3. La pelea
De nuevo estaba en ese sitio lleno de oscuridad y, por encima de mi cabeza, apareció un mensaje.
898 vidas
¿DE VERDAD HAS MUERTO YA TRES VECES?
—Oye, que tampoco es que me muera porque quiero.
La oscuridad se derritió y de nuevo estaba en la cocina, en el Tiempo entre Segundos. Era bien difícil acostumbrarse a ese sitio, me hacía sentirme como si tuviera serpientes en el interior de mi barriga.
Me encontraba de rodillas en frente al monstruoso señor Oink tenía la cabeza separada en dos con la forma de una boca bestial y el brazo que se alargaba en la hoja de una espada con la cual me cortó el brazo. Al mirar a mi derecha vi que allí solo había muñón de corte limpio, pues la habilidad me devolvió poco antes de mi muerte. Lo malo es que en esos segundos yo ya no tenía brazo. Tuve miedo porque pensé que me quedara sin él para siempre jamás.
Aquello era bastante injusto porque no creía ser capaz de convertirme en una aventurera con solo un brazo. Sentí un rebumbio de malos sentimientos en mi barriga: amargura, tristeza y rabia. Pero antes de que tuviera tiempo de entristecerme y cabrearme todavía más, unos hilos blancos surgieron del muñón, se enrollaron al brazo y lo levantaron en el suelo para traerlo hasta mí y pegarlo en su sitio de siempre.
Abrí y cerré la mano derecha: funcionaba igual que siempre y solo me quedó del incidente una marca blanca por allá donde el señor Oink me cortara el brazo. Suspiré aliviada, mi carrera como aventurera todavía no acabara, aunque la verdad es que mucho tampoco iba durar: unos pocos días más y luego todo terminaría.
Volvía a tener el hacha en la mano, pero no sabía bien cómo pelear contra aquel monstruo porque había muchos niveles de diferencia con respeto al trasno y al trasgo. Pensé un rato sobre lo que hacer y al final decidí que lo mejor era irme de la cocina a toda velocidad.
—¡Tiempo, pasa funciona bien ya!
El monstruo volvió a atacarme con el brazo espada, pero de esta vez pude esquivarlo con facilidad y la punta se clavó en el suelo con tanta fuerza que rompió la baldosa.
Agarré a Lucía y me la puse sobre el hombro derecho, corrí como si tuviera trasnos mordiéndome los talones. Corrí a lo largo del restaurante y salí al exterior que estaba nublado, pero no paré hasta llegar a la fuente de la heroína Xoana y allí dejé a Lucía, que seguía bien desmayadita la pobre.
Me quedé mirando al restaurante de Oink con el hacha en la mano, pasaron lentos segundos en dónde no pasaba nada y noté como el sudor me resbalaba por la frente. Nada, solo la tranquilidad decaída de aquel pueblo que poco le faltaba para ser fantasma.
La fachada del restaurante reventó por la pura fuerza bruta del monstruoso señor Oink y, entre la polvareda, pude ver una sombra gigantesca que no se correspondía con el monstruo de la cocina. De alguna manera, él aumentó de tamaño.
Un bramido bestial inundó el pueblo, contenía tanta fuerza que sentía como si tuviera una tonelada de madera en mis espaldas. Intenté resistir con toda la fuerza de mi corpachón, pero pronto mis rodillas besaron el suelo.
Una sensación terrible me inundó, como si múltiples tentáculos se escurriesen por las fisuras de mi cerebro. De pronto, una imagen terrible inundó mi mente con tanta intensidad que casi la creía real: me encontraba sobre un mar de oscuridad que se extendía bajo un cielo rojo. No era un mar de agua, sino de personas que parecían sombras y alzaban suplicantes sus brazos hacia mí. Me mordí la mano con fuerza, en la zona que hay entre el dedo gordo y el índice, con tanta que hasta me hice sangre. Pero por lo menos fue suficiente como para alejar aquella visión de mi mente.
Una cabeza surgió de entre la polvareda, era el señor Oink, pero poco o nada quedaba de él. Solo su boca de antes, congelada en un gesto de terror, mientras que la parte de arriba de su cabeza se abría en cuatro láminas de carne, como pétalos de la flor más macabra del mundo, todas cargadas de afilados dientes. Y del medio sobresalía su cerebro ahora convertido en lengua y se meneaba de un lado a otro como si fuera un látigo.
Se me revolvió el estómago bastante, pero por suerte logré mantener el almuerzo en su interior. Levanté el hacha en dirección al monstruo y me sentí bastante ridículo porque me parecía imposible que yo pudiera vencer a un monstruo como aquel. Me hundí una mano en mi melena, eso siempre me ayudaba a calmarme.
De entre el polvo, salió una pierna poderosa que de persona ya no tenía nada: era la de una bestia terminada un pie con grandes uñas afiladas. Cuando pisó el suelo, el mundo tembló.
Al avanzar, también salido de la humareda el torso y de él ahora le salían seis tentáculos rematados en afiladas hojas que se movían sin cesar. En el lado izquierdo de la cabeza, tenía un gran ojo: en él no había nada humano, solo oscuridad y vacío. Caminó unos pasos más y se quedó quito, con aquel ojo imbécil clavado en mí. Ahora lo único que se movían era sus seis largos brazos de espada.
Una paloma voló por enfrente del monstruo y eso fue un error fatal: los brazos espada despedazaron al ave en medio segundo. Pensé que quizás atacaba a todo lo que se movía y como yo estaba más quieta que una estatua me dejaba en paz. Moví un poco el brazo izquierdo y uno de los tentáculos del monstruo cayó sobre la barandilla de la fuente rompiéndola como si fuera mantequilla caliente.
Una risa cristalina sonó a mis espaldas, giré un poco sobre la cabeza y vi a un hombre de pie sobre la estatua de Xoana. Me pareció un poco falta de respeto, pero no dije nada porque no era el momento para preocuparse sobre ese tipo de cosas.
Tendría unos veinte años y supongo que se podría decir que era guapo. Tenía el pelo peinado a la raya, una cara pálida y de forma alargada, con una boca que se curvaba en una sonrisa. Aunque no estaba el horno para flanes.
Vestía una armadura plateada con una rosa tallada en el pecho y gracias a eso supe que se trataba de un Caballero de la Bella Rosa, una orden de caballería que estaba al servicio directo de la princesa. Así que eran buenas noticias porque seguramente fuera fuerte y pudiera matar al monstruo en nada.
—Parece que estás en problemas, bella dama —me dijo el tipo.
—Pues un poco sí —susurré porque no quería llamar la atención del monstruo.
Al mirar al monstruo, la boca del caballero se curvó en un gesto de asco.
—Por la princesa... ¡Ese monstruo es una verdadera fealdad! ¿Qué me darías si lo derroto?
—No hables tan alto, que tiene orejas —murmuré, pero él no me hizo ni medio caso.
—¡Por favor! ¿Acaso no sabes con quién estás hablando? ¡Soy Armando Díaz de León de la Ciudad Sol, caballero de la Bella Rosa, discípulo del insigne Rodrigo de Trapisonda y...!
No terminó la frase porque uno de los brazos espadas fue en dirección a su cabeza y ya me lo veía decapitado, pero desenfundó la espada a toda velocidad y de una estocada limpia lo cortó.
—¡Ala! —susurré, bastante impresionada.
—¿Lo ves? No hay necesidad de preocuparse, pues aunque los caídos son de apariencia terrible, no son nada más que unos monstruos estúpidos, bella dama —me dijo Armando, se encontraba bastante cerca de mí y olía a un perfume floral muy agradable.
—¿Entonces por qué no lo matas ya? —le pregunté, es que me parecía un poco estúpido hablar primero y matarlo después en vez de matarlo primero y hablar después.
—Mi bella dama, si consigo derrocar a la bestia, ¿me regalarías un beso? —me preguntó, con aquella sonrisa burlona en la cara.
—No —le contesté, que una no va vendiendo sus labios tan fácilmente.
Él lanzó una carcajada y eso me extrañó, pensé que se cabrearía.
—¡Eso no me lo esperaba! Está bien, bella dama. Lo derrotaré sin esperar ninguna recompensa. De todas maneras, sería impensable para un Caballero de la Bella Rosa dejar a muchacha bajo las garras de un monstruo.
Armando caminó hacia delante y su espada danzaba feroz bloqueando todos los ataques que el monstruo hacía con sus brazos espada. En menos de un minuto, los seis brazos del monstruo estaban tirados en el suelo.
—Eres una criatura realmente fea y mi querido Rodrigo no quiere nada feo en el Reino. Así que tendrás que morir —dijo Armando y el monstruo le contestó con un rugido tan bestial que tuve que usar todas mis fuerzas para no venirme abajo.
Pero Armando eso no le afectó, lanzó una risa burlona y pegó tremendo salto de conejo que apareció en frente de la cabeza del monstruo y con un movimiento tan rápido como un rayo se la cortó de un tajo.
Cuando sus pies tocaron el suelo, el monstruo ya no tenía cabeza, pero me fijé que su cuerpo se mantenía en pie. Armando le dio la espalda al señor Oink y me dirigió una sonrisa triunfal.
—Mi bella dama, puede que me dijeras que no me darías un beso, ¿pero no crees que mi hazaña se lo merece? De no ser por mí, estarías muerta... ¿No crees que es un pequeño precio a pagar? —me dijo Armando.
—Ya, gracias por matarlo y eso, pero sigo diciendo que no —le contesté.
—¿No te parece que estás siendo un poco dura conmigo? Me jugué la vida para salvarte y tampoco es que pida tanto —me dijo Armando y no supe si eso se podía considerar insultante.
Una boca se abrió en el estómago del monstruo y devoró al Caballero de la Bella Rosa de un solo bocado. Tan rápido como lo cuento: en la barriga del señor Oink se dibujó una línea desde el ombligo hasta el pecho y se abrió mostrando unas fauces en vertical que tenían una gran cantidad de dientes. Pues eso: se merendó a Armando y, al contrario que yo, él no volvería.
Por lo menos el sacrificio del Caballero de la Bella Rosa sirvió para eliminar los brazos del monstruo y hacer que solo fuera un torso descabezado con una enorme boca en la barriga. Aunque seguía siendo demasiado peligroso para mí porque no creía que le pudiera hacer demasiado daño con mi hacha.
—¿Qué está pasando aquí?
Escuché voz medida dormida, era Lucía con una mano sobre la frente en dónde tenía un feo corte que le manchaba la palidez del rostro de sangre.
—¡El señor Oink es un monstruo, mató a una paloma y también a Armando! —grité intentando resumir la máxima información con el menor número de palabras.
—Oh... Helios... bendito... —Lucía palideció y se desmayó.
—¿Pero por qué te despiertas si te vas ir en nada? —le pregunté sintiéndome bastante mal.
Pensé en despertarla a la fuerza, pero no estaba segura de que lo lograría así que la metí en la fuente para que el monstruo no la viera y como tenía poca agua era bastante difícil que se ahogase.
El monstruo tenía la boca abierta y de ella caía una lengua bastante grande. Me moví a la derecha y a la izquierda, pero de esta vez el monstruo no me atacó y puede que esto fuera porque ya no tenía ningún ojo.
En esos momentos, solo contaba con una gran boca y dos patas. Decidí intentar algo arriesgado, pero que quizás podría funcionar y, aunque fallase y muriese, siempre podía resucitar. Pero en el caso de que acertase, me daba la impresión de que me quedaría bastante bien. Apunté con el hacha al bicho, junté todas mis fuerzas y se la lancé. En vez de darle con la parte que corta, le di con el mango.
Sirvió para que el monstruo comenzara a correr hacia mí, pero logré evitar una muerte por aplastamiento al lanzarme a un lado. El señor Oink monstruoso no tenía frenos y siguió corriendo hasta darse tremendo golpe contra el Cuartel de los Hijos del Sol y adiós edificio: se vino abajo como si estuviera hecho de cartón. El monstruo seguía en pie, como si nada, dio unos pasos para atrás y meneó su cuerpo para quitarse los escombros de encima.
Aproveché el momento para coger mi hacha y cuando quise darme cuenta tenía a la bestia abalanzándose hacia mí. Eso me causó tanta impresión que me quedé congelada en el sitio sin poder apartar la mirada del monstruo.
—Oh...
Antes de que me golpease, apareció un escudo mágico entre yo y él: una capa dorada y transparente que logró parar gran parte del daño, pero no todo y eso hizo que saliera volando. El escudo era una de las magias que Lucía podía crear gracias a su Fe y no solo servía para bloquear daño, sino también para devolvérselo al enemigo.
Me quedé bastante mallada, pero debía seguir peleando si no quería acabar en el estómago del monstruo. Apoyé el hacha en el suelo y utilizándolo como si fuera un bastón me levanté. A duras penas, la verdad, porque las piernas me temblaban como si estuvieran hechas de gelatina.
El monstruo salió peor parado: solo tenía una pierna porque la otra le salió volando. Era sorprendente que continuase vivo porque su cuerpo solo era un pedazo de carne con una pierna y una boca que gemía de dolor.
Lucía logró lanzar un escudo mágico, pero no iba ser de más ayuda porque se desmayó de nuevo. Permanecía con la cabeza apoyada en la barandilla de la fuente y un brazo cayéndole por fuera. Bueno, eso significaba que era yo la que tenía que aprovechar el momento para rematar al monstruo. Así que comencé a acercarme, pero no fue tan fácil como pensaba porque a los tres pasos me caí de nuevo.
Desde el suelo pude ver como el monstruo intentaba levantarse, pero le era difícil porque tenía una sola pierna. Pero dentro de poco eso no sería así porque le estaba naciendo otra pierna que en esos momentos era como la de un bebé. Me puse de pie y di unos pasos en su dirección, era difícil porque me movía como si estuviera borracha.
Logré ponerme delante de él e intentó alejarse, pero su pierna recién nacida no creciera lo suficiente como para permitir que anduviera. Le golpeé con todas mis fuerzas, pero solo le hice una herida superficial, peor fue el segundo que en vez de darle a él le dio al suelo. Por fortuna, el tercer ataque le dio de lleno y la hoja se hundió en la carne con bastante profundidad.
Fue bastante satisfactorio, pero el sentimiento no duró demasiado, ya que cuando quise volver a darle fallé otra vez porque, a pesar de que solo tenía una pierna buena, la utilizaba para alejarse de mí. Además, hay que tener en cuenta de que, después de todos los golpes que me cayeron encima, estaba un poco mareada.
—¡¿Te quieres parar quieto?! —le grité.
Le volví a dar en la herida de antes y la hoja se hundió hasta golpear algo duro. Se escuchó el sonido del cristal rompiéndose y eso me pareció algo raro, porque no creí posible hubiera cristal en el interior de un monstruo. En la herida vi algo brillante: enterrado en la carne del monstruo había una especie de joya roja rota por el golpe del hacha.
—¿Pero qué hace eso ahí...? —me pregunté.
—Lo has hecho bien —dijo una voz sobria.
Alguien se acercaba a mí: era el hombre de la cicatriz de araña en la cara y la armadura negra, con una horrenda calavera justo en el pecho con la boca abierta. El mismo tipo que entrara en el cuartel justo cuando Lucía quería bajarme los pantalones para mirarme el culo.
—¿Eh...? ¿Quién eres tú? —pregunté confusa.
—¿Yo...? Abdón... —dijo y entonces recordé: era el tipo que tenía que ver si yo valía o no valía para convertirme en una aventurera.
—¿Estuviste viendo el combate? ¿Sin intervenir ni nada? —le pregunté y me fijé que tenía sobre el pecho un sol dorado.
Abdón me miró durante unos segundos que se me hicieron un poco interminables. La verdad sea picha, el tipo ese tenía un careto de esos que se te quedaban marcados a fuego en el cerebro. No solo era la cicatriz con forma de araña, sino todo el conjunto con esa nariz de buitre, ojos de enterrador y esa clase de bocas que parecen ya acostumbradas a zampar limones como quien se toma pipas.
—Sí —contestó él.
Yo me quedé esperando a ver si decía algo más, pero no dijo nada.
—Vale, bien... —dije, por decir algo.
Abdón me lanzó algo a las manos. Bueno, esa era la intención, pero me dio al pecho y al suelo se fue. Al agacharme descubrí que se trataba de una placa de madera de los Hijos del Sol.
—Es una de madera, eso quiere decir que todavía no soy una aventurera de verdad —dije un poco decepcionada.
Me explico: la placa de madera es una provisional que se la dan a los aspirantes a aventureros. Únicamente puedes considerar que estás dentro de los Hijos del Sol cuando te dan la de bronce.
—Espera un momento aquí —dijo Abdón y se fue junto al cadáver del monstruo. Me pareció un poco raro que metiera la mano en la herida, pero luego vi que lo hizo para coger de su interior la gema de color rojo.
—¿Para qué quieres esa cosa? —le pregunté.
—Vale... tardaría demasiado en explicarlo, así que no lo haré. Vamos a ver a tu padre, a Godofredo... Tengo que hablar con él...
—¿Con papá?
Me parecía raro que quisiera hablar con él porque hacía años que marchara de los Hijos del Sol.
—Sí —contestó él y no dijo nada más.
—Bueno, ¿pues nos vamos a casa de mi padre? —le pregunté y Abdón asintió con la cabeza.
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