135. Poderosa Zeltia

Melinda nos había lanzado una bola de fuego y, a pesar de que aquello solo eran recuerdos, sentí el miedo de que las llamas pudieran chamuscarme de verdad. Tal preocupación no fue compartida por la Zeltia del pasado, pues con una valentía inexistente en mí, se colocó delante de Alarico y levantó las manos creando un escudo blanco que cubrió a la pareja.

La bola se estrelló contra la barrera y se deshizo en pequeñas lenguas de fuego que en seguida desaparecieron. Me quedé bastante impresionada por la manera en que había actuado mi yo del pasado, tanto que me fue imposible verme a mí misma en ella dándome la sensación de que era una persona diferente.

El deseo por recuperar mis recuerdos se convirtió en una idea que dolía, ya que ardía de ganas por retomar la identidad de aquella Zeltia poderosa. ¡Sería genial triturar todas las inseguridades y miedos que me dominaban!

—¿Pero qué demonios...? ¡¿Cómo te atreves a parar mi bola de fuego, mocosa?! —rugió Melinda, tan cabreada que hasta le dio un tic nervioso en un ojo: se le abría y cerraba de una forma errática.

—Bueno, es como normal. Si no lo hubiera parado acabaría bien quemada —dijo Sabela y la maga chiflada ni siquiera se molestó en contestarle, sino que lanzó un bufido animalesco y gritó:

—¡¡Bola de fuego!!

De la mano surgió una esfera incandescente que salió volando en dirección a la otra Zeltia y Alarico. No sirvió de nada porque se estrelló contra el escudo de mi yo del pasado, desvaneciéndose al igual que la escasa paciencia de Melinda.

—Oye, no te esfuerces tanto. No vaya a ser que te quedes sin energía y te desmayes —dijo la otra Zeltia y sonreía, de manera socarrona.

¡Lo que más quería en aquellos momentos era ser como ella! Guardaba la esperanza de que lo conseguiría al recuperar mi memoria. Aunque me encantaba esa versión mía, no se podía decir lo mismo de Melinda. Su rostro se había puesto rojísimo y el tic del ojo se acentuó hasta límites ridículos.

—¡¿Cómo te atreves?! ¡¡Bola de fuego!!

El resultado fue el mismo, las llamas que brotaban de su mano quemada no fueron rivales para aquel hermoso escudo que mi yo del pasado conjuró.

—Amiga, ¿tú sabes eso de que locura es hacer lo mismo una y otra vez, esperando que los resultados sean diferentes? —le preguntó mi yo del pasado.

—Mel, vamos... ¿Por qué no te tranquilizas un poco? —dijo Sabela poniendo una mano sobre el hombro de su hermana, pero Melinda era un carruaje de caballos desbocados.

—¡¡¡Bola de fuego!!! —chilló la incendiaria y de esta vez le salió una chispa de lo más ridícula, fue como intentar encender un mechero sin gas.

La rabia en el rostro de la pelirroja desapareció en la extenuación y se derrumbó en el suelo. Para ser sincera, me gustó un poquito ver como ella mordía el polvo de una forma bastante literal y, en otro orden de cosas, Melinda había logrado decepcionarme incluso cuando no esperaba nada bueno de ella.

Es decir, por muy enemiga que fuera de Alarico, ¿de verdad estaba bien eso de lanzarle una bola de fuego? Además, allí se encontraba la otra Zeltia, una chica que no tenía nada que ver con aquel feudo ¡y pese a eso la chispitas no tuvo ningún problema en atacar a los dos con una serie de sucesivas bolas de fuego!

—Bueno... Pues supongo que me toca a mí arreglar el asunto. ¿Por qué no te vienes conmigo y ya está, Alarico? —preguntó Sabela, ella era sin lugar a dudas mucho más razonable que Melinda, pero llevaba en la mano bien sujeto el bate y me daba en la nariz de que si tenía que utilizar la fuerza la utilizaría sin dudar.

—Simplemente, no puedo permitírmelo, ¿por qué no me dejas que me vaya? —le contestó Alarico.

Sabela negó con la cabeza. No me extrañó nada su negativa porque a pesar de que no la conocía de mucho, me daba la impresión de que era la clase de persona que cuando se le metía una idea entre oreja y oreja no la soltaba ni de broma.

—Quieras o no, te tienes que venir conmigo. De todas formas si te entregas en plan bien te prometo que no te haré daño —dijo Sabela y se lanzó hacia nosotros empuñando el bate.

Mi yo del pasado actuó sin miedo y convocó aquel maravilloso escudo protector. El bate cayó con tanta fuerza sobre la barrera y en esta ocasión reventó en mil pedazos. Aquel hechizo había funcionado a las mil maravillas contra la magia de Melinda, aunque nada pudo hacer en cuanto se vio sometido al poderío físico de la balura.

La pelirroja a punto estuvo de estrellar el bate contra la cabeza de Alarico, pero este se agachó a tiempo y le hundió el puño en el estómago de Sabela, la dejó de rodillas luchando por respirar. Eso me resultó impresionante porque sabía que ella era bastante fuerte y resistente.

—¡No hay tiempo que perder, vámonos! —exclamó un alegre Alarico y cogió a Zeltia por la muñeca, ambos comenzaron a correr por aquel almacén de polvos y recuerdos.

Descansaba el billar cuyas partidas ya habían caducado, un encerado con el dibujo mal hecho de un niño sacando la lengua y en un rincón vi una pirámide formada por televisiones cuadradas con la pantalla rota.

—¡Perdona, no pensaba que fuera capaz de romper mi escudo! —exclamó mi yo del pasado.

Alarico miró a aquella otra Zeltia, ella ya no sonreía y percibí preocupación en su rostro. Pero no había razón para tal cosa, el mouro se rio y le dijo con tono jovial:

—No hace falta que te disculpes. Al fin y al cabo, gracias a ti no nos hemos quemado.

Alarico y Zeltia se pararon al final del almacén, entre una percha en la que colgaban un sin número de camisas arrugadas y una caja de cartón llena de monos de peluche de todos los colores había una puerta.

—Quizás sea mejor que te vayas con las hermanas Forte, estar a mi lado puede ser peligroso.

—¿Irme con ellas...? Ya, no lo creo: la delgaducha me lanzó una bola de fuego. Prefiero estar contigo.

—Me alegro de que lo veas así —contestó Alarico y abrió la puerta.

Dio lugar a un corredor que contrastaba bastante con el ambiente anterior, de oscuridad y abandono. Allí la luz entraba a raudales a través de unas ventanas arqueadas. La piedra de color rojizo de la muralla estaba decorada con ricos ornamentos vegetales, que jugaban enroscándose entre sí, dinamizando aquel corredor. La otra Zeltia se acercó a una ventana y observó el exterior: desde allí se podía ver un bosque que se extendía hasta que terminaba en una bruma espesa.

—¿Esa era la niebla de la que hablaban? —preguntó Zeltia.

—Sí, impide que nadie salga o entre. Aunque tú eres una excepción, ¿cómo hiciste para lograr llegar hasta aquí?

—Pues no lo sé —le contestó la otra Zeltia, aunque me daba en la nariz que le estaba ocultando información vital.

—¿De veras? Pues yo creo hay algo especial en ti. De todas maneras, no es momento de hablar del tema, esa balura no se va a parar por un simple puñetazo. Vamos, tenemos que alejarnos más —dijo Alarico y comenzó a caminar en dirección al final de aquel corredor, en el cual había otra puerta cerrada.

—Oye, ¿dónde nos encontramos exactamente? —preguntó mi yo del pasado.

—Es difícil de explicar...

A Alarico no le dio tiempo de terminar la frase porque la puerta por donde había entrado se abrió con violencia y de ella surgió Sabela, con cara de cabreada. Eso era un gran contraste son la expresión de habitual seriedad a la cual estaba acostumbrada, de manera que ni siquiera parecía ella de verdad.

—Eso no fue nada bonito, Alarico —dijo Sabela y se acarició el estómago, allí en donde le cayó el puño —. Aunque según tú, supongo que yo soy la mala. Más o menos se entiendo, pero sigue doliendo.

La otra Zeltia y Alarico se encontraban delante de la puerta al final del corredor. Había unos largos metros entre ellos y la balura. Sin embargo, el peligro se respiraba en el ambiente: Sabela podría llegar hasta nosotros mediante una carrera corta y pronto estaríamos de nuevo ante el peligro de que nos diera bien fuerte con su bate.

—Tampoco pienso que seas mala. Tienes que comprender que mi madre te está usando. Ella sí que lo es y lo que pretende es conseguir el corazón dorado que se encuentra detrás de la Puerta Negra. ¿Tú sabes algo sobre ellos? —preguntó Alarico.

—Pues bastante, sé lo chungo que se pueden poner las cosas si esos corazones caen en malas manos —contestó Sabela y eso me dio la esperanza de que hubiera algún tipo de entendimiento entre ambos.

—Entonces comprenderás que si mi madre consigue poner sus garras en el corazón dorado todos nosotros estaremos en peligros —dijo Alarico.

Sabela levantó el bate y señaló al mouro.

—¿Y quién me dice que no eres tú el que quiere hacer cosas malas? Me gusta confiar en la gente, pero la confianza ciega puede ser bastante desastrosa. ¡Tú lo que quieres es liarme con tus palabras y manipularme y hacer que piense que el día es noche y la noche es día! ¡No lo conseguirás, sé que la Directora es buena, así que tú eres el malo! Entrégate, corre, pelea... ¡Hazlo que quieras menos hablar, estoy cansada de escuchar tus palabras! 

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