49. La última pelea
Era Lucía... ¡Mi Lucía! Mi mejor amiga desde que éramos bien chiquitas. La verdad es que era un poco malo eso de que me mató, de que me clavó una espada en todo el estómago. Pero yo intentaba no pensar en eso, que lo único que quería hacer era que todo volviera a la normalidad. En el ojo derecho de Lucía ardía una rabia nunca antes vista. Era ella, pero al mismo tiempo no podía negar que cambió un montón.
—¡Eh, Fufu! ¡Cómeme la mariposa! ¿A qué viene esto, eh? ¡Yo no quiero pelear contra ella! —le dije a mi hermano, y este me lanzó una carcajada tan cruel como malvada.
—¿Y no es así más divertido, hermanita? ¡No te irías a esperar que te fuera a mandar monstruos fáciles una y otra vez, boba, más que boba! Si no quieres pelear contra ella, lo tienes facilísimo: únete a mí, conviértete en un monstruo y entonces todo será perfecto.
—Nunca —le contesté.
Ya me diera cuenta de que razonar con el cabezota aquel era imposible, pero quizás podría hacerlo con Lucía. Ella todavía no me atacó, permanecía a unos metros de mí, mirándome con un odio tremendo. ¡Y totalmente inmerecido! Que yo a ella nada malo le hice nunca jamás.
—Oye... Lucía... Ya sé que tuvimos nuestras mases y nuestros menos, pero... vamos. ¡Qué somos amigas desde pequeñas!
Esperaba encontrar algo de la vieja y buena Lucía en ella, pero por lo pura rabia que centelleaba en su rostro yo supe que estaba enterrada y bien enterrada. Allí solo quedaba Lucía la loca, con su ojera profunda, su mirada llena de odio y la boca contraída en un gesto de pura mala hostia. Ya le veía yo unas ganas de atizarme bien malas.
—¡¿Por qué iba a escuchar a la Traidora?! Tú solo quieres acabar con la raza humana... Tú estás aliada con los monstruos... Eres una mentirosa... Y siempre lo has sido... —susurró, con la espada en la mano temblando, como si apenas pudiera contener las ganas de matarme.
A pesar de que le faltaba un ojo y también un brazo, no creía que yo fuera capaz de derrotarla. Es que ella era demasiado buena peleando, y yo demasiado mediocre.
—¿A qué esperas, jefa? ¡Vamos! —dijo Hacha, que también temblaba en mis manos, y apenas contenía las ganas de liarse a tortas.
Pero ella era mi amiga y yo no quería hacerle daño. Quería que creyera de nuevo en mí, porque todas las ideas que le revoloteaban en la cabeza eran puras y sucias mentiras.
—Yo no soy ninguna traidora, que lo que quiero es salvar al Reino... —le dije, intentando encontrar su parte racional.
—¡Mentiras! —gritó ella.
Supe que todo lo que le diría le entraría por una oreja y le saldría por la otra. Entonces, el problema estaba en que no tenía ni idea de cómo hacer para que dejase de lado toda aquella locura que le hacía hervir las entrañas.
Lucía levantó la espada y me apuntó con ella, seguía temblando de mala manera, pero yo no confiaba en que eso disminuyera sus habilidades de combate. Me fijé mejor en su brazo, porque tenía una línea de color morada por encima del codo y cuyo color se extendía un poco, como si fuera una enfermedad.
—¿Qué te pasó ahí...? —le pregunté, pero ella ya no estaba para hablar más.
No existía ni una pizca de paz en su rostro, ni de perdón, ni de todas esas cosas bonitas. Solo odio, resentimiento... y todo dirigido contra la menda. Se lanzó en mi dirección.
Tan rápido fue, que no supe qué hacer. Tuve la esperanza de que ella se parase en el último momento, y no me clavase su espada. A fin de cuentas, ¿no éramos las mejores amigas desde que éramos unas mocosas?
Pues la espada me atravesó el estómago, y dolió mucho. Y más todavía porque se le apareció en el rostro una expresión de triunfo. Ella clavaba más y más su espada, y sonreía mucho, como si matarme fuera la mejor cosa del mundo.
—Lucía... —le dije yo, pero no pude hablar más. De una patada, me lanzó al suelo quitando la espada de mi barriga.
Yo me quedé bocarriba unos momentos: el cielo era azul, sin rastro de nubes. Solo con el sol solitario y tristón, dándome un poco de calor en la hora de mi muerte. Hacía un bonito día, pero solo allá arriba. Que lo que sucedía debajo de bonito no tenía absolutamente nada. Lucía apareció en mi línea de visión, y acabó con mi vida clavándome la espada en el corazón.
—No quiero pelear contra ella... —dije, tumbada en el sofá y cruzada de brazos.
No quería volver y que ella me matara de nuevo, ¡que ya fueron tres veces! Y de todas las muertes que tuve, esas tres fueron las peores de todas con diferencia. Es que no es nada bueno que te mate tu mejor amiga.
—¡Oh, vamos, jefa! Algo habrá que hacer... —dijo Hacha, estaba en el suelo y le nacieron de nuevo aquellas patas de araña, y también los tres ojos en la hoja. Antes verla así me daba un poco de asquito, pero ahora ya me daba un poco igual todo.
—Nos podemos quedar aquí para siempre... —dije: a mí alrededor se mostraba la cabaña donde viví toda mi vida.
Bueno, la verdad es que solo era una imitación, pero incluso una imitación completamente falsa, era mejor que aquella realidad en la que lo único que me esperaba era encontrarme con mi mejor amiga matándome una y otra vez.
Pero mirar el salón de aquella cabaña hacía que me invadiese una sensación de paz. Añoraba aquella vida tranquila y aburrida. Lucía, papá, mi hermano... no deseaba otra cosa que volver a ese mundo tan sin complicaciones.
—Me temo que eso es algo que no puedes hacer —dijo Belisa, que estaba en la cocina cocinando y a mi barriga le encantaba mucho aquella nueva afición que ella tenía.
—¿Por qué? —pregunté, aunque yo no quería saber la respuesta. Prefería quedarme allí, mirando el techo, cruzada de brazos, sin hacer nada más que nada.
—Por los hombres rosados. Vendrán cada vez más y más y más y más y más y más y más... —dijo, repitiéndose como si fuera un disco rayado.
Era bien cierto, en la ventana me encontré con más monstruos de aquellos. Cosas carnosas, sin pelo, bocas sonrientes de dientes como teclas de piano, ojos maliciosos y amarillos, monstruos imbéciles y brutos. ¿Qué querrían de mí? Mejor ni saberlo...
—¡Qué miedo! —dijo Hacha, después de acercarse a una de las ventanas para poder observar mejor cómo eran aquellas cosas —. ¿Qué se suponen que son, Belisa? ¡Son feos de cuidado! ¿No podríamos matar a unos cuantos de esos? Es que me están dando un mal rollo que flipas.
—¡Y es muy bueno que te den ese mal rollo! —exclamó Belisa —. Y tengo algo importante que enseñarte. Así que, Sabela, levanta el culo del sofá y vente al comedor.
—Pero yo... —dije, que estaba un poco depre, y lo que más me apetecía era quedarme tumbada y nada más.
—¡Ni peros ni peras! ¡Qué te vengas ya, he dicho! —dijo Belisa, con una autoridad tal que no me quedó más remedio que obedecerla.
Pues me levanté del sillón y me fui al comedor, que se encontraba justo detrás de dicho sillón. Todo el camino y el esfuerzo fue para bien, que Belisa que dijo que fuera allí para enseñarme su nueva creación de la cocina: una tortilla de patatas.
—Mira, mira... —decía ella, con los ojos echándole chiribitas —. ¡Qué bonita y qué amarilla! ¡Y seguro que está bien rica! ¡La hice con patatas y también con huevos! ¿Te tiene buena pinta, Sabela?
—Pues sí... —dije, con ganas de hincarle el diente. A la tortilla, no a Belisa.
Seguro que, después de tener el estómago lleno, podría pensar con mayor claridad y encontraría una manera de ganar el combate sin necesidad de matar a Lucía.
—En cuanto a los hombres rosados, pues creo que ya te dije que no sé muy bien qué son. Pero sé qué hacen: cosas muy malas. Si te pillan, desapareces —comentó con despreocupación, mientras cortaba en cuadraditos la amarilla tortilla con un cuchillo.
—Bueno, si desaparezco, Lucía no tendrá que matarme de nuevo... —dije y me metí un trozo de tortilla en toda la boca: ¡Sabía de miedo!
—¡No digas eso, Sabela! ¡Qué no sabes tú lo terrible que es desaparecer! ¡Pero desaparecer del todo, como si nunca hubieras existido! —dijo Belisa, y dirigió sus tres ojos llenos de preocupación a la ventana: allí estaban todos esos hombres rosados que nos miraban sonrientes, con sonrisas que te hacían bailar el espinazo. Bueno, lo cierto es que desaparecer con ellos no parecía una cosa buena.
—¿Cómo si nunca hubieras existido? ¡Eso suena fatal! —dijo Hacha, que se encontraba a los pies de Belisa y la miraba con la curiosidad.
—¡Mejor que te comas un cuadradito de tortilla! —exclamó Belisa y le ofreció un poco de la comida amarilla, Hacha la olisqueó y al final se abrió una boca en la hoja que engulló lo ofrecido.
—Pues está bueno... —dijo, como si se esperase que supiera a barro o algo semejante.
Yo suspiré y cogí otro cuadradito de tortilla, me lo comí con lentitud. No quería matar a mi mejor amiga, de ninguna manera, pero tenía que haber otra solución al problema. Pero una no es de pensar, sino de actuar.
Aunque quizás eso fuera parte del problema: me repetía a mí misma que discurrir era algo que no se me daba bien, y quizás eso hacía que de verdad lo hiciera mal. ¿Por qué no tener un poco más de confianza en mí misma? Qué tonta no era, por lo menos no demasiado.
—Eso de desaparecer no va conmigo... Pero... lo que puedo hacer... está buena la tortilla, oye... —dije, y me metí otro cuadradito en la boca.
—¿Quieres algo de beber? —me preguntó Belisa, y yo asentí con la cabeza.
—Una cerveza estaría bien... gracias... —dije, y en nada tenía la fría botella en la mano, le di unos tragos.
—¡De nada! —decía Belisa, que parecía encantada de ser algo así como una ama de casa.
Matar a mi mejor amiga, eso no era una opción y nunca lo sería. Pero morir tampoco era bueno, que no tenía vidas infinitas y llegados a un punto, acabaría de verdad fiambre. Era todo tan complicado que mi mente se quedaba atascada y no sabía qué podía hacer. Me tomé el último cuadradito de tortilla, lo saboreé y me acabé la cerveza.
A pesar de que no sabía qué hacer, debía actuar e intentar encontrar una solución en la que no acabásemos todos muertos, nunca debía mirar atrás y arrepentirme de los pasos que di, porque lo hecho, hecho está. Tenía que hacer todo lo posible para salvar a mi amiga, para salvarme a mí, a las personas que vivían en la ciudad y a toda la gente del Reino.
—¿Ya estás preparada, Sabela? La nueva realidad ha sido creada —dijo Belisa.
Volví al Tiempo entre Segundos, y las gradas estaban llenas de hombres rosados. Pero ellos me daban igual, lo que verdaderamente importaba era Lucía.
—¡Vamos allá, tiempo! —grité y esquivé el golpe que me haría trizas mis entrañas.
Ella me atacó con un odio ingobernable, con la furia relampagueando en su único ojo, con la boca congelada en un gesto de rabia.
—¡¿Por qué no te mueres?! —gritó Lucía.
Ella se lanzó en mi dirección sin pensar, atacaba como un toro bravo corriendo hacia la capa de un torero. Y por eso mismo me fue fácil esquivar su ataque.
Yo no atacaba, me mantenía a distancia. Que no quería acercarme mucho a mi amiga, para no darle más oportunidades de que me matase.
—¡Así no conseguirás nada, hermanita! ¡Acaba con ella de una vez! —gritaba mi hermano, desde el palco. Pero yo no le prestaba nada de atención, que estaba bien cabreada con él: ¡Si fuera un poco menos cabezota, no habría casi ningún problema!
Lucía parecía cansada y era normal, que atacaba a lo bruto gastando un montón de energía y, a pesar de ser buena peleando, el no llevar un ritmo concreto la estaba afectando bastante. Es decir, seguramente si estuviera normal y con la mente centrada, podría derrotarme fácilmente. Pero aquella no era la Lucía de siempre.
—¿No podemos hablar sobre esto? —le pregunté.
—¡¿Cómo lo haces?! —gritó Lucía, respirando con dificultad, y con la punta de la espada clavada en la arena —. ¡¿Cómo es posible que esquives cada uno de mis ataques?! ¡Eres una inútil, una completa inútil! No deberías poder hacerlo... ¡No deberías poder hacerlo!
—Tan inútil no soy... —dije yo, que me sentía un poco dolida por ese comentario. ¿De verdad ella pensaba que yo era una inútil? Bueno, tampoco es que fuera el momento de sentirse dolida, que lo que tenía que hacer era salvarla —. Mírame, mírame... soy tu amiga, Lucía. ¡Yo soy tu amiga! Por favor, por favor... Hazme caso...
Pero nada, ella seguía revolcándose en su odio como un marrano se revuelca en el barro.
—Mentirosa... eres una mentirosa... ¿Por qué? ¿Desde siempre...? Por qué... —gimió Lucia. Y se llevó ambas manos a la cabeza —. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? —repetía una y otra vez y una lágrima le corrió por el ojo sano —. ¡¿POR QUÉ?! ¡¿POR QUÉ?! ¡¿POR QUÉ?! ¡¿POR QUÉ?! ¡¿POR QUÉ?! ¡¿POR QUÉ?! ¡¿POR QUÉ?! ¡¿POR QUÉ?! ¡¿POR QUÉ?! ¡¿POR QUÉ?! ¡¿POR QUÉ?! ¡¿POR QUÉ?! ¡¿POR QUÉ?! ¡¿POR QUÉ?! ¡¿POR QUÉ?! ¡¿POR QUÉ?! ¡¿POR QUÉ?! ¡¿POR QUÉ?! ¡¿POR QUÉ?! ¡¿POR QUÉ?! ¡¿POR QUÉ?! ¡¿POR QUÉ?! ¡¿POR QUÉ?! ¡¿POR QUÉ?! ¡¿POR QUÉ?! ¡¿POR QUÉ?! ¡¿POR QUÉ?! ¡¿POR QUÉ?! ¡¿POR QUÉ?! ¡¿POR QUÉ?!
Di un paso atrás, con el corazón lleno de miedo: ¿No estaría cayendo?
—¡Cálmate, Lucía! ¡Cálmate de una vez! ¡Yo nunca te mentí! —le grité, pero ella no me escuchaba.
Comenzó a cambiar, de forma terrible. Se le agrandó la espalda, y de ella le nacieron unas largas púas de un aspecto muy peligroso. La cara se le alargó, con la boca amargándose en un gesto de rabia y, en la parte derecha del rostro, los ojos se multiplicaban mientras en la otra solo había carne gris.
El brazo izquierdo creció y la mano se abrió en una poderosa garra que fácilmente podría matarme. Y yo estaba en frente de aquel monstruo recién creado, que respiraba con dificultad. Una cosa no cambió: en todos aquellos ojos se podía leer el mismo odio.
—¡Pero mira lo que has conseguido, hermanita! ¿No es fenomenal? Ella se ha transformado en uno de los míos. ¿Por qué no lo haces lo mismo tú también, por favor? Vamos, si todos somos monstruos, podemos dejar de pelearnos y podremos jugar a algo divertido —dijo Fufu.
Yo me sentía destrozada por dentro al ver como mi mejor amiga acababa siendo convertida en un monstruo tan terrible. ¿Podría volver a ser ella misma? ¿Podría volver a convertirse en mi dulce amiga?
Yo creía que sí, era lo único que podía creer en ese momento, no podía pensar en que aquello sería para siempre: Lucía seguía viva en el interior de aquel caído. Y por eso me acerqué a ella, con una sonrisa en la boca y con los brazos abiertos, como si quisiera darle un abrazo.
—No me importas cómo seas... yo... —le dije, y entonces me dio un tremendo zarpazo que me dejo tan muerta que ya ni lo sentí.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top