68. Las Reliquias robadas

Unos días más tarde, Xoana almuerza en su casa, en la mano tiene una tostada cargada de mermelada de arándanos con un mordisco marcado, del café caliente sale una columna de vapor que, pese a lo poco que dura y a lo poco que se ve, se nota bastante más que yo, que soy poco más que nada.

Detrás, las ventanas del comedor por donde se puede ver un jardín poco cuidado de hierbas salvajes creando una sábana en miniatura y por la rendija abierta entra un aroma fuerte a verde. Ese sitio necesita un buen recorte de cortacésped y puede convertirse en un buen lugar para tomar el sol y hasta hacer barbacoas.

En la puerta del comedor aparece Oni y se queda mirando a Xoana mientras en su rostro un cúmulo de emociones se desata: la boca se tuerce agria, los ojos parpadean rápido y le tiembla el labio inferior.

Su solo rostro es capaz de despertar la compasión del que la mira y, sin darte cuenta, estarías pidiéndole perdón aun sin tener ni idea de qué le has hecho. Permanece en el umbral, sin atreverse a entrar en la cocina-comedor.

A pesar de que ya han pasado unos días desde que Xoana se fue a vivir a la casa, Oni no se logra acostumbrar a su presencia y aún le da un poco de miedo. Es curioso, porque debido al tamaño es como una dóberman temeroso de una chihuahua.

—Buenos días —saluda Xoana, rompiendo el hechizo que paraliza a Oni.

—H-hola... —musita Oni, baja la cabeza y corretea hasta ponerse delante de la nevera de dónde saca un cartón de leche. Viste con una camiseta de flores que le llega hasta las rodillas, supongo que será como una especie de pijama.

—¿Pasa algo? —pregunta Xoana.

—Yo... Sí... —Oni baja la mirada.

—Oye, que no muerdo —dice Xoana, dándole sorbos de petirrojo al café.

—Ya bueno... —contesta Oni.

Algo entra en la cocina dando saltos, ya que es imposible para ella trasladarse de otra manera porque solo es una bola de pelos. Sus orejas caen a ambos lado de su cuerpo como las de los cerdos, tiene dos grandes ojos expresivos, un hocico pequeño como un botón y la larga boca de la cual cuelga una lengua. Xoana frunce el ceño viendo como el animal se restriega a las piernas de Oni y ella le concede el deseo: la agarra con las manos y la aprieta contra su pecho.

Es el monstruo de Oni, el cual durante los días que llevaban viviendo juntas no saliera de la habitación en la que la diablesa la encerrara. Yo creo que es por miedo: todavía no se fía demasiado de la pequeña agente y teme que le vaya hacer daño. Aunque, por mi parte, creo que Xoana no le haría nada de daño a aquella especie de balón peludo viviente.

—¿La puedo tocar? Es decir... ¿No me morderá, no? —preguntó Xoana.

—¿Morder ella? No... no creo... —añade Oni al final, en un susurro que creo que solo yo soy capaz de escuchar.

Xoana acaricia la cabeza de Preciosa y esta, dándole el mayor lengüetazo del mundo, le llena la mano de babas. Sonríe y el gesto llena a su final con una risa corta, Xoana está feliz. La verdad es que a mí también me gustaría acariciarla, pero me limito a zumbar a su alrededor sin poder tocarla nada de nada.

—Es tan suave... —dice Xoana —. Oye, ¿no se comerá a nadie, no?

—¿Ehhh? ¡Sí! ¡Por supuesto! Quiero decir... ¡No! No se va a comer a nadie... es una buena chica... —dice y, solo entonces, suelta a Preciosa que se dedica a seguir a Xoana mientras introduce el plato de las tostadas y la taza de café en el lavavajillas.

Entonces sucede algo que me parece un tanto raro: la monstrua se lanza en dirección a la pared y se funde en ella. Pronto, la pared entera es como si formara parte de Preciosa. Ahora está hecha toda de pelo y el rostro perruno de la monstrua se ve más grande en el centro.

—¡Oh! ¡Así que esto es a lo que te referías cuando decías que podía poseer objetos! —comenta Xoana, acariciando la pared monstruo.

Oni asiente con la cabeza.

—Sí, sí... Es algo raro, ¿verdad? A ella le gusta mucho hacerlo, se pasa gran parte del día yéndose de una cosa a la otra —comenta la diablesa.

—Ya veo... Aunque el otro día fue diferente, que el salón no se volvió peludo, sino... carnoso —dice Xoana.

—Sí, sí... es que eso lo hizo como para atraparos, como si estuvierais dentro de ella —le contesta Oni, que ahora está sentada en la mesa del comedor merendándose unos cereales con leche.

—Pero me acuerdo de que dijiste algo sobre que si me movía me comía y si no lo hacía también me comía... Eso me parece un poco peligroso —dice Xoana, sin dejar de hundir las manos en el pelaje suave de la monstrua, algo que a mí también me gustaría hacer un montón.

—¿Eh? ¿Dije eso? No sé... Pero ahora te aseguro que no le va a hacer daño a nadie. Es una buena chica —dice Oni, acariciándole la cabeza a la monstrua.

El acariciar acaba cuando preciosa salta de la pared y se lanza a la nevera: de pronto, toda ella se convierte en un rectángulo de pelo. Cosa que a Oni no le gusta nada de nada, se levanta de su silla y se acerca a la Preciosa frigorífica, entonces le dice:

—¡No, Preciosa no lo hagas! Fuera de la nevera ahora mismo —le dice y la monstrua la desposee de inmediato y se queda en su forma de balón de pelo en el suelo, gimoteando tristemente —. La muy canalla hace eso para comer lo que hay dentro...

—Ya veo... Oye, ¿qué clase de nombre es Oni? Nunca en mi vida lo escuché.

—Oh, eso... Mi nombre de verdad es Onesífora, pero desde siempre me llaman Oni. Y menos mal, que el otro nombre no me gusta mucho... —explica Oni.

—Oh, también me parece más bonito el de Oni... Bueno, me voy a dar unos largos a la piscina —dice Xoana.

—¿No tienes trabajo en el cuartel?

—Me dijeron que me diera unos días de descanso, por lo de los disparos. Pero tengo ganas de empezar a trabajar. ¿Tú no tienes que ir a la mina?

—Sí, sí... todavía es bastante temprano... Estoy ya preparada para irme... —dice Oni.

Después de esta conversación, Xoana coge de su habitación la mochila que preparó para ir a la piscina. En la puerta de casa, se queda sorprendida porque hay una caja sobre el felpudo. Mira a su alrededor, pero no hay absolutamente nadie.

—¿Pero qué será esto?

La abre y descubre en el interior una llave grande, con un aspecto bastante a viejo. Xoana la coge le da vueltas en la mano.

—¿Es esto una Reliquia o qué? —se pregunta, pero no sé el motivo de por qué dice eso.

Es decir, tampoco sé demasiado bien qué es una Reliquia, pero por lo que escuché es como un objeto que tiene poderes bastante raros. La caja de música de la que habló Oni la convirtió en un demonio: ¡eso es bastante extraño! ¿Esa llave tendrá un poder también raro?




La Piscina Municipal de Agarimo es un edificio grisáceo, poco más que un bloque de hormigón con una ventana corrida por la que se puede ver a la recepcionista a punto de quedarse dormida. Además, la fachada principal da a una calle estrecha con el suelo lleno de remiendos.

El ambiente no es demasiado agradable, sin embargo la situación mejora en la otra fachada, ya que las vistas dan al paseo de la ría donde el verde remonta gracias a una serie de árboles que forman un pequeño parque donde niños y niñas juegan correteando entre toboganes y columpios. De haberlos, porque no sé si habrá niños en esta isla. Por lo menos yo no vi a ninguno.

Vuelvo a la calle triste, maltratada por el tiempo y el escaso cuidado. Xoana está a punto de entrar en la piscina, pero cuando su mano toca el pomo de la puerta se queda congelada: una extraña sensación de peligro repta por su espalda como los tentáculos de un pulpo dándote un masaje.

Teme ser devorada por aquella cosa aparecida de la nada, pero no se va a ir sin dar guerra así que se da la vuelta, con los dedos rozando el mango de su Nenúfar Revolver. Pero en vez de encontrarse con un monstruo ve a una pareja. Hombre y mujer, vestidos de chándal y ambos llevan bolsas de deporte.

Él es un hombre de rostro común, de esos que se encuentran mil veces entre la multitud de cualquier ciudad. Aun así, Xoana lo recuerda perfectamente: ¡es el escritor de Diario de una aventurera adolescente!

En cuanto a la acompañante del hombre, ella tiene un rostro de avellana con una boca acostumbrada a sonreír, su nariz se alarga unos milímetros más al llegar a su final como si acabara de contar la mentira más pequeña del mundo y sus cabellos rizados, de un color rubio oscuro. Hay algo en ella que me intranquiliza un poco, como que tiene los ojos demasiado abiertos.

—Tú de nuevo... —dice Carlos, con un entusiasmo que de muerto, ya está podrido.

—¡Espera un momento que ahora sí que tengo un bolígrafo! —chilla Xoana, tirando la mochila de la piscina al suelo.

—Mi nombre es Carolina. ¡Estoy encantada de conocer a una agente! —exclama la acompañante de Carlos, ofreciéndole la mano e inclinando la cabeza hacia ella.

Xoana se la estrecha, pero en el momento que lo hace Carlos pasa de largo a toda velocidad y se mete en la piscina, rompiendo las esperanzas de conseguir un autógrafo de él. 

—Oh... ratas... —dice Xoana, y vuelve la atención a Carolina —. ¿Va en serio eso que dices? No me parece que la gente de aquí nos tenga mucho cariño...

—No le hagas caso, lo cierto es que yo me siento más segura con vosotros aquí —dice Carolina, pero hay algo en su tono de voz que me dice que no habla en serio. Por lo menos, no completamente.

—¿En serio? —comenta Xoana, enarcando una ceja.

—Absolutamente en serio —le contesta Carolina y sonríe una sonrisa demasiado grande para aquella cara.




En los vestuarios, Xoana se pone un bañador de natación rosado que deja a la vista su estómago. Pero tapa el ojo tan raro que tiene en el cuerpo, lo cual es normal porque la gente pensaría que eso es algo anormal.

El vestuario se encuentra vacío y una música tranquila emana de los altavoces acompañando al acto de vestirse y desnudarse. Cierra la taquilla y sale a la zona de la piscina donde se queda observando las cinco pistas. Está a punto de zambullirse en el agua, pero se para porque su mirada va hacía una discusión en la que participan dos voces conocidas. 

—No quiero entrar... ¡No quiero entrar! No tiene buena pinta... C-creo que lo mejor es dejarlo para otro día. —Es Perita vestida con bañador de cuerpo completo acompañada por Casandra, ambas están en la esquina de la piscina.

—¿Qué crees que sucederá si lo vamos dejando de un día para otro? Al final no vas a aprender a nadar nunca. ¿No te da vergüenza? Una mujer de tu edad y que tiene miedo al agua —dice Casandra, su cola se mueve de un lado a otro como una cobra que está a punto de morder a su cuidador.

—P-pero... ¡No me da miedo el agua! Solo el agua donde no puedo hacer pie... —musita Perita.

—¿Qué estáis haciendo? —pregunta Xoana.

—Nada, esta boba quería aprender a nadar, pero ahora con la tirria que le tiene al agua más que una balura parece una gata —contesta Casandra.

—N-no es culpa mía... —solloza Perita —, por la m-mañana estaba supersegura de hacerlo p-pero... Ahora tanta agua junta...

—¿Vosotras no tenías que estar ya trabajando en el cuartel? —pregunta Xoana.

—Oh, vamos... no seas absurda —contesta Casandra y después se vuelve en dirección a Perita —. Y tú tienes suerte de poder contar con mi excelsa ayuda pues conozco un método infalible para que aprendas a nadar en un santiamén.

—¿E-en serio? ¿Cómo? ¿En un santiamén de verdad?

—¿Seguro que quieres saberlo?

—¡Claro que así! —exclama Perita, con la decisión reluciendo en sus ojos —, ¡daré lo mejor de mí misma para...! ¡Aaahhh! —chilla, al ser empujada al agua.

La balura queda unos segundos en la superficie chapoteando como un perro nadador, pero sin la misma habilidad que este porque pronto se hunde en las profundidades de la piscina. Con aire preocupado, Xoana observa las burbujas que estallan en la frontera entre agua y aire.

—¿Va a estar bien?

—¿Por qué no iba a estarlo? —pregunta Casandra.

De pronto, Perita sale del agua, pero no porque haya aprendido a nadar: usó el poder de la Imaginación para crear un delfín de piel rosada y con numerosos corazones a lo largo de su cuerpo. Agarrada a la aleta, Perita resplandece de felicidad.

—¡No necesito nadar, Cas! ¿Por qué iba a aprender a hacerlo si en cualquier momento puedo imaginarme a Delfy?

—¿Pero qué te he dicho? ¡No puedes depender siempre de tu poder! —Y Casandra continúa echándole la bronca mientras su rostro se vuelve cada vez más rojo y su cola se estira como una flecha.

De la boca del delfín sale un poderoso chorro de agua que deja empapada a Casandra de los pies a la cabeza.

—¡Ahora te la has ganado! —dice Casandra, a punto de saltar a la piscina, pero Xoana la coge de un brazo y le dice:

—La verdad es que quería hablar contigo de una cosa, a ver si puedes ayudarme.




De nuevo en los vestuarios, Xoana le cuenta a Casandra que encontró una llave a las puertas de su casa. Perita también está presente, sentada en el suelo, con más interés en mirarse los dedos de los pies que en escuchar la historia.

—¿Puedo examinarla? —pregunta Casandra.

—Claro —dice Xoana, entregándole la llave.

Casandra le da vueltas en la mano, examinándola con mucha atención. Perita levanta la cabeza, olisquea y es como si buscara el olor de algo meneando su cabeza de un lado a otro: al final se fija en el hombro de Xoana.

—Creo que tengo una idea de lo que puede hacer —dice Casandra.

—¿De qué se trata? —pregunta Xoana.

—Vamos... es una llave. ¿Qué hacen las llaves? Prueba a abrir tu taquilla —contesta Casandra, devolviéndole la Reliquia.

Xoana obedece, al acercarla a la cerradura la llave cambia de tamaño para poder entrar con facilidad.

—¡Ya lo tengo! ¿Es una llave maestra, no? ¿Con ella puedo abrir cualquier tipo de cerradura? —pregunta Xoana entusiasmada, pero al girarla, la taquilla no se abre —. ¿Qué pasa? ¡No funciona!

Entonces, una voz surge de la llave que dice:

—¿Cuánto es dos más dos?

—¿Cuatro? —responde Xoana, y aunque es obvio, un tono de duda inunda su voz.

—¡¡Correcto!! —exclama la Reliquia, embargado de un sentimiento de felicidad inmenso.

Sin necesitar mano humana, la llave abre la taquilla. Perita se relame los labios, su atención está fija en el hombro de Xoana: se comporta como un gato a punto de saltar sobre un ratón.

—Lo que yo pensaba... —dice Casandra, muy satisfecha de ella misma —. Lo cierto es que, por decirlo de alguna manera, era bastante evidente de qué se trataba. Lo que me resulta curioso es que no se te haya ocurrido a ti. Y respecto al que habla, supongo que es una condición de la llave: dependiendo de la dificultad de la cerradura, la pregunta será más o menos difícil.

—Pero ahora la pregunta es... ¿Qué hacía en la puerta de mi casa? Además, también Oni recibió otra Reliquia... ¿Quién anda regalando...? ¿¡Pero qué haces!? —grita Xoana cuando Perita se lanza hacia ella y tira de su bañador dejando al descubierto el ojo que tiene implantado sobre el hombro.

—¡¡¡Gasp!!! —Perita da un tremendo salto al verlo, agita brazos y piernas como si de repente estuviera en una serie de dibujos animados—. ¿U-un o-ojo? ¿¡Por qué tienes un ojo ahí!?

Xoana, poniéndose rojísima, se lo tapa con la mano, pero con un gesto gentil Casandra la aparta para observar con ojo clínico el ojo.

—¡Qué interesante! ¿De dónde ha salido? ¿Me lo puedes contar? ¿Por favor? —Después de la marea de preguntas, Casandra se queda mirando a Xoana con sonrisa en la cara.

—Está bien... —suspira ella y comienza a contar la historia sin dar muchos detalles: solo lo básico. Iba con sus compañeros por el Bosque Púrpura persiguiendo a un monstruo, se encontraron con una mazmorra, se metieron en y al final...

—... Y solo yo me salvé —concluye Xoana.

—Qué triste... —dice Perita, que hasta parece a punto de llorar —. ¿Y estás segura de que están muertos...? Si no lo recuerdas...

—Eso quiero creer, pero... —contesta Xoana, pero me da a mí que teme darle alas a su esperanza. Es normal: si piensas que están vivos y luego resulta que murieron te llevas un disgusto, pero si piensas que están muertos y en realidad vivieron, pues es más alegría.

—Hummm... Es interesante, tengo una idea de lo que puede significar, pero es mejor tratar el tema con una experta. Por fortuna, en este pueblo contamos con una —dice Casandra.

—¿De verdad? ¡Por favor! ¡Dímelo!... —dice, volviendo a esconder el ojo tras la tira del bañador.

—Podemos ir a verla ahora mismo, si no tienes ningún plan para esta mañana. Su nombre es Laura, es bastante excéntrica, pero ha vivido bastante y tiene conocimientos de toda índole. También podrías hablar con Branca, que es la dueña del Museo Extraño...

—¡Sí que puedo ir ahora! —Xoana asiente con la cabeza —. Cuanto antes me libre de esta cosa, mejor —dice cogiendo la ropa de su taquilla con la intención de vestirse con la mayor rapidez posible.




Las tres agentes salen de la piscina a la calle estrecha. Es uno de esos días en los que da la sensación de que las nubes se pondrán a llorar en cualquier momento.

—¿Dónde vive esa tal Laura? —pregunta Xoana.

Pero antes de que Casandra pueda contestar, un derrape frustra cualquier intento de conversación: es un jeep conducido por Rubén. El vehículo es del color de la tierra seca y sobre la puerta y el capó está dibujado el símbolo de los Hijos del Sol (el astro rey sonriente) rodeado por letras negras: Cuartel del Pueblo de Agarimo. 

—¡Oh! ¿Tenéis uno de esos coches aquí? —dice Xoana acercándose al jeep y acaricia el capó —. ¿Es cierto que estas cosas funcionan con electricidad?

—¡Hahaha! —Perita no puede evitar doblarse de risa al ver a Rubén, ya que en su rostro aún permanece el dibujo de mapache que le hiciera. 

Una chispa de emoción aparece en los ojos del agente grande.

—Perita... Tengo una misión para ti... —dice Rubén, acompaña sus palabras con una sonrisa de maldad.

—Oh, oh... —La risa muere en sus labios.

—Lúa ha encontrado un nido de perros pulpo en el Bosque de los Tres Pájaros y tú te encargarás de ellos. ¿Entendido? —pregunta Rubén.

—¡Los perros pulpo apestan! Tienen lo peor de los perros y lo peor de los pulpos... —Perita vuelve la mirada a Casandra, con una súplica tan palpable que hasta Rubén se da cuenta.

—No necesitarás ninguna ayuda, Perita. Ponte en camino ahora mismo —ordena Rubén.

—Estúpido karma... —Y así, toda la alegría que guardaba en su pequeño cuerpo se desvanece, como lágrimas en la lluvia.

Arrastrando los pies y con los hombros caídos, Perita camina calle abajo.

—En realidad, no he venido a por ella sino a por ti. Xoana, necesito que subas al coche y vengas conmigo. Tenemos trabajo que hacer —ordena Rubén —. Casandra, vete al cuartel y estate atenta por si hay alguna emergencia.

La rabuda asiente con la cabeza.

—¡Una misión, genial! —exclama Xoana, subiendo al asiento del copiloto—. Bueno, ya visitaremos a la tal Laura en otra ocasión —dice, dirigiéndose a Casandra.

—No tardes demasiado, podría no ser bueno. —recibe como contestación.

—¿Lo que...? ¿Por qué dices...? —Pero no llega a soltar ninguna pregunta, Rubén pisa el acelerador y se lanza por las calles de Agarimo, vacías de vehículos.

En ellas, él es libre de ir a la velocidad que quiera y debido a esto las calles pierden su sentido volviéndose líneas apenas definidas a menos que hagas como Xoana y tu mirada salte de un punto a otro: pero no hay demasiado que ver, Agarimo es un pueblo fantasma.

A su lado, Rubén permanece en silencio y su seriedad está estropeada por los trazos de un rotulador permanente que reformula sus rasgos acercándolos a los de un mapache. En la mano, está incrustada la gema que aun sin estar activa brilla con una luz rosada.

Pronto, salen del pueblo hacia una carretera sinuosa que va recorriendo el perfil de la costa. Se desfragmenta la imagen del astro rey en el manto ondulado del mar y su verdor se tiñe de frescos dorados.

Es una visión teñida de tranquilidad donde la mano humana está ausente, Xoana cierra los ojos y aspira: el olor de la naturaleza es aromático y me parece que le resulta agradable. En la naturaleza, las hojas de los árboles aplauden los intentos del mar para escalar por la costa y ambos sonidos se mezclan con el rugido del coche, el motor es un producto humano incapaz de ser armonía con el ambiente del verde.

El jeep viaja a través de las curvas de aquella costa. La carretera era el único punto de humanidad entre todo el verde arrejuntándose detrás de las cunetas. A veces, aparecía alguna casa en la orilla aunque siempre deshabitada y con una vejez temprana pesando sobre sus cimientos. No es buena idea construir tu vivienda fuera de los núcleos urbanos, porque nunca sabes qué va a arrastrarse al interior de tu hogar mientras duermes abrazado a tu almohada.

—Rubén... Supongo que tengo que decírtelo... Hoy por la mañana me encontré con una Reliquia en la puerta de mi casa. Es una llave —dice Xoana.

—¿Una llave? Es lo mismo que sucedió con Onesífora... ¿Sabes algo de los robos del Museo Extraño?

Xoana asiente con la cabeza.

—Sí, pero ¿qué tiene que ver con esto? Es decir, robaron cuadros o cosas así. ¿No?

—En ese museo se exhiben Reliquias. Sé que es peligroso, pero se supone que Branca sabe guardarlas bien. Hace tres semanas, hubo un robo y desaparecieron cinco reliquias: la Caja de Música de Murmur, el Huevo Rojo, la Llave Levei, la Cabeza de Araña y la Pluma de Jano.

—¿Qué poderes tienen esas Reliquias? —pregunta Xoana.

—La Caja de Música ya la conoces. La llave te permite abrir casi cualquier tipo de puerta. El Huevo Rojo... lo puedes utilizar para capturar monstruos y luego controlarlos a tu antojo, pero parte de esos monstruos se queda en tu interior —dice Rubén.

—¿Eso qué significa?

—Poco a poco te vuelves uno de ellos. Pero peor es la Cabeza de Araña, esa Reliquia te convierte directamente en un monstruo, uno bastante peligroso. Después está la Pluma de Jano, ella te da el poder de la inspiración. Es decir, sirve para escribir libros y cosas así. Pero si pasas demasiado tiempo haciéndolo, pues comienzas a perder tu humanidad —explica Rubén.

—Así que la mayoría de las Reliquias que robaron te convierten en un monstruo... —dice Xoana.

—Sí... No sé la razón de robar esas Reliquias, porque hay otras en el Museo que no son tan peligrosas y resultarían más útiles. Yo creo que... fue por maldad —sentencia Rubén.

—¿Por maldad? —Xoana frunce el ceño.

—Sí, creo que la persona o personas que robaron esas Reliquias lo hicieron simplemente para hacer que otras personas se convirtieran en monstruos. Quizás les parezca divertido hacerlo... —gruñe Rubén.

—Entiendo... Entonces le dieron a Oni la Caja de Música para ver cómo se convertía en una diablesa, ¿no? Pero la llave, ¿esta no convierte en monstruo a nadie, no? ¿Por qué la dejaron en la puerta de mi casa? —pregunta Xoana.

—Puede que esa fuera la verdadera razón de que robaran el Museo... Puede que fuera la Reliquia que realmente querían. Pero no tiene sentido que se deshicieran de ella... No lo sé, pero no me gusta. Por el momento hazte cargo de la llave —dice Rubén.

—¿Lo qué? ¿No deberíamos devolverla?

—Quiero saber qué pretenden dándotela a ti, así que por el momento te encargarás de custodiarla. Eso te pondrá en peligro, así que si no quieres hacerlo te puedes negar, Cla... Xoana —dice Rubén.

—No, no... Lo haré...

Rubén se ve obligado a frenar con violencia: una mujer saltó a la carretera y agita los brazos de manera compulsiva. La reconozco de inmediato, es la agente Anais la que en su primer día le salvó la vida a Xoana cuando se enfrentó al robot Ventura. La tipa esa golpea el capó del jeep con las manos mientras resuena en su rostro una sonrisa con la forma de un plátano.

—¡Habéis tardado un montonazo! Ya comenzaba a aburrirme y ya sabes como soy, jefe. Tengo el síndrome de los pies inquietos, no puedo estar parada más de un minuto —el rostro de Anais se vuelve hacia Xoana —. ¡Hola, compañera! ¡Qué cosa más curiosa! ¡Todavía no te han matado! Bueno, bueno... ya habrá tiempo para esas cosas luego. Jefe, aparca el coche ahí —Anais señala una cuneta donde las malas hierbas se retiran y dejan un espacio de tierra seca. 

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