7. La Mazmorra del Hombre que Chilla

 Melón nos dio un mapa de los alrededores de Nebula y allí aparecía marcada el lugar en donde estaba la Mazmorra del Hombre que Chilla, se encontraba un poco adentro de Bosque Dentadura. Rodolfo y yo salimos a la plaza, el día seguía siendo igual de nublado y unas cuantas gotas comenzaron a caer con pereza.

—¿No te importa que hagamos la misión juntos, Sabela? —me preguntó.

—No, qué va. Además si vamos juntos seguramente encontremos a la niña antes.

Salimos de la plaza por la calle ancha que llevaba hasta las puertas de la ciudad y a mitad de camino me di cuenta de que no le entregara a Melón la carta de Abdón. Estuve tentada de regresar, al final no lo hice, no creía que fuera a pasar nada malo si se la diera cuando volviéramos de limpiar la mazmorra.

Dejamos la ciudad, cruzamos el campo despoblado de árboles y nos adentramos en el Bosque Dentadura. Al cabo de un rato, nos encontrábamos en frente de la Mazmorra del Hombre que Chilla y ahí supe la razón del nombre: la entrada tenía la forma de una persona que gritaba como lo estuviera torturando de la manera más cruel posible. Un poco delante de la puerta nos encontramos con un pequeño cadáver chamuscado y sentí miedo porque pensé que podía ser la niña, pero al acercarnos vimos que era un trasno.

—¿Quién lo quemaría...? —le pregunté a Rodolfo.

—No lo sé, pero me gustaría saberlo —me contestó y tocó al monstruo con la punta de sus zapatos.

Me acerqué a las escaleras que se hundían en la oscuridad y un aliento frío me rascó los tobillos.

—No sé por qué los trasnos viven en sitios como estos... —dije.

—¿Quizás será debido a que nada más verlos los matamos? —Rodolfo me lanzó una sonrisa burlona.

—Bueno, si no fueran monstruos no los mataríamos —le contesté.

—Ya, pero uno no elige ser monstruo o humano.

En eso tenía razón, pero no me gustaba pensar demasiado en esas cosas. Así que comencé a bajar las escaleras de aquella mazmorra inquietante. Nada más llevar unos cuatro o cinco escalones, me vi rodeada por una oscuridad tan espesa que ni siquiera era capaz de verme las manos.

—Creo que deberíamos volver a la ciudad a pillar unas linternas —dije y odié la idea porque en las entrañas de aquella mazmorra había una niña que necesitaba nuestra ayuda.

—No hace falta, Sabela... Luz —dijo Rodolfo, una esfera blanca apareció por encima de la palma de su mano y se quedó allí flotando.

—Eso es muy útil. Gracias... Oye, ¿los trasnos pueden ver en la oscuridad, no? —pregunté.

—Sí, ellos pueden hacerlo, ¿por qué lo preguntas?

—Supongo que tiene sentido porque esto está bastante oscuro... Vamos, no tenemos tiempo que perder —dije y cogí a mi hacha, tenerla en la mano me hacía sentir más segura.

Caminamos por los estrechos corredores de piedra de la mazmorra y el primero de los trasnos apareció al girar por una esquina. Se nos quedó mirando con la boca abierta y levantó los brazos.

—¡¿Amigos o enemigos?!

Ante esa pregunta tan idiota yo me reí.

—¿Tú que crees? —le respondí.

Le apunté con el hacha y el monstruo me atacó haciendo daño en el estómago con sus garras. Eso me cabreó bastante porque normalmente estos monstruos no me hacen ni un rasguño y en dos días me dieron dos veces. Lo peor era que fue, más o menos, en el mismo lugar.

—¡Muere! —grité.

Le aticé en toda la cabeza con mi hacha, al quitarla un chorro de sangre salió disparada de la herida y me dio en toda la camiseta. El monstruo lanzó un gemido patético y se derrumbó en el suelo. A su cuerpo le dieron unos cuantos temblores y no tardó demasiado en morirse.

—Déjame que te cure la herida, Sabela —me dijo Rodolfo.

En la barriga tenía la marca de las uñas de aquella bestia y la herida me sangraba, dejándome la camiseta bastante maltrecha. De los dedos de Rodolfo salió una luz blanca que besó mis heridas, dándome una sensación de calidez que ahogó el dolor.

—Demos gracia a Helios de que no haya sido más grave —comentó Rodolfo.

—¿Y eso? —pregunté pasándome la mano por la herida, de ella solo quedaba unas rayas de color blanco.

—Mi Fe no es lo suficientemente poderosa para curar heridas de gravedad. Has de saber si es de cuestión de vida o muerte poco más podré hacer que mirar y rezar —explicó Rodolfo.

—Bueno, pues intentaré no herirme de muerte.

Más adelante, nos encontramos con dos trasnos y de esta vez Rodolfo también ayudó atacando con su sable. Mi hacha cayó sobre uno de ellos y el muy idiota intentó pararla con una mano, el filo le cortó la muñeca limpiamente. Cuando se agarraba el brazo chillando de dolor, le di con fuerza en el cabeza hasta que se dejó de mover. Rodolfo se encargó de matar al otro trasno.

—¿Lo estamos haciendo genial o qué? Podría estar todo el día matando trasnos de estos... Esto está bien, no como pelear contra el trasgo ese que me mató dos veces —dije y sonreía, en esos momentos pensaba que ser aventurera era lo mejor. La sensación no duraría demasiado.

—¿Perdona? —me preguntó Rodolfo.

—Oh, que casi me mató quiero decir... —le dije, no quería confesarle que tenía la habilidad Las 900 vidas porque la Marca me apareció en una nalga —. Es imposible morir más de una vez.

—Normalmente sí, pero hay excepciones: Breogán, un aventurero de los Hijos el Sol, es inmortal gracias a una Marca —dijo Rodolfo,

—¿Inmortal de verdad? Eso es raro... —me dije, mientras me rascaba la barriga —. ¡Oh! ¡Mira una trasno allí! ¡Qué tonto! ¡No se da cuenta de que estamos aquí!

En el interior de una sala había un monstruo rebuscando en el interior de un baúl, dándonos la espalda. Lo apunté con el hacha y me preparé para lanzarla porque tenía la idea de ganar la habilidad de matar a monstruos de esa manera.

—Oye, creo que me lo puedo cargar de un tiro, ¿qué me das si lo consigo? —le pregunté a Rodolfo.

—Te invito a cenar.

—Ya, cena gratis... Entonces es imposible que falle.

Lancé el hacha y la verdad es que me sorprendió cuando mi arma cruzó al aire con la velocidad de un águila y se le clavó en toda la espalda. El monstruo comenzó a dar chillidos de dolor y tuve que acercarme para rematarlo.

—Me parece que tengo que invitarte a cenar, aunque no te la has cargado de un tiro —dijo Rodolfo.

Eso me puso contenta porque siempre quise ir a comer a un restaurante de Nebula, pero nunca en mis dieciocho años de vida fui hasta la ciudad. Aunque también era cierto que no debía perder demasiado el tiempo, ya que después de dar la carta en teoría lo que tenía que hacer era regresar de inmediato a casa.

Al cabo de un rato de caminar por corredores que eran todos muy parecidos, comencé a ponerme más y más nerviosa porque por mucho que recorríamos a la mazmorra no encontramos ni rastro de la niña. Además, de cuando en cuando nos encontrábamos con cadáveres quemados siempre que veía uno me daba el miedo de que fuera el de la niña.

—¿Pero dónde se habría escondido la mocosa esa? 

—A lo mejor ya no se encuentra en la mazmorra —dijo Rodolfo.

Un grito cruzó el corredor, era la niña y estaba en peligro. Sin pensar ni nada, me eché a correr. Rodolfo iba a mi lado y eso era bueno porque era él quien llevaba la bola blanca sobre la palma de la mano y sin ella estaría completamente a oscuras. Pronto, llegamos a una sala grande y de techo alto.

Allí se encontraba la niña aventurera y, tal y como dijo Melón, parecía tener unos diez años. Llevaba un sombrero de pico con una sonrisa bordada y dos grandes ojos de esos que tenían dentro un disco negro que, a cada movimiento de cabeza, se movían de un lado a otro. La mocosa estaba arrodillada en el suelo mientras buscaba algo.

—¡Jolines! ¿Pero dónde están mis gafas? —dijo ella y no parecía darse cuenta del horrendo monstruo que se encontraba justo delante de sus narices y, a pesar de que yo estudiara algunos libros de monstruos para convertirme en una aventurera, ese no me sonaba de nada.

—Oh... eso no es bueno, Sabela... ese monstruo... no tengo ni idea de lo que es, pero estoy seguro de que es demasiado fuerte para que nosotros lo derrotemos —dijo Rodolfo, que temblaba a mi lado.

—Parece que no es amigo de los trasnos precisamente... —dije, porque se podían ver los cadáveres destrozados de los monstruos verdes alrededor de él, pero tampoco era amigo nuestro porque también había un hombre barbudo muerto entre los trasnos, llevaba una bata de médico y un lazo en el brazo en el que se podía leer VHX.

Bueno, no me fijé más porque toda mi atención estaba en el nuevo monstruo, que era una masa de músculos de casi dos metros de altura, cubierto de pelaje gris y con las manos apoyadas en el suelo en una posición que me recordaba a la de los gorilas. Tenía los ojos inyectados en sangre en un constante estado de furia con una boca llena de dientes del cual goteaban incesantes gotas de babas y emitía continuamente un bajo gruñido que no predecía nada bueno. Todo en mi interior me gritaba que aquel era un enemigo que difícilmente podía vencer, que lo más inteligente era darme la vuelta porque solo ganaría muerte en aquella pelea, pero no podía dejar a la niña ahí sola para que aquel monstruo se la comiera viva.

—¡Eh, tú, grandullón! ¡Métete con alguien de tu tamaño! —le dije, a pesar de que era como el doble de yo, pero no se me ocurrió otra cosa que decir.

La bestia levantó la mirada de la mocosa y clavó los ojos rojos en mí, inundados por una furia desbordante. Temblé como un flan, al estar más cerca de ese monstruo una se daba cuenta de que era un bicharraco bastante grande y tenía una boca llena de unos dientes muy pero que muy afilados. Eso lo pude comprobar bastante bien porque en nada se puso delante de mí y me arrancó la cabeza de un mordisco, por lo menos es lo que creo que pasó porque lo último que sentí antes de morir fueron sus dientes cerrándose sobre mi cuello.


896 vidas

Cada vez te quedan menos...


—No me fastidies... —le dije molesta, no es que lo hiciera porque me gustaba morirme.

La oscuridad se desvaneció y volví a la mazmorra, en el tenebroso espacio de cenizas y silencio conocido como Tiempo entre Segundos. La niña seguía de rodillas buscando sus gafas y Rodolfo estaba cerca de mí. Aquel monstruo desconocido lo vi parado en frente mía, preparado para despegarme la cabeza del cuello otra vez.

Estar en ese lugar me revolvía las tripas de puro nerviosismo, pero no volví a la realidad porque quería ver si podía averiguar alguna manera de solucionar el problema con facilidad. Miré a la niña, buscaba sus gafas y a mí eso, en la situación en la que nos encontrábamos, me parecía una tontería bastante grande.

—Si encuentro las gafas y se las doy... Nos podemos marchar sin pelear ni nada —me dije.

Me puse a buscarlas con la mirada pensando que no importaría perder el tiempo, ya que en el Tiempo entre Segundos este no existía. Pero en cuestión de segundos sentí una mirada clavándose en mi espalda y era evidente que había alguien conmigo. Mis tripas se retorcían del miedo y no quería darme la vuelta para descubrir de quién o qué se trataba.

—¡¡Tiempo anda ya!! —dije y después le grité a la mocosa —. ¡¡Niña, ¡olvídate de las gafas y corre!!

Ella levantó la cabeza y pestañeó confundida.

—¡Pero no puedo escapar si no puedo ver!

Me pegué un golpe en la cabeza porque me comporté como una idiota, ¿qué importaban las gafas de la niña? Lo que tenía que hacer era cogerla en brazos y correr como si no hubiera mañana. Pero antes de hacerlo, quería intentar una última cosa con el monstruo, así que junté todas mis fuerzas y le lancé el hacha esperando quizás acertarle en toda la cara y puede que hasta matarlo. Le di con el mango... es decir, nada de daño.

—¡Oh, no! —grité.

El monstruo cargó en mi dirección y me atravesó el estómago con sus garras, regalándome tres cortes bastante profundos. El dolor que sentí hizo que me cayera de rodillas al suelo y me agarré la barriga. Bajé la mirada, para ver qué de graves eran mis heridas, cosa de la que me arrepentí al instante: lo único que mantenían mis tripas en el interior son las manos. Si no fueran por ellas, saldrían de mi cuerpo como chorizos colgados en el techo de una carnicería.

—Oh, por favor... Mátame —le supliqué al monstruo y él levantó la mano dispuesto a fundirme la cabeza de un golpe.

Cerré los ojos y esperé a que la muerte llegarse tan rápida y sin dolor, pero en vez de eso escuché una desagradable risa chillona.

—¡Ya he encontrado mis gafas! ¡Ahora verás cómo me las arreglo yo, estúpido monstruo del Abismo! ¡Así aprenderás a no meterte con Melinda, la mejor maga de todo el Reino!

Giré la cabeza para ver cómo la niña se acercaba al monstruo.

—Huye, que te mata... —le dije, pero apenas podía hablar.

—¿Matarme? ¿A mí? ¡No me hagas reír! ¡Bola de fuego! —chilló la mocosa y de su mano salió una enorme llamarada que rodeó el monstruo.

Él lanzó un aullido de dolor tremendo y se derrumbó en el suelo, pero para mi sorpresa no se murió ahí, sino que las heridas de quemadura comenzaron a regenerarse. En esos momentos, caí en la cuenta de la verdadera naturaleza de aquel monstruo.

—¡Es un caído, es un caído! ¡Tienes que destrozarle el corazón!

Melinda lanzó un resoplido de cansancio.

—¡Como si no supiera lo que es un caído, llevo toda mi vida viéndolos! —vociferó la niña y volvió a apuntar al monstruo con la mano —. ¡Bola de fuego!

Poderosas llamas surgieron de sus dedos rodeando al caído y, entre la carne derritiéndose, surgió una gema de color roja e imperfecta. Una sonrisa de satisfacción apareció en el rostro de la niña.

—¡Ahí lo tenemos! Su estúpida gema... Adiós, imbécil —dijo desenfundando un arma extraña que era como la mezcla de un revólver y una varita. Apuntó a la gema del corazón y disparó, una esfera de energía salió disparada y le dio de lleno, rompiéndola en dos pedazos —. ¡Ha! Lo pasé un poco mal cuando perdí las gafas, pero al final salió todo muy bien. Oye, gracias por ayudarme, pero ¿estás bien? —me preguntó poniéndose pálida al verme la fea herida de mi estómago.

A pesar de que Rodolfo intentaba curarme, me daba en la nariz que su Fe no era suficiente para salvarme.

—Déjame morir, vamos —le dije, la verdad es que sería bastante mejor gastar una vida para dejar de sentir todo el dolor que me inundaba en esos momentos.

—¡No, no vas a morir, Sabela! ¡Te vamos a salvar! —gritó Rodolfo.

Quizás ese fuera el mejor momento para hablarle sobre mi habilidad, pero perdí el conocimiento. 

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