72. Laura
Xoana tarda como tres días en recuperarse de aquella tremenda herida, son días largos y aburridos en que la pobre está tumbada en la enfermería. Breogán sigue estando en su tubo, también recuperándose de sus heridas. Aunque las de él fueron un poco más graves. Yo me quedé junto a ella, flotando por encima de su cabeza y aburriéndome bastante.
Por lo menos recibe visitas: Perita suele pasarse por allí de vez en cuando, a veces junto a Casandra. También Anais, que me parece que se siente un poco culpable por lo sucedido. Oni también se acercó algún día, junto con Preciosa. Lúa y Rubén fueron los que menos aparecieron y este último se hace mucho lío porque la mayor parte de las veces el nombre que quiere salir de su boca es Clara y no Xoana.
Pues eso, tres días después echan a Xoana de la enfermería y se pasa unos cuantos días de baja en su casa. Allí tampoco es que haga demasiado: duerme, ve la televisión, juega con Preciosa, charla con la Oni y, en muchas ocasiones, se mira la mano que ya no está y lanza suspiros lastimeros.
Es un lunes cuando Xoana ya está recuperada y más que dispuesta a enfrentarse a todos los monstruos que el mundo quiera lanzarle encima. El día comienza igual que siempre: se despierta, se ducha, desayuna junto a Oni y entonces se va al cuartel con un alegre silbido en la boca.
Antes de que ella llegue al edificio, yo me adelanto y entro en su interior. Me recibe el recibidor del cuartel de los Hijos del Sol en una mañana de tonos naranja de esas que duran el doble de lo normal.
La boca de Anais se abre en un fenomenal bostezo que alarga todo lo que puede, antes de morir en un pestañeo dormido. En el día de hoy, la agente se encuentra sentada detrás del mostrador y está leyendo un cómic.
Viste con el uniforme de los Hijos del Sol, consistente en una camisa blanca con ribetes dorados y unos pantalones de color azul celeste. Sobre el pecho izquierdo, está colocada su placa del sol, color plata. La verdad es que no sé si expliqué antes cómo eran los uniformes que llevan las agentes, pero lo hago ahora porque es mejor repetir que no contarlo nunca.
Su atención se derrama completamente sobre aquel viejo ejemplar de Solman donde el habitante del sol se batía en un duelo de intelecto contra el profesor Luna quien quería utilizar el poder maligno del lado oscuro de la luna para convertir a todos los habitantes de la ciudad Sol en monstruos lunáticos. Por lo menos eso fue lo que adiviné al mirar durante un rato las páginas que pasaban una detrás de otra, acompañados por los bostezos de Anais.
La recepción es agradable, bien iluminada y decorados sus rincones con numerosas plantas de interior de un verde resplandeciente, sus raíces nunca se cansan de beber agua y sus hojas siempre reciben todo el amor solar que necesitan.
Dracaenas como fortalezas con banderas alargadas, pequeños árboles de jade cuyas hojas redondeadas parecen fabricadas y no nacidas. Nolinas jugando a ser palmeras, se detecta su falsa identidad por su bajo tamaño y sus hojas como hilos.
Este punto vegetal no es el elemento más importante de la recepción, ese honor caería sobre el Tablón de misiones o el TM, para abreviar. Ocupa la pared este y en ella se clavan con chinchetas las misiones disponibles de la localidad y el entorno inmediato. Yo antes no sabía nada sobre esa cosa, pero durante el tiempo que la Xoana estuvo hospitalizada pues aprendí unas cuantas cositas.
Cada misión tiene un rango mínimo, es una recomendación, ya que incluso siendo un pipiolo del rango bronce puedes embarcarte en epopeyas de cualquier clase, si no te importa morir joven.
Además, cada hoja de misión cuenta con un título, el código correspondiente, un resumen y la recompensa monetaria que recibirás al completarla, ya que al sueldo del mes se le suman los soles ganados cumpliendo diferentes misiones.
Finalmente, cumpliendo misiones no solo mejoras tu situación económica, sino que sirve para ganar experiencia necesaria para subir de rango. Por ejemplo, para llegar hasta al rango plata se necesitan 100 puntos.
Xoana tiene cero puntos porque se los quitaron todos después de que todos sus compañeros se perdieran en aquella fatal misión del Bosque Púrpura. Supongo que es normal, que no creo que eso se pueda considerar como una misión bien hecha.
Suena la campanilla de puerta, berrea cada vez que alguien accede a recepción, y entra Xoana como bala disparada en dirección al Tablón de Misiones, parece que está sedienta de volver a ponerse en peligro mortal. Ella es la versión humana de esos insectos que ven una luz y se acercan a toda pastilla para morir electrocutados.
El muñón lo lleva escondido en un bolsillo del pantalón, supongo que le da cosa eso de ir enseñándoselo a todo el mundo. Pobrecita... Es una pena que no sea como las lagartijas y pudiera regenerarlo como ellas lo hacen con sus rabos.
—¡Buenos días, Xoanita! ¿Qué tal te va la vida? —saluda Anais.
—Bastante bien. Estaría mejor con una mano más, pero que se le va a hacer. —Últimamente estás mucho en recepción, ¿no? —dice Xoana, sin apartar la mirada de la única misión que hay en el tablón.
—¡Sí y lo odio profundamente! Pero ya sabes... es un castigo por no hacer bien mi curro en el Hotel Sargo. ¡Pero él lo hizo peor que se quedó fuera comiéndose manzanas! El muy vago... En fin, por lo menos conseguimos recuperar una Reliquia... —dice Anais, sin apartar la mirada de aquel cómic de Solman. Le debe gustar mucho ese superhéroe.
—Por lo menos no perdiste una mano... —dice Xoana.
—Oh, eso es cierto. Contigo no se enfadó, pero ahora ya no podrás aplaudir... Lo siento mucho... No fui una buena compañera... —dice Anais, entristeciéndose a cada palabra e inclinando la cabeza en dirección a ella en gesto de disculpa. Vamos, creo yo. Que no será en gesto de burla. Digo yo.
—No te preocupes, que no fuiste tú la que me mordió —dice Xoana.
La misión del tablón es la siguiente: escoltar al dependiente de la Tienda Sol a la casa de la bruja Laura en el Bosque de los Ahorcados. Xoana chasquea la lengua.
—No me emociona eso de hacer de escolta, pero me viene bien hacerlo. Es decir, a la Tienda Sol tengo que ir que me tienen que dar mi nueva arma —comenta y creo yo que también le gustaría hacer eso porque quiere ir a visitar a Laura. Supuestamente ella sabe algo sobre el ojo que le nació en el hombro —. Me voy a hacer esta misión, Anais.
—¿Necesitas ayuda? Por favor, dime que necesitas ayuda. Me estoy aburriendo un montón y me he leído cincuenta veces este tebeo... ¡Y ni siquiera me gustan los tebeos! —dice la agente, levantando la mirada del cómic.
—¿No se cabreará Rubén contigo? —dice Xoana.
—Mira, te acompaño un rato y malo será que se dé cuenta de que me fui. Es que quiero estirar un poco las piernas —contesta Anais.
Salen al exterior del cuartel, a la plaza donde tiempo atrás Xoana se enfrentó al robot. Es una pena que el día, hasta hace nada bastante azul y luminoso, ahora es gris y pesaroso por culpa de unas cuantas nubes que están formando una alfombra pesada.
—¡Bueno, Xoanita! ¿Qué misión cogiste? ¿Es algo emocionante? —pregunta Anais.
—Tenemos que coger un paquete en la Tienda Sol y luego llevársela a la bruja Laura —le contesta Xoana.
Anais levanta la cabeza, expresión de decepción y con un movimiento de la mano se aparta un mechón. Lleva sobre la oreja un lazo de color amarillo.
—Oh... No me acordaba de que era esa misión. ¡Qué mala mano! ¡Pata, quiero decir pata! ¡No mano! —se apresura a decir Anais —. Laura no me cae demasiado bien, es que tuve mis problemas con ella y se me hace poco grato verla. Esto se merece un cambio de lazo... —Se arranca el amarillo, que lo tiene de decoración en el pelo, y se coloca uno de color negro —. Así está mejor...
Toda la alegría de Anais se esfuma por completo y durante todo el camino no dice ni mu. Las calles pétreas de Agarimo están vacías, da la sensación de que las dos mujeres son las únicas habitantes del pueblo.
En unos cinco minutos, llegan a la Tienda Sol. Situada en los soportales de una calle que va hacia arriba, cuenta con un escaparate por el cual se ve una tienda de pintas un tanto antiguas. Es una de estas tiendas un tanto oscuras donde el tono marrón es el que domina.
Las dos agentes entran y suenan unas campanitas que anuncian su llegada. Detrás del mostrador hay una balura bajita, más o menos de la altura de Xoana. Tiene una cara ocupada por una sonrisa grande y unas gafas incluso más.
Son un poco raras, ya que como las baluras no tienen nariz, solo como unas líneas de serpiente, se les aguantan porque tienen una estructura más fuerte por detrás de la cabeza que hace que las lentes le queden bien puestas por delante de los ojos.
Anais avanza a largos pasos hasta colocar las manos en el mostrador.
—Hola, Clementina... Perdona que esté mustia, pero tengo delante de mí una misión que no me gusta nada de nada...
—¡Buenos días Anais! ¿Venís para acompañar a mi mensajero a casa de Laura? ¡Qué bien! Pensaba que ibais a tardar un poco más, tampoco es que sea una misión demasiado importante —dice Clementina.
De pronto, una voz atronadora sale de los walkie-talkies de las agentes.
—Aquí el agente Rubén. Agente Anais, acuda de inmediato al cuartel. Tenemos que hablar. Cambio y corto.
Miro a Anais, ella está bastante pálida y temblorosa.
—Oh, no... Xoana... Que solo me quedaba hoy para estar de recepcionista... —gime la agente.
—Pues me parece que ya no —le contesta Xoana.
Con la cabeza gacha y arrastrando los pies, Anais se marcha de la Tienda Sol. Nada más irse la desdichada Anais, Xoana se vuelve en dirección a Clementina y le dice:
—Vengo del cuartel, para hacer de escolta al mensajero que va a casa de la bruja Laura. —Deja sobre el mostrador la Hoja de Aventura y Clementina asiente con la cabeza.
—Perfecto, me alegro de que hayáis tardado tan poco en contestar al anuncio. Aviso ahora mismo al mensajero para que venga cuanto antes, no quiero que pierda su tiempo —dice Clementina y luego aumenta el volumen de la voz para decir: — ¡Vicente, vente para aquí que tienes trabajo!
—También he venido porque necesitaba otra arma, la mía la he perdido en una misión. He traído conmigo mi carnet de agente y tengo el informe donde se explica cómo he perdido mi arma —comenta Xoana, poniendo ambos sobre la mesa.
Con cuidado, Clementina estudia el informe y le echa un vistazo al carnet.
—Parece que está todo correcto. Rubén ya me dijo que te pasarías por aquí a buscar una pistola, así que tuve tiempo de sobra de pedir una al Cuartel General. También me llegaron los rifles que pidió —dice Clementina y se pierde en una puerta al fondo y en menos de un minuto vuelve con una caja negra que deja sobre el mostrador. Al abrirlo, se descubre en un interior una pistola —. Es la nueva pistola oficial de los Hijos del Sol: una Apolo compacta de 9 milímetros.
Xoana coge el arma y la examina con cuidado. A mí no me gusta demasiado el arma, es que me parece una cosa que solo sirve para matar. Aunque bien utilizada supongo que también es útil para defender cosas importantes. Pero a mí me gustaría que los problemas se pudieran solucionar sin tener que ir pegando tiros.
—La verdad es que no soy muy fan de esa idea. Me gustaba que cada uno de nosotros utilizara el arma que más le gustase... ¿Sabes si ya es oficial? Es que estando en la isla una no se entera de mucho... —dice la pequeña agente.
Clementina se coloca una de las lentes de sus gafas, que se le bajara un poco.
—Está en proceso... Lo cual no es decir mucho, porque lleva en proceso unos años. Hay viejas glorias a los que les repugna esa idea, piensan que la libertad de usar el arma que quieras es unos de los fundamentos básicos de ser uno de los Hijos del Sol. Pero ya no sois esa organización de aventureros que se dedicaban a matar monstruos, así que creo que es normal hacer este tipo de cambios.
De una puerta situada a la derecha aparece un hombre, que viste con ropas grises. Así que supongo que él también es uno de los mineros, porque todos ellos visten de aquella misma aburrida forma. Es un tipo alto y calvo, con una cara cuadrada de ojos azules y un mentón pronunciado. Tiene los dientes delanteros un poco separados el uno del otro.
—Él es Vicente, el mensajero. Seguramente no pase nada en el camino, pero no quiero que aparezca un monstruo y se lo coma —dice Clementina.
—No hace falta que te preocupes tanto por mí, Clem —le contesta Vicente.
Una expresión seria aparece en el rostro de la balura.
—¡Tonterías! ¡Claro que me preocupo! Si te mueres, no te perdono. ¿Me oyes? Y no perdáis más el tiempo e id a casa de Laura —dice la balura.
Xoana y Vicente se ponen en marcha y pronto salen del pueblo adentrándose en el bosque. El camino es un sendero de tierra que avanza dando numerosas curvas pues respeta la naturaleza y no se impone en ningún momento.
A ambos lados de la carretera comienza dicho bosque de suelo plagado de hierbas salvajes. Reconozco los árboles que más abundan: los robles robustos, castaños achaparrados, pinos estirados... La imagen que da es de un lugar oscuro y húmedo, espeso y misterioso.
La verdad es que me gusta, estaría bien tener una vida tranquila en un sitio cercano a un bosque. Es decir, de estar con corazón latiente lo menos que querría hacer era llevar una vida como la de Xoana e ir poniéndome en peligro a cada paso.
—No creo que necesites mi ayuda. Parece que por aquí no hay ningún monstruo... —dice Xoana, hasta parece decepcionada por no ser atacada.
—Bonita, que te dispararon dos veces y que te quedaste sin mano... —le digo yo, pero no me escucha. Tampoco es que me esperase otra cosa.
—Clem se preocupa demasiado... —dice Vicente —. Las baluras suelen ser así, nos ven como niños que necesitan ser protegidos.
—¿Por qué te han enviado a la isla? Si se puede preguntar, claro —pregunta Xoana.
—No, no me importa. Por robar, no tenía trabajo, pero sí una familia a la que alimentar. Y créeme cuando te digo que eso es una mala combinación. Me pillaron y ahora estoy aquí. ¿Tú qué hiciste? —pregunta Vicente.
—Le rompí una botella a un agente de mayor rango que yo... —suspira Xoana.
Una risa surge del pecho de Vicente.
—Vamos, si le vas a pegar a alguien por lo menos que sea de un rango inferior.
—Ya, la próxima vez me aseguraré de verle el rango antes de partirle la cara... —contesta Xoana y sonríe un poco.
—Claro, claro. Que en esta clase de cosas hay que golpear hacia abajo y nunca hacia... —De pronto, Vicente se queda callado y levanta uno de sus dedos indicando a Xoana que guarde silencio.
Ella se pone tensa y abre la funda de su pistola. Ya está dispuesta a liarse a tiros, quizás uno de los aspectos que menos me gustan de ella. A los pies de un roble, entre dos grandes raíces, hay una pequeña cosilla piando y batiendo sus alas.
Un acto inútil, pues el polluelo no puede alzar el vuelo. Entre las ramas del árbol, sus hermanos en un nido haciendo: ¡Pío, pío, pío! Con delicadeza, Vicente recoge a la cría y, como el nido le quedaba a la altura, pudo sin problemas colocar al pájaro junto a sus hermanos.
—Perdón por hacerte esperar, la casa de Laura no queda muy lejos —dijo Vicente.
En cinco minutos, arriba abajo, Xoana y Vicente llegan a la casa. Es de estilo sencillo, pero no en plan antiguo sino más bien moderno. Cuenta con muchas ventanas grandes que son como casi paredes y que dejan ver el interior de la casa bastante bien. Diría que es como una cajita en mitad de sol y las sombras provocadas por los viejos árboles del bosque.
Se acercan y Vicente le da al timbre. Al cabo de nada, se escucha un prolongado: ¡Voooy! La puerta se abre y no aparece Laura al otro lado, sino Lúa.
—¿Está tu madre? —pregunta Vicente.
Lúa se acaricia la luna, elemento decorativo de su collar ceñido a un cuello de cisne que florece en una cabeza de intenciones redondas.
—¿Mi vieja? Qué va, se fue al bosque a hacer rollos suyos. Pero el paquete es para la menda. Deja que firme y te dejo que te pires, tío —dice Lúa y Vicente le ofrece una tabla con un papel enganchado.
Con unos giros de muñeca, Lúa elabora una firma de carácter laberíntico. Mucha floritura para un nombre tan pequeño.
—Perfecto... Entonces yo me vuelvo. ¿Te vienes, Xoana? —pregunta Vicente y ella niega con la cabeza.
—No, nos vemos luego, Vicente —dice Xoana despidiéndose.
Y Vicente se va solo. ¿Pero no se suponía que tenía que protegerlo de los monstruos? ¿O solo era proteger el paquete? De todas formas, el hombre no protesta ni nada, sino que se marcha. Supongo que el bosque no será tan peligroso y tampoco tan necesario eso de hacer de escolta.
—¡Ey, Xoana! Me alegro de que estés de pie. ¿Qué tal vamos?
—Bien... Venía a ver a tu madre —dice Xoana.
—Ah, pues vas aviada, tía. Ya comenté que se fue al bosque y una nunca sabe cuándo vuelve o deja de volver. ¿Qué negocios sucios tienes con la piba esa? ¡Vamos, no te quedes pasmada! A lo mejor yo puedo echarte una mano. No soy tan bruja como ella, pero tengo mis maneras, hermana. —La mano de Lúa obliga a Xoana a entrar en la casa.
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