6. Nebula

Nada más despertarme en la pequeña habitación del hostal, me duché. Me gustó eso, pero no tanto tener que ponerme la misma camiseta negra, las mismas bragas usadas, los vaqueros remendados... Ya vestida bajé al comedor y me encontré con Rodolfo que se tomaba un café.

—Buenos días, Sabela. Espero que hayas dormido bien.

—Como un leño —contesté.

La señora del hostal nos trajo tostadas con mermeladas de algo y mantequilla. También tomé café, sin azúcar porque cuanto más amargo más mejor. Nada más terminar, le dimos las llaves a la chica de recepción y nos pusimos de camino a Nebula que ya no quedaba demasiado lejos. En rato, me cansé del silencio y decidí hablar con Rodolfo.

—¿Es buena esa arma? —le pregunté, me refería al sable que llevaba.

—Lo más barato que el dinero puede comprar, prefiero gastarme mis soles en placeres y no instrumentos de muerte —me dijo Rodolfo.

—Oye, que tu trabajo es matar monstruos —le dije, porque también era del gremio.

—Ser un Hijo del Sol no es más que un medio rápido de conseguir dinero. Mi objetivo es encontrarme con la misteriosa mujer de la Montaña Azul, ni más ni menos —dijo Rodolfo.

El bosque terminó en una pradera que se extendía con mucha amplitud y los árboles de hierro dejaron de crecer poco a poco hasta no quedar ni uno. El campo era como un mar de hierba y bajo aquella luz tenía tonos grises. En el medio nacía la ciudad de Nebula, rodeada por unas impresionantes murallas de color negro.

—¿No son un poco grandes? Es decir, no hubo ninguna guerra en el Páramo desde... —Hice memoria de las clases de historia —... desde la última, ¿no? Y de eso ya hace la pila de años. ¿Por qué una muralla tan grande? No es como si las baronías fueran a pegarse entre ellas.

—Ciertamente, pero no creo que hayan levantado esas murallas con miedo a los humanos. Me explico: ¿No hace frontera la baronía de Nebula con la Nación de las Pesadillas? ¿Qué pasaría si la Barrera del Rey se viniera abajo?

—Ya, pero de pasar daría un poco igual el tamaño de las murallas, ¿no? Es decir, no se sabe cómo de grande es la Nación ni cuántos monstruos hay. Si se rompe y entran los monstruos, adiós a Nebula, a Cassiria, a Saavedra, a Sol, a Kannar Tannati... Vamos, que el Reino no duraría nada de nada.

—Entonces servirá más bien como elemento terapéutico para la buena gente que vive en la ciudad, ¿no crees?

En las puertas de la ciudad había dos guardias con cascos de metal en la cabeza, lanzas en las manos y armaduras que tenían en el pecho el dibujo de un pez atravesado por dos lanzas. El escudo ese pertenecía a la familia Luzo y ellos eran los que gobernaban la baronía de Nebula.

Al atravesar las puertas, nos dio la bienvenida Nebula con la forma de la calle real que se extendía larga y amplía hasta una plaza que aún quedaba lejos. Los edificios eran de piedra un tanto bajos, todos seguían un mismo patrón de piedra gris y tejados de pizarra violeta. Y no había nadie por la calle: estaba tan vacía como mi Huertomuro, solo que en una escala bastante mayor. Lo que sentí fue una sensación de desánimo bastante grande... no sé, es que la ciudad era como bastante tristona. No ayudaba demasiado que el día estuviera amargado por nubes grises casi negras que amenazaban con echarse a llorar.

Pronto llegamos a una plaza bastante grande y allí ya se podía ver un poco más de vida: había gente en la terraza de un restaurante: personas pálidas de ropas oscuras que comían con prisas como si fuera a venir mil trasnos a robarles el papeo y bebían como si en vez de cerveza y refrescos fuera agua medio templada.

En la plaza había color con la forma de matojos de flores rodeando la estatua del primer héroe, bien puesta ahí en el centro. Xoan de Ningures, acompañado de su poderoso mostacho y amplio pecho al descubierto, gracias a una camisa desbotonada por la mitad. Él fue el fundador de los Hijos del Sol y también el que derrotara al villano Maeloc, pero dejó el trabajo a medias porque el Rey de los Monstruos aún seguía por el Reino haciendo cosas malas.

También había un grupo de personas con pancartas que berreaban delante de un edificio que reconocí como el cuartel de los Hijos porque tenía por encima de la puerta el sol sonriente, símbolo del gremio de aventureros. Los que protestaban también aportaban color debido a sus ropas de arcoíris: verdes de prados primaverales, azules de cielos limpios de nubes, rojos de campos cubiertos de fresas y rosas... Ropa que no deprimía, no como la ropa de enterrador de la gente del restaurante. Aunque más que eso, lo que importaba era lo que hacían y al irme acercando pues me fui haciendo una idea. Primero, llevaban pancartas y en una de ellas leí: ¡Los monstruos también lloran!

—¡Matar personas no humanas es asesinato también! —gritaba una chica con unas gafas tan grandes que me daba pena su nariz.

—¿Tú sabes de qué va este circo? —le pregunté a Rodolfo.

—¿Nunca conociste a un pro-monstruo?

—¿Un qué...?

—Ellos creen que es injusta la manera en que los Hijos del Sol tratan a los monstruos... Es decir, matándolos. Creen que, como seres inteligentes que son, los monstruos merecen una oportunidad para integrarse en la sociedad humana y dejar de ser tratados como, bueno, como monstruos. De hecho, no les gusta utilizar la palabra monstruo, porque consideran que es peyorativa en lo que se refiere a ellos. Creo que las baluras los llaman makash.

—Peyorativa dices... —dije, sin saber qué significaba esa palabra.

En esos momentos, me parecía raro que hubiera gente así y no lo podía entender. Para mí, no había nada bueno en los monstruos y el Reino sería un lugar muchísimo mejor sin ellos.

—Pues no lo entiendo así que voy a preguntar de qué va lo que dicen —dije y me acerqué a la chica de gafas, pensé que era la líder porque gritaba con un megáfono —. ¿Qué es eso que dices de los monstruos? —le pregunté a la gafas, ella me miró de arriba abajo y me sonrió una sonrisa tímida.

—¡Oh! ¿No serás tú una de esas aventureras, verdad? Tienes todo el tipo de ser una de ellas... ¡Eres grande como un oso! Y esos músculos... Vaya, nunca en mi vida vi a una mujer tan grande y musculosa... ¿Puedo... puedo tocarte el brazo?

Me encogí de hombros y ella me tocó con delicadeza un brazo, como si me fuera romper o algo. Nada más hacerlo, la retiró con rapidez y una risita de niña escapó de sus labios.

—¡Qué dura eres!

—Ya, sí. ¿Pero qué pasa con los monstruos? —le pregunté.

—Oh, eso... ¡Ahora mismo te lo explico! Ejem... ¡Matar individuos no humanos está mal! —La voz le salió tan potente como un puñetazo en el estómago, nada que ver con la anterior que era como el aleteo de una mariposa —. ¡Ellos también sufren! ¡Y además son seres inteligentes! ¿Está bien matar a algo que puede pensar y razonar? ¡De ninguna manera! Y otra cosa, mariposa... ¿Qué crees tú que se va a solucionar matando monstruos? ¿Crees que el Reino será un lugar mejor? ¡Y hablando de reinos! ¿No somos una sociedad avanzada? ¿Por qué tiene que ser nuestro líder un rey? ¡El único mérito que tiene un rey es haber nacido! ¡Y otra cosa superimportante tengo que decir, señorita pecas...!

—¡Qué vienen los merluzos! ¡Qué vienen los merluzos! —aulló uno de los protestantes y señaló a un grupo de guardias que se acercaban con caras de cabreo.

En nada, de los manifestantes no había nada y a mí me pareció un poco raro que fueran a por ellos. Porque pensaba que el único crimen del que eran culpables era de tener ideas tan incorrectas como idiotas. En fin, una vez desaparecidos me fui al interior del cuartel seguido de Rodolfo: el interior era limpio y blanco. Todo muy profesional. Y además olía bien, lo cual siempre es agradable ya sea en comida, interiores y personas.

Me fui directa al mostrador, detrás había una mujer de aspecto cansado: con unas ojeras bastante grandes, aguantándose el peso de la cabeza con una mano, con bostezos caballunos...

Bueno, dije mujer, pero no era mujer humana sino balura. Si no sabes cómo son, pues son algo parecidos a nosotros, pero tienen la piel verde, unos ojos muy grandes y no tienen nariz, solo unas franjas como de serpiente o algo parecido.

Yo me metí la mano en el bolsillo, para sacar la carta y dársela a la balura que supuse que era Melón porque toda ellas se ponen nombres de frutas, pero antes de que tuviera tiempo de decirle nada ella habló y dijo:

—¡Aventureros! ¿Sois aventureros, verdad? —preguntó ella, con ansia en la voz.

—Bueno, soy de madera —dije, no sabía si podía confirmar que lo era o no.

—¡Da igual! ¡Necesito ayuda de inmediato! Cerca de aquí está la Mazmorra del Hombre que Chilla y se ha llenado de trasnos otra vez, pero eres madera, ¿tú te has enfrentado a alguno de estos? —preguntó con desconfianza.

—Yo por lo menos sí, soy un aventurero de nivel bronce y he acabado con una gran cantidad de ellos —dijo Rodolfo.

—Yo también, en el bosque dónde curraba de leñadora había trasnos. No son difíciles de matar —le dije y me dieron ganas de añadir que acabé con la vida de un trasgo, pero no quería chulearme.

—La verdadera razón de que quiero que vayáis es porque estoy bastante preocupada... Una aventurera fue por la mañana y todavía no volvió. ¡Y por si fuera poco tenía diez años! —gritó la recepcionista y él dio un manotazo a la mesa de recepción.

—Vaya, no sabía que las niñas podían ser aventureras—dije y a mí eso no me parecía bien: las mocosas deberían estar en el colegio, no peleando contra monstruos.

—Y normalmente no lo son. ¡No sé por qué ella lo era, pero lo era y no se puede hacer nada para que deje de serlo! ¿Podéis ir a la mazmorra y averiguar si está bien? Aunque personalmente ella me resultó sumamente irritante, tampoco es que quisiera que le pasara nada malo —comentó la recepcionista.

De esta vez fue Rodolfo quién contestó:

—¡Por supuesto que iremos, bella balura! De ninguna forma podríamos llamarnos aventureros si no lo hiciéramos. Independientemente de su edad, todas las mujeres merecen ser protegidas de todo mal.

La recepcionista bufó cual gato.

—¡Mi nombre no es bella balura, es Melón! ¡¿Y por qué no llevas la placa?! Te puede caer una buena multa si no está identificado como aventurero en todo momento... ¿Me entiendes? —preguntó Melón, entrecerrando sus grandes ojos felinos.

—Entiendo, aunque si no la llevo es porque su diseño me resulta poco estético —suspiró Rodolfo, poniéndose el sol de bronce sobre el pecho.

—Lo mismo podría decir de tu cara de mono, pero no me ves diciéndolo. ¡Ya está, id ahora mismo a la Mazmorra del Hombre que Chilla, matad a todos los trasnos que se os pongan delante y rescatad a la niña! ¡¿Se puede saber que hacéis mirándome?! ¡IrIdose una vez y no os atreváis a morir!

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