62. El monolito
La presencia que acecha a sus espaldas apesta a colonia. Es como si te pegasen en toda la cara con una botella de perfume de las más baratas.
—Bienvenida al pueblo de Agarimo, tú debes de ser Xoana, ¿no es eso cierto? —dice una voz que en vez de flotar es como si se arrastrase.
El que habla es un tipo ancho como un rinoceronte y alto como una jirafa. También destaca su mentón porque es bastante pronunciado y tiene una cicatriz en forma de equis.
El escritor aprovecha la llegada de ese hombre para largarse y Xoana, al darse cuenta, chasquea la lengua. Luego le habla así al mastodonte:
—Sí, soy yo...
—Soy Rubén, agente de rango oro. —Se queda mascando una pregunta —. ¿No pudiste rechazar este destino?
Xoana frunce el ceño y Rubén continúa hablando:
—No, claro que no. Estás obligada a venir aquí... todos estamos obligados... Te llevaré al cuartel de los Hijos...
La mano del gigante es interesante: tiene una gema incrustada en el dorso que brilla color rosa. Me parece un poco raro que tenga una joya ahí, pero puede que para esta gente sea normal.
Pues los dos caminan hasta ponerse al lado de un semáforo. Hay un señor rojo les dice que lo hagan, pero no se ve ningún coche en la carretera. Está sin gente, sin perros, sin pájaros, sin nada...
Rubén se queda como una estatua y no aparta los ojos del señor rojo. Al otro lado de la carretera está la librería Martón, pero no te esperes poder comprar ningún libro ahí: detrás del escaparate roto solo hay polvo y la puerta está cerrada por tablones.
—¡Ay! ¿Qué...? —exclama Xoana y se lleva la mano a la cabeza.
Me sorprende el grito y la miro, parece que le dio algo en toda la cabeza y en el suelo hay un limón. Pero estos no suele ir cayendo del cielo así por las buenas y tampoco es que haya ningún limonero por los alrededores.
Xoana tiene la boca abierta y después mira a su alrededor. Pero solo hay un par de palmeras al lado de un hotel que me da a mí que está abandonado y un tipo pecoso que la mira como con desprecio.
Viste de manera sencilla, lo cual está bien porque lo simple es mejor que lo complicado, con unos pantalones grises y una camiseta gris y unos zapatos que también son grises. Bueno, ese tipo de sencillez es un poco aburrida.
—¿Qué miras tú? —pregunta Xoana, el pecas refunfuña y se da la vuelta.
El señor rojo del semáforo se va y aparece uno verde, Rubén comienza a andar y Xoana lo sigue. Pronto cruzan la carretera y se meten por una calle estrecha que se convierte pronto en cuesta arriba.
—Espero que te lleves bien con los demás. No son malos agentes, pero son bastante... excéntricos. Sobre todo Breogán, él... ni siquiera sé por dónde empezar... —dice Rubén.
—Eso espero también... —murmura Xoana y se cuelga un cigarro en la boca. —. ¿Este lugar siempre está tan así de muerto?
—Sí, no hay demasiada gente aquí... ¿Sabes que esto es básicamente una prisión? Incluso para los Hijos del Sol... —dice Rubén.
—Quizás no debería haberle roto la botella en la cabeza... —suspira Xoana.
—Pero estamos mejor que los presos, están obligados a trabajar en las minas del sueño...
—Cristales del sueño... —repite Xoana y espero a que expliquen que son esas cosas. ¡Pero se quedan en silencio! ¿Qué les costaba dar una explicación?
Me molesta un poco, así que dejo de prestar atención a la pareja y observo un cocinero de madera que hay delante de un restaurante. Tiene una gran sonrisa en el rostro y no sé qué pretendía el escultor al hacerla, pero le quedó como la de un asesino en serie a punto de trocear a su siguiente víctima.
—Nunca deberías haber vuelto, Clara —le dice Rubén y no fue más que un susurro de esos que se los llevan el viento y no son escuchados por nadie. Bueno, por nadie más que yo. Xoana no lo hizo, tiene la mirada que se le va cuesta arriba y los oídos cerrados.
La calle se abre en una plaza y a la izquierda está un edificio grande que es el cuartel de los Hijos del Sol, porque así lo pone por encima de la puerta. Es parecido al resto de los edificios del pueblo: estilo tosco, de piedra y con un sombrero de tejas de pizarra. Ocupa el largo de la plaza y el edificio tiene pinta de estar encogido por el peso del tiempo. Pero todavía logra mantener una fuerte presencia en la plaza.
—Espero que estés bien... el mundo no es tan bonito como lo pintan en la Academia —dice Rubén.
—Oye... no soy una cría, no es como si acabara de salir de la Academia. Yo trabajé como... —Un zumbido corta la frase de Xoana. Ella intenta descubrir el origen del ruido, pero no lo encuentra. Espero que no sea un mosquito gigante.
—Sí, ya lo sé. Y también sé que en una de tus últimas misiones todos tus compañeros murieron —le contesta Rubén.
El color aparece en las mejillas de Xoana.
—¡No murieron, desaparecieron! Y no se sabe lo que pasó en el interior de la mazmorra, es imposible echarme la culpa de nada. Ni siquiera yo me acuerdo... —añade al final, en un susurro.
Se escuchó un rebumbio de voces desde el interior del cuartel y, a zancadas de pelícano, surge del interior una agente larguirucha con un sol de bronce en el pecho. Tiene un rostro de pómulos marcados, ojos hundidos y mentón pronunciando, con cierto toque salvaje en la composición. Los cabellos los lleva perfectamente peinados en una composición de raya al lado, no es melena pues no cuenta con la longitud necesaria.
¡Bueno! ¡No sé si hablé o no de los uniformes que llevan esta gente! Pues ahora lo hago: el uniforme se compone de una camisa blanca de mangas largas con botones de color amarillo y también unos pantalones de un color azul oscuro. Aunque la chica esa lleva una falda porque le nace una bonita cola. Eso es raro, pero de nuevo: ¿Cómo voy saber si es raro, sino me acuerdo de nada? El rabo se agita de un lado a otro, nervioso.
La tipa esa, por alguna razón que desconozco, lleva una copa de vino en la mano.
—¡No te des el piro tan rápido, hermana! ¡Casandra!—grita una voz femenina, que sale del interior del cuartel.
—¿Podrías dejarme en paz, Lúa? —dice Casandra.
En el umbral de la puerta aparece la segunda agente y sus mejillas se colorean de rojo, lo cual contrasta con su piel pálida. Tiene los ojos grises y el pelo muy negro, como brea o algo semejante, pero ni de lejos tan pegajoso. Ella también viste de uniforme, pero lleva pantalón y no falda.
—¡Tú no te coscas! ¿Verdad? —exclama la paliducha Lúa.
Antes de poner pie en el exterior, la mujer esa abre un parasol estrellado y solo cuando está bajo su sombra da el paso a la plaza.
—¿Cómo puedes ser tan bocas de decir que las películas de Solman son un bodrio?
Antes de contestar, Casandra coge aire.
—Las películas de superhéroes no son más que un divertimiento vacío que solo sirven de entretenimiento para personas con una edad mental similar a la de un niño no especialmente espabilado. Pero lo peor es que todas ellas siguen un esquema similar: presentación del superhéroe, aparición del villano que quiere hacer una acción mala genérica como conquistar el Reino o destruirlo y, al final, el superhéroe le parte la cara. ¿Cómo es posible encontrar entretenimiento en algo tan insustancial, "hermana"? —Al decir esta palabra, imita la voz aguda de Lúa y esboza una sonrisa que no es nada agradable.
—¡Oh, tú! —De un salto, Lúa le proporciona una sonora bofetada a Casandra.
—¿Me acabas de pegar? —pregunta la víctima, se acaricia la mejilla enrojecida. No sé por qué pregunta si es evidente que le acaba de pegar, la gente es un poco rara.
—¡Eso te pasa por sobrarte conmigo, pringada! —ruge Lúa.
Ojo por ojo, es el pensamiento que guía el puño de Casandra cuando se dirige a toda velocidad a la cara de Lúa. Objetivo: aquella pequeña nariz que bien merece ser chafada. Pero Lúa esquiva con facilidad el golpe, exhibe una mueca burlona.
—¡Ah! ¿Pero tú te crees que te será tan fácil pegarme? ¡Mi Marca me permite esquivar casi cualquier ataque! ¿Tú no estás al loro, hermana? —pregunta Lúa, con una sonrisa burlona.
—¡Cómeme la mariposa! —le dice Casandra, conteniendo el grito que se le quiere escapar entre los dientes.
—Debemos mostrar simpatía por la nueva heroína, a fin y al cabo estará con nosotros un largo tiempo. ¿No creéis? —pregunta un tercer agente.
Me estoy mareando un poco con tanta gente nueva que estoy conociendo. Es decir, me gustan las presentaciones de una en una. A ver si me aclaro un poco con tanta cara nueva que se me está echando encima.
Primero está Xoana, que mide un poco más que un enano y tiene el pelo rubio, me parece que teñido. Tiene un pistolón bastante grande y también un lunar debajo de uno de los ojos.
Luego está Rubén, es grande y ancho y tiene mirada de mala uva. No sé qué le pasó a este, pero tiene una expresión de lo más amargada en el rostro. Puede que le haya muerto el gato o una desgracia parecida.
Después, está Casandra. Es una agente de rango bronce y tiene cola, lo cual no sé yo si es normal o anormal, pero a mí me parece un poquito raro. Tiene cierto retintín en la voz que es como si se creyera mejor que los que lo rodean.
También hay que contar a Lúa, otra agente y esta es de rango plata. Tiene el pelo negro y es bastante paliducha. Me pregunto si está enferma o algo por el estilo, pero por la manera en que grita no sé yo. Tiene una Marca, pero no sé exactamente qué significa eso.
Por último, tenemos a otro agente que está sentado al lado de la puerta con la espalda estirada, cabellos blancos recogidos en una coleta y un ramo de flores en la mano. Tiene un aspecto frágil, es uno de esos tipos que parece que hasta el pedo de una mosca los derrotaría. Además, sus ojos están rojísimos.
—¿Se puede saber de qué estás hablando, Breogán? ¿Qué tiene que ver eso con lo que nosotras discutíamos? —dice Casandra, contestándole al agente de aspecto escuchimizado y con el pelo blanco como la nieve.
Me alegro de que la gente se esté diciendo los nombres continuamente, porque si no ¿cómo sabría cómo se llaman?
—Tenemos que ser buenos compañeros con ella y no gastarle bromas, que eso es de mala gente —le dice Breogán y no puedo estar más de acuerdo.
—¿No te coscas, hermana? Hoy viene la nueva agente. De hecho, está ahí —comenta Lúa y con un movimiento de la mano saluda a la recién llegada.
—Esa soy yo... —murmura Xoana, no parece demasiada contenta. Y levanta una mano, queda un poco ridículo todo el conjunto de la enanita esa.
Casandra le da un trago a su copa de vino y dice:
—Oh, es cierto... Me pregunto que habrá hecho para merecerse este destino, ¿sabrá que la gente solo viene aquí a fin de cavar su propia tumba? Es decir, una vez que pones pie en esta isla es bastante improbable que te dejen salir. ¡Pobre criatura! ¡Tan joven y tan condenada!
—Te puedo oír perfectamente —dice Xoana.
—No pretendía ser un soliloquio —contesta Casandra.
—¡Vamos a saludar a nuestra nueva amiga! —exclama Breogán, se levanta de la silla y a largos pasos, se pone en frente de Rubén y Xoana. No desaparece ni un segundo la sonrisa boba en su rostro de calavera.
—¡Bienvenida a isla Limbo...! — Breogán se la queda mirando durante un largo rato que se hace eterno —. ¿Juanita...? ¿Cómo...? ¿Qué está pasando aquí...?
—Me llamo Xoana.
—Pues te parece mucho a Juanita...
—¿Pero quién es esa...? —pregunta Xoana.
Rubén frunce el ceño, parece que él también ha escuchado el zumbido que proviene del cielo nublado. Levanta la mirada y un suspiro cansado cae de entre sus labios. Parece que él sí que sabe de qué se trata el ruido.
—Qué mala suerte... El Número Ocho. Por lo menos estamos cuatro reunidos —dice Rubén.
—Cinco —dice Xoana.
Breogán levanta la mirada y una expresión de absoluto horror aparece en su rostro. Entonces, un grito desgarrador salta de su boca.
—¡Oh! ¡Ya lo veo! ¡Allá arriba! ¡Oh, Helios bendito! ¡Es un niño! ¡Está cayendo desde el cielo! ¡Un niño!
Lo que está cayendo no es un niño. Lo que se acerca a toda velocidad es una cosa rectangular de un material con la superficie lisa y de color negro. No es un niño, a menos que los niños tengan otro significado aquí... pero no lo creo.
—Breogán... Tranquilo, no es un niño —dice Rubén, en susurro suave de mamá preocupada y deja caer la mano sobre el hombro del otro agente.
Para Breogán, los dedos de Rubén son como una descarga de electricidad, se separa del hombretón y grita como si hubiera sufrido el dolor más doloroso, el dolor más inhumano.
—¡Basta ya! ¡Es un niño! ¡Y voy a cogerlo antes de que se mate! —Y corre con los brazos abiertos, con la intención de coger en las manos al niño.
—¡No! —Rubén intenta hacer algo, pero no hace nada.
La cosa que cae dibuja un arco en el firmamento y aterriza justamente sobre el pobre agente Breogán. El sonido de su columna rompiéndose llena la plazuela, el peso del objeto aplasta su corazón, sus pulmones, pulveriza la totalidad de sus costillas... Supongo que ahora está muerto.
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