83. Una noche robótica

 Bueno, gracias a la conversación con la Carolina tengo la cabeza que me da más vueltas que un tío-vivo. No tengo demasiadas ganas de volver a la fiesta, porque vería de nuevo a Xoana y las dudas me revolverían las tripas. Así que decido que lo mejor es tirar hacia arriba a ver qué tal se está en el tejado.

Me quedo al lado de una chimenea larguirucha y hago como que me siento a su lado. ¡Estoy cansada! ¡Cansada de verdad! Normal, no dormí nada desde que... ¡Ni idea! Es decir, aparecí en medio del mar sin saber quién era, sin saber de dónde venía. Y ahora estoy que no sé quién soy ni sé a dónde voy.

—Por lo menos la vista es bonita... —me digo a mí misma y eso me ayuda a sonreír un poco. Bueno, boca no tengo... ¿Sonreír con el alma? Lo cierto es que me tranquiliza un poco y eso es algo que necesito.

En relación con lo que estoy mirando, son los tejados nocturnos de Agarimo y las farolas encendidas en las calles. Poca luz dan las susodichas, la verdad... Son puntos de color naranja que se esparcen por la noche de calles vacías. Luego está el mar amplio y gigantesco y me gusta mucho.

—¡¡Criminales de la noche!! ¡¡Temed el poder del vengador metálico!! —escucho gritar a una voz de metal y me pega un susto de campeonato.

Estuve a punto de escaparme porque pensé que se refería a mí, ¡pero yo no soy ninguna criminal! Solo una simple fantasma que se intenta buscar la vida sin hacer daño a nadie.

Entre las sombras se oculta alguien y no es otro que Ventura, el robot. Con las manos sobre las caderas y mira con desafío la noche. ¡Tiene una capa enroscada en el cuello y también se cubre la cara con un antifaz!

Entiendo que está haciéndose el superhéroe o algo del estilo, como si fuera una especie de Solman, pero en cutre. Aunque el ocultar su identidad como que no funcionaba demasiado bien. Porque él era, por lo que yo sé, el único robot que vive en esta isla.

—¡Eso sonó realmente fabuloso! El vengador metálico... es un nombre genial para un superhéroe... —dice él y se rompe a reír a fuerza de carcajadas.

Me acerco a él con un poco de cautela, no fuera a tener en él un dispositivo que sirviera para capturar fantasmas. No sería tan improbable, porque Carolina me pudo ver y también pillar con la mano.

El que me capturase sería horrendo, porque una cosa es estar muerta y la otra sería estar muerta y encerrada. Una de las cosas buenas de ser una fantasma es que tienes bastante libertad para ir a dónde quieras cuándo quieras.

—¡El vengador metálico patrulla incansablemente las calles de Agarimo, peleando contra la más baja escoria criminal! Es genial, brutal, me encanta... Tengo que apuntar el nombre en alguna parte para que no se me olvide... —dice el robot.

Me pongo en frente de su cara de robot, Ventura no es capaz de verme. Eso o es un maestro disimulando, pero no me parece que sea ese tipo de robot. Seguramente, si me estuviera viendo no sería capaz de esconderlo y me comenzaría a gritar cualquier tontería. Aunque para asegurarme decidí hablarle:

—¡Hola, Ventura! ¿Qué tal estamos? Soy yo... Bueno, no me conoces porque no sé si me viste la otra vez. Soy una fantasma y me llamo... No sé... ¿Qué tal?

El muy robot no me escucha, sigue buscando algún papel o libreta para escribir su nombre de superhéroe que dijo antes, pero no encuentra nada y no tarda demasiado en rendirse.

—¡Qué pena! ¡Espero que no se me olvide el magnífico nombre del Vengador metálico! ¡Malo será! ¿Cómo iba el discurso? ¡El vengador metálico no dejará crimen sin cabeza! Creo que no iba así... Me pregunto si mamá me podrá poner algún lanzacohetes... ¡Oh, no! —dice llevándose las manos a la boca y mirando a su alrededor —. No debo llamarla mamá, debo decir la Profesora... Menos mal que no hay nadie por aquí que me pueda escuchar. ¡Qué bien! En fin... Parece que no hay crímenes, ni criminales, ni monstruos malos, ni fantasmas...

Fantasmas sí que hay, pero parece que no hay médiums por aquí. ¡Qué solitaria es la vida de un fantasma! Aunque es bien cierto eso que dicen que mejor estar sola que en malas compañías. Que no me parece demasiada atractiva la idea de estar demasiado tiempo junto a Carolina... ¡Esa tipa me da escalofríos!

—¡El vengador metálico entra en acción! —grita Ventura y se lanza desde las alturas y son como cuatro pisos los que tiene el edificio. No creo que el robot se haga nada de daño, pero las pobres baldosas que tendrán que aguantar su caída sí que van a sufrir un poquito.

Me encojo de hombros fantasmales, tampoco es que sea mi problema. Yo ya tengo bastantes: todo lo que me contó la Carolina. ¿Es cierto, es mentira, es una mezcla de las dos cosas? ¿Debería intentar hablar con Xoana o mantener mis labios cerrados? No tengo ni la más menor idea...

Pensar sobre estas cosas hace que mi cerebro me duela. Además, no soy capaz de encontrar ninguna solución, así que me quedo mirando el cielo. A la luna sonriente, a las estrellas brillantes, a la oscuridad reinante. Y eso me hace sentir una sensación que nunca antes sintiera. Es como... ¿Sueño? Mis ojos se van cerrando... ¡Es sueño! ¿Cómo puedo dormir si no tengo cuerpo? Me da absolutamente igual y me quedo sopa.


Me despierto al sentir un calorcito agradable. Son los besos del sol, que pese a ser una fantasma mi cuerpo es capaz de sentirlos. Pronto, recupero la vista y lo primero que veo es el gran mar que se extiende delante de mí. Me quedo asombrada, porque me parece una de las cosas más bonitas que vi en mi vida.

Es cierto que por la noche lo miré también, pero hacerlo bajo la luz del sol es bien diferente. ¡Nunca me fijé en él tan bien como ahora! Aunque llevo ya unas cuantas semanas en esta isla, nunca me parara a mirarlo de verdad. El sol brilla con fuerzas, las nubes se fueron a sus casas y puedo ver con claridad cómo se extiende el mar, el gran mar, el mar infinito.

Me levanto un poco sobre el tejado y observo la playa que sonríe frente al mar salado. Me gusta, me encanta, lo adoro... Las gaviotas vuelan por el cielo, graznan sus chirridos. No son aves bonitas: tiene una cara de mala hostia tremenda. Pero son un elemento importante de la playa, del mar, de la arena, del todo... A menudo creo que se mira, pero no se ve. Vas como una máquina por la vida sin darte cuenta de las cosas maravillosas que te rodean.

Escucho el aullido de una gaviota, cerca de mí. Al levantar la mirada, veo como una de ellas se lanza contra la menda con el pico abierto. No pienso, actúo y esquivo a duras penas el ataque. Siento su pico entrando en mi cuerpo... ¡Y duele de verdad!

—¡Serás capulla! —grito yo, mientras me alejo de ella a toda velocidad y me quedo junto a la chimenea.

La gaviota me mira con un odio que desborda de esos ojos amarillos rodeados de rojo. No sé qué le hice yo al animal este, pero el cabreo que me lanza a la cara como puñales no es ni medio normal.

—¿Me puedes escuchar? —le pregunto, porque quizás esto sea todo un malentendido. Aunque ya me dirás tú qué clase de malentendidos podrás tener con una gaviota...

El pajarraco ese lanza el pico hacia delante y me regala un graznido aterrador que me deja temblando. Está más que claro, el pajarraco aquel me odia... y un montón parece ser.

Abre las alas al cielo y creo que está dispuesta a atacarme de nuevo, todavía siento el dolor punzante allí donde la muy cabrita me hincó el pico. ¿Me querrá comer o qué?

Pero no tengo ganas ninguna de averiguar si sí o si no, así que traspaso el tejado y me voy para abajo. Soy capaz de escuchar los gritos de la gaviota y estoy como un poco con mal cuerpo.

Antes me lamentaba de que nadie me pudiera ver, pero entre ayer por la noche y hoy descubrí que quizás es mejor que nadie me vea. Porque la Carolina me dejó la cabeza mareada y la gaviota casi me come.

Bajo y bajo y bajo hasta llegar al piso donde tuvo lugar la fiesta de la noche anterior. Ahora duerme en el silencio de las siete de la mañana, que esa es la hora que me dice el reloj de la pared.

El sofá donde estaba sentada Oni tiene las tablas rotas y en el suelo. Supongo que al final no aguantó el peso de la pobre diablesa. Recorro el corredor y veo dos puertas a mi izquierda: dos habitaciones vacías.

La del final está cerrada y me pregunto si habrá alguien en su interior. Me parece un poco feo eso de ir entrando en los dormitorios de los demás, que una cosa es una fantasma y otra una mirona.

Pero decido que echar un vistazo rápido no le hace mal a nadie y así que entro un poquito. De estar Perita haciendo cosas que no debería ver, me daría la vuelta y me olvidaría de lo que vi.

En la cama veo a Perita durmiendo con una camiseta que le llega hasta las rodillas. Tiene la bocarriba, una mano sobre la panza y un poco del cabello metido en la boca. Es normal, porque lo lleva un poco largo.

Me fijo un poco en su habitación: está desordenada, no me esperaba otra cosa de ella, pero no sucia. Porque tengo que decir que no es lo mismo desordenado que sucio, una cosa no tiene que ver con la otra aunque se podría pensar que sí. Y a veces es así.

Tiene un póster colgado de un gato que anda a dos patas, viste una armadura y tiene un espada. Hay letras grandes por encima de él: Baldomero, el gato guerrero. Supongo que es de una serie de televisión o de una película o de algo del estilo.

En el escritorio tiene amontonadas unas cuantas libretas, me acerco dando vueltas y miro una que está abierta. Está llena hasta la mitad de una letra pequeña y cuidada. En la parte de arriba leo: Capítulo once: La adivinanza de la serpiente.

Es una historia, sería lo más normal pensar que es una novela. No me esperaba esto sobre Perita, ya que no me parece la clase de persona que se pusiera a inventar y escribir historias. Aunque lo cierto es que tampoco la conozco de mucho.

Suena un ruido agudo que me sorprende tanto que si estuviera viva me daría una patada al corazón. Es la alarma del reloj, que provoca un gemido quejumbroso en Perita. Se medio levanta de la cama y se rasca la parte pelada de la cabeza.

No sé si lo mencioné o lo dejé de mencionar, pero ella lleva un curioso corte de pelo: por una parte de la cabeza lo lleva cortito, por el otro lo lleva libre como el pájaro que escapó de su prisión y puede al fin volar.

Mira el despertador con los ojos que se le cierran a cada paso y lo apaga, bosteza, se rasca el sobaco izquierdo, se quita los pelos que tenía en la boca y mira a su alrededor. Vuelve a bostezar y se frota los ojos.

De pronto, se escucha un golpeteo en la ventana y Perita va hacia ella y levanta la persiana. El horror más absoluto se adueña de mí cuando veo que se trata de la gaviota, la maldita gaviota, la idiota de la gaviota.

—¡Oh, hola Joe! Buenos días... Ahora me ducho y después desayuno y te doy de comer algo —le dice Perita.

¿Ella está alimentando a la gaviota como si fuera una mascota? ¡Eso no se hace con las gaviotas! Perita era más rara de lo que me parecía en un principio, aunque creo que eso se puede decir de la gran mayoría de las personas.

Es normal, creo que nuestra propia existencia es algo bastante raro desde un principio: no somos más que consciencias enganchadas a un cuerpo de carne que vagan unos años por el mundo y después se mueren.

Y no se acaba ahí la cosa, que luego resulta que nos convertimos en fantasmas y no somos más que conciencias sin nada que vagan por el mundo. En mi caso, sin saber quién soy ni a dónde voy.

Bueno, decido pasar de Perita y su gaviota Joe e irme al cuartel. Tengo ganas de ver que se cuece por ahí. ¿Habrá más aventuras? ¿Más monstruos a los que pegarles? ¿Aparecerá Carolina buscando problemas? 

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