82. Una noche desinspirada

 Pues eso, subo hasta arriba y entro en el piso de Carlos. Está en una habitación triste con una luz apagada de tonos azulados. Entre las sombras surge un escritorio y sobre él una máquina de escribir con muchas bolas de papel arrugadas a su alrededor. Puedo oler la peste a cuerpo humano, olor a cerrado y, por encima de todo, el hedor del tabaco fumado.

—Se ha marchado... ¡Por fin se ha marchado! —grita de pronto Carlos y por lo pastosa que tiene la voz, veo que está un poco borracho. Las latas de cerveza que hay tiradas alrededor del escritorio me lo confirman.

Con pasos de muerto viviente, Carlos toca la cama de sabanas revueltas. ¿A quién se está refiriendo?

—Carolina, ojalá te hayas ido para siempre... No quiero que vuelvas, déjame en paz, en paz, en paz de una vez... —gimotea él de una forma bastante patética.

Recuerdo un poco a Carolina de cuando Xoana se la encontró de camino a la piscina. ¿Por qué no quiere que vuelva? A mí me pareció una persona bastante normal. Carlos se levanta y se aleja de la cama, coge una lata de cerveza del escritorio y le da unos tragos.

—No sé qué pasa contigo... ¡No lo sé! Pero cada minuto que estoy a tu lado... me siento más y más intranquilo... Estás... ¡Estás estropeada! Eso es... Hay como un mecanismo... en tu interior que está mal... —dice Carlos y vuelve a beber, es como un bebé chupando de la teta de su madre. Al terminar, aplasta la cerveza y la tira al suelo.

—La forma en que sonríes... parece que no entiendes cómo se hace... parece que lo haces como un gesto que imitas, no como algo real. Es incómodo, es muy raro... Quiero decirte que no te quiero volver... volver a ver, pero cuando estás delante de mí... simplemente no me atrevo —dice Carlos. Me resulta un poco raro verlo ahí hablando sin nadie, en medio de su habitación, ¿es esto un comportamiento normal para la gente?

—Es peligrosa... ¡Es peligrosa de verdad! ¿A quién se le ocurre robar las Reliquias de Branca? —pregunta él y se estremece.

¡Espera un momento! ¡¿Fue ella quién robó el Museo Extraño?! ¡Esto sí que no me lo esperaba! ¡Si ella parecía una persona de lo más normal! Esto es importante, así que me acercó a él a ver si dice algo más que me pueda ayudar.

Sale disparado de la habitación a los corredores en silencios oscuros dormitando sueños de alfombra y cuadros de temas apagados. Las sombras conservan tonos azulados de mares profundos y el pobre Carlos se ahoga en ellos.

En la cocina los platos manchados están en el fregadero. Carlos abre la nevera y coge cuatro cervezas, después apresura el paso hasta volver a su cuarto donde abre una y comienza a chupar de nuevo. Al terminar, se enciende un cigarro que se convierte en un faro de luz en medio de aquella oscuridad asfixiante.

—Es por su culpa... es por su culpa que no pueda escribir nada... desde que la conozco no escribo nada... Su culpa, su culpa, su grandísima culpa —dice él y tiene los ojos húmedos.

Se sienta en frente a la máquina de escribir y bebe de la primera cerveza hasta que no hay nada en su interior. Comienza a teclear, a intentar sacar algo de jugo de aquella máquina. Pero nada, escribe un poco y se hace un silencio pesado, se queda mirando el papel en blanco, ligeramente manchado por unas cortas frases.

—No hay nada... no tengo nada para escribir... no se me ocurre nada... —dice Carlos y se pasa la mano por los ojos, limpiándose alguna lágrima.

En la soledad de su cuarto de sombras alargadas, Carlos de manos temblorosas enciende un cigarro y fuma. Mira las teclas, mira la infinidad de historias que pueden salir de ellas: con la combinación adecuada de palabras podría escribir un libro inolvidable. Pero no teclea, fuma cigarro tras cigarro y bebe sin ganas de la lata de cerveza.

—Es culpa de Carolina, ¿por qué tuve que conocerla? ¿Por qué no pude conocer a una mujer normal? Esa puta imbécil... —murmura entre dientes, ahora la rabia le estalla en la boca.

—Querido, tengo un regalo para ti —dice una voz alta y clara.

Cruje la silla al levantarse, las sombras pronto se espantan y desvelan una figura que dormía en su interior. Es Carolina, quien alarga las comisuras de los labios hacia arriba. Ahora entiendo lo que quería decir Carlos: no parece una sonrisa de verdad, no es más que la imitación de una. Y me causa un poco de inquietud.

—Carolina... pensé que te habías ido... —dice Carlos, pálido y tembloroso.

La sonrisa de Carolina se ensancha, probando los límites de su cara y una risa corta sus labios, un sonido estridente que se clava en el oído.

—Nunca me fui del piso, nunca me iré de tu lado. Estamos hechos el uno para el otro. ¿Tú me quieres, osito? —pregunta Carolina, sin dejar de sonreír ni un momento. Ni siquiera para hablar.

Carlos se sienta en la cama, está sudando la gota gorda. Pobre, la verdad es que Carolina es bastante aterradora. ¡Ahora me alegro de que nadie pueda verme!

—Claro... claro que te quiero, Carolina.

Ella se acerca a él y Carlos se encoge.

—Me alegro mucho de que tú también me quieras, nunca sería capaz de perdonarme a mí misma que me obligaras a hacerte algo irreversible, bomboncito—dice la mujer y saca un caramelo del bolsillo, lo lanza al aire demostrando tener una puntería envidiable, pues la bola morada cae en su gran boca de caimán. No espera a saborear la golosina, sus dientes destrozan la esfera y traga los pedazos.

—Yo... —comienza a decir Carlos, pero las palabras mueren antes de salir de sus labios.

—Pero me rompe el corazón verte así... tienes que salir adelante, mi alma gemela. Tienes que continuar con esa serie tan maravillosa que tienes... Diario de una heroína adolescente, ¿no? Me da mucha pena verte cómo das vueltas y vueltas en la habitación, cómo bebes y fumas y bebes y fumas y bebes y fumas y bebes y fumas y bebes y fumas y bebes y fumas y bebes y fumas y bebes y fumas y bebes y fumas y bebes y fumas y bebes y fumas y bebes y fumas y bebes y fumas, cómo eres incapaz de escribir nada y lo único que haces es decir cosas feas sobre mí —dice Carolina, ahora hace pucheros, pero son igual de falsos que la anterior sonrisa. Al fijarme en su rostro me doy cuenta de que ni siquiera parece humana, es más bien como una máscara de cera.

—No... no lo digo en... serio... —logra decir Carlos, cada vez parece más pequeño y Carolina cada vez parece más grande.

—Sé que no lo dices en serio, si no no estaríamos teniendo esta conversación, cariño. Estaba dudando si darte un regalito o no, porque en el fondo esperaba que fueras capaz de recuperar tu inspiración sin necesidad de agentes externos. Pero veo que necesitas un poquito de ayuda, mi amor. Una de las Reliquias que robamos en el Museo es perfecta para ti: la Pluma de Jano, es perfecta para ti, una reliquia que es perfecta para ti, la Pluma de Jano —dice Carolina.

—¿Una Reliquia...? —pregunta Carlos.

—Sí, cielo mío. Una Reliquia perfecta para un hombre como tú. Esa fue la única razón por la que la robé, para ayudarte en tu misión de convertirte en un gran escritor —comenta Carolina y en su mano aparece una pluma, no tiene nada de especial.

—¿Y qué quieres que haga con esto?

—¡Carlos, Carlos, Carlos, Carlos, Carlos, Carlos, Carlos, Carlos, Carlos, Carlos, Carlos, Carlos, Carlos! ¿Qué hace un escritor con una pluma? Carlos, escribe, Carlos, Carlos. Escribe todo lo que puedas... Empieza a escribir esa novela y no pares hasta terminarla. ¿Me entiendes? Esta es tu única oportunidad de triunfar.

Carlos mira la Reliquia como si fuera la solución para sus problemas, pero yo me muerdo mi labio inferior, que no existe. Recuerdo perfectamente lo que dijo Rubén sobre la pluma: si escribías demasiado tiempo con ella, comenzarás a perder tu humanidad. No sé exactamente qué significa eso, pero sé que no es algo bueno.

—Pero quiero algo a cambio, amorcito —le dice Carolina.

—¿Qué quieres?

—Sé que fuiste tú quién me quitó mi Llave Levei. Pensé que la habías llevado al cuartel de los Hijos del Sol o que se la devolviste a Branca. Pero no es así, ¿qué hiciste con ella, mi media naranja? Dímelo y te doy la pluma.

¡Entonces fue Carlos quien le dejó la llave en la puerta a Xoana! Supongo que querría alejarla de la loca de Carolina, pero también la pudo dársela a otra persona. O enterrarla en un lugar lejano, o tirarla al mar o cualquier otra cosa. ¿Por qué ponerla en peligro a ella?

—¡No sé lo digas, pedazo de idiota! ¡Si lo haces tú acabarás fastidiado y Xoana también! —le grito, zumbando a su alrededor. ¡Aunque bien sé que no será capaz de escucharme!

—Oh, ¿Xoana dices? Muchas gracias, fantasma —dice ella y me mira directamente.

Me quedo congelada en el sitio, ¡¿ella puede verme?! ¡¡De todas las personas de la isla que podrían hacerlo tuvo que ser la más aterradora de todas!! ¡Me voy de aquí! Aunque antes de que pueda hacerlo, Carolina me agarra con la mano y aprieta. ¡Es capaz de cogerme, la condenada! ¿Cómo? ¡Si soy un fantasma! Intento escurrirme entre los dedos, pero estoy como pegada al guante que lleva puesto.

—¿Cómo supiste que fue ella? —pregunta Carlos.

—Cállate y escribe —dice Carolina y le lanza la pluma a Carlos.

Después de eso, se sale de la habitación y cierra la puerta. Se me queda mirando con unos ojillos oscuros que gustar, no me gustan nada de nada.

—Un fantasma... Haces mucho que no veo a uno de los tuyos, será interesante hablar contigo —me dice, sin dejar de sonreír aquella sonrisa aterradora. 

Carolina me lleva hasta la cocina, cierra la puerta y tiemblo de miedo porque me imagino que me hará cosas malas como comerme. Pero nada más entrar, abre la mano y me deja libre. ¡Libre de verdad! No sé por qué lo hizo, pero no tardo ni medio segundo en ponerme en el techo, allí dónde estoy segura de que no me podrá pillar con sus dedos esqueléticos.

Siento grandes tentaciones de irme de la cocina cuanto antes, pero también es grande la curiosidad que tengo por ella. Es decir, es la primera persona que me puede ver y que me puede escuchar. Lo único que tengo que hacer es mantenerme lejos del alcance de sus manos y, de estar en peligro de nuevo, escaparme a toda prisa.

—Sé que quieres irte, señor fantasma. Pero... ¿No quieres hablar un poco? —me pregunta ella, está parada justo delante de la puerta con las manos enlazadas y sin dejar de mirarme. Aunque me da bastante mal rollo, decido quedarme un poquito más.

—¿Cómo eres capaz de verme? Y de escucharme... Nadie fue capaz de hacerlo —le digo y ella asiente con la cabeza, varias veces. Después, levanta las manos en dirección al techo y me asusto, pero solo es un gesto y no hace ninguna tentativa de cogerme.

—Si te he de decir la verdad, yo tampoco lo sé con exactitud. Hace unas semanas fui a un oculista nuevo que era un poco raro, quizás tenga algo que ver —me dice y aquella sonrisa se le hace grande en la boca enseñando unos dientes que me da a mí que son un poco afilados de más. ¿Sería capaz de masticarme con ellos? Es decir, fue capaz de cogerme...

—¿Lo qué? —le digo, a mí no me parece que una visita a un oculista sea suficiente como para hacer que tus ojos puedan ver fantasmas. De ser así habría más gente que pudiera verlos y solo Carolina fue capaz de hacerlo, eso solo tendría sentido si nadie más en la isla fuera al oculista en la vida.

—A decir verdad, era un oculista realmente extraño, que atendía a sus clientes en un sótano con goteras. Quizás ni siquiera fuera un oculista... De todas formas, ¿qué importancia tiene los medios por los que conseguí el poder de ver fantasmas? Te veo y, en mi opinión, eso es lo que importa —dice y supongo que algo de razón tiene.

Ella se vuelve en dirección a la nevera y la abre, comienza a rebuscar en su interior entre muchas latas de cerveza, un queso con algo de moho, lechuga un poco pasada... Al final, saca un tomate y le da un gran mordisco, haciendo que el jugo le manche el mentón.

—Le voy contar a Xoana lo que quieres hacer —le dije, que eso en realidad es lo importante —. No sé cómo lo haré, pero lo haré...

—Oh, ¿pero acaso sabes lo que quiero hacer? ¿Lo sabes? ¿Sabes qué quiero hacer, señor fantasma? —me pregunta y le da otro gran mordisco al tomate, me da hambre, que una como que no recuerda cuando fue la última vez que comió algo.

—Le quieres robar la Reliquia que tiene y... —le digo y no sé qué más decir, porque no tengo ni idea de para qué quiere la llave. Aunque estoy segura de que no es para nada bueno.

—Sí, le quiero robar la Reliquia. ¿Pero no cree que el fin justifica los medios? —me pregunta y termina de paparse el tomate, se chupa el jugo que le quedó en los dedos.

—¿Qué quieres decir con eso? —le pregunto, quizás sea bueno saber para qué rayos quiere la llave, así tendré más cosas para comunicarle a Xoana.

—¿Para qué crees que robé la llave? ¿Para qué crees que lo hice, señor fantasma? ¿Me puedes decir para qué robé la llave? —me pregunta y se vuelve a levantar de la silla, para abrir de nuevo la puerta de la nevera y rebuscar en su interior.

—No creo que sea algo bueno... —le digo, pero dudo un poco.

Puede que tenga unas pintas bastante sospechosas, pero quizás tenga una buena razón para querer robarle la llave. A fin de cuentas, nunca dijo nada sobre hacerle daño la Xoana, sino simplemente quitarle la Reliquia. Carolina saca un huevo de la nevera y con un movimiento rápido del dedo le hace un agujero en la cima.

—Pero sí que es para algo bueno, señor fantasma. Es para algo bueno. Verás, yo quiero abrir un sello lunar que hay en cierto bosque cerca y...

—¡¿El sello de Clementina?! ¡¡Quieres liberar a Caligo!! ¡Ya sabía yo que querías hacer algo malo!! —grito y me pego al techo, para que no me coja.

—Oh, así que has oído hablar de Caligo... Pero no quiero hacer algo malo... ¿Por qué dices eso sobre mí? —me pregunta y se bebe el huevo como si fuera un chupito. Eso no me da tanta hambre como el tomate, que no creo yo que la cosa viscosa que cae en su boca sepa demasiado bien.

—¡Claro que lo sé! Es un monstruo superfuerte al que nadie puede matar.

—Básicamente, pero estás engañada: sí que se puede matar y es lo que yo quiero hacer —me dice y eso me sorprende, yo me esperaba que quisiera hacer algo como liberar al monstruo para causar problemas.

—¿En serio?

—Sí, sí... En la sección de ocultismo de la biblioteca encontré una manera de matarlo. Y lo tengo todo preparado, pero para ello necesito la Llave Levei y la tenía Branca. ¿Y te puedes creer que no quiso prestármela? —me pregunta y se vuelve a la nevera a rebuscar de nuevo.

—Me lo puedo creer perfectamente —le digo.

—No sé si la conoces, pero la moura sí que no es de fiar. Siempre está metida en asuntos turbios, tratando a la gente como si fueran sus muñecos, viendo el mundo como su cajón de arena... Es la clase de criatura que ve a los humanos como series inferiores a los cuales puede hacerle toda clase de maldades sin remordimientos ni consecuencias —me comenta Carolina y saca unos filetes de pollo de la nevera. Pensé que se los iba hacer en una sartén, pero me sorprende al ver que comienza a comer uno a lo crudo.

Bueno, en relación con lo que dijo de Branca puede que algo de razón tenga. Es que a mí me parece un poco mal lo que le hizo a Xoana, es decir, eso de mandar a sus amigos a vete saber tú dónde es, como mínimo, bastante desconsiderado por su parte. Pero que desconfíe de ella no quiere decir que vaya confiar en la Carolina.

—¿Y qué me dices de lo tus compañeros? Ellos no me parecen demasiado buenas personas, que el gordo y la araña intentaron matar a Xoana y a Anais en el hotel —le digo yo.

—Eso es culpa mía, lamentablemente. Una de mis mayores fallas es la excesiva confianza que pongo sobre la gente. Pensé que esos dos compartían mi visión sobre un mundo sin Caligo, pero en realidad lo único que querían era robar Reliquias con nefarias intenciones. Me engañaron... ¿Pero acaso es un crimen confiar en la gente? —me pregunta y, la verdad, no creo que sea ningún crimen eso de la confianza.

—¿De verdad solo quieres matarlo? —le pregunto y ella asiente con la cabeza, vigorosamente.

—No soy ningún monstruo, señor fantasma —dice ella.

—Entonces... ¿Por qué no le pides ayuda a los Hijos del Sol?

Niega y me dice:

—Me encantaría, pero soy una ladrona. ¿No te acuerdas?

—¡Pues habla con Xoana! Seguro que si lo que dices es verdad lo entenderá.

—¿De verdad crees que será tan comprensiva? No, no puedo arriesgarme. Mira, no te voy a pedir que le robes tú la llave, ni que hagas nada que no quieres hacer. Eso no es mi intención, no quiero que hagas nada por mí. Simplemente, no le digas nada a Xoana, no le digas que le robaré la llave, nada de nada. Solo eso, no te pido nada más que eso. ¿Entiendes? Te aseguro que al final todo merecerá la pena.

—Pero Caligo está encerrado, ¿por qué matarlo? —le pregunto, es que yo creo que, de decir la verdad, Carolina estaría buscándose problemas innecesarios. Es decir, si abres el sello siempre cabe la posibilidad de que Caligo escape y comience a hacer cosas malas por el pueblo adelante.

—El sello siempre puede romperse o puede venir algún desgraciado que quiera liberarlo para causar caos. ¿No es eso cierto? —me pregunta.

—Sí, podría ser posible... —le digo, aunque convencida del todo no estoy.

—Lo mejor es matarlo y así no habrá ninguna posibilidad de que le pueda hacer daño a nadie. ¿Qué me dices? Lo único que tienes que hacer es mantener esta pequeña conversación en secreto. Te aseguro que yo no le quiero hacer ningún daño a Xoana, ni a nadie del pueblo —me pregunta y yo me siento incómoda, porque no sé qué pensar sobre Carolina.

—Está bien, no le contaré nada... por el momento —le digo.

No es que le tenga demasiada confianza a Carolina, pero lo mejor es que por el momento se piense que no voy hacer nada. Además, tampoco es que sepa cómo decirle algo a Xoana.

—Me alegro mucho, señor fantasma. Te aseguro que no te arrepentirás —me dice Carolina y espero de todo corazón que sea cierto. 

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