151. Tic tac
De nuevo, me hallaba rodeada de oscuridad y, en esta ocasión, no fui despertada por una gota de sangre dorada, si no por el perpetúo tic tac de un reloj que se entrometía en mi tranquilidad. El tiempo pasaba en un sonido incesante, el cual, por pura molestia, consiguió que despertase, desterrando la paz de la inconsciencia.
Por fortuna, no me encontraba en aquella playa maldita, en la cual por poco había perdido mi vida. En vez de en la arena, estaba tumbada en una alfombra y con la mirada perdida en un techo de luces apagadas. Allí en donde la oscuridad paulatinamente perdía su consistencia, perfilándose las formas concretas de un corredor, impregnado por el olor pesado de los lugares cerrados.
Las paredes se hallaban vacías de decoración: ni dibujos ni cuadros aliviaban su sobriedad y ni siquiera se encontraban pegadas a ella, muebles en los cuales lucir las fotografías de familiares o amigos.
El cansancio me embargaba, quería dormir y no pensar. A pesar de que la idea tenía su atractivo, no era el momento para perderme en aquellas fantasías. Lo que debía de hacer era levantarme de la alfombra y buscar una salida. Eso fue lo que hice.
Miré a mi alrededor y pronto me percaté de que aquel no era un corredor normal, ¿aunque qué podía esperarme de aquel hotel? Realidad e irrealidad se daban la mano de tal manera que, a veces, me daba la impresión de que estaba sumida en un sueño, uno que olvidaría nada más despertarme.
La extrañeza del corredor radicaba en que solo había una puerta que se encontraba en frente de mí. A mis espaldas, lo único que mis ojos podían ver era una oscuridad de cuyo cuerpo salían unos tentáculos que avanzaban a lo largo de las paredes, dibujando perezosas formas onduladas.
Era también raro la ausencia de ventanas, lo cual me causaba una desagradable sensación de opresión. Me gustaba más estar con el cielo sobre mi cabeza y, al pensar en esto, vino a mi mente la imagen de la monstruosa Cate. Me pregunté cómo había concluido la pelea entre ella y Alarico, esperaba que el mouro saliera con vida del enfrentamiento y que hubiera logrado darle el golpe final a la balura. No era demasiado agradable la idea de compartir región con una criatura como aquella.
—Puede que esto sea la Zona Perdida —dije en voz alta, con la intención de aliviar la soledad de aquel lugar.
No sirvió demasiado, mi voz fue derrotada por el perenne tic tac que marcaba el ritmo del tiempo, uno que avanzaba con tales prisas que me incitaba a moverme. De todas maneras, me quedé en el sitio, pues consideraba que sería mejor actuar con precaución antes que correr directa hacia el peligro. Ya había cometido ese error demasiadas veces. De hecho, era sorprendente que continuase con vida, debía de tener un ángel de la guarda bastante eficiente en su trabajo.
No me sentía demasiado preocupada, puede que la razón fuera a que me estaba acostumbrando al peligro que impregnaba la Mansión sin Fin. No, no podía ser eso, ya que no hacía demasiado que me había sentido aterrorizada ante la sola presencia de Cate y también en cuanto me topé con la sombra de mi madre. Lo más lógico sería que el miedo persistiera en mí, pero embargaba mi interior una solemne tranquilidad.
Dirigí la mirada a la única puerta del corredor, a través de ella pude escuchar el sonido del tic tac del reloj, marcando el tiempo con una contundencia feroz. Miré hacia atrás, el camino se perdía en la oscuridad y aquella negrura compacta me llenaba de esa clase de sentimientos a los cuales no había que prestarles ni la más mínima atención.
Extraviarme en la inmensidad del vacío y, a cada paso, perder un pedazo mío, hasta dejar a mis espaldas todo lo que me hacía ser yo, siendo mi destino final el dejar de ser algo para convertirme en nada.
Evidentemente, lo que debería de hacer era ir hacia la puerta y atravesarla. La oscuridad no era nada más que un suicidio y, antes de morir, necesitaba recuperar mis recuerdos y escapar de la Mansión sin Fin. En cuanto al conflicto entre la Directora y Alarico... ¿Era inteligente entrometerme entre los dos? Quizás lo mejor fuera no elegir partido y buscar mi propio beneficio, depositando mi confianza en nadie más que en mí misma.
Me toqué el pecho, no podía borrar de mi mente la manera en que la sombra que imitaba a mi madre lo había atravesado con su mano. Todavía era capaz de sentir el helado contacto de sus dedos acariciando mi corazón. De todas maneras, lo importante era que sentía su sereno latir, por lo cual podía estar segura de que me encontraba viva. Puede que fuera absurdo pensar en la posibilidad de que estuviera muerta, ya que normalmente los muertos ni piensan ni sienten, pero no me extrañaría nada que en la Mansión sin Fin los cadáveres hablasen.
—Está decidido, ahora lo que tengo que hacer es seguir hacia delante.
Caminé hacia la puerta dejando atrás aquellos pensamientos bizarros sobre perder mi identidad en la negrura y fallecidos parlanchines. A decir verdad, el peligro más real de adentrarme en la oscuridad sería el de darme de bruces con algún monstruo semejante a Cate y, teniendo en cuenta lo débil que era, el encuentro acabaría bastante mal. Cruzó mi mente un pensamiento curioso, este tipo de criaturas no eran las peores, seguramente las más peligrosas eran las que, en vez de atacarte con garras y dientes, lo hacían con rostros amables y palabras bonitas.
—Debo de tener cuidado, no debo de fiarme de nadie —dije, en esta ocasión mi voz sonó más segura.
Me paré en frente a la puerta, la cual no tenía nada de especial. A través de ella, se escuchaba el continuo tic tac del reloj. Por alguna razón que era incapaz de explicar, me encontraba convencida de que detrás de la puerta me esperaba alguien, pero no podía discernir si era amigo, enemigo o ninguna de las dos cosas. De hecho, lo único de lo que estaba segura es de que no era una persona humana.
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