165. El despertar
Al despertarme, me encontré metida en una cama, tapada por mantas y sábanas. Adormilada, no supe ni en dónde estaba ni del extraño lugar del que había venido. La felicidad de la ignorancia terminó nada más acordarme que había regresado de los recuerdos del pasado al presente real. De nuevo en un mundo de peligros, mentiras e incertidumbres.
No me desanimé, ya que estaba completamente segura de que aquella nueva yo sería capaz de enfrentarse a la Mansión sin Fin de una manera más efectiva que la antigua Zeltia. Puse la mano sobre mi corazón y noté un frío que no era normal, me apresuré a quitar las mantas que me cubrían y luego el pijama rosa que llevaba puesto.
Entre pecho y pecho, había una zona azulada que se extendía a lo largo de mi torso. Al tocarlo, lo noté duro y congelado. No tuve que pensar demasiado para saber de qué se trataba: aquel era el lugar el cual había sido atravesado por el puño de la sombra que imitaba a mi madre. De todas maneras, y aunque parezca extraño, este fenómeno no me preocupaba porque sentía que aquel incidente había calmado mis pensamientos y controlado mis emociones.
Me puse la parte de arriba del pijama y miré a mi alrededor, dándome cuenta de que no me encontraba en mi habitación. Alguien había colocado mi cama en un lugar peculiar: justo en medio del amplio corredor que terminaba en la habitación de la Directora. A lo largo de las paredes, una gran cantidad de espejos que reflejaban mi pequeña persona, perdida en la inmensidad de la gran cama. Nada más que una chica delgada y pálida, con el corto cabello revuelto y la cara cubierta de pecas.
Cerca, descubrí una persona sentada: Lambert. Aquel peculiar hombre de rostro ovejuno todavía no se había dado cuenta de mi despertar y se encontraba con la atención inmersa en una revista llamada Lanas. En la portada, lucía una hermosa oveja que no era mezcla de humano y animal, sino una de verdad.
—Hola —saludé.
Lambert me miró con la boca abierta y, sin ni siquiera devolverme el saludo, se levantó de la silla con tanta brusquedad que terminó en el suelo. Después, comenzó a correr a lo largo del corredor en dirección al dormitorio de la Directora. Me sentía molesta por aquella reacción, sobre todo porque me había quedado sin la oportunidad de preguntarle la razón de que mi cama estuviera en aquella rara localización.
Salí de la cama y mis pies desnudos pisaron el suelo. Me fijé en mi imagen reflejada en uno de los espejos; me encontraba vestida con un pijama que me quedaba un poco grande, de color rosa y con las imágenes repetidas de mil y una fresas. Me pregunté quién había sido la persona que me había desnudado y vestido.
Caminé a lo largo del ancho corredor, las paredes se encontraban cubiertas por espejos. Eso era un cambio, ya que recordaba que la última vez que había caminado por aquel lugar lo único que había eran cuadros abstractos, puras explosiones de color que le otorgaban viveza al conjunto. En cambio, aquella colección de espejos que no coincidían ni en tamaño ni en marco le proporcionaban al escenario un aire de intranquilidad.
Caminé y pronto llegué al final del corredor, allí donde se levantaba una inmensa puerta de color rojo. Durante unos momentos, temí que mis escasas fuerzas fueran incapaces de abrirla, pero nada más intentarlo cedió con suavidad. Al otro lado, me encontré con una sorpresa: me esperaba encontrar la Directora tumbada en su inmensa cama, todavía presa de la enfermedad.
No fue eso con lo que me topé, sino con un espacio rectangular que reconocí como la casa de Alarico. Mi mirada fue desde la derecha, en donde se encontraba el catre con las sábanas revueltas, hasta la izquierda, en donde nacía el salón con el sofá, el sillón y una videoconsola conectada a la televisión. Por desgracia, en la pared todavía estaba el póster de Alarico en bañador y me pregunté cómo se podía ser tan vanidoso.
A través de las ventanas, la imagen de una playa y el cielo azul. Una imagen pacífica que contrastaba con la sobriedad y el peligro que infestaban la Mansión sin Fin. Lambert corría en dirección a la orilla del lago. Del agua salía Alarico, cuyo cuerpo trabajado relucía bajo las caricias del sol.
Miré hacia atrás y el corredor ancho permanecía en el mismo lugar, con mi cama desordenada en el fondo. Estaba claro que era el hogar de la Directora, pero por alguna razón la habitación de esta había sido substituida por la de Alarico.
Lambert conversaba apresuradamente con Alarico y, por la distancia, no escuchaba las palabras exactas que le decía. No hacía falta ser ninguna genia para darse cuenta del mensaje que le transmitía. El mouro escuchaba con una sonrisa en el rostro, vestido con un bañador y me fijé en su cuerpo de musculatura marcada. Recordaba como el baluro me había dicho que él había sido quién había robado la memoria y no podía dejar de confiar en sus palabras, ya que el mouro nunca me había despertado demasiada confianza.
Salí al porche de la casa y fue agradable sentir el beso del sol. Además, también me gustaba ser yo misma de nuevo y caminar por el mundo real, puesto que resultaba cansino rondar durante tanto tiempo por el mundo de los recuerdos. Alarico avanzaba en mi dirección, agitando la mano a modo de saludo y ofreciéndome una hermosa sonrisa. No le devolví ninguno de los dos gestos, aquel zorruno individuo no se merecía ni lo uno ni lo otro.
—¡Me alegro de verte despierta, Zeltia! Ya comenzabas a preocuparme —dijo Alarico.
Sonreía y, a pesar de su evidente e indudable atractivo, no dejé que me afectara ni lo más mínimo. Lejos quedaba ese tiempo anterior en que me veía embobada por el apolíneo físico de su cuerpo, así como de la hermosura morena del rostro. Tampoco me impresionaba su talante en apariencia amable, el cual escondía una oscuridad tan peligrosa como atrayente, como una llama que hipnotiza a los insectos llevándolos a su perdición. Sin lugar a dudas, todo era gracias a mi corazón congelado que ponía a raya todos los estúpidos sentimientos que intentaban florecer.
—¿Has sido tú quién me ha robado los recuerdos? —le pregunté.
Nada más escucharme, una expresión de sorpresa surgió en su rostro que pronto se rompió en una carcajada. Asintió con la cabeza, lo cual me resultó inesperado porque esperaba que él se negase con rotundidad.
—Prefiero decir que te los tomé prestado. Verás, no pretendía quedármelos para siempre, sino que te los pensaba devolver. Vamos, ¿tengo pintas de ser una persona tan cruel? ¿Por qué no entramos dentro? Podemos tomar algo mientras charlamos de nuestro futuro, hay muchas cosas que deberías saber.
Alarico abrió la puerta de su casa y yo se la cerré de un portazo, lo miré con intensidad e intentando con todas mis fuerzas resultar intimidante. Lo cual, siendo como era yo, resultaba bastante difícil, puesto que no dejaba de ser una humana bastante escuálida, mientras que él tenía un físico envidiable y, por encima de todo, era un mouro.
—¿Tú te crees que soy tan tonta? ¡Tú eres mi enemigo! ¡¿Por qué querría hablar contigo?!
Alarico me devolvió la mirada y ya no había ni rastro de sonrisa en el rostro.
—Te robé la memoria y no lo niego. Pero estás equivocada: tú y yo no somos enemigos. Reconozco que fue una descortesía por mi parte birlarte los recuerdos y te pido de todo corazón que me perdones. En mi defensa, en el momento en que sucedió, me pareció una buena idea. Es la pura vedad; yo no te deseo ningun mal. Además, nos vamos a necesitar mutuamente para poder solucionar el problema que tenemos en el hotel. No sabes la cantidad de cosas que han cambiado desde que te dormiste.
—¿De veras? ¿Cómo qué? ¿A quién más le has robado la memoria?
—Para empezar, he matado a mi madre —dijo y levantó el mentón en un gesto triunfante.
Me quedé en silencio analizando esa noticia. Lo primero que pensé es que eran buenas noticias, ya que con la Directora muerta, Alarico podría levantar sin miedo la niebla, devolverme las memorias que me había robado y, por fin, escapar de la Mansión sin Fin. Desgraciadamente, solo una de esas cosas sucedería.
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