183. Happy Town
Mientras la madre se encontraba ocupada en la cocina preparando la comida, el hijo estaba sentado delante de la televisión, viendo una serie conocida como Happy Town. Dicha serie narraba las aventuras de un variopinto grupo de coloridos personajes que vivían en un encantador pueblecito perdido en algún recóndito paraje del planeta Tierra.
Los habitantes de Happy Town no eran humanos, sino monigotes. El Alcalde tenía cuerpo de bola morada, culminado por una cabeza pequeñita, dominada por un gran mostacho, unas gafas redondas y un gorro de copa. El Jefe de Policía era rosado y, en vez de nariz, tenía un hocico, con unas largas orejas que le caían a los lados. Por último, el cura Contaba con un cuerpo delgado y una cabeza gigantesca de la que sobresalían dos ojos redondos que parecían no ser capaces de fijarse en nada ni en nadie.
En la pantalla de televisión, los habitantes de Happy Town bailaban en la plaza del pueblo, cantando una alegre canción. El niño pequeño gateó en dirección a la pantalla, queriendo ir junto a ellos para bailar y cantar, y cantar y bailar. ¿No sería maravilloso vivir en el pueblo de Happy Town?
En la cocina, la madre cortaba unas cebollas con rapidez, sintiendo los ojos picantes a punto de llorar. Desde el salón, podía escuchar los cantos de los habitantes del pueblo y, de pronto, sobre la canción, pudo escuchar cómo su hijo comenzaba a llorar.
La madre se alarmó; había en aquellos lloros algo que los diferenciaba de los normales. No terminó de cortar aquella gran cebolla, sino que dejó el cuchillo en la encimera de la cocina y se apresuró a ir hacia el salón. Al llegar, se quedó confusa, pues delante del televisor no se encontró con su hijo.
Lo buscó con la mirada mientras lo llamaba con una voz en la que crecía el nerviosismo. Y cuando sus ojos se detuvieron delante del televisor, en el interior de la pantalla fue donde lo encontró. Se quedó paralizada ante este descubrimiento, porque le dio la sensación de que se encontraba en un sueño, más bien una pesadilla.
Su hijo se encontraba en la plaza del pueblo, llorando a lágrima viva, mientras los habitantes de Happy Town danzaban y cantaban a su alrededor. Un miedo único inundó a la madre, que se agachó frente a la televisión, golpeando la pantalla con las palmas de las manos.
Fue inútil; los habitantes del pueblo rodeaban a su hijo y él no paraba de llorar y llorar. Su carita estaba roja, con los ojos cerrados y la boca abierta, mostrando los dos primeros dientes incisivos. Una idea desesperada cruzó la mente de la madre, que corrió fuera de la habitación hasta el garaje: allí cogió un martillo.
De vuelta al salón, su hijo ya no solo lloraba, sino también gritaba, mientras los monigotes del pueblo se acercaban más y más a él, dando la sensación de que pronto caerían sobre el niño. La madre ni lo pensó, juntó todas sus fuerzas y golpeó la pantalla de la televisión con el martillo.
Tan pronto lo hizo, callaron las canciones, los gritos, las danzas y los lloros. El silencio cayó sobre el salón mientras la madre miraba la televisión destrozada, temblando y llorando, arrodillada y con una leve esperanza latiendo en el pecho.
Pero al mirar a su alrededor, se dio cuenta de que su hijo no estaba con ella.
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