189. El señor Oink
El señor Oink había nacido en el Reino de fantasía del Páramo Verde, aunque, pensándolo bien, "maravilloso" quizás no sea el adjetivo más adecuado para describirlo. Los habitantes de dicho reino se enfrentaban una suerte peculiar cuando caían en la depresión, ya que, al hacerlo, corrían el peligro de transformarse en horripilantes monstruos antropófagos y homicidas llamados caídos.
¡Ahora que lo pienso bien, es terrible! ¡Ese lugar no tiene nada de maravilloso, es un sitio horrendo! Cada vez que te pones triste, corres el riesgo de convertirte en un monstruo horrible que no dudaría ni un instante en matar y devorar a familiares, amigos, e incluso al perro, que poco o nada hizo para merecer ese destino.
En fin, en ese Reino vivía el señor Oink, quien más que hombre parecía cerdo: era grande y ancho, con dos largas orejas que le caían a los lados de su rostro cerduno, bastante hermoso, y con un gran hocico de marrano. ¿Y cuál era la razón de que Oink fuera un hombre cerdo y no una persona como el resto de sus vecinos? Pues no lo sé, a veces suceden cosas en la vida que no tienen explicación. ¿Pero acaso no es eso uno de los aspectos más hermosos de la vida?
El señor Oink vivía en un pueblo llamado Huertomuro, perdido en la inmensidad de la naturaleza. Allí había montado un restaurante que, sin lugar a dudas, era el mejor de todo el pueblo y, por si fuera poco, también era el único en Huertomuro. ¿Qué decir de su restaurante? La tortilla era de primera, las raciones de raxo eran generosas y los callos contundentes. La cerveza, bien fresca, refrescaba a la perfección el gaznate, y a la hora del postre, el señor Oink no dudaba en ofrecer una buena gama de licores que acompañaban de maravilla su postre estrella: la tarta de queso. Por si esto fuera poco, el señor Oink tenía dos buenas orejas para escuchar a todo aquel que quisiera hablar y, de vez en cuando, daba sabios consejos de vida. A pesar de su media analfabetidad, ese individuo porcino no era ni medio tonto.
El señor Oink era feliz con su restaurante, un sueño hecho realidad, y así fue hasta que su vida se convirtió en una pesadilla. Todo ocurrió a raíz de un desafortunado incidente provocado por una muchacha llamada Lucía, quien le lanzó tal cantidad de insultos a Oink que este se puso tan triste que acabó convirtiéndose en un monstruo. Por fortuna, el monstruoso señor Oink no llegó a matar a nadie, ya que, poco después de su monstruocificación, una aventurera novata llamada Sabela le asestó un hachazo con tanta fuerza que lo mató.
¿Sería ese el final de las aventuras para el señor Oink? ¡Ni de lejos, este suceso sería el comienzo de ellas! Nuestro amigo se encontró de pronto flotando en medio de un espacio lleno de vacío, nada y ausencia. Solo él, sus pensamientos, y la absoluta vacuidad de aquel lugar incoloro. Estaba bastante triste, pues había muerto sin encontrar al amor de su vida. Sí, el señor Oink era un romántico de la vieja escuela y no se sentía completo, al menos no hasta conocer a la persona que completara perfectamente la forma de su corazón.
Entonces, apareció frente a él una persona: un hombre calvo, vestido con una túnica blanca y con una barba del mismo color. A pesar de su aspecto venerable, en él había un aire de arrogancia que estropeaba el efecto que pretendía lograr: el de una humanidad artera y escurridiza, como la de esos vendedores de falsedades que malgastaban su vida de pueblo en pueblo, de taberna en taberna, sin dejar más rastro de su presencia que el disgusto de haber sido engañado.
—¿Dónde estoy? —preguntó el cerdo, y el hombre le contestó:
—Muerto, es un fastidio. ¿Verdad? Sobre todo porque no encontraste a tu media naranja, una pena. Soy Zaltor, encantado de conocerte. He estado alguna vez en tu restaurante y me encanta tu comida, excelente. Oh, no te vas a acordar de mí: fui disfrazado —decía el individuo mientras se mesaba la barba y sonreía con cierta indolencia.
—Oh, repámpanos. Vaya, bueno... Esto es un fastidio, pero ¿qué se le va a hacer? —suspiró el señor Oink.
—No te preocupes, que todavía no te vas a morir definitivamente. Posiblemente, soy la única persona que puede devolverte a la vida, y te necesito vivo.
—¿Yo? ¿Y para qué vas a necesitarme vivo? Vaya, es que yo no soy nada importante, no puedo hacer nada para ti más que hacerte comida, ¿es lo que quieres?
—No, quiero que luches contra las brujas, contra la Casa de la Vida. Ellas son un grupo bastante malévolo y necesitan ser derrotadas. Lo creas o no, tú vas a ser una pieza fundamental para hacerlo.
—Venga ya, que a mí eso de pelear no me gusta nada.
—No todas las peleas se ganan luchando, eso es algo que aprenderás. No te puedo contar demasiado, pero créeme cuando te digo que ellas son muy peligrosas y muy malvadas. De hecho, la persona que provocó tu transformación pertenece a la Casa de la Vida.
Una expresión de sorpresa surcó el rostro del señor Oink.
—¿Lucía? ¡Imposible! Ella puede tener la lengua afilada, pero no es mala. No lo hizo a propósito, estoy seguro de ello.
—Sea como sea, ella forma o formará parte de la Casa de la Vida. Te lo digo ahora mismo: no pretenden nada bueno; quieren acceder a lugares a los que nadie debería entrar para controlar la misma fábrica de la realidad y alterarla a su capricho.
El señor Oink se rascó la cabeza; no estaba demasiado seguro de si debía creer a aquel hombre. En realidad, tampoco es que entendiera demasiado bien a qué se refería, pero sonaba demasiado serio y, si cabía la posibilidad de que fuera verdad, quizás debería hacer algo. Además, le resultaba atractivo eso de volver a la vida.
—No voy a pedirte que te decidas ahora a ayudarme. Te devolveré a la vida y podrás ver con tus propios ojos la maldad de la Casa de la Vida. No me cabe duda de que, una vez la veas, harás todo lo posible para detenerlas —le dijo Zaltor, y eso alegró un poco al señor Oink; no estaba preparado para morir, quería volver a vivir y lograr encontrar el amor verdadero. También deseaba ser el dueño del mejor restaurante del mundo para dar felicidad al mayor número posible de personas a través de su cocina.
—¡Qué bien! Me daba un poco de pena abandonar mi restaurante —dijo el señor Oink.
—No, no puedes volver a tu presente. Tienes que volver al pasado, porque solo desde allí podrás estar verdaderamente preparado para enfrentarte a la Casa de la Vida en el futuro —contestó Zaltor.
Entonces, el hombre de blanco chasqueó los dedos y el señor Oink fue enviado a través del tiempo y el espacio, hacia muy atrás: España, año 1970. Una década en la que comenzó la muerte del franquismo y del propio Francisco Franco, aquel dictador que había gobernado en España desde el fin de la Guerra Civil de 1936, en 1939. Un hombre que había convertido a España en su patio de juegos, le había robado su soberanía y torturado, convirtiéndola en la caricatura de lo que debería ser un estado real.
Al abrir los ojos, el señor Oink se encontró de pie en la calle de una ciudad llamada Madrid y era la primera vez que ponía las pezuñas en una, se le descolgó la mandíbula por la maravilla y el asombro que le provocó. Los edificios eran gigantescos y altísimos, tanto que tenía que echar la cabeza hacia atrás, le dejó perplejo los veloces coches que corrían a través de la anchísima carretera y que no necesitaban ni un mísero caballo para galopar libres.
Observó a una enorme cantidad de personas que caminaban por las calles: un trío de chicas con jerséis violeta, rosa clarito y uno más oscuro, sin lugar a dudas estudiantes que hablaban de sus vidas con sonrisas en las caras; un hombre calvo con traje de cuello largo y una cabeza que le daba aspecto de tortuga, seguido de cerca por un joven cuyo rasgo más particular era un sombrero de tipo cowboy de color azul celeste.
En la pared de un edificio había un enorme cartel de un anuncio en el que una pareja se encontraba a punto de besarse, y Oink se preguntó qué anunciaban, puesto que él todavía no sabía leer. Autobuses amarillos cruzaron por delante de su mirada; dentro había más gente de la que nunca tuvo como clientes en su restaurante.
El sol brillaba con fuerza en un cielo de un azul limpio y puro. Todo en aquel lugar rebosaba de energía y alegría, lo cual contrastaba con o que había conocido en el pueblo donde había malgastado toda su vida y ahora lo sabía, con certeza: era malgastada, ya que aquello no era forma de vivir. En el barro, en la lluvia, en los rostros apáticos de los pueblerinos y en la lengua afilada de Lucía. No, aquella nueva ciudad en la que había acabado era donde de verdad comenzaría su vida.
—España, ¿eh? Creo que seré feliz aquí.
De pronto, sintió un par de ojos que lo miraban, pertenecientes a un hombre de aspecto serio y vestido como si hubiera salido del funeral de toda su familia. Se encontraba al lado de un coche que, comparado con el resto que surcaban las calles, era de una elegancia y un lujo sin par. A pesar de que el señor Oink no podía saber de qué coche se trataba, yo, vuestro humilde Narrador, os diré que era un Mercedes-Benz Pullman 600 de color negro, brillante, ajeno al resto de los vehículos del vulgo que sufrían en las carreteras. Incluso Oink pudo percibir que se trataba de algo especial y no dudó en lanzar un silbido de admiración.
—Caballero, le ruego que me acompañe. Le voy a llevar a ver a una persona de suma importancia que quiere hablar con usted sobre temas importantes: la Casa de la Vida. ¿Me entiende? —preguntó el hombre de negro.
—Ah, eso. Vale, bueno —contestó el señor Oink, quien se imaginó que no le haría nada mal encontrarse con alguien de suma importancia. Se preguntó quién sería, pero aunque lo supiera, no sabría quién era, ya que en el futuro en el que había nacido, el nombre de dicho individuo se había empequeñecido tanto hasta convertirse en una mota de polvo.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top