16. La oscuridad

Bueno, aunque detrás de la puerta podía estar nuestra salvación, eso no servía para nada porque ninguno de nosotros sabía la contraseña para poder entrar. Exceptuando Melinda, ella estaba completamente segura de que se trataba "1234", ya que, según sus propias palabras "¡Es tan fácil que se da la vuelta por completo y se vuelve difícil!". Nada más decir esto se lanzó al panel para probar su teoría, pero logré parar a la mocosa a tiempo.

—Melinda, si pones una contraseña mala puede que se bloquee y entonces nos vamos a morir todos —le dije.

—Pero es que... Seguro que es así —dijo poniendo morritos.

Subimos por las escaleras y estaba desanimada: necesitábamos la contraseña, pero el gigante se comió viva a Menta. Sin ella, era imposible abrir la puerta y estábamos condenados a permanecer en la Casa de Curación.

—¿Tú qué crees qué deberíamos hacer para abrir la puerta esa? —le pregunté a Rodolfo.

—No tengo ni idea.

Nos fuimos al salón, Laura estaba tirada en el sofá con una copa en la mano y la botella de vino en la mesilla. Miraba la televisión, en donde echaban un capítulo de Solman. Lo reconocí: en él el villano Cara Espejo le robaba los poderes y lo mandaba a una realidad en dónde había un apocalipsis zombi. El superhéroe se quedaba encerrado en una casa mientras los muertos vivientes intentaban entrar.

—Perfecto el capítulo... —dije.

—¡Hala! ¡Solman! ¡Me gusta mucho! —chilló Melinda y corrió hasta sentarse delante de la televisión y quedarse embobada.

Pero su felicidad poco duraría, el programa de Solman dio paso a una música fuerte y colores chillones. Apareció la bandera del Reino en todo su esplendor, que era todo verde con una corona justo en el medio. Sonó el himno nacional:


¡Viva el Páramo!

¡Viva el Páramo!

¡Viva el Rey!

¡Viva el Rey!

Alzar los brazos al sol, hijos del pueblo verde

que vuelve a resurgir

la antigua gloria a la patria

que supo continuar

sobre el verde de la pradera

el caminar erguidos frente al sol

Gloria a la patria

Gloria a la patria

Gloria a la patria y viva el Rey


Sobre la bandera ondeante del Páramo Verde aparecieron las letras: Telediario Nacional del Páramo Verde y después la presentadora Bella.

—¡Buenas noches, pueblo del Páramo Verde! ¡Este es un anuncio importantísimo para el futuro del Reino! Hace unos días, el Instituto de Investigación de Helios nos informó de que estaban a punto de descifrar el pergamino Imbolongolo Enhle y hoy mismo tenemos buenas noticias que, sin lugar a dudas, son las mejores noticias de todas. ¡El pergamino ha sido completamente descifrado! Para aquellos que no lo recordéis, dicho pergamino nos informaba sobre el héroe o heroína que lograría salvar nuestro querido reino de las garras del malévolo Rey de los Monstruos, Maeloc. Antes, lo único que sabíamos era que dicha heroína o héroe era un Marcado o una Marcada y, justo hoy mismo, el Instituto de Investigación de Helios logró descubrir la verdadera naturaleza de esa marca y es ni más ni menos que... —Bella se quedó un momento en silencio y bajó la mirada a los papeles que tenían sobre el escritorio —. Esperad un momento, por favor. ¿Qué Marca era? ¿Hummm...? —murmuró mientras revolvía los papeles y yo estaba a punto de perder los nervios —. ¡Oh! ¡Lo he encontrado! Perdonen mi falta de profesionalidad, no volverá a suceder. Ahora mismo os voy a decir la marca del héroe o heroína que nos librará del espantoso Rey de los Monstruos es, ni más, ni menos, que...

—¡Me aburro! —dijo Melinda y cambió de canal.

—¡¿Pero qué haces, pedazo de mocosa imbécil?! —rugí yo, saltando del sillón, con un grito tan agudo que hizo que Laura se le cayese media copa por el jersey y que Melinda me mirase con cara de gatito aterrado.

—¡Oi! ¿Pero qué problema tienes? —chilló la resucitada, apenada, pues no hay nada más triste para el borracho que el vaso vacío.

—¿Qué pasa? ¿Qué he hecho yo? —preguntó Melinda, con voz llorosa.

—¡Elcanaltelevisiónnoticiasmarcaenmiculoyomatar! —grité, sin pensar bien nada de nada.

—¡Solo entendí culo y matar! —chilló Melinda.

Yo me lancé hacia la televisión y pulsé los botones de debajo de la pantalla al azar, tuve suerte porque la presentadora Bella volvió aparecer. ¡Aún podía enterarme de sí yo era la heroína de la que hablaba el pergamino!

—Lo repetiré de nuevo, la Marca de la que hablaba el pergamino es... —No lo llegué a saber, porque la luz se fue y nos quedamos en una oscuridad brutal.

—¡Oh, vamos! ¡Tiene que ser una broma! —bramé con furia.

El cabreo no me iba durar demasiado porque en el silencio que pronto llegó se podían escuchar los gemidos de los monstruos, venían del exterior del edificio y eran bastante bajos, pero el silencio que vino con el apagón cobraron nueva intensidad. No era uno, tampoco dos, ni siquiera tres, eran muchos, eran manada, legión... Sollozos, susurros incapaces de formar palabras y quedarse en el balbuceo idiota, sin significado ninguno.

Y cada vez se hacían más audibles, tanto que me pregunté cómo antes no los escuchara. Eran como uñas rascando mi cabeza, metiéndose en mi cerebro, diciéndome que estaba perdida. Encerrada en un edificio, rodeada de monstruos, con la Nación avanzando poco a poco en mi dirección. ¿Qué pasaría antes? ¿Ser devorada viva por los monstruos, consumida por la frontera de la Nación de las Pesadillas o...?

Desde la azotea, intentaba que mis pensamientos no se fueran demasiado en la situación en la que me metí, pero la oscuridad es fuel idóneo para este tipo de oscuros pensamientos. Sin fuerzas, me dejé caer al suelo y hundí ambas manos en mi cabello. ¿Acaso la cosa podía ponerse peor de lo que estaba? La respuesta era sí.

Se hizo una oscuridad tan espesa que ahogaba, no pude sino quedarme sentada, con las manos hundidas en mi pelo intentaba calmarme, intentaba hacerlo con todas mis fuerzas, pero era demasiado, todo aquello era demasiado, la oscuridad acariciaba mi corazón y sería tan fácil...

—¿Estáis todas bien? —escuché la voz firme de Rodolfo.

—Sí. Estoy bien.

—¡Yo también! Yo también. ¿Sabéis? No me importa estar a oscuras, pero necesito beber, necesito hacerlo de veras. ¿Dónde está...? —Esa era Laura y, segundos después, pude escuchar el golpe seco de la botella al caer y el vino regando el suelo —. ¡No, no, no, no, no! ¡Mi vino! ¿Por qué todo lo malo tiene que pasarme siempre a mí?

—¿Queréis que lance una bola de fuego para poder ver? —preguntó Melinda y la respuesta fue un "¡NO!" lanzado por los tres al unísono:

—¿Estás tonta o qué, niña? —le espetó Laura.

—No creo que sea una buena idea Melinda, podrías darnos a nosotros o incendiar el edificio —comentó Rodolfo, en tono paternalista.

—Deja las bolas de fuego para otra ocasión, mocosa —dije yo.

—¡Jolines! No me llames mocosa que ya tengo diez años... —Por la forma en que hablaba, supe que estaba poniendo morritos.

—¿Qué hacemos ahora? Puede que sean los fusibles, pero ni idea de dónde están. ¿No tenéis algo que haga luz? Un mechero o un hechizo o algo por el estilo... La bola de fuego no, Melinda —dije.

—Lamentablemente, no puedo utilizar mi Fe. No me queda más energía —dijo Rodolfo.

—Yo. Yo tengo un mechero. —dijo Laura, escuché como se hurgaba en los bolsillos y, al poco, lo encendió. El resultado fue decepcionante.

La pequeña llama del mechero solamente daba para iluminar el redondeado mentón de la resucitada y poco más: la oscuridad era demasiado pringosa para aquella luz tan débil.

—¿Bola de fuego? —sugirió Melinda.

—Te estás ganando una colleja—le dije yo.

—Creo que puedo hacer como en las pelis y dejar la bola de fuego sobre la palma de la mano. —dijo Melinda.

—No hace falta que lo intentes —dije y me intenté convencer a mí misma de que la situación no era tan mala.

Sí, estábamos a oscuras en una ciudad de monstruos, pero esos monstruos no iban entrar en el salón. Por alguna razón, se contentaban con permanecer en el exterior sin ningún interés a aventurarse dentro del edificio.

Solo teníamos que esperar a que volviera la luz o, en el peor de los casos, se hiciera de día. Pero ¿qué haríamos cuándo saliera el sol de nuevo? Todos escuchamos como la puerta del salón se abría con lentitud.

—¡Oi! ¿Quién se está yendo? —preguntó Laura, se notaba cabreo en la voz. O quizás era miedo.

—Yo no —dije, aún estaba sentada al lado de la televisión.

—Yo tampoco —dijo Rodolfo.

Solo podía tratarse de la mocosa y eso me molestaba, esa parecía que siempre hacía las cosas a las bravas, a su manera, sin importarle nada los demás.

—Melinda, ¿a dónde te estás yendo? Es mejor permanecer juntos —le dije.

—¿Yo qué? Si no moví ni un dedo... —me contestó Melinda, a mi derecha sonaba su voz y la puerta quedaba a la izquierda. Era imposible que fuera ella.

—¿De verdad ninguna de vosotras ha abierto la puerta ahora mismo? —preguntó Rodolfo, un susurro de voz que me provocó un escalofrío.

—Verdad—dijo Melinda.

—No, yo no abrí nada —contesté.

—Yo menos —dijo Laura.

Nos quedamos todos en silencio. Y se escuchaban pasos, pasos erráticos, pasos que no parecían ir a ninguna parte, pero eran pasos, pasos de pies descalzos. Sentí miedo, frío en el estómago, acompañado de un nerviosismo inaguantable, me sentía como una niña pequeña, sin saber qué hacer, sin tener a nadie a quien pedir ayuda. Tan pronto como los pasos comenzaron, pararon.

—¿Menta? —murmuró Melinda —. Únicamente puede ser ella, ¿verdad? ¿No?

—¿Pero qué dices, niña? A ella se la tragaron viva —dijo Laura, en tono rápido, cabreado, impaciente.

—¿Eh...? ¿Qué dices...? —preguntó Melinda y me agarró la mano.

Lo sentí por ella, pero tarde o temprano tenía que saberlo.

—No... Menta no. Amanda —dijo Rodolfo.

Melinda me apretó con fuerza la mano, tenía los dedos fríos.

—¿Amanda quién? —gruñó Laura.

—Amanda, la ayudante de Menta. Me había olvidado por completo de ella, pero ella también se encontraba aquí dentro cuando la pesadilla cayó sobre nosotros. Ella es una persona dulce e inocente, no creo... bueno, no creo que se tomara demasiado bien toda esta situación. —La voz de Rodolfo temblaba y, aunque comprendía lo que quería decir, no quería comprender de verdad.

—¿Qué quieres decir con eso? —le pregunté.

En un abrir y cerrar de ojos, la luz volvió y la televisión se puso de nuevo a aullar colores brillantes y los sonidos estridentes de anuncios. Pude ver a Rodolfo, cerca de la puerta y pálido. No tanto como Laura, tirada en el sofá como si este se la estuviera comiendo y Melinda estaba a mi derecha, justo debajo de la ventana, a pocos pasos de mí, y en las manos tenía agarrado su estúpido sombrero. Si tenía las manos ocupadas, ¿quién me estaba sujetando la mano?

Aunque no quería hacerlo, me volví para descubrirlo. No era una persona, no era humana, por lo menos ya no lo era. Su cuerpo era esquelético y gris, llevaba un vestido blanco que le quedaba grande, su cuerpo aún guardaba semejantes con una mujer, pero su cabeza no. Su cabeza era una cosa completamente diferente, era la de un monstruo.

Su boca le cortaba el rostro en vertical y estaba formada por más de una, dentro de la primera le nacía una segunda y dentro de esta había otra y así hasta la cuarta o quinta. Se superponían una sobre la otra, formando diferentes capas de piel donde le nacían un gran número de ojos a ambos lados de aquellas fauces: ojos blancos, solo con tenues líneas rojas que le daban color, ojos que pestañeaban sin ningún tipo de coordinación.

Las bocas se abrieron con un crujido, la piel se rompió en cuatro pedazos de carne que, como hojas de un árbol, permanecieron colgando alrededor de su cuello y quedó a la vista el cráneo del monstruo cubierto por músculo al descubierto. Únicamente que este músculo se movía como si en vez de carne estuviera hecho de gusanos que se retorcían sin parar.

Los ojos, los dos ojos seguían siendo iguales: blancos, con el rojo más intenso, sin que pudiera ver nada de humanidad en su interior. Lo peor era la nueva boca, nueva boca que se curvaba en un gesto que se podía confundir en una sonrisa, pero ¿era posible que estuviera sonriendo?

Abrió la boca con un fuerte chasquido y del interior brotó un chillido tan agudo que fue como si me metieran alfileres por los oídos. Un grito penetrante, brutal, un grito de un volumen tan elevado que hizo que los cuatro nos lleváramos las manos a las orejas en un intento fracasado de disminuir la intensidad de aquel berrido.

No podía apartar la mirada de la cabeza, se estaba hinchando, los gusanos se movían cada vez con mayor rapidez. Con un ¡PLOP! Uno de sus ojos cayó en mi regazo y, de pronto, la cabeza no pudo aguantar más y estalló, manchándome con una porquería negra y espesa.

En el cuello le quedó la gema palpitante y la carne se estaba regenerando a su alrededor. La cogí y la tiré al suelo, dónde la pisé hasta dejarla hecha pedazos. Después de eso, el silencio cayó tan pesado como lo fue la anterior oscuridad. Nos miramos unos a los otros, confundidos, sin saber qué hacer, ni qué decir, completamente perdidos, como niños extraviados en un bosque sin fin.

La tranquilidad fue rota por gritos que venían desde el exterior: los monstruos aullaban en contestación a la pobre Amanda, cuya cabeza estaba esparcida sobre mí, sobre el suelo, sobre el techo. Nos rodeaban con tanta intensidad que pensé que estaba a punto de perder la cabeza.

—¡Callaos! ¡Callaos de una vez! —gritó Melinda, ya incapaz de aguantar aquel infierno y no era la única. Yo también estaba al límite.

Comenzaron a golpear la ventana, golpes continuos, fuertes, furiosos, golpes que acompañaban a ese coro de gritos que nunca acababa. Golpeaban con fuerza, hacían que la persiana temblase y crujiese. Gritaban con todas las fuerzas, gritos monstruosos, sin palabras, sin humanidad, solo una furia pura y dura. La persiana se rompió en dos grandes pedazos, junto también el cristal, fue un solo golpe, un solo golpe producido por una mano gigantesca, tan grande como una persona, la misma mano que agarró a Menta, la misma mano que pertenecía a ese gigante que se la comió viva.

Melinda intentó alejarse dando un paso atrás, pero tropezó y cayó al suelo. Y tenía justo por encima de ella la infame mano aquella. Yo no podía quedarme quieta, me lancé hacia delante ya con el hacha en la mano.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top