38. La verdad
Mi madre no estaba muerta, eso fue una noticia genial. Pero resultó que nos abandonó a mí, a papá y a mi hermano el cerdo. Eso no era tan bueno y una no podía dejar de pensar quién provocó que se diera el piro: ¿El bruto de mi padre, el gorrino, yo o una combinación de nosotros tres?
La verdad es que creía a papá cuando me lo contó, que lo conocía de toda la vida y sabía cuándo decía mentiras y cuando decía verdades. Aunque un poco insegura me sentía, puesto que me creí de pies a cabeza lo de que mamá se muriera peleando contra Maeloc.
—¿Es cierto eso? —le pregunté, y lo miré con fuerza para ver si encontraba algún rastro de mentira.
Papá bajó la cabeza, como un niño pequeño que se devoró todos los bombones que escondiera su madre. No me parecía que me mentía ahora, además también quería creer que eso era cierto: era mucho mejor que mamá estuviera viva que muerta.
—Sí... No te conté nada para que no te pusieras triste...
—¿Me contaste que mamá fue asesinada para que no me pusiera triste? —le pregunté, ya que la verdad a mí eso no me parecía muy lógico. Aunque tratándose de papá la verdad es que me parecía bastante razonable que me contase aquella mentira y que creyera que fuera mejor para mí pensar que mamá muriera peleando contra Maeloc.
—Bueno... creí que era mejor eso que decirte que se buscó otra familia... —me dijo papá y eso me dejó bastante sorprendida.
—¡¿Cómo?! ¿Qué dices de otra familia? —le pregunté, porque una cosa es que nos abandonara, pero otra que lo hiciera para buscar una nueva familia. Es decir, ya tenía una hija fabulosa como yo, ¿por qué irse para hacerse otra? No creía que le fuera a salir mejor.
Papá asintió con la cabeza y me dijo:
—Qué sí, qué sí... Lo último que supe de ella fue de hace más o menos unos diez años... Que estaba embarazada.
—Oh... —dije yo, un poco confusa porque no sabía cómo sentirme: ¿Contenta por saber que mamá estaba viva o triste por eso de que se buscó una nueva familia?
Bueno, yo no sabía muy bien cómo manejar este tipo de sentimientos. Era como si me atasen piernas y brazos a unos caballos y entonces dichos caballos comenzaran a galopar en direcciones contrarias. Y como no sabía cómo sentirme, le pegué un puñetazo en el hombro a papá.
—¡Auh! ¿No me pegaste ya suficiente?
—¡Esto es por ser tan imbécil y no decirme que mamá estaba viva!
—¡Te lo pensaba decir cuando fueras mayor!
—¡Ya tengo dieciocho años!
—¡Mayor mentalmente!
—¡Mira quién fue a hab...! —No tuve tiempo a acabar la frase, pues Hacha dio un fuerte tirón en dirección a Maeloc.
—¡¡Pues si tú no quieres matarlo lo haré yo, pedazo de imbécil!! —gritó el arma y tenía una fuerza tan grande que me hizo arrastrar los pies en dirección a la momia de vendas negras.
—¡¡Tú no vas matar nada que yo no quiera que mates!! —le grité y agarré el mango del hacha con las dos manos, pero eso no sirvió para demasiado: el arma continuaba volando en dirección a Maeloc. Y este no hacía nada, nos miraba como quien mira una serie de televisión.
Por si fuera poco, el hacha fue transformándose en mis manos: le salieron del mango cuatro largas y peludas patas de araña y se abrieron unos tres ojos en la hoja. Ojos amarillos y con raya negra, ojos llenos de hambre de poder.
Pues eso, se dirigía en dirección al monstruo y era bastante más que evidente que quería matarlo, pero ahora yo sabía que Maeloc no se cargó a mamá y mis ansias de venganza se fueron para no volver.
Tenía que actuar rápido, así que no pensé y con todas las fuerzas que me quedaban levanté el hacha sobre mi cabeza y le pegué un buen golpe contra el suelo. Pillé por sorpresa al arma que no se esperaba que quedara en mí ninguna fuerza para luchar. ¡Eso le pasa por no tomarme en serio!
Le di unos cuantos golpes más, ella se quejaba y yo no le hacía caso. Le pegué más y más tortazos contra la dura piedra del suelo y no paré hasta que se quedó bien callada y las grimosas patas de araña quedaron colgadas sin vida. Pensé que la matara o por lo menos la dejara un poco inconsciente.
Desgraciadamente, la muy idiota todavía tenía fuerzas para hablar, pero ahora su voz no sonaba en mi cabeza: en la hoja del hacha se le apareció una boca y de ella le salía la voz.
—¡Tú! ¡Eres más tonta que tu padre! ¡¿Por qué te pones de parte del Rey de los Monstruos? ¡Podemos ser grandes, pero grandes de verdad!
—¡Qué grandes ni qué niño muerto! —le grité, volviendo a darle un buen golpe contra el suelo —. ¡Yo lo que quiero es un arma normal que esté callada y no me diga que tengo que matar cosas!
—¡Sí, te mentí! ¡No soy tu madre! ¡Pero es bueno matarlo, te está engañando para que lo liberes! ¡Cargártelo es lo mejor que se puede hacer, si no lo vas a lamentar lo poco que te quedará de vida antes de que te mate a ti, so burra! —dijo el hacha.
—¡Cállate de una vez! —le grité y me hizo caso, en vez seguir hablando me mordió en la mano con tanta fuerza que me hizo sangre.
La cosa es que le apareciera una boca en el mango y me dio una buena trabada en el espacio que hay entre el dedo gordo y el índice. Solté el arma, fue más por la sorpresa que por el dolor. Aterrizó sobre sus patas de araña y cuando me agaché para cogerla de nuevo, me siseó con rabia retrocediendo.
—¡Eres un idiota, Sabela! Pues que te sepas que yo paso de ti, ¿cuántas veces te salvé la vida, eh? ¡Ea, pues si no eres capaz de apreciar mis habilidades yo me doy el piro! ¡Encontraré a un dueño que sea capaz de entenderme, no cómo tú, so burra! —gritó el hacha, con lágrimas en los ojos y, entonces, salió corriendo a toda velocidad.
Ni intenté cogerla de nuevo, perfecto que me dejara en paz. ¡Me engañó con una historia que, cuando te ponías a pensar un poco, era bastante absurda! ¿Cómo iba estar el alma de mamá en un hacha? Vale que mi hermano es un cerdo, pero el tener una madre que fuera un hacha era otra liga completamente diferente.
—Ahora que ya habéis acabado de jugar, ¿podemos hablar sobre el asunto que te ha traído hasta aquí, Sabela? —preguntó Maeloc, las primeras palabras que pronunciaba desde que habíamos llegado.
Yo me acerqué a Maeloc, la verdad es que tampoco me fiaba mucho de él. Ya me mintió Hacha ¿no podía ser que todo lo que me dijo el Rey de los Monstruos fueran también mentiras podridas? ¿Y si cuándo recuperaba su poder me mataba, luego mataba a papá y después seguía matando?
Pero Hacha se fue corriendo y no creía yo que fuera capaz de vencerlo a base de puñetazos y mordiscos. Tampoco creía que papá fuera capaz de matarlo, a pesar de que era más habilidoso que yo en eso de pelear... ¿Cómo se podía vencer algo que no paraba de regenerarse?
Me pregunté si el Rey de los Monstruos también era un caído u otra cosa, la verdad es que no se parecía a uno de ellos. Él no era deforme, sino que todavía tenía forma humana. Pero eso no quería decir que fuera uno de nosotros... ¿Cómo matar a algo que ni siquiera se sabe lo qué es?
Miré a mí alrededor: la plaza estaba vacía de todo. No se veía ni un caído, ni una persona, ni siquiera esas palomas aguerridas que sin miedo a la muerte se lanzan sobre las mesas que los bares ponen en las terrazas.
Daba una sensación de soledad que me dejaba bastante inquieta, es que sin personas yendo de un lado a otro era como si le faltase al escenario algo esencial. Y sin eso, la plaza se convertía en algo raro y frío. Además, el silencio era atronador.
Maeloc todavía estaba sobre la estatua sin cabeza del Xoán de Ningures, no sé por qué se sentó ahí. A mí no me parecía un lugar demasiado cómodo para estar. Aunque más que sentarse, el Rey de los Monstruos se agachaba e inclinaba la cabeza en mi dirección sin parar de mirarme con aquellos dos faros rojos que tenía como ojos.
—¿Si te ayudo a librarte del candado ese, te librarás de la Hermana del Dolor? —le pregunté.
—Os diré cómo hacerlo —dijo, me extrañaba la voz melosa que le salía clara a través de las vendas de la cara. Casi no parecía pertenecer a una figura tan siniestra como aquella.
—¿Decir y no hacer? —pregunté, a mí eso ya me parecía que se desviaba un poco de lo que me contó la otra vez. Pero la verdad es que no estaba demasiado segura de cómo me dijo que me iba ayudar: si de mano propia o solo con la lengua.
—Sí, tendréis que ser vosotros los que os encarguéis de Fufu.
—¿Perdón...? —pregunté, ya que no me esperaba escuchar ese nombre de la boca de Maeloc —. ¿Pero tú conoces a mi hermano?
—Vino a la plaza unas horas antes de nuestra anterior charla. Al verlo, pude comprender que él era el causante de que la Maldición avance sobre el Reino, intenté hablar con tu hermano, pero se asustó y se escapó de mí.
Yo hundí una mano en mi melena, pero de esta vez no me ayudó demasiado a tranquilizarme: es que la noticia era demasiado fuerte, era fuertísima.
—Pero que me estás contando... si es un cerdo... —comenté, pensando que el Maeloc me estaba tomando el pelo, ¡pero no me daba que él fuera la clase de persona que hiciera ese tipo de cosas! Además, él no creo que se pueda considerar al Rey de los Monstruos como una persona...
Pues la verdad es que estaba bastante confusa: primero, mi madre era un hacha, pero después no lo era. ¡Y resultó que estaba viva de verdad y no muerta! Y por si fuera poco, mi hermano el cerdo es el causante de que todo esté yendo de muy mal a mucho peor. La verdad es que una ya se quedaba con el culo del revés y sin saber ya si yo en realidad era yo u otra cosa.
—Tu hermano... no es un cerdo de verdad —comentó Maeloc.
¡Eso fue la pota que colmó el vaso!
—¡Claro que es un cerdo! Si es rosa y tiene hocico de cerdo y cola rizada. Si se parece a un cerdo, es un cerdo —le dije, pues estaba bastante convencida de que ese punto, por lo menos, era cierto.
—Aparte de Fufu, ¿alguna vez has visto otro cerdo que hablase? —me preguntó Maeloc.
—Que no lo viera no quiere decir que no exista... —dije yo, pero no estaba tan convencida como quisiera. Si Hacha me mintió, ¿no podría pasar lo mismo en lo que se refiere a mi hermano? Todo esto me fastidiaba bastante, porque me consideraba alguien bastante segura de todo y ahora estaba como insegura de todo.
—No sé exactamente qué es tu hermano, pero sé cuál es el efecto que provoca su existencia: atrae a la Hermana del Dolor en su dirección. Desde el momento en que salió del Huevo Negro... —comenta la momia.
¡Y otra novedad con la que me zurraban!
—¿¡Mi hermano salió de un huevo!? Pero si los cerdos no salen de los huevos... ¿Papá? —le pregunté y esperaba que me dijera que no era cierto, pero asintió con la cabeza.
Maeloc continuó hablando:
—Tiene la forma de un cerdo, pero no lo es. Lo importante es lo siguiente: él atrae a la Hermana del Dolor, desconozco el cómo y el por qué. Pero esa es la verdad, y lo que tenemos que hacer es conseguir que Fufu regrese a la Nación de las Pesadillas llevándose consigo a la Hermana del Dolor. De esta forma, todos nuestros problemas se solucionarían.
—Mi hermano... —dije yo con amargura y me volví en dirección a papá, que se encontraba más pálido que el papel —. ¿Pero de verdad es cierto?
—Sí... creo que... No miente. Tú... el cerdo. Fue encontrado... dentro de un huevo en la Nación. El Huevo Negro... y cuando se abrió y salió de dentro... pues, bueno. Si tuviera aquí el vídeo te lo enseñaba, es más fácil con el vídeo... —me dijo papá, con tristeza.
Me retorcí un mechón de cabello y yo no sabía qué pensar de aquella situación. Tantas cosas bullían en mi cabeza, tantos pensamientos, tantos sentimientos, tanta confusión... Lo mejor era dejar de pensar y seguir para delante.
—Ya nos dijiste lo que queríamos saber. ¿Por qué debería ayudarte ahora? —le pregunté, aunque lo cierto es que a mí poco me gusta eso de faltar a mi palabra.
—Porque os continuaré ayudando, Sabela. La ciudad es grande... ¿Acaso sabes dónde está tu hermano? Buscarlo a ciegas sería una tremenda pérdida de tiempo. No obstante, si me liberas podré decirte exactamente dónde está.
—¿Ahora eres un murciélago o qué? —gruñí molesta.
Me rasqué mi precioso pelo, todavía indecisa de qué hacer o qué dejar de hacer. Pero al final eso de comerse la olla demasiado tiempo no era cosa propia de mí. La verdad es que prefería lamentar algo por haberlo hecho, que lamentarlo por no hacer absolutamente nada.
—Bájate de la estatua que me quedas lejos —le dije.
De un salto, Maeloc saltó al suelo. Era grande de veras, y eso que yo también lo era. Pero él era casi como un gigante: tan alto y tan ancho que no te lo podrías confundir con una persona de verdad.
Observé el candado que tenía enrollado al pecho: la verdad es que no tenía nada de especial, solo que era bastante gigantesco. Todavía dudaba, todavía podía dar media vuelta y olvidarme de lo que podía ser el peor error de toda mi vida.
Posé la mano sobre el candado que tenía en el pecho, estaba bien frío y no sentí nada especial al tocarlo: era como si de verdad fuera uno normal y corriente. No pasó demasiado tiempo, solo unos segundos, cuando el candado cayó al suelo llevándose consigo las pesadas cadenas que rodeaban al Rey de los Monstruos.
Miré a Maeloc con miedo: aquel era el momento decisivo. Si era malo, pues estaba perdida.
—Gracias, Sabela —dijo él, inclinando la cabeza hacia mí.
—¿Entonces eres bueno de verdad? —le pregunté, casi me daban ganas de salir corriendo, pero me contuve. De todas formas, si de verdad me quería hacer chungas lo iba tener crudo para librarme.
—¿Acaso existe alguien que sea completamente bueno? —me contestó, poniéndome un dedo en la frente. Su tacto era caliente y no lo sentía desagradable.
—¡Espero no arrepentirme de esto! —exclamé y el Rey de los Monstruos soltó una risa por lo bajo.
—¿Dónde está el cerdo? —preguntó papá, muy serio estaba él.
—No demasiado lejos, yo os llevaré —dijo Maeloc.
—¿Y no podrías matar a la Hermana del Dolor y ya está? —le pregunté, eso para mí era la solución más obvia: aunque tampoco es que me gustase la idea de matarla, ella no tenía la culpa de ser quién era.
—El candado se alimentaba de mi poder, así que ahora mismo no podía hacerle daño. Además, prefiero la solución pacífica.
—Pero qué dices... ¡Sí te corté la cabeza y te creció! Y me mandaste fuera de la ciudad solo con tocarme... —le dije yo.
—Ya te comenté que la regeneración es una habilidad que no se puede apagar. Y agoté lo poco que tenía de poder mandándote fuera de la ciudad —dijo Maeloc —. Era solo una chispa y ahora estoy vacío. No te preocupes, iré recuperando mi poder poco a poco... aunque no creo que será lo suficientemente rápido para que te sirva de ayuda.
—Entonces como que eres un poco inútil ahora... Bueno, no será difícil solucionar el problema. Cuando Fufu sepa que todo el mal que está causando se irá a la Nación y problema solucionado... —Aunque lo cierto es que me ponía un poco triste el tener que separarme de mi hermano, pero supongo que podría vivir cerca de la frontera y podríamos vernos de cuando en cuando.
—¿Entonces no necesitas mi ayuda? —preguntó papá.
—¿No vas venir conmigo? —le contesté.
Papá bajó la mirada, me parecía que estaba avergonzado de algo.
—Es que... Fufu y yo... bueno, nuestra despedida fue un poco... diplomática. Además, me encontré en el hostal donde dormimos con un viejo amigo y me dijo que una amiga suya se quedó en la ciudad. Me dejó la dirección y voy a ver si está.
—¿No será Melón? ¿Una balura? —le pregunté.
—¿Pero de qué lo conoces?
—¿De qué lo conoces tú?
—Pues de los Hijos del Sol...
—Yo también, estaba en la recepción del cuartel... ahí —le dije señalando el edificio del cuartel, ya que se encontraba en la misma plaza en donde estábamos en ese momento.
—Ah, vale... Bueno, no me hace demasiada gracia dejarte solo con él... Pero tampoco es que crea que haga mucho bien que vaya a ver al cerdo y puede que la chica esa necesite ayuda —me dijo.
—Bueno... vale... —Aunque a mí tampoco me gustaba la idea de separarme de él —. Entonces nos vemos luego... ¿Dónde podemos quedar...?
—En cuánto terminemos, te llevaré con él —dijo Maeloc —. Si tu padre está en la ciudad, podré localizarle.
—Entonces ya está, cada uno por su lado y ya nos vemos más tarde —dijo papá.
—Ten cuidado, que la cosa está peligrosa —le contesté.
—Tenlo tú más, que mi hacha no está mal de la cabeza como la tuya.
—¡Tú me regalaste ese hacha! —le dije.
Papá se dio un pequeño golpe en la cabeza.
—De verdad pensaba que la madera del bosque sería buena para hacer un arma... ¡No sabía que saldría algo así!
—Ya, pues ahora es un poco tarde para arrepentirse... Bueno, adiós —le dije y él asintió con la cabeza.
—Chao, nos vemos en nada —dijo papá y, dándose la vuelta, caminó alejándose de mí.
Me quedé un rato parada en el mismo sitio, mirando como papá salía de la plaza y se metía por un callejón. Después, me quedé sola con Maeloc que permanecía en silencio detrás de mí. Al final fui yo quien rompió el silencio diciendo:
—Será mejor que vayamos a por Fufu...
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