27. La chica a la que le molaban los monstruos

Pues me dije que yo así no podía dormir y decidí bajar al restaurante del hostal a ver si Laura y el Rodolfo continuaban dándole a la botella. Ahora que mi sueño estaba destrozado en pedazos, la idea de beber un poco me resultaba atractiva.

No podía quitarme de la cabeza el día de mañana: volver a aquella ciudad de monstruos no era algo que me apeteciese demasiado y encontrarme de nuevo con el Rey de los Monstruos tampoco era algo que me entusiasmara. Quizás meterme un poco de alcohol en el cuerpo me ayudase a calmar los nervios.

La verdad es que comenzaba a tener mis dudas sobre todo el tema. Y hasta pensaba que quizás lo mejor sería largarme en dirección contraria y que fueran otros los que arreglaran el asunto. Lo que dijo Laura en la cena me parecía un poco razonable: el Reino no es tan frágil, no se va romper por una amenaza como aquella y también había un montón de aventureros que seguramente sabrían cómo enfrentarse al peligro mucho mejor que yo.

Pues llena de dudas, bajé por las escaleras que crujían bajo mi peso, pasé por la recepción vacía y caminé deprisa por el corredor lleno de cuadros. Al llegar, descubrí que Laura y Rodolfo ya se piraran y eso no me gustó demasiado. Yo no iba beber sola: esa era una idea que me parecía un poco como bastante patética.

Durante unos instantes fantaseé con la intención de ir al hostal de al lado a ver si Lucía estaba allí y, quizás con unas copas en el medio, podíamos recuperar nuestra amistad. Pero recordé el frío metal hundiéndose en mis tripas y pensé que la idea de buena no tenía nada de nada. Me acaricié la melena. Muy a pesar mía, me parecía que iba a tener que volver a cama con Melinda.

—¿Con Melinda...? —me pregunté —. ¿Por qué está durmiendo conmigo?

Intenté recordar, había algo sobre una pesadilla, pero no lograba encontrarle demasiado sentido a mis recuerdos. Y eso me inquietaba un poco, como si perdiera algo importante.

Antes de que pudiera darle más vueltas al tema, descubrí a alguien conocido en la barra. Bueno, conocido no mucho, pero un poco sí, y eso ya es más que nada. Era la balura Melón, la encargada de la recepción del cuartel de los Hijos del Sol en Nebula.

Se encontraba toda solitaria, sentando en un alto taburete y con una copa en la mano de la cual bebía metiendo una larga y gruesa lengua. Melón parecía estar bastante chafada. Lo cual era bastante normal, porque después de todo lo que pasó en Nebula tampoco es que te fueras a estar rompiendo la caja.

Me acerqué y le dije:

—Hola... No sé si te acuerdas de mí, eh.

Ella me miró con su rara cara verde y me pareció que su gran boca se curvaba un poco en algo parecido a una sonrisa.

—Tú... ¡A ti te conozco! ¡La sol de madera! —exclamó, con excesiva alegría.

—Jo... Qué tengo un nombre...

—Sí, sí... ¿Sabela? Pensé que habías muerto en la ciudad... ¡Me alegro ver que no! Vamos, siéntate. Toma algo que yo invito —dijo ella con un tono en la voz que me dio por pensar que realmente se alegraba de que yo estuviera viva.

Lo cual era agradable y mucho más que me invitase a tomar algo.

—Vamos, no te quedes ahí de pie como un espantapájaros. ¡Siéntate conmigo! —me dijo y como las intenciones que tenía eran las de beber, pues como que obedecí.

Pedí una jarra de cerveza porque es mi bebida con alcohol favorita y como soy grande me gusta beber cantidad.

—Gracias por la cerveza, oye —le dije y ella asintió con la cabeza, sin quitarme la mirada de encima.

—No hay de qué, Sabela. Estoy contento de ver supervivientes de esa... catástrofe... Un verdadero desastre, ¿Cómo lograste escapar?

Abrí la boca, casi con la intención de contarle todo lo que me pasó, pero me di cuenta de que era mucho cuento y tendría que decirle cosas que eran más bonitas calladas.

—Suerte —dije dándole un buen trago a la jarra: estaba fresca y bien rica y pensé que fue una buena idea bajar.

Melón bajó la mirada a su cabeza, me parecía que estaba triste por algo.

—Suerte... la verdad es que si... Yo no tuve suerte, hui como una cobarde de mi puesto. Se supone que soy una aventurera como tú, pero el momento de la verdad lo único que pude hacer fue escapar...

—Bueno... Es que la cosa pintaba bastante fea... —le dije, a mí me parecía normal que se marchara de la ciudad: tal y como se pusieron las cosas toda resistencia sería completamente inútil.

Ella lanzó un suspiro y continúo hablando:

—La ciudad está en ruinas, dominada por los monstruos y media comida por la Nación de las Pesadillas. La verdad es que... es un fastidio. Debería haberse hecho algo para evitar todo este desastre... ¡Y mira que lo intenté! Siempre pedía que nos enviasen más aventureros, pero no me hacían caso...

—Ya, ya... —dije yo y le pedí al camarero que me pusiera una segunda jarra, que ya me pimplara la primera.

—Pero creo... Ugh... creo que la fastidié. Hay cierta chica imbécil en la ciudad que creo... uh... aún está en la ciudad... viva... —dijo con la cabeza baja, como si estuviera avergonzada.

—¿Estás seguro? La ciudad está bien... —Me cerré la boca, tampoco es que quisiera espachurrar las esperanzas que tuviera.

Con un gesto rápido, la balura levantó la cabeza y me miró con aquellos ojos tan curiosos que tenía. Eran amarillos, con cierto toque negro por los bordes y una franja de este mismo color justo en el medio. Ahora, se le estrechaba quizás porque me miraba con mucha atención.

—¡Estoy seguro de que sí! Amanda trabajaba en la Casa de Curación de Menta y la noche anterior estuve con ella y...

Eso me dio tanta sorpresa que lo interrumpí y todo

—Oh, ¿es tu novia?

—¿Novia...? ¡Oh, no, no, no! Amanda es una amiga y ya está. ¿Me dejas contar lo que te quería decir? La noche anterior estuve con ella y, como siempre suele hacer la cabeza hueca esa, bebió más de lo que su cuerpo podía permitir. El día del desastre no fue a trabajar, seguramente se quedó todo el día en la cama y cuando despertó... se tuvo que dar cuenta de que algo malo de verdad sucedía. ¿Entiendes? Claramente, ella es una idiota, pero no tanto como parar salir a la calle después de ver lo mal que estaba todo.

—¿Por qué no vas buscarla?

Ella me miró con bastante intensidad.

—¿Yo? ¿Por qué...?

—No sé, parece que te preocupas por ella.

—Me preocupo, pero... arriesgar mi vida...—me preguntó, pero había duda en sus palabras y yo creí de verdad que ella quería hacerlo.

—Dijiste que era tu amiga, ¿no? Si todavía está viva, pues deberías hacer algo. Yo lo haría, no me quedaría de brazos cruzados lamiéndome las heridas.

—Arriesgar mi vida por ella... —comentó Melón —. ¡Menuda tontería! Es culpa de ella, si no bebiera tanto... Tengo que marcharme, no tiene nada que ver con lo que me dijiste, Sabela. ¡No creas que soy tan atontada como para volver a ese infierno solo por una humana que no sabe beber! Pero qué cosas dicen... esto es imposible... ¿Volver a la ciudad...? —decía Melón para sí misma, mientras se levantaba del taburete y se largaba del bar.

Al irse, dejó a la vista otro cliente: era una chica con unas gafas grandes que me sonaba bastante a algo. La pobre no se encontraba en demasiado buen estado de ánimo, la verdad.

Tenía la cabeza apoyada en la barra y la mirada ausente y cerca de ella un cubata a medio beber. Ya que después de beberme la jarra de cerveza me encontraba un poco más sociable, decidí acercarme y averiguar de qué conocía a la chica esa.

—Hola... Yo te conozco de algo, ¿no? —le pregunté y ella me miró, una pequeña sonrisa apareció en su rostro y también recuperó la energía suficiente como levantar la cabeza de la barra.

—¿Cómo no te vas a acordar de mí si soy la camarera que te sirvió toda la comida?

—Oh, es cierto... Te has puesto gafas...

—Sí, el jefe me obliga a llevar lentillas desde aquella vez que se me cayeron en la sopa... en varias ocasiones... —dijo ella, lanzando un largo suspiro.

—Ya veo, con las gafas te cambia un poco la cara... —le dije y jugaba con un mechón de mi cabello, haciéndolo rizo —. Pero te conozco de algo más, ¿no?

—¿No te acuerdas de mí? ¡He! —me dijo y entonces me puso una mano en su brazo —. Fíjate mejor, a ver si se te enciende la bombilla.

Le pude ver la cara mejor: tenía pecas en las mejillas, un poco como yo, pero no era pelirroja, sino morena. También tenía una nariz que se alargaba un poquito en la punta, como si acabara de contar la mentira más pequeña del mundo. Y una boca bien grande, a la que le quedaba perfecta aquella sonrisa que me estaba regalando. Entonces me acordé de dónde la conocí.

—¡Oh, ya lo sé! Tú eres la chica a la que le molaban los monstruos. La que estaba armando follón delante del cuartel —le dije y ella asintió con la cabeza, contenta de que al final me acordara de ella.

—¡Si, que bien que te acordaras de mí! Oye, y me alegro de que te lograras dar el piro de la ciudad, que la cosa se puso mala de verdad...

—Jo, pues sí —concordé, la verdad es que era algo que no quería recordar precisamente en esos momentos. ¡Que yo bajara a beber, no a deprimirme! Ella continuó hablando así:

—Pues yo sin problemas, que estaba currando aquí cuando toda la mierda sucedió. Oye, ¿cómo llegaste? Pensé que estaban metiendo a la peña que salía en la ciudad en un campamento de refugiados o un rollo así...

Me encogí de hombros.

—No sé, por dónde pasé no había nada del estilo. —Y como no me apetecía seguir dándole vueltas al asunto de la ciudad y todos los monstruos, decidí cambiar de tema a ver si nos íbamos a sitios más agradables —. Por cierto, yo soy Sabela. ¿Y tú?

—Verónica, pero Vero para la gente que me gusta.

—Oh, ¿entonces te puedo llamar Vero?

—¡Claro que sí, boba! ¿Sabes una cosa? Creo que me voy a largar de esta zona, la verdad es que ya estaba cansada de esa ciudad y ahora que está plagada de esos verdaderos monstruos creo que es lo mejor que podría hacer. Creo que me iré a la costa, seguro que será guay trabajar en un chiringuito de playa o un rollo así —dijo ella, con ojos brillantes.

Seguramente se imaginaba la fina arena, el cielo soleado y el hermoso mar azul que se pierde en el horizonte... Esa idea a mí también me parecía de lo más atractiva y, la verdad, es que me apetecía mucho más que volver a Nebula.

De hecho, bien podía dejar atrás esa ciudad gris perdida de la mano de Helios y seguir adelante en dirección a una vida donde hubiera ilusión y alegría. Quizás lo más inteligente sería hacer como la Vero e ir en dirección a la costa, a aquellas playas de fina arena, cielo despejado y mar eterno.

No quería pensar demasiado sobre ese tema, porque sería bien fácil convencerme. Y no quería hacerlo, sería una cobardía por mi parte, tenía que seguir adelante y solucionar el problema. Ya habría tiempo más adelante para playas.

Como tampoco quería seguir con ese tema, le pregunté lo siguiente:

—¿No eras tú una pro-monstruo? ¿No estás a favor de los caídos o algo por el estilo? —pregunté y ella negó con la cabeza, con mucha vehemencia.

—¡Yo lo sigo siendo! Pero de los monstruos que no quieren comerte... De los monstruos verdes, de los makash... Ellos son cucos. Yo quiero la paz con ellos —dijo sonriendo.

Asentí con la cabeza.

—¿Y qué piensas de Maeloc? Me dij... escuché decir que él quería la paz entre monstruos y humanos...

—Oh, ¿de verdad escuchaste eso? Yo también, creo que... creo que confió en él.

—¿Dónde lo escuchaste? —le pregunté, a mí no me parecía que el Rey de los Monstruos fuera la clase de persona que se ponga a charlar con los humanos. Sobre todo porque ellos lo quieren muerto y enterrado.

—Seguramente en el mismo sitio que tú, Sabela —me dijo guiñándome un ojo.

Dudaba bastante que Maeloc hubiera hablado con esa muchacha, pero no iba ser yo quién le dijera que yo sí lo hice de verdad. No creo que fuera buena cosa ir diciéndole a la gente que te hablabas con el Rey de los Monstruos, que se lo podía tomar a mal y no quería tener de nuevo una daga en la barriga.

Vero continuó hablando:

—Y mira, creo que dice la verdad, creo que si le hacemos caso todo irá a mejor.

—Hay mucho que perder... —le dije, yo no quería ser la responsable de que el Rey de los Monstruos esclavizase a la raza humana o destruye el Reino o algo por el estilo.

—¡Y mucho que ganar! —exclamó ella y se levantó de la silla, sus pies se volvieron el uno contra el otro haciendo que tropezase y casi se fue al suelo.

La cogí a tiempo y estaba cerca de mí, sus labios... tenía ganas de besarlos.

Mi mirada se fue por encima de hombro y en la pared, un cuadro.

De nuevo, aquel terrible payaso obsesionado conmigo.

Sus ojos abultados tenían los párpados cosidos.

Dentro de su piel se retorcían gusanos.

Apestaba a cosas muertas, cosas olvidadas, cadáveres perdidas en los secretos de la realidad, a muerte eterna sin principio ni final como la pescadilla que se muerde la cola. Su boca se abría en un gesto que pretendía ser sonrisa y mostraba anormales dientes con la forma de cuchillas de afeitar. ¿Quién era? ¿Qué era? ¿Por qué sonría? ¿Por qué aparecía delante de mí una y otra vez? ¿Qué era lo que quería? Frente a aquella criatura inhumana, me sentía pequeña como una pulga.

Y el miedo que sentía era inmenso.

Me obligué a apartar la mirada del payaso, fuera quien fuese en realidad no importaba. Mi mano rodeaba la cintura de Vero y su rostro estaba tan cerca del mío... mi corazón latía con fuerza y el miedo se convertía en deseo palpitante.

Me acerqué a ella incluso más y la besé, ella se estremeció, pero no hizo ningún movimiento para liberarse de mí. Ella recibió mi beso, ella lo devolvió y noté su mano en mi mejilla.

Cuando nos separamos yo no sabía que decir, yo no sabía qué hacer, yo no sabía nada. Me quedé mirando a los ojos que se escondían detrás de las gafas, ojos que brillaban y rimaban con la gran sonrisa que floreció en su rostro.

—Oye, Sabela... ¿Te importaría venir a mi habitación? Ya sabes, como aventurera que eres deberías acompañarme, para asegurarte de que no hay ningún monstruo debajo de la cama...

Eso me pareció un poco raro.

—Pero los monstruos no suelen estar debajo de las camas. Ellos viven en bosques y cuev... —Entonces, una imagen se estrelló en mi cabeza con la fuerza del pedo de un gigante.

Unas patas terminadas en manos, que supongo que se le podrían llamar brazos entonces, revolviendo las sábanas de la cama de Melinda. ¿Cómo podía haberlo olvidado? ¡Había un monstruo en el hostal! ¡Lo había visto con mis propios ojos y mi reacción fue irme a dormir sin preocuparme de que le fuera hacer daño a alguien!

—Oh, lo siento mucho Vero, pero tengo que matar el monstruo que hay debajo de la cama de... mi hermana —dije, para ahorrar explicarle quién era Melinda, porque la verdad es que no sabía cómo explicar quién era.

¿Una mocosa medio chiflada que lanzaba bolas de fuego por las manos y que tenía un libro que podía convocar monstruos a nuestro mundo? Era más fácil decirle que era mi hermana y pista, a pesar de que no era verdad.


—¿Qué...? —murmuró Vero con el ceño fruncido.

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