo malo?

—Bueno... Hoy cumples dieciséis años. Ya no necesitas una dama de compañía.

Me quedo helada. Es cierto, soy ya casi una adulta. Se me olvidaba que el contrato de Xlys termina hoy. ¿Qué le digo?

—Puede que no —y añado:— pero sigo necesitando una buena amiga.

Me gano otro abrazo. Hundo mi cabeza en su hombro. Huele a mármol. En el fondo la quiero, y mucho. Voy a echar de menos sus bromas y sus consejos.

Ya es tarde, así que bajo a desayunar. Se nota que es mi gran día: todos los dragones con los que me cruzo inclinan la cabeza en señal de respeto. La mayoría son criados (es decir, trabajan en el palacio velando por la comodidad de la familia real a cambio de alimento y un lugar para dormir); pero también me topo con Geesh, el consejero (un impresionante dragón de alas negras) , que está supervisando, y él hasta me besa la pata.

Es mi cumpleaños; quiero un desayuno puro. Voy yo misma a por él a la cocina ("¡Cuidado, no vayas a ensuciarte!", me advierte Xlys) y me lo tomo en el patio de armas, sentada en una silla de hielo. Me he conformado con un trozo de conejo caramelizado y agua dulce, que está muy fría. Los dragones somos carnívoros, y además necesitamos grandes cantidades de comida. Por eso a mí me han enseñado a cazar, aunque no lo hago a menudo porque soy la princesa.

Salgo de mis ensoñaciones cuando un dragón del color del cielo nocturno con alas puntiagudas pasa deslizándose a mi lado. Es Slaider, cuatro años mayor que yo. Un pesado que tiende a saltarse la etiqueta. Y hoy no es una excepción.

—¡Princesa! —me grita mientras da vueltas y cabriolas por todo el patio de armas.—¡Qué guapa está hoy!

Lo ignoro. A Slaider le gusta ir de fiesta, conocer gente, burlarse de mi Padre (su rey) y moverse deslizándose sobre su panza en vez de volar, como todo el mundo. Es bastante impresionante verlo, y así se desplaza más rápido; pero yo no lo consideraría una forma de transportarse segura. Además, cuando está cerca siempre oigo como una especie de... chirrido.

—¿Tiene ya pensado lo que va a hacer esta noche?

—¿Dormir?— Le contesto. No puedo contenerme.—No, espera, ya sé. Escribir un poema estúpido sobre ti.

Hace una mueca, no le ha gustado. Slaider es uno de esos dragones que no entienden mi pasión por la poesía.

—Princesa, es una romántica —hace una pirueta en el aire— Pero nunca ha vivido un solo romance. Ya no es una niña, es hora de que comience... alguna aventura —me guiña un ojo.

Niego con la cabeza y vuelvo a lo mío. No quiero tener nada que ver con él.

—Es muy grosero a veces —dice una voz a mi derecha.

Me percato de que Gleeze está a mi lado. No lo había visto. 

—Pero en el fondo es buena persona —susurro yo.

Él me sonríe. No sé qué edad tiene, pero es un dragón joven y mayor que yo. Sus alas parecen casi transparentes, y es delicado y cuidadoso. Y muy amable. Nada que ver con el resto de los dragones. Por eso me cae tan bien.

—No le defiendas —me responde, también en voz baja— Ya sabes qué es lo que quería en realidad.

Asentí. 

—Lo que quieren todos los jóvenes dragones de una hembra.

—Todos no —me dice Gleeze con una sonrisa.

Me sonrojo. Es que él no entra dentro de la categoría de "todos los dragones". Todavía recuerdo su asombro el día en que, hace dos años, le leí uno de mis poemas. Fue el primero de muchos. Mis escritos le gustaban (bueno, con razón es el aprendiz del bibliotecario). Desde entonces, me ayuda a veces a estudiar y a continuar escribiendo. Sueño con publicar un manuscrito con mis mejores poemas, y lo guardaremos en la biblioteca de palacio para que todos puedan leerlo.

Sí, nuestra relación no es la reglamentaria. Pero Padre lo sabe y no me ha reñido nunca. Así que supongo que está bien. 

—Claro que no. Tú, no —respondo, roja.

—Por cierto, felicidades —me dice, y saca de su faltriquera un pequeño paquetito. —Toma. Es un regalo modesto, pero espero que te guste.

Empiezo a abrirlo con cuidado.

—No tenías que... ¡Cielos! —extraigo un brazalete del envoltorio. Es de plata, con formas intrincadas que se entrelazan, formando un rombo por la parte de delante —¡Es precioso! Muchas gracias. ¡Me encanta!

Él sonrió.

—Póntelo.

Dudo. Xlys ha elegido mi conjunto, no creo que vaya a sentarle bien si me pongo algo que no pega.

"Venga, Spring, es un regalo. No ponérselo estaría feo"

Pero justo en ese momento, Geesh entra en el patio de armas y anuncia que todos los dragones deben dirigirse a la entrada principal porque va a comenzar la ceremonia.

Gleeze emite un pequeño gruñido, se despide y se marcha. Yo guardo mi regalo bajo las cintas de mi pecho y me dispongo a llevar mi plato a la cocina.

—Estás ahí —me dice Xlys, que se topa conmigo en el camino de vuelta. —Te estaba buscando. Venga, la ceremonia va a comenzar.

Asiento y la sigo. Intento recordar la sonrisa de Gleeze, pero se borra y veo otra cara. Una que tiene los ojos blancos y me mira como quemándome con su hielo.

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