88. Orgullo roto

Carolina aparta los arbustos que medio ocultan la entrada de la cueva y camina contoneándose hasta ponerse delante de Rubén. Una vez ahí, lo mira de arriba abajo y emite una risita burlona, sin estar demasiado impresionada por aquel nuevo contrincante.

—¿De verdad crees que puedes derrotarme tú solo? No lo creo, Rubén... De verdad eres fuerte... Puede que seas el segundo humano más fuerte de toda la isla, pero al mismo tiempo eres débil, muy débil. Fracasarás de nuevo y eso no será ninguna novedad, porque llevas fracasando toda tu vida —dice Carolina y vuelve a reírse ante la cara superseria de Rubén, de esas duras que desconocen los pasos necesarios para formar una sonrisa.

Me fijo en la gema rosada que está incrustada en su mano, me doy cuenta de que no tengo ni la menor idea de qué es eso. Es decir, ya sé lo que son las Marcas y también los elementales, pero no sé qué clase de poder es esa gema. Aunque la verdad no creo que importe demasiado, por lo menos no ahora.

—Ríndete y te prometo que no te haré daño —le dice Rubén, pero es imposible que ella obedezca. Está demasiado convencida de que ella tiene la razón y estoy segura de que hará todo lo posible para abrir el sello. Menos dar su vida, aparentemente.

Los pinos rodean la entrada de la cueva, allí dónde estamos, formando un pequeño claro de hierba seca. Aparte del camino que lleva hasta aquí, el suelo del bosque está cubierto por mares de helechos. Las copas de los árboles se balancean de un lado a otro, son testigos del enfrentamiento, pero a ellos poco le importan quién se convertirá en el perdedor y quién en el vencedor.

—¿Rendirme yo? No lo creo, después de todo lo que he pasado no creo que vaya a rendirme justo ahora—dice Carolina.

El grandote ya no se molesta en seguir hablando y eso me parece lo mejor: no creo que sea demasiado bueno dejar suelta la lengua de Carolina, que lo único que sale de su boca son tonterías peligrosas.

La gema brilla con fuerza y forma una pequeña bola de energía rosada que envuelve la mano de Rubén. Eso es lo mismo que hizo durante el combate contra el robot, ¿será capaz de descabezar a esta nueva enemiga?

Le pega tremendo puñetazo en toda la cara a la despellejada, con una fuerza prodigiosa que la tira al suelo, tanto que le destroza la mandíbula. ¿Será suficiente como para dejarla fuera de juego? ¡Eso espero!

—¡Bien hecho! —exclamo yo, entusiasmada y creo que es bastante posible que el Rubén sea capaz de derrotarla.

—Vaya... ezto zí que fue un buen godpe... —dice Carolina, se levanta el suelo de un salto y para mi gran decepción veo como la mandíbula comienza a regenerarse —. ¡Pero se necesita mucho más que esto si de verdad me quieres vencer!

Rubén no está para conversaciones y, de nuevo, se lanza en dirección a Carolina con el puño envuelto en una esfera rosada. Pero antes de que pueda volver a golpearla, Carolina levanta la mano enseñándole la palma y grita una sola palabra:

—¡Clara!

—¿Clara...? —pregunta Rubén y frena en seco, palidece.

—Clara, Clara, Clara —repite Carolina una y otra vez, cual gallina en el gallinero.

—¡¿Por qué has dicho ese nombre?! —grita Rubén y retrocede unos pasos alejándose de Carolina, tiembla y tiembla y no deja de temblar. Ya no tiene ese aire de fortaleza, ahora, y a pesar de su tamaño, parece débil y diminuto.

—¡No la escuches y pelea, so idiota! —le grito yo, porque creo que es un error fatal eso de escuchar a Carolina, que sus palabras son como venenosas.

—¿Te crees que siempre tuve este aspecto, querido? —pregunta Carolina y se acerca a la piel que se sacara antes ... Espera un momento, se hacía llamar Carolina cuando se vestía así. ¿Es ese su verdadero nombre?

—¿Qué quieres decir con eso...? —pregunta Rubén y baja el brazo de pegar, la bola rosada parpadea unos instantes antes de desaparecer. Carolina coge el pellejo y lo levanta, después dice:

—Antes de ser Carolina, era tu querida Clara. Dejé de serla porque me cansé de ti, eres demasiado posesivo, demasiado pesado, demasiado asfixiante... ¡Pensé que sería mejor para mis planes estar al lado del segundo al mando de los Hijos del Sol! Pero resultaste ser... ¡¡Un completo pesado!! —le grita Carolina, lanzándole su antiguo disfraz a los pies.

—Estás mintiendo... —dice Rubén con voz temblorosa.

¡Ala, y así es cómo Carolina vence el combate! Diciéndole que la mujer a la que quería no era la mujer que pensaba que era, sino una monstrua sin piel... Así claro, seguro que Rubén pierde las ganas de pelear o ya no dé golpes con tanta decisión y fuerza o algo por el estilo.

—Yo no miento... Nunca lo hago. Pensabas retirarte de los Hijos del Sol en cuanto te dejaran marcharte de esta isla, soñabas con irte a vivir conmigo a la colorida y alegre ciudad de Cassiria y entre los dos abrir un bonito restaurante en una calle tranquila. ¿No es acaso tu verdadera pasión la cocina? Pero sé que esa idea se fue al traste cuando una noche viste como un meteorito caía cerca de tu casa, en las afueras de Saavedra, y al acercarte descubriste tu gema rosada que, al verte, se lanzó hacia ti quedándose incrustada en tu mano. Al obtener esos magníficos poderes, dejaste de lado tu verdadero sueño, porque creías que era tu deber poner al servicio del Reino tu fuerza. Pero poco a poco te diste cuenta de que los Hijos del Sol están podridos por dentro, ¿quieres que te cuente lo que hiciste para que te enviaran aquí? —pregunta Carolina y, la verdad, es que tengo algo de curiosidad. Sé la razón de que enviaran a Xoana y también a Casandra y Perita, pero en cuanto a Rubén, Anais y Lúa no lo sé. Aunque creo recordar que estas últimas dos se conocían desde pequeñas.

—No hace falta... —gruñe Rubén.

Carolina apoya una mano sobre su pecho y levanta la otra al cielo.

—¿Me crees ahora? ¿Comprendes quién soy? O, mejor dicho, quién fui. Y ahora que sabes la verdad, ¿qué harás conmigo? ¿Serás capaz de pegar a la que fue tu amada Clara? —pregunta Carolina y yo ya pensaba que todo esto destrozaría por dentro a Rubén y hasta me parecería normal. Que se arrodillaría en el suelo y comenzase a llorar o algo por el estilo.

Pero él se lanza sobre ella y la golpea de nuevo en la cara, la coge por sorpresa y cae al suelo. Aun así de esta vez no para, Rubén se tira encima de ella poniendo su pesado cuerpo sobre su estómago y golpeando el rostro una y otra vez.

La mano de Carolina se mueve con rapidez y sujeta algo que lanza destellos plateados: lo clava en el estómago de Rubén, en la camisa blanca que pronto se vuelve roja. Es el cuchillo de Xoana, que aunque roto todavía puede hacer daño.

El grandote chilla de dolor y se aparta, Carolina aprovecha para lanzarse con la velocidad de un cohete y golpearle en toda la cara con su dura cabeza de músculo. Es un golpe fuerte y brutal, que llega a ser cualquiera el que lo reciba y lo dejaría inconsciente.

Pero Rubén permanece de pie, recibiendo tremendo cabezazo como si fuera la picadura de un mosquito, dispuesto a seguir peleando contra aquella monstrua sin piel. Realmente es admirable ese aspecto del grandote...

Las manos de dedos alargados de Carolina caen sobre los hombros de Rubén y vuelve a golpearle con su dura frente en toda la cara, ya enrojecida por los golpes. Él intenta escapar de esa trampa, pero Carolina no deja de pegarle una y otra vez.

Rubén retrocede hasta chocar contra un pino y, a pesar de su admirable resistencia, al final cae al suelo derrotado y con una fea herida abierta en la frente de la cual le cae sangre que pasa por el entrecejo y resbala por ambas lados de su nariz.

Carolina se queda en silencio en frente del desmayado Rubén, tiene la frente manchada de sangre, pero no es la suya. Detrás de ella se acerca con paso cauteloso Anais y tiene a Orgullo Dorado en las manos.

¿Puede que esa espada sea lo suficientemente poderosa como para poder vencer a Carolina? Es un arma con nombre y solo las fuertes lo tienen, o eso quiero creer. Distraeré a la despellejada para que no se dé cuenta del ataque que le caerá encima.

—¿Cómo esperas que ellos puedan vencer a Caligo si ni siquiera pueden acabar contigo, so burra? —le pregunto y ella me mira con aquellos dos ojos grandes como mundos.

—Es en los momentos de mayor desesperación cuando el alma humana resplandece con mayor fuerza, señor fantasma... Y ya tengo mi respuesta: voy a abrir el sello... —dice ella y está a punto de darse la vuelta, ¡pero si lo hace verá a la Anais que se acerca, acerca y acerca!

—¿Quién eres en realidad? Carolina era un disfraz, al igual que Clara... ¿Quién eres? —pregunto yo, porque supongo que nunca tuvo ese aspecto de monstrua, supongo que alguna vez en su vida fue una mujer de carne, hueso y piel.

—¿Quién soy? Simplemente alguien que se cansó de vivir en el Reino y quiso ver si había algo que mereciera la pena en la Nación. Y descubrí que había algo, en mi interior: la fuerza inherente de la humanidad que sale a relucir en el peor de los momentos —dice y ya me está pareciendo un poco pesada, que parece que solo sabe hablar de un solo tema.

—Ya, ya... ya me contaste eso. ¿Por qué te fuiste de aquí? ¿Se puede saber? ¿Cuál es tu verdadero nombre? —pregunto, Anais está bien cerca y levanta la espada en alto. ¡No falta nada para el golpe!

—¿Mi verdadero nombre? Supongo que eso se puede decir. Me llamo...

¡Anais golpea con todas las fuerzas justo en la cabeza de Carolina! La espada rompe en dos pedazos, fue como si golpease una estatua... Anais tiembla de pies a cabeza al mirar la espada rota en la mano.

—¡Oh, no, no, no, no! ¡Orgullo Dorado! ¿Estás bien? ¿Estás bien de verdad? ¡Contesta! —grita Anais, cayéndose de rodillas al suelo y los ojos cubiertos de lágrimas.

Carolina se la queda mirando durante unos instantes, pero no hace ni el más mínimo intento de hacerle nada de daño. De todas formas, no creo que sea necesario: la pobre está completa y absolutamente fuera de juego.

—... Ramona y ahora voy a abrir el sello. ¡No tiene sentido seguir posponiendo lo evidente! —exclama Carolina y camina en dirección a la entrada de la cueva.

¡Menudos inútiles son los Hijos del Sol! ¿Es que no saben hacer nada más que perder, perder y volver a perder? ¿Cómo puede tener la esperanza de que vayan a hacer algo diferente contra Caligo?

—¡Vamos, Carolina! ¿No ves que son unos perdedores? ¿No puedes esperar a abrir la llave unos años? Que se entrenen y luego ya si tal —le digo, pero ella niega la cabeza.

—¡Señor fantasma, por favor! ¡Ya te expliqué mi razón de por qué quiero hacer lo que quiero hacer! —dice y la sigo al interior de la cueva.

Xoana puso a Casandra bocarriba, pero la pobre todavía no despertó de su inconsciencia. Al ver que Carolina está de pie y en buen estado, se queda con la boca abierta. No sé la razón de que se sorprenda tanto, porque desde que llegué a la isla tampoco es que los Hijos del Sol mostraran que saben hacer bien su trabajo...

—Sí, sí... ¡Los derroté a todos! Menuda sorpresa... —comenta Carolina agitando la mano en dirección a Xoana.

—¡Ratas! ¡No lo abras! ¡No lo abras, Carolina! —grita Xoana, poniéndose en frente de la despellejada, intentando impedir su avance.

No sirve de nada, Carolina la aparta con un movimiento de la mano y Xoana cae en el suelo. ¡Solo si fuera un poco más grande, un poco más fuerte! Aunque eso no le sirvió de nada a Rubén...

Carolina se coloca en frente del sello lunar y levanta los brazos al techo.

—¡No estoy dispuesta a morir para abrir la puerta! —grita y no entiendo nada, ¿no era que se necesitaba que ella muriera para poder abrirlo?

Pero la puerta comienza a abrirse: se abre una línea justo por el centro y las dos hojas comienzan a correr para los lados. El suelo tiembla, todo tiembla, cae polvo del techo y se escucha el ruido de la piedra arrastrándose.

—Al final te diste cuenta... —dice Xoana.

—Solo hay que responder la pregunta correctamente... ¡No sé dónde tenía la cabeza para no darme cuenta! Pero ahora todo está arreglado. Ahora solo os queda vencer o morir.  

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top