148. El color de la sangre

 Desperté de la inconsciencia al sentir como una gota chocaba contra mi mejilla.

—¡Zeltia! ¡Despierta de una vez, despierta!

Era Alarico el que me llamaba, me pregunté por qué se preocupaba por mí. Él no era nada más que un mentiroso y lo único que quería de mí era controlarme, tal y como si fuera una marioneta, para que le abriera la puerta al Corazón Dorado. Me quedé confundida, no acababa de entender por qué sentía tanta desconfianza hacía él, si al final era una basada en granos de arena que querían ser montañas.

Abrí los ojos con una lentitud provocada por unos párpados que pesaban toneladas. Arrodillado a mi lado, distinguí a Alarico con el rostro embargado por la preocupación, una que se suavizó con una sonrisa en cuanto vio que abría los ojos.

—¿Te encuentras bien? Zeltia, ¿en qué estabas pensando? Corrías hacia la niebla y parecía que querías entrar en ella. ¿Por qué? Tú sabes lo que pasaría si eso sucediera. Lo sabes, ¿no?

Me fijé en su rostro, el que antes se encontraba impoluto y ahora estropeado por un corte en la mejilla de la cual le manaba una sangre que no era roja como la de los humanos, sino de un extraño dorado. La gota que sentí sobre la mejilla había sido vertida por esa herida.

Poco importaba el color de la sangre, lo importante es que sangraba y eso significaba que sufría, al igual todos y cada uno de nosotros, la desdichada humanidad. Y a pesar de que no fuera de nuestra raza, no podía negarse que él era igualmente capaz de sufrir, llorar, reír, amar. 

Abochornada por estos pensamientos, aparté la mirada de los ojos esmeralda de Alarico y cerca distinguí una columna clavada en la arena, de una altura un poco menor que la mía y de un vivo color rosado. No era la única, a lo largo de la playa se multiplican en imitación de las ruinas de una ciudad alienígena, cada una de ellas inclinándose en un ángulo diferente.

—No estaban antes... ¿Qué son esas cosas? —pregunté, mi voz sonó débil.

—No es momento para hablar, todavía estamos en peligro —me contestó Alarico, la sonrisa fue intercambiada por una mueca de seriedad y se levantó de la arena en la que había estado arrodillado. Me fijé en que la anterior blancura de su camisa se encontraba manchada con el dorado de su sangre y rasgada en numerosas partes.

Alarico irguió la mirada, la niebla se había roto en una circunferencia que dejaba a la vista el cielo reluciente de un azul limpio, uno que no encajaba en aquel ambiente de grises. En medio del hueco, distinguí una forma redondeada cuyos rasgos se encontraban difusos debido a que estaba en contra del sol.

El miedo se revolvió en mi estómago y sentí unas ganas inmensas de huir. No lo hice, me quedé sentada en la arena sin poder apartar la mirada de la sombra, aguantando la respiración, sin pestañear, esperando con mórbida expectación el momento en que su aspecto fuera completamente desvelado.

Alarico levantó el brazo al cielo y chasqueó los dedos, de inmediato la niebla se cerró por detrás de la criatura. De esta manera, a pesar de que perdimos la visión del cielo, por fin se reveló su apariencia.

Abrí la boca en un grito mudo, incapaz de apartar la mirada, fascinada por lo que veía y al mismo tiempo aterrorizada. En las alturas flotaba la cabeza sin cuerpo de una persona que había conocido; se trataba de Cate, la balura que se perdió en la niebla cuando con una necedad nacida del miedo intentó escapar del hotel.

La cabeza era tan grande como una persona adulta y su mirada carecía de cualquier gota de humanidad. En aquellos dos ojos que se abrían demasiado destellaba una intensidad que me provocó un intenso escalofrío. Aquel no era el rostro de una balura normal, sino el de una caricatura de pesadilla.

Los cabellos flotaban libres por encima de su cabeza, como si en vez de estar suspendida en el aire, se encontrara hundiéndose en las profundidades marinas. Lo peor era la boca, la cual se abría en una sonrisa hiperbólica en la cual relucían unos dientes tan afilados como los de un lobo.

Era incapaz de apartar la mirada de sus colmillos, invadida de nuevo por el pánico a ser devorada viva, y descubrí como de entre sus afilados dientes surgía con lentitud una lengua bizarra. En vez de tener la forma normal de una, su apariencia era la de una columna terminada en punta.

Alarico chasqueó los dedos de nuevo y la frente de Cate estalló, revelando el hueso del cráneo, aunque no por demasiado tiempo porque la herida se cerró de inmediato. Otro chasquido y la mejilla reventó en trozos de carne que volaron por los aires, dejando a la vista el lateral de la dentadura de unos dientes afilados de pura pesadilla. Sucedió de nuevo, el daño provocado en segundos se curó.

—Debería de estar ya muerta, ¿cómo es posible...? —dijo entre dientes Alarico y bajó el brazo con el cual chasqueaba la magia.

El mouro mostraba una imagen que no encajaba con la seguridad que había brillado en los recuerdos. En aquella playa de niebla, la hermosura de rostro estaba transpuesta en un gesto hosco que le robaba gran parte del atractivo. Aun así, o quizás justamente por eso, no podía evitar sentir en él algo más real que en todas las sonrisas anteriores, estas las había notado un poco fingidas. Como si fueran los gestos de un actor que buscaba encandilar a los espectadores.

Me levanté de la arena, las rodillas me temblaron de tal manera que casi me caigo. Todo lo que había sufrido en aquella mañana me comenzaba a pasar factura, a pesar de eso no pensaba rendirme: sí quería sobrevivir a aquel hotel, no me quedaba otra opción que volverme más dura.

—Te ayudaré, con mis escudos puedo...

—No, quédate detrás mía. No puedo permitir que te hagan daño —me contestó sin ni siquiera mirarme.

De la boca de Cate salió disparada la lengua y al momento comprendí qué eran aquellas columnas que se encontraban desperdigadas por la playa: proyectiles lanzados por aquella monstrua, la cual desde las alturas atacaba con cobardía.

Alarico chasqueó los dedos y la lengua estalló, convirtiéndose en polvo. Bajó el brazo y, al ver cómo abría y cerraba la mano, me di cuenta de que le temblaba. Además, en la frente se le adivinaba un relucir provocado por el sudor.

Mi única opción que ayudarlo, y la única manera que tenía de hacerlo era usar mi escudo mágico a fin de parar las lenguas que Cate disparaba desde su boca. De esta manera, permitiría que Alarico descargase toda su magia sobre la balura monstruosa. Ella no podía regenerarse todo el rato, llegados a un punto moriría porque no hay nada que pueda vivir eternamente. La seguridad latía en mi pecho y me creía capaz en salir victoriosa en todo lo que intentara hacer. Así pues, con paso decidido me coloqué delante de Alarico.

—¡¿Qué haces?! ¡Ponte detrás de mí inmediatamente! —me dijo con el miedo vibrando en su voz. A pesar de la situación en la que nos encontrábamos, resultaba reconfortante descubrir que se preocupaba por mí.

—¡No, te voy a ayudar!

Nada más gritar, los ojos de Cate cayeron sobre mí y todo el peso del mundo provocó que mis piernas se doblaran, no fui capaz de mantenerme en pie y mis rodillas se hundieron en la arena. Las voces me rodearon, lanzándome aquellas palabras vacías de significado, palabras, palabras y más palabras que giraban a mi alrededor, palabras que me ahogaban, palabras que llenaban mi mente con pensamientos ajenos.

Delante de mí, la niebla se volvió sólida y de nuevo se convirtió en aquel muro que se erguía sobre mí, con una amplitud tan que me convertía en una hormiga. La puerta blanca surgió y de su interior manaba la dulce melodía de mis recuerdos robados. No me cabía ninguna duda de que los podía recuperar si me levantaba de inmediato y me mordí la lengua con tanta fuerza que la sangre inundó mi boca, ahogando el grito de dolor que quiso salir. La ilusión se rompió y las voces enmudecieron, me quedé temblando con las lágrimas abrasando mis ojos.

No era miedo lo que sentía, sino un cabreo que se volvía más intenso a cada latido de mi corazón. Cate me había intentado engañar con el mismo truco una segunda vez, estaba claro que me creía una estúpida, que me menospreciaba... aunque... ¿cómo podía culparla si yo hacía lo mismo? No me creía capaz de estar a la altura de mi yo del pasado. A ella la miraba con una admiración rayana a la idolatría y lástima era lo que sentía al pensar sobre mí.

Debería dejar de comportarme como una cobarde y enfrentarme al peligro tal y como lo habría hecho la Zeltia del pasado. Todas las intenciones se rompieron al levantar la mirada y encontrarme con los grandes ojos de Cate fijos en mí. La boca que se contorsionaba en una sonrisa imposible, gesto que en una cara humana rompería la piel para conseguir ser formada.

Los cabellos de la balura se alargaron por encima de su cabeza, formaron un arco sobre el cielo gris y cayeron con rapidez hacia mi dirección. Antes de que pudiera moverme, se enroscaron en mi muñeca derecha y me levantaron con tanta violencia que lancé un grito. El mundo giró a mi alrededor: niebla, arena, barcos, la heladería y un impotente Alarico, convertido en insecto.

Al pararme, me encontré colgada en el aire, solo sujeta por el pelo que apretaba mi brazo con tanta fuerza que la palidez de mi piel se encontraba cruzado por el delta de un río de sangre.

Entre las puntas de los dientes de Cate surgió una de aquellas lenguas de punta afilada, apuntaba a mi corazón.

Escuché el fuerte chasquido de unos dedos, acompañado de inmediato por una explosión por encima de mi cabeza, seguido de la peste a pelo quemado.

La presión del cabello en mi brazo se deshizo y me abalancé al vacío, cerré los ojos esperando el golpe.

Sentí unos brazos cogiéndome al vuelo y al abrir los ojos me encontré con el rostro de Alarico mirándome.

Sudoroso, sucio, despeinado y más humano que nunca, una sonrisa cansada surgía en su rostro.

—Hoy estás de lo más suicida, Zeltia. Si continúas así... —La frase se cortó, Alarico miraba con miedo por encima de mi cabeza.

Giró con rapidez y lanzó un grito y sus brazos perdieron la fuerza, me caí al suelo.

Temblando, levanté la mirada para descubrir que del estómago de Alarico surgía la punta de una lengua de Cate y, alrededor de la herida, la camisa blanca se volvía dorada. 

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